La mina del jardín de los pavos reales (9)
Al día siguiente salí de casa con la idea de buscar un escribano. En esa época había varios en Lucknow. En mi mismo barrio vivía Munshi Kalka Prashad, y conocía a tres que a menudo acudían ante el Badshah. Uno se llamaba Mirza Rajib Ali Sahab, otro Munshi Zahiruddin Sahab, y otro Munshi Amir Ahmad Sahab. Mirza Sahab era muy famoso y hubo un tiempo en que la fama de su pluma llegó hasta muy lejos, así que no me atreví a decirle nada a él. Después de mucho preguntar por Munshi Zahiruddin, llegué a su casa y me enteré de que se había marchado a Balgram. El único que me quedaba era Munshi Amir Ahmad Sahab. No encontré a nadie que me pudiera dar su dirección, pero me dijeron que todos los viernes acudía al santuario de Shah Mina Sahab. '7 Dio la casualidad de que ese día era viernes, y además, de luna nueva, de modo que al atardecer pasé cerca del fuerte de Machhi Bhawan y llegué al santuario. A pesar de que había congregada una gran multitud de personas, conseguí llegar hasta la tumba, donde en ese momento estaban interpretando qawwali, cantando unos textos escritos por el propio Munshi Sahab que se encontraba allí presente. Yo ya lo había visto varias veces en Qesar Bagh. Me quedé en una esquina y me puse a escuchar el qawwali. Al final de la noche, cuando terminó la música, muchas personas se acercaron a hablar con Munshi Sahab. Finalmente, se despidió de todos, se marchó y yo salí detrás de él. Munshi Sahab, dando vueltas a su rosario, tomó una calle, luego otra, y cuando se disponía a girar por la tercera, conmigo tras él como una sombra, se volvió un poco asustado y se paró. Yo me acerqué y le saludé, y él respondió a mi saludo y se quedó mirándome con atención.
Al día siguiente salí de casa con la idea de buscar un escribano. En esa época había varios en Lucknow. En mi mismo barrio vivía Munshi Kalka Prashad, y conocía a tres que a menudo acudían ante el Badshah. Uno se llamaba Mirza Rajib Ali Sahab, otro Munshi Zahiruddin Sahab, y otro Munshi Amir Ahmