Erase una vez un científico que descubrió el arte de reproducirse a sí mismo tan perfectamente que resultaba imposible distinguir el original de la reproducción. Un día se enteró que andaba buscándole el Ángel de la Muerte, y entonces hizo doce copias de sí mismo. El ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo.
Pero no por mucho tiempo, porque, como era un experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una ingeniosa estratagema. Regresó de nuevo y dijo: «Debe de ser usted un genio, señor, para haber logrado tan perfectas reproducciones de sí mismo. Sin embargo, he descubierto que su obra tiene un defecto, un único y minúsculo defecto».
El científico pegó un salto y gritó: «¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?»
"Justamente aquí", respondió el ángel mientras tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo.
Voi
contavos un cuentu que ye cásique d'agora mesmo, pa los años trenta del sieglu
pasáu o aprosimao, que yá había dalgún coche y dalgún teléfonu d'aquellos de
centralina, que llamabes y pidíes-y el númberu que quixeres a la telefonista.
Les carreteres yeren lo que diz el nome, carreteres, pa dir en carreta y
resulta que l'obispu d'Uviéu decidió dir a visitar una parroquia, pa l'Infiestu
o les Arriondes o perhí. Avisó al cura de que tal día diba a visita-lu, que nun
colare pa nengún sitiu, que diba face-y la visita pastoral.
El
cura mandó a l'ama qu'iguare una bona xinta, la meyor porzolana y los cubiertos
bonos de plata, y avisó a los vecinos pa que nun lu molestaren con hestories,
que tenía qu'atender al obispu.
Cuando
llegó pela mañana, dixeron la misa entrambos con toles muyeres del pueblu
presentes, que yá adornaren la ilesia pa la ocasión. Los paisanos, con la boina
de los entierros, charraben mentanto nel cabildru, taben tamién los guahes de
la escuela col mayestru al frente. Cuando finó la misa, echaron les bendiciones
y dempués de que l'obispu saludó y recibió la obedencia de los vecinos, los de
la clas sacerdotal fueron pa la rectoral a xintar.
La
xinta que preparare l´ama foi de categoría, el cura sacó de los bonos vinos que
tenía na so bodega y los cafés y llicores nun faltaron pa facer una perbona
sobremesa. Serien les cinco la tarde cuando l'obispu arrancó de vuelta pa
Uviéu.
El
cura taba contentu, felicitáralu'l señor obispu por cómo tenía la parroquia.
Taba fumando un pitu mui tranquilu cuando se-y acerca l'ama y diz:
—Señor
cura, desque marchó'l señor obispu, nun atopo por nengún llau la cuyar de plata
de servir la sopa.
—Anda
muyer, nun me molestes con fataes, mira a ver per onde la metiesti qu'en dalgún
sitiu tará.
—Non,
nun son fataes, nun ta y nun ta, tengo mirao per toles partes y nun la atopo
porque nun ta.
—Vaya
por Dios, qué coses pasen nesta santa casa, aidaréte a búscala. ¡Tien que tar!
—¡Ye
verdá! Tenía que tar, pero nun ta.
Púnxose'l
cura a buscar, punxeron la casa pates arriba, pero por más que revolvieren
perriba y per baxo, la cuyar nun apaeció.
—Esta
ye mui gorda, pero tuvo que ser el señor obispu, equí nun vieno naide desque
comimos. Tuvo que ser él, el del gorretín colloráu nun va ser. Bueno, pues voi
llamalu. ¡Si ye obispu como si ye cardenal! Pero güei nun pue ser yá, a les
hores que llegue al obispáu nun van ser hores pa llamar, pero mañana tempranín
pégo-y un telefonazu. ¡Vaya si-y lu pego!
Y
dicho y fecho, a la mañana siguiente, telefonazu que te crió al obispáu.
—Póngame
col señor obispu.
—¿De
parte de quién?
—Soi'l
párrocu de tal sitiu.
