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lunes, 6 de agosto de 2018

Bagá




Reflexiones de un casi humano (3)

Al día siguiente bajé y los encontré cavando la tierra, y uno o dos se acercaron y alargaron las bocas y estrecharon las manos. Estaban contentos. Al poco rato se puso a llover. Todos se metieron en las cabañas. Yo los seguí. Quería estar con Ellos junto a su dócil fuego. En la puerta de la primera cabaña me gritaron y agitaron los brazos, pero en la siguiente estaba la Hembra y evitó que me impidieran entrar. Estuve asustado bastante tiempo, a las puertas del agujero de la cabaña, viendo cómo las llamas daban pequeños saltos en el interior, pero la Hembra siguió haciendo gestos con las manos y yo sabía que significaban entra, y por fin entré y me senté lo más lejos posible de Ellos y del fuego, de espaldas a los troncos de la pared. El fuego podía saltar a salvo allí, rojo y maravilloso y cálido ante mis piernas, que estiré, y fuera la lluvia era fría. Sobre las llamas había una piedra que era hueca y dentro había comida, y entonces pusieron parte de la comida sobre una cosa llana, como una piedra, y me la dieron. Comí y dije a mi manera que me gustaba. Hablaban mucho, nunca paraban de hablar, y luego cada uno de Ellos se acercó a mí, todos con miedo, para tocarme, para tocar mi pelo tieso y áspero, para tocar mi cara y mis brazos. Entonces uno, que todavía no era adulto, un muchacho, colocó la mano en mis partes sensibles y se rió y tiró; en ese momento ya se habían enfadado con él y uno le golpeó y el muchacho hizo un ruido fuerte y el agua corrió de sus ojos. 
La Hembra me acarició con sus manos suaves, que no tenían pelo. 
Su largo y delicado cabello estaba cerca de mí y puse mi mano sobre este, pero ella sacudió la cabeza y se apartó de mí y se sentó con los otros. 
Ese día me quedé en la cabaña mientras la lluvia caía, fría, y cuando oscureció iba a salir, pero Ellos me hicieron saber que me podía quedar. Así que esa noche dormí como lo hacemos en nuestra cueva, sentado con la espalda contra la pared, los brazos cruzados para darme calor, porque mis hermanos no estaban allí para abrazarme. Pero al día siguiente todavía llovía y empecé a preocuparme por mis hermanos: debían de estar pensando que Ellos me habían matado y empezarían a lanzar piedras a sus casas. De modo que levanté los brazos hacia Ellos y los agité un poco arriba y abajo e hice un ruido que para nosotros significa «me pone triste irme», y salí bajo la lluvia y regresé aquí arriba. 
Se lo conté a mis hermanos. Pero ahora no solo estaban enfadados: estaban preocupados. Me di cuenta de que no querían estar cerca de mí. No dejaban de olerme: eso significaba que me había impregnado del olor de los Otros. Esa noche, cuando fuimos a nuestra cueva en busca de cobijo y sueño, se apiñaron al fondo y yo me quedé tan solo como lo había estado la noche anterior con Ellos. y mis hermanos me miraban del mismo modo que Ellos: como si fuera tan diferente que no quisieran estar cerca de mí. Pensé que no debía volver con Ellos; no quiero que mis hermanos me alejen. Así que fui con mis hermanos al valle donde había fruta madura, y esa noche dormimos bajo un gran árbol donde solemos dormir cuando la fruta está en sazón, y al día siguiente tres de nosotros atrapamos una liebre y la matamos y nos la comimos. Pero yo estaba pensando en que Ellos ponían la carne en una piedra hueca y echaban agua en ella, y aquello sobre el fuego se transformaba en otra cosa. No se lo expliqué a mis hermanos. Estaba pensando en Ellos. Los quería. Quería estar donde están Ellos. Quería más de esa comida blanda porque es lo que Ellos comen. Quería ver el negro cabello de la Hembra a la luz de las llamas, que es como el agua cuando el sol escarlata se pone. Lo quería todo de Ellos, sus rápidas voces, agudas como pájaros, y el delicado calor de su fuego. Los quería. 
Y tenía que regresar. Una mañana, mientras mis hermanos aún dormían, me fui y vi que de las cabañas no salía humo. Sabía que a menudo abandonaban un asentamiento y se iban a otro, pero esta vez no pretendían estar fuera mucho tiempo, porque tenían a sus animales metidos en un lugar con piedras lo bastante altas alrededor para que no pudieran escapar. Son animales grandes, más grandes que Ellos o nosotros. Y tienen cuatro patas, como un ciervo, pero son incluso mayores que nuestro ciervo más grande. Tienen un pelaje largo que les cae por el pescuezo, pelo negro que me recordó al de la Hembra. Me metí donde estaban los animales y al principio se asustaron de mí, pero después ya no, y siguieron comiendo la hierba seca que Ellos habían puesto allí para que se alimentaran. Fui hacia el animal negro, con reluciente pelo negro que le caía por el pescuezo, y acaricié ese pelo, aunque no era tan suave como el de la Hembra. Y entonces lo entretejí, tal y como había visto que uno de Ellos hacía con el suyo, separando el pelo y después trenzándolo igual que nosotros juntamos ramas delgadas para hacer una cama o hierbas largas para evitar el sol abrasador. Mientras lo hacía pensé en la Hembra y en su cabello. Pensé que me gustaría tener una de sus hembras para que viniera a donde mis hermanos y yo vivimos, pero sé que es demasiado delicada y pequeña, en vez de fuerte, y que no tiene el suficiente pelo por todas partes para mantenerse abrigada en las alturas nevadas donde vivimos. 
