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domingo, 5 de agosto de 2018

Botánico



Reflexiones de un casi humano (2)

La primera vez que bajé y traspasé la línea de las nieves perpetuas más allá de lo que lo había hecho hasta entonces y vi el lugar de los Otros, salía humo de la hierba que cubría una cabaña y pensé que se estaba incendiando. Me asusté. Cuando la tierra está seca después de los meses de calor, a veces arde todo, los árboles también, y tenemos poca comida. Me escondí detrás de la roca, en la colina que está detrás de las cabañas, y observé, pero a pesar de que no dejaba de salir humo del tejado, la hierba no se quemó. Luego vi que Ellos amontonaban ramas en un lugar entre las cabañas, y después sacaron en una rama hueca la materia roja que hace fuego y la pusieron en las ramas, y el fuego prendió pero no se propagó por todas partes ni quemó las cabañas, la hierba o los árboles. Se fueron todos al río y no quedó nadie en el lugar. Descendí con cautela, me metí en la cabaña humeante y coloqué un poco de la sustancia roja en una gran rama, tal como Ellos habían hecho. Me quemé los dedos. Entonces regresé corriendo hacia lo alto, donde tenemos nuestras cuevas, y les dije a mis hermanos: «Mirad, he traído el fuego que Ellos han dominado para que no les queme. Ya os lo había explicado, ¿os acordáis?». No se acordaban, y cuando puse la sustancia roja -como piedras de luz, que es lo que arde en los enormes árboles muertos después de que haya pasado el fuego en un haz de ramas, se oscureció y después se enfrió. Entonces me pregunté por qué no habíamos pensado nosotros en usar el fuego como Ellos lo hacían. Pero mis hermanos no me creyeron cuando les conté que Ellos construían un lugar dentro de un refugio donde el fuego vive como un pájaro y no es ningún peligro para Ellos. Fue entonces cuando me dijeron por primera vez que ya no era uno de ellos, y cuando respondí que lo que decía era cierto y que podríamos aprender a hacerla, me golpearon. 
Traté de hacerme con el fuego otra vez más, y de nuevo el rojo abrasador estaba frío y negro cuando subí y regresé a donde vivimos mis hermanos y yo. Ese día me quedé pensando un buen rato, y más adelante con frecuencia volví a pensar, en cómo montaban Ellos los haces de ramas y ponían el fuego en estos y luego pedacitos de madera en las llamas. A veces una persona se sienta frente al fuego y lo observa y va añadiendo ramas. Se sientan todos alrededor del fuego y charlan. A veces, del mismo modo que nosotros, se cuentan historias, pero no siempre es así. A veces hay uno que habla durante largo tiempo y los otros permanecen sentados y no hablan, pero entonces Ellos abren sus bocas de oreja a oreja y hacen ruidos como nosotros cuando estamos asustados o nos gritamos, o como el Pájaro Ruidoso cuando informa de que se acerca el tigre. Ellos no tienen miedo, creo. Parecen estar a gusto. ¿Hacemos nosotros algo así? He estado observándonos y escuchándonos a nosotros mismos, pero no somos iguales. Nunca nos quedamos sentados mucho tiempo mientras uno habla. Solo decimos: Hay un árbol bonito. O: Ten cuidado, por ahí es peligroso. O: Si haces eso te morderé. A veces Sus charlas no tienen nada que ver con las nuestras, sino que suenan más bien como si fueran pájaros que hablan o tigres que cantan cuando hay luna llena. A veces, cuando mis hermanos no están cerca, intento producir sonidos como los suyos, pero todo lo que logro son gruñidos como los del cerdo o el oso. Entonces me pongo triste. He estado triste a menudo desde la primera vez que bajé por la montaña y los vi. A veces desearía no haber descubierto jamás su lugar y no haberlos visto, porque duele demasiado. 
¿Por qué son tan diferentes? ¿En qué son distintos? A veces me parece que en todo, pero después pienso que tienen el mismo aspecto y que caminamos igual. 
Cuando los vi por primera vez pensé: Pero si son como nosotros; después supe que no. Los veo y nos veo con más claridad que al principio. 