Al
poco:
—Bonos
díes señor cura, ¿cómo ta? ¿Descansó bien?
—Bien
ilustrísima ¿y usté?
—Mui
bien, el viaxe yá sabe usté que ye un poco pesáu, pero llegué mui bien. ¿Quería
falar conmigo?
—Pues
sí, verá usté, ye una cosa seria que nun puedo pasar ensin dicí-yla. Yo nun voi
dicir qu'usté seya un lladrón, pero ye que desque usté coló ayer de la
rectoral, falta la cuyar de plata de servir la sopa y equí nun tuvo naide nun
siendo usté.
Y
contestó-y l'obispu:
Mire
señor cura, yo nun voi dicir qu'usté duerme col ama, Dios me llibre, pero si
usté durmiera na so cama atoparía la cuyar famosa debaxo l'almuhada, qu'ellí-y
la dexé. ¡Mire per onde!
Y
ye que, amigu, los cures tán estudiaos. Pero l'obispu inda muncho más. O qué
pensábeis, probinos.
Marcapaginasporuntubo dedica esta entrada a Miguel, Nieves y Rubén Martín González
Una de las primeras entradas de este blog (4/4/2013) fue para Satori. Todos los coleccionistas de marcapáginas, lectores habituales, sabemos que Satori es una editorial dedicada a la cultura nipona y apreciamos la belleza y delicadeza de sus marcapáginas. Hoy nos complace abrir una segunda entrada con algunos de los recibidos últimamente. Las páginas de su catálogo muestran el exquisito cuidado que ponen en todas sus publicaciones.
(Nuestro catálogo de marcapáginas de Satori aquí y en Punts de llibres lliures)
Esperando
Todos
los días voy a la pequeña estación de tren a buscar a alguien. Quién es ese
alguien, no lo sé.
Siempre paso por ahí después
de hacer las compras en el mercado. Me siento en una fría banca, pongo la cesta
de las compras sobre mis rodillas, y miro abstraídamente hacia los molinetes.
Cada vez que llega un tren, una multitud de pasajeros es escupida hacia afuera
desde las puertas de los vagones. La muchedumbre avanza en tropel hacia los
molinetes, y las personas, todas con la misma cara de enojo, sacan los pases y
entregan los boletos. Luego, sin mirar hacia los costados, caminan
precipitadamente. Pasan por delante de mi banca, salen hacia la plaza que está
frente a la estación, y se van cada uno por su lado. Yo sigo sentada
distraídamente. ¿Qué sucedería si alguien sonriese y me hablase? ¡Ay no, por
Dios! La mera posibilidad me pone tan nerviosa que me estremezco de sólo
pensarlo, como si me hubieran echado agua fría en la espalda. No puedo
respirar. Y sin embargo, continúo esperando a alguien todos los días. ¿A quién
podría ser que estuviera esperando? ¿A qué tipo de persona? Pero quizás lo que
estoy esperando no sea un ser humano. Odio a los seres humanos.En
realidad les tengo miedo. Cada vez que estoy cara a cara con alguien diciendo
cosas como “¿qué tal, cómo está?”, o “¡cómo refrescó!”, saludando sólo para
cumplir, siento que soy la persona más falsa del mundo. Me pone tan
terriblemente mal que quiero morirme. Y las personas con las que hablo se ponen
a la defensiva sin razón, me hacen vagos cumplidos, y comentan sentenciosamente
impresiones que no tienen en verdad. Su cautela mezquina me hace sentir triste:
el mundo es cada vez más repugnante y no puedo soportarlo. La gente intercambia
tensos saludos desconfiando unos de otros hasta cansarse, y así pasa la vida.
A mí no me gusta encontrarme
con gente. Por eso, a no ser que hubiera una razón excepcional, nunca visitaba
a amigos. Lo más cómodo ha sido para mí estar en casa con mi madre cosiendo,
las dos solas, en silencio. Pero finalmente estalló la guerra, y el ambiente se
puso tan tenso, que empecé a sentirme culpable de quedarme en casa todo el día
sin hacer nada. Me sentía angustiada y no podía relajarme en absoluto. Quería
hacer una contribución directa trabajando tan duro como pudiese. Perdí toda fe
en la vida que había llevado hasta ese momento.
No
soporto quedarme en casa en silencio. Sin embargo cuando salgo me doy cuenta de
que no tengo ningún lugar adonde ir. Así que hago las compras, y al regresar,
paso por la estación y me siento distraídamente en la fría banca. Tengo la
ilusión de que alguien venga, pero si esa persona realmente apareciera, ¿qué haría?
La idea me da pánico, pero estoy resignada. Si eso sucede, voy a entregarle mi
vida: estoy preparada y ese momento marcará mi destino. Estos sentimientos de
resignación y fantasías impudentes se entretejen de una forma muy extraña. La
sensación me agobia de un modo sofocante. El mundo alrededor se enmudece; la
gente que va y viene en la estación aparece pequeña y lejana, como si estuviera
mirando por un telescopio al revés. La sensación es vaga, como si estuviera
soñando despierta, como si no supiera si estoy viva o muerta. ¡Ay! ¿Qué cosa
estoy esperando? Acaso yo no sea más que una mujer obscena. Todo eso del
estallido de la guerra, lo de sentirme angustiada, de trabajar duro porque
quiero ser útil, quizás sólo sea una mentira, una excusa noble para tratar de
encontrar una oportunidad de materializar mis fantasías indiscretas. Me siento
aquí con mirada perdida, pero en el fondo, dentro de mí puedo ver cómo flamea
la llama de mis deseos obscenos.
¿Pero, a quién diablos
espero? No tengo en absoluto una idea clara, solamente una imagen vaga y
confusa. Y sin embargo, continúo esperando. Desde el estallido de la guerra
paso por aquí todos los días a la vuelta de las compras y me siento en esta
fría banca a esperar. ¿Y si alguien me sonriera y me hablara? ¡Ay, no!, no es
usted a quien estoy esperando. Entonces, ¿a quién? ¿Qué espero? ¿Un marido? No.
¿Un novio? No, para nada. ¿Un amigo? De ningún modo. ¿Dinero? Es ridículo. ¿Un
fantasma? ¡Ay no, por favor!
Algo más apacible y alegre,
algo maravilloso. No sé qué. Por ejemplo, algo como la primavera. No, no es
eso. Hojas verdes. El mes de Mayo. El agua fresca y cristalina fluyendo a
través de los campos de trigo. No, tampoco es eso. Ay, y sin embargo sigo
esperando, con el corazón palpitante. Las personas pasan unas tras otras
delante de mis ojos. No es aquello, ni esto. Con la cesta de compras en mis
brazos, me estremezco y espero con todo mi corazón. Le pido a usted por favor
que no me olvide. Por favor no olvide a la chica veinteañera que viene todos
los días a la estación y regresa a su casa sintiéndose vacía. Por favor
recuérdeme, y no se ría de mí. No voy a decirle el nombre de la estación.
Aunque no lo haga, usted me verá algún día.
Ahora viene un hombre empujando un carro cargado de cajas que huelen a mierda. Se para ante cada casa, saca de su carro una caja vacía y la deja a la puerta de la casa y coge la caja llena que hay en el suelo y la carga en su carro y sigue hasta la siguiente casa, donde hace lo mismo. Ante la casa de Isidora hace también lo mismo.
Me acerco al hombre.
-¿Qué haces? -digo.
-Soy el mierdero -dice.