Mientras estuve con los animales, jugando con su pelaje, no miré hacia las cabañas, y después lo hice y vi que algunos niños habían salido sigilosamente, con piedras y palos, y estaban a mi alrededor. Entonces chillé y salté entre las piedras, y subí corriendo hasta aquí. 
Vi muchas veces salir y ponerse el sol, y todo el tiempo pensaba en Ellos, y me preguntaba por qué eran tan delicados y sin pelo y sabían cómo cubrirse y tenían fuego y hacían que creciesen plantas en la tierra desnuda. Y cómo lograban que sus voces subieran y bajaran. ¿Por qué son como son? ¿Por qué nosotros somos como somos?  
Cuando la nieve cayó sobre Ellos, metieron las semillas de las plantas en una cabaña. Estas semillas son lo que muelen en una piedra hueca para hacer esa comida blanda. Me escondí entre las rocas a la espera de que salieran y me preguntaran si quería entrar con Ellos, pero la apertura de las cabañas había desaparecido, y luego la cabaña se abrió y la Hembra salió con un Varón, y ella me hizo un gesto con la mano, pero el Varón la metió otra vez en la cabaña y la cabaña se cerró. Me di cuenta de que debía regresar aquí arriba. 
Ha sido una larga época de nevadas duras. Muy fría. Hemos pasado hambre. Dormíamos la mayor parte del tiempo. Hizo tanto frío que yo estaba junto a ellos acurrucado, abrazándonos los unos a los otros, y yo no quería permitir que me apartaran. Debí de perder pronto el olor a Ellos, porque mis hermanos estaban contentos de que mi calor estuviera junto al suyo. A veces pienso que olvidan rápido, más rápido que yo. Este pensamiento me asusta. Una vez, cuando la tormenta cesó durante un rato, salimos y encontramos una liebre enferma y nos la comimos. Había nueces en un árbol y teníamos hambre, pero entonces me acordé de Ellos y de lo que Ellos hacen, y arranqué algunas ramas con nueces y las arrastré hasta la cueva. Mis hermanos me regañaron y me golpearon, pero después vieron que lo que estaba haciendo era útil. Si sabemos hacer lechos de hierba para el invierno, ¿por qué no guardar nueces o brotes de hierba? Siempre comemos brotes de hierba de nuestro lecho cuando no hay más comida. En varias ocasiones, cuando dejó de nevar, salimos y encontramos nueces y algunas bayas que los pájaros han dejado, y así conseguimos un poco de comida para los peores días. Fue una época larga, muy larga, de frío. Ocho lunas estuvieron afiladas y llenas, y afiladas y llenas otra vez, y entonces vi que muy por debajo de nuestro lugar, más abajo de las nieves, el verde había vuelto. Todo ese tiempo estuve pensando en Ellos y en sus cálidas cabañas con fuegos ardiendo y en cómo hablaban con sonidos como los pájaros o el agua. Siempre que estaba despierto pensaba en Ellos. A veces mis pensamientos sobre Ellos me despertaban, y entonces me sentaba en la boca de la cueva deseando estar con Ellos, hasta que me entraba frío y tenía que regresar a apiñarme con mis hermanos. 
Cuando el aire fue cálido, cuatro de nosotros descendimos a través del montón de nieve que se estaba fundiendo en los ríos y fuimos a donde nuestras Hembras vivían junto a su Varón. Las encontramos fuera de su cueva en un lugar donde la nieve había desaparecido. Cada una tenía una criatura. Su Varón no estaba allí: había muerto. Era un Varón anciano. Y entonces mis hermanos y yo nos miramos enfadados. Gruñimos y casi nos peleamos, pero todos, corriendo entre los árboles y la nieve que había medio desaparecido, fuimos hacia las Hembras, que estaban esperando, abrazando con fuerza a sus criaturas. Ahora no había ningún Varón que nos obligara a esperar a su partida, o a entrar a hurtadillas mientras se apareaba con una de ellas. Mis hermanos se enfrentaban entre sí y se pegaban, y yo entré rápidamente y me apareé con la que me proporcionó el calor la última vez. Los tres vieron lo que estaba haciendo y vinieron a pelearse conmigo, pero entonces uno aprovechó la ocasión y se hizo con una Hembra y después con otra. No tardamos en establecer el turno de cada uno, y repetir una vez y otra. Yo pensaba en Ellos yen sus pequeñas y delicadas Hembras, con sus largos cabellos, y ahora estas Hembras me parecían duras y grandes y feas, con su hirsuto cabello rojizo. 

(Sigue)