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lunes, 20 de agosto de 2018

Barcelona



La mina del jardín de los pavos reales (13)

En Husainabad, detrás de Satkhande, había una zona baja de terreno cubierta de juncos en la que se levantaba una casa construida con ladrillos grandes de la época de Muhammad Ali Shah. Nos llevaron allí. Era un lugar muy cuidado y lo habían limpiado muy bien. Había jarras de metal y vasijas de barro llenas de agua fresca, y en el patio interior, sobre una plataforma de madera, había un farolillo encendido. Falak Ara estaba dormida. La tumbé en una cuna, y colgué la jaula a su cabecera. No tardé mucho en colocar todas las cosas. El Daroga se había marchado después de dejamos ahí, pero al cabo de un rato volvió. Me llamó para que fuera a la puerta. Sacó un talego del cinturón y me dijo:
-Se ha vendido la jaula. El dinero lo tiene Chote Mian. Aquí tienes estas cien rupias para los gastos que puedas tener ahora, cuéntalas. ¿Quieres que te lo dé todo ahora?
-No, Daroga Sahab -le dije, preocupado-, yo me mareo de ver tanta plata.
El Daroga se empezó a reír y luego me dijo:
-Y, ¿te has olvidado del dinero para el alpiste y el agua? 
Yo me había olvidado por completo, ni siquiera recordaba dónde los había puesto.
El Daroga, al darse cuenta de mi desconcierto, me preguntó:
-¿Qué ocurre?
En ese momento me acordé. Entré corriendo en la casa, abrí un hatillo y saqué los ashrafis que estaban envueltos en la cubierta de la jaula real. A continuación volví a salir y se los di al Daroga.
-Daroga Sahab, ¿dónde los voy a guardar yo? -le dije-. Guárdelos usted, o déselos a Chote Mian.
-No deberías confiar tanto en los demás, Kale Khan -me dijo.
-No me diga eso, Daroga Sahab. ¿Acaso usted es como los demás?
-¡Eres admirable! -dijo el Daroga y se guardó el dinero en el cinturón, y después me dijo-: Bueno, ya estará lista la comida. Cuando termines de comer, vete a tu casa. Por las mañanas puedes hacer lo que quieras, pero por las noches, quédate allí. Si van los hombres del Nawab, habla con ellos con mucha seguridad, y procura que no salga a relucir el nombre de Chote Mian. Él dice que le da igual que se le nombre, ya que es un hombre muy valiente, pero, ¿qué sentido tiene correr el riesgo sin necesidad? Tenlo presente. Haz como si nunca hubiera ido a tu casa. Bueno, que Alá te proteja.
Llegué a mi casa cuando todavía no era noche cerrada. N o me sentía bien sin Falak Ara y no hacía más que dar vueltas en la cama. Tenía el presentimiento de que iba a ocurrir algo. Al final, ya no podía estar tumbado, así que me levanté, salí de mi casa y me puse a pasear delante de la puerta.
Cuando la noche estaba más avanzada vi la luz de dos antorchas que se aproximaban a mi casa. Entré en casa rápidamente, cerré la puerta por dentro y me tumbé en la cama. Al cabo de un rato oí que llamaban a la puerta.
Además de los portadores de antorchas había otros cuatro hombres. Me preguntaron mi nombre y todos mis datos, me felicitaron por el premio con bastante hosquedad, y a  continuación me preguntaron que dónde estaba la mina.
-La he vendido -dije.
-¿La has vendido? -dijo uno asombrado-. ¿Tan pronto? 
-Soy un hombre pobre. ¿Cómo voy a tener en casa a un pájaro real?
Después me empezaron a hacer muchas preguntas. El reflejo de las antorchas me daba directamente en la cara, y yo empecé a sentirme más atemorizado, pero me contuve y respondí sin vacilar a todas sus preguntas.
-¿Quién la compró?
-No lo sé. Llevaba el rostro cubierto.
-Si lo vieras, ¿lo reconocerías?
-No, llevaba el rostro cubierto.
-¿Por cuánto la vendiste?
-No se lo puedo decir, me hizo jurar que no lo diría. 
-¿Porqué?
-No sé, él sabrá.
-¿Vino Chote Mian?
-¿Qué Chote Mian?
Después se quedaron un rato en silencio y luego me preguntaron:
-Entonces, ¿vendiste la mina?
-Sí.
-Y, ¿qué has hecho con el dinero? -me preguntó uno-.
Somos los hombres de Madar-ud Daula Bahadur, así que piensa lo que dices. ¿Qué hiciste con el dinero, Kale Khan? 
-Por ahora sólo he recibido un anticipo.
-¿De cuánto?
-De una rupia, -dije, sin pensar.
Después empecé a sudar a causa de los nervios. ¿Quién se iba a creer que le había vendido a un desconocido una jaula de oro y un pájaro real sólo por una rupia? En ese momento uno de ellos gritó:
-Kale Khan, ten cuidado con lo que dices.
Lo dijo tan fuerte que algunas personas de la vecindad se acercaron. Yo estaba callado. El portador de la antorcha que tenía enfrente se cambió de mano la antorcha yeso hizo que su llama ondeara e iluminara el rostro del que hablaba. Era un muchacho joven. Más que un joven, tendría que decir que era prácticamente un niño. Ni siquiera le había salido completamente el bigote. Era apuesto. A continuación volvió a gritar:
