La mina del jardín de los pavos reales (8)
Al día siguiente, cuando recobré el conocimiento, me encontré tumbado en una cama del hospital inglés Nasruddin Jedar, y el Daroga Nabi Bakhsh estaba a mi lado mirándome. Al verlo recordé todo lo que había ocurrido y me empecé a incorporar, pero él me puso la mano en el pecho y me dijo:
-Quédate tumbado, quédate tumbado -me dijo-, ¿qué tal tienes la herida de la cabeza?
-¿Qué herida? -le pregunté, y al tocarme la cabeza, me di cuenta de que la tenía vendada y que me dolía un poco, pero en ese momento no me preocupaba el dolor. Le cogí la mano al Daroga y le dije:
-Daroga Sahab, por favor, dígame la verdad, ¿qué ocurrió después?
-Ya te enterarás, amigo mío, ya te enterarás. Primero ponte bien.
-Estoy completamente bien, Daroga Sahab -le contesté-, se lo juro.
El Daroga estuvo intentando evitar la cuestión durante un tiempo, pero al final no le quedó más remedio que decir:
-¿Qué me preguntas Kale Khan? -empezó a decirme-. Tú al menos te desmayaste y te quedaste tranquilo, pero lo que nos tocó sufrir a nosotros... pero, primero dime una cosa, ¿cuándo le enseñaste a hablar?
-¿A quién?
-A la mina Falak Ara, ¿a quién va a ser?
-Yo no le enseñé nada, Daroga Sahab, se lo juro.
-¿Entonces? -preguntó él-, ¿dónde aprendió esas frases tan tontas?
Yo me quedé un rato pensando qué responder y al final le dije:
-En mi casa.
-El Daroga se quedó de piedra.
-¿Qué dices?
A continuación le conté toda la historia desde el principio hasta el final. El Daroga se quedó en completo silencio. Durante un rato fue incapaz de decir ni una sola palabra, y finalmente, dijo:
-Pero, ¿cómo se te ocurre hacer eso, Kale Khan? ¡Robar pájaros reales! Por cierto, y aquel día en que Su Majestad dijo que no veía a Falak Ara, ¿ya estaba en tu casa?
Yo asentí con la cabeza.
-¡Qué me dices! -dijo el Daroga-. Yo no tenía la menor idea y le dije que acababa de verla volar en la jaula. Por tu culpa, yo también vaya perder mi trabajo. Además, ayer cuando se puso a decir todas aquellas majaderías delante de los ingleses, ya no le cupo ninguna duda al sultán. ¡Ay, si hubieras oído lo que dijo el sultán al oír aquellas bobadas! ¡Sólo te diré que nunca lo había oído hablar así!
-¿Por qué? ¿Qué dijo?
-Lo único que dijo fue: «Daroga Sahab, haga usted el favor de no sacar mis animales de aquí.» -me dijo el Daroga, dando un gran suspiro-. ¡Daroga Sahab! Hasta aquel día siempre me había llamado Nabi Bakhsh, nunca Daroga, y ayer dijo Daroga Sahab. Después de servirle durante tantos años tuve que escuchar esa ignominia por tu culpa. Todavía me duelen sus palabras.
-Daroga Sahab -le dije avergonzado- soy culpable, impóngame el castigo que quiera...
-En fin -dijo levantando la mano y haciendo una señal para que me callara-, luego Su Majestad y los ingleses se retiraron, y en el jardín se formó una revolución. El Huzur-e-Alam empezó a gritar a todos los que allí estaban y Mir Daud no hacía más que pegar saltos como un loco diciendo que sus enemigos, para asustar a sus pájaros, habían traído un pájaro de fuera y lo habían soltado en la jaula. Yo le decía: «No es un pájaro de fuera, es un pájaro que el Badshah conoce.» A pesar de que el Huzur-e-Alam estaba justo delante, a Mir Sahab le dio igual, y comenzó a gritar y a decir que él no había adiestrado a ese pájaro. Por si fuera poco, el Huzur-e-Alam lo ofendió aún más al decir: «Mir Sahab, es evidente que usted no adiestró a ese pájaro por la sencilla razón de que habla mucho mejor que sus minas.» Al oír esto Mir Sahab... ¿qué le puedo contar? Se empezó a dar cabezazos contra los barrotes de la jaula. Los soldados lo cogieron y lo llevaron hasta su casa, pero por el camino intentó tirarse al río Gomti y a todos los pozos que había en el camino... incluso estuvo a punto de saltar al pozo de Darshan Singh...
A mí, que Mir Sahab se tirara a un pozo o que dejara de hacerlo, me era totalmente indiferente, así que le dije:
-Daroga Sahab, dígame una cosa, por favor, ¿qué dijeron de mí?
-¡Qué iban a decir! -dijo él-. El Badshah se marchó dejando este asunto en manos del visir. A todos les había quedado claro que había sido culpa tuya. ¿Acaso había dejado lugar para la duda esa pájara resabiada? El Huzure-Alam dictó su sentencia allí mismo. Yo me quité mi turbante y lo arrojé a sus pies, consiguiendo así que se apaciguara un poco. Retiró la orden de arresto y aceptó dar una orden de libertad bajo fianza. Más adelante comenzará el juicio y empezará a oír los testimonios de los testigos. Ya veremos cuál es su sentencia, pero ten por seguro que te pondrá una multa, además...
-Daroga Sahab, dije con preocupación-, si no tengo ni una moneda. ¿De dónde voy a sacar dinero para pagar la multa?
-Bueno, bueno, no te preocupes -dijo el Daroga-, me tienes a mí. Pero, ojalá todo se arregle únicamente con eso. El Huzur-e-Alam ha sido humillado, y además, frente a los ingleses. Puede que te encarcelen o que te exilien al otro lado del Ganges.
Me atemorizaba más ser exiliado al otro lado del Ganges que ser encarcelado, ya que había vivido toda mi vida en Lucknow, y cada vez que me veía obligado a salir de allí por la razón que fuera me volvía loco, así que le dije:
-Daroga Sahab, antes que eso prefiero que me disparen un cañonazo. ¡Por Alá, busque alguna solución! -Después se me ocurrió una cosa:
-Daroga Sahab, y, ¿si le escribo una petición al Badshah? Quizá me perdone.
-Mi querido amigo, ¿acaso crees que las peticiones le llegan al Badshah? -el Daroga dio un gran suspiro y continuó diciendo-: Cada uno de los papeles los inspecciona primero el Huzur-e-Alam, y después, él mismo toma una decisión sobre aquellos que cree conveniente, y el resto se los entrega al Badshah.
El Daroga se levantó, y se puso a dar vueltas de un lado a otro, y de repente se paró:
-Pero, sin duda, Kale Khan, lo de la petición no es una mala idea.
-Bueno, Daroga Sahab, pero, por favor, sáqueme de aquí -le dije-, si no me va a matar el olor de estas pociones.
-Tienes razón. Entonces, te doy unos días libres. Ve a tu casa y descansa un par de días. Después busca a un buen escribano para que redacte tu mensaje, pero no se te ocurra empezar a escribirlo tú.
-Si yo soy un ignorante, Daroga Sahab, no vaya estropear el único recurso que me queda.
-Eso es lo que quería decir.
El Daroga Sahab salió de allí inmediatamente después de hablar con los médicos. Y yo recibí el alta poco después y me marché a mi casa.
Al llegar, senté a Falak Ara en mi regazo y la estuve entreteniendo durante un rato, pero no sabría decir qué es lo que le conté, ni qué es lo que ella me contó a mí.
(Sigue)