En la estación fría, después de que los viera por primera vez, estaba con mis hermanos en una cueva mientras caía la nieve y nos estábamos calentando, y pensé: Nos mantenemos calientes aunque no tenemos el fuego como Ellos. Estamos cubiertos de pelo y eso nos da calor. Y luego pensé: Nosotros nos calentamos a pesar de que no tenemos fuego como Ellos. Tenemos pelo por encima y eso nos da calor. Y entonces pensé: Pero Ellos llevan un abrigo, como una corteza o las hojas que colocamos sobre la cabeza cuando hace calor. Durante todos los meses fríos pensé en Ellos y en sus abrigos, y entonces, cuando llegó el calor otra vez, me escondí detrás de las rocas y miré hacia abajo, al río, y vi a la Hembra sola en el río. No llevaba abrigo. Se lo había quitado. Vi que solo tenía pelo en la cabeza y más abajo, por donde daría a luz. Toda ella es tersa, de un color marrón como el del interior de la corteza de un espino, y brilla. El pelo de la cabeza es muy largo y liso, como la cortadera o el largo pelaje del pescuezo de sus animales grandes. Es suave y largo, no rojizo e hirsuto como el nuestro. Solo entonces me di cuenta de lo distinto que era ser suave y no estar cubierto de pelo. Por eso Ellos usan el fuego para calentarse. Sin el fuego morirían, incluso con los abrigos, que están hechos de algo que no conozco. Seguí pensando en lo distintos que son. Miré en el interior del pozo que hay junto a la cueva y me di cuenta de que no era como Ellos sino como mis hermanos, y pensé que somos muy feos, y me puso triste pensar que tenemos los mismos brazos y piernas y cabeza, y el mismo tamaño, pero que Ellos tienen el cabello largo y suave, negro, brillante, que cae de sus cabezas, mientras que nosotros tenemos un feo pelo rojizo por todas partes. 
Una vez, después de haber estado mirándolos un buen rato mientras Ellos cavaban la tierra con palos, me di cuenta de que me había apartado de las rocas y me encontraba en un lugar donde Ellos podían verme. Dejaron de trabajar y se apiñaron, de la misma manera que lo hacemos mis hermanos y yo cuando estamos en peligro ante un tigre o un oso. Allí estaban. Yo no me acerqué más. Quería que supieran que no iba a hacerles daño. Se quedaron allí, y entonces lanzaron sus reclamos y gritos, y los otros salieron de las cabañas y se quedaron mirándome y emitiendo sus sonidos. Uno me arrojó una rama, pero otro lo detuvo, y todos Ellos gritaron al que había tirado la rama. Empecé a caminar hacia Ellos. Tenía que hacerlo. Sentí que debía estar con Ellos. Los deseaba. Al principio algunos retrocedieron e incluso hubo uno que salió corriendo, pero los otros permanecieron allí y miraban, y cuando estuve a un salto me detuve. Me preguntaba si me deseaban tanto como yo los deseaba. Entonces la Hembra a la que antes había visto en el río sin su abrigo sacó de este un poco de comida y se acercó hacia mí, ofreciéndomela. Los otros hacían sonidos, como los gemidos del viento, pero ella siguió avanzando poco a poco, un paso y luego otro paso, y yo cogí la comida. Sabía que quería que me la comiera. No sabía qué era. Ni fruta ni animal, sino una cosa blanda, insípida.  Me lo comí porque ella me lo había dado. Todos estaban mirando. Estuvieron hablando todo el tiempo, hablando no del mismo modo que nosotros, sino en un delicado rumor continuo que subía y bajaba de tono, como los trinos de los pájaros. Yo no quería irme. Uno de Ellos echó a correr y se alejó, penetrando entre los árboles, pero entonces algunos fueron tras él y lo trajeron de vuelta. Gritó y agitó los brazos y me di cuenta de que quería lastimarme. Entonces algunos regresaron a sus labores. Estaban cavando como nosotros cuando intentamos atrapar insectos y raíces, y cuando me di cuenta de esto cogí un palo y empecé a hacer lo que Ellos hacían. Los ruidos que emitían eran como los que también hacían a veces cuando uno de ellos hablaba y los otros escuchaban. Pero yo seguí, y la Hembra se acercó y me mostró cómo sostener el palo afilado, y después otro le entregó mi palo que tenía el borde duro y yo lo usé y trabajé allí con Ellos. No demasiado cerca de Ellos, porque no quería que pensaran que iba a lastimarlos. Entonces vi que las sombras que descendían de la montaña se volvían oscuras y frías; pronto oscurecería. Así que me despedí, aunque sabía que no me entendían, y me alejé caminando hacia las rocas y regresé arriba. Se lo conté a mis hermanos. Se enfadaron. Tenían miedo. Dijeron que no debía hacerla. Dijeron que Ellos vendrían a cazarnos. Dijeron que estábamos allí en esa montaña porque los Antiguos nos habían traído desde la otra montaña que se podía ver a lo lejos: Nos habían dado caza allí mucho tiempo atrás. Debíamos tener cuidado con Ellos y mantenemos fuera de su vista. Pero yo quiero estar con Ellos. Eso es lo que quiero. 

(Sigue)