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jueves, 9 de agosto de 2018

AEMET





La mina del jardín de los pavos reales (2)

Era la primera vez que contemplaba a Falak Ara con atención desde que se murió mi mujer. Tenía su misma tez y sus mismos rasgos. Resultaba sorprendente que aquella muñequita de porcelana fuera hija de un diablejo negro como yo al que la gente confundía con un negro de Abisinia. Al pensar que tras la separación de su madre la pobre niña había estado tanto tiempo anhelando el cariño de su padre sentí pena por ella y rabia hacia mí mismo. Pero en dos o tres días se familiarizó mucho conmigo, mucho más de lo que lo estuvo nunca con su madre, y yo, excepto algunos días en los que iba al mercado a comprar algo, nada más terminar el trabajo, volvía directamente a mi casa y me quedaba tras la puerta esperando oír sus pasitos.
No le llevaba ningún regalo del mercado. A pesar de que cobraba más que en Husainabad, gran parte de mi salario lo destinaba a devolver el dinero que había pedido prestado, y sólo me quedaba dinero para comprar los alimentos más básicos. Aunque ella todavía no había aprendido a pedir cosas, un día, de repente, mientras estaba hablando conmigo, me dijo:
-Papá, ojalá me trajeras una mina de las montañas.
Yo permanecí en silencio. Tras la muerte de mi mujer, juré que no volvería a tener pájaros en casa, pero al ver su mirada llena de ilusión le dije:
-¡Claro! ¡Cómo no le voy a dar a mi mina de las montañas una mina de las montañas!
Desde aquel momento empezó a esperar a que le llevara su mina. Un día incluso di una vuelta por el mercado de los pájaros. Los minas de las montañas valían más que los minas comunes, pero no tanto como para que no pudiera hacer frente a ese gasto, pero con lo que me quedaba en esos momentos de mi sueldo no podía permitírmelo. Abandoné la zona de los pájaros y me acerqué a la de las jaulas. Había un montón de clientes y ése fue el primer día en el que oí hablar de la Jaula Maravillosa del Huzur-e-Alam, el visir. Por lo que decía la gente deduje que llevaba mucho tiempo haciendo construir una jaula muy grande para regalársela al Badshah. También me enteré de que en Lucknow no se hablaba de otra cosa. Algunos de los clientes del mercado de los pájaros afirmaron que habían visto cómo se construía la jaula y que no sabían como iban a transportar una jaula tan grande a Qesar Bagh. Entonces un anciano dijo:
-Ésos son asuntos de visires. Si cuando quieren trasladan todo el sultanato de un lugar a otro, ¿por qué os asombráis por una pequeña jaula?
Todo el mundo empezó a reírse, y uno de los que afirmaban haber visto la jaula dijo:
-Eso lo dice usted dice eso porque no la ha visto. ¿Una jaula? Para que se haga una idea su altura será...
-¿Cómo será? ¿Más alta que la Rumi Darwaza?
-Bueno, no más alta que la Rumi Darwaza, pero no más pequeña que los portones de Husainabad.
-¿Nada más? -dijo el anciano-. En ese caso se la colgará en el dedo meñique de la mano izquierda y pasará por encima de la Rumi Darwaza.
Todos los allí presentes comenzaron a reírse a carcajadas, y yo me marché a casa.

(Sigue)