Ramiro Pinilla - Verdes valles, colinas rojas
Las calles de Valencia no están pavimentadas o no se las pavimenta con demasiado celo, ya que la tierra que hay en ellas es un excelente abono para los campos. Dado que es un terreno muy sólido que se mantiene limpio,ni siquiera en invierno, como me aseguraron por doquier, hay porquería. La limpieza de ésta, sin embargo, reporta un beneficio a la ciudad: Los jardineros pagan una cierta suma para poder retirar de las calles la porquería y por eso, inmediatamente después de la apertura de la puerta de la ciudad, entran en ésta y en cuando se sale a la calle, ya no se ve ni rastro de ellos.
Wilhelm von Humboldt - Diario de Viaje a España1799-1800
Al censurarle su hijo Tito la intención de aplicar un impuesto sobre los excrementos, Vespasiano le dio a oler la primera cantidad recaudada por este impuesto, al tiempo que le preguntaba si su olor le molestaba; como Tito respondiera negativamente, añadió: "Pecunia non olet".
Suetonio - Vida de los doce Césares
Esta expresión tiene su origen en el mundo del
teatro. Antiguamente la gente asistía a éste en medios de locomoción tirados
por caballos. Cuanta más gente, más caballos y con ello más probabilidad de que éstos hiciesen sus necesidades a las puertas del teatro. De ahí el dicho
"te deseo mucha mierda" o pisar mierda porque auguraba la asistencia
de público.
Marcapaginasporuntubo no le dedica a nadie esta entrada
Liburuklik: Biblioteca Digital Vasca es una
plataforma que garantiza la conservación y difusión del patrimonio
bibliográfico vasco, facilitando que cualquier persona interesada en la lengua
y la cultura vasca pueda tener fácil acceso al mismo. Es un proyecto que se irá ampliando progresivamente
con los fondos bibliográficos de las bibliotecas vascas que deseen participar
en este interesante proyecto cooperativo. Se puede realizar la búsqueda escribiendo
cualquier palabra o término en la casilla de búsqueda que aparece en la
pantalla de Liburuklik. Además, todos los documentos se ofrecen tanto en
formato JPG como en PDF, y se pueden guardar, imprimir o simplemente visualizar
y consultar en pantalla.
Insertar la pieza A en el espacio B
Dave Woodbury y John Hansen, enfundados en sus grotescos trajes espaciales, supervisaban el lento desplazamiento de la caja de embalaje que se alejaba del carguero para entrar en la cámara de presión. Después de un año en la estación espacial A5, estaban comprensiblemente hartos de los ruidos metálicos de los aparatos de filtración, de los toneles hidropónicos con fugas y de los generadores de aire que zumbaban constantemente y de vez en cuando se paraban.
-Nada funciona -se quejaba Woodbury- porque todo lo ensamblamos nosotros a mano.
-Y siguiendo instrucciones redactadas por un idiota -añadía Hansen.
Tenían buenas razones para quejarse.
Lo más caro a bordo de una nave espacial era el lugar destinado al cargamento, de modo que todo el equipo se despachaba desarmado y embalado. Luego había que ensamblarlo en la propia estación con manos torpes, con herramientas inadecuadas y siguiendo unas instrucciones confusas y ambiguas.
Woodbury envió por escrito una queja a la que Hansen añadió los adjetivos apropiados, y así la Tierra recibió requerimientos formales para corregir la situación.
Y la Tierra respondió. Se diseñó un robot especial que tenía un cerebro positrónico atiborrado de los conocimientos adecuados para ensamblar cualquier máquina desarmada que existiera.
Ese robot se encontraba en la caja que estaban desembarcando, y Woodbury temblaba incluso cuando se cerró la cámara de presión.
-Primero que revise la montadora de alimentos y que ajuste el botón de la regulación de bistecs, para que podamos por fin comerlos poco hechos en vez de quemados.
Entraron en la estación y trabajaron delicadamente con las varillas desmoleculizadoras, cerciorándose de que ni siquiera un átomo de metal de ese precioso robot resultara dañado.
¡Se abrió la caja!
Y dentro había quinientas piezas y unas confusas y ambiguas instrucciones para ensamblarlas.