-Kale Khan, ¿serías incapaz de reconocer a ese hombre? 
De repente, se me pasó el miedo.
-Está bien, sí que lo reconocería -respondí-, pero no le voy a decir quién era. ¿Quién es usted para preguntarme a mí?
Ellos se me quedaron mirando un rato en silencio. Después se dieron la vuelta todos a la vez y se marcharon. Los vecinos se me acercaron y me empezaron a preguntar qué era lo que había ocurrido.
-Nada -les contesté-, se avecinan malos tiempos.
Me tumbé en la cama sin cerrar siquiera la puerta de casa por dentro, y me quedé pensando.
Al final me dije a mí mismo: «Las cosas se han complicado.»
Y estaba en lo cierto. A la mañana siguiente, muy temprano, me arrestaron. Encontraron en mi casa un cuenco de oro y plata de la Jaula Maravillosa.
Ya había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevaba en la cárcel. Creía que iba a pasar toda la vida en aquella jaula. Allí, casi todos los que me rodeaban eran maleantes y ladronzuelos de Lucknow. No me agradaba estar con ellos, así que siempre estaba solo. Echaba mucho de menos a Falak Ara y, en ocasiones, me parecía oír muy cerca su parloteo y los trinos de Falak Mina, y eso hacía que me pusiera nervioso, pero me tranquilizaba al pensar que estaría entretenida con su mina, y que Nabi Bakhsh y Chote Mian estarían cuidando de ella mejor que yo. Sobre todo no tenía preocupación por el dinero. A pesar de que ahora no recibía ningún sueldo, el ashrafi mensual para Falak Mina, sumado al dinero de la jaula real me parecía una riqueza tan grande que aunque a veces pensara en qué gastarla, no se me ocurría nada. También me planteaba si tendría alguna vez la oportunidad de gastarla o si me moriría encerrado en esa prisión. Deseaba de todo corazón poder hacerle llegar otra petición al Badshah. Todavía no había empezado mi juicio y no sabía cuándo empezaría, y tampoco sabía, en el caso de que me castigaran con la cárcel, cuánto tiempo tendría que permanecer allí.
Pero un día, de repente, sin haber tenido antes ninguna noticia al respecto, me liberaron. Pensé que quizás el Daroga Nabi Bakhsh habría conseguido la intercesión de Munshi Amir Ahmad Sahab, pero cuando me dispuse a salir me di cuenta de que también habían liberado a otras personas, quizás a todas. Había un gran bullicio, pero logré abrirme paso y salí a la calle, y una vez allí me dirigí directamente a Satkhande.
Al cabo de un rato salí de mis pensamientos, y me empezó a parecer que todo había cambiado. La ciudad tenía un extraño aspecto sombrío. En las calles más grandes había soldados a caballo vigilando, y en la entrada de todas las callejuelas por las que iba veía a dos o tres soldados ingleses. La gente estaba en las callejuelas en pequeños grupos, hablando en voz baja. Como tenía prisa por llegar a casa, no me paré en ninguna parte, pero por todos lados se oía la misma conversación. Sin necesidad de pararme me enteré de que había finalizado el reinado de Awadh. Habían destronado al sultán Wajid Ali Shah, el cual había abandonado Lucknow y se había marchado. El gobierno de Awadh pasó a manos de los ingleses, que llevados por la alegría liberaron a muchos presos.
Entre ellos me encontraba yo. Sentía como si hubiera salido de una jaula para meterme en otra. Deseaba darme media vuelta y volver a entrar en la cárcel, pero, en ese instante, volví a recordar a Falak Ara y empecé a correr para llegar a Satkhande.
Al llegar allí, vi que todo estaba como antes. Al principio, Falak Ara estaba un poco esquiva, pero al cabo de un rato se sentó en mi regazo y empezó a contarme todas las nuevas anécdotas de su mina.

El hecho de que yo ya no deseara vivir en Lucknow y que al cabo de un mes me marchara a vivir a Benarés, la revuelta del cincuenta y siete, el apresamiento del Badshah en una cárcel de Calcuta, el enfrentamiento de Chote Mian con los ingleses, la destrucción de Lucknow, el ataque de los ingleses en Qesar Bagh, el hecho de que se entretuvieran cazando los animales reales de las jaulas de fieras, el que una tigres a escapara tras herir al inglés que la quería cazar, el que los ingleses airados dispararan al Daroga Nabi Bakhsh, todas ésas son otras historias, dentro de las cuales, a su vez, hay otras historias.
Sin embargo, la historia de la mina del Jardín de los Pavos Reales finaliza justo en el preciso instante en que Falak Ara está sentada en mi regazo y comienza a contarme todas las nuevas anécdotas de su mina.

Naiyer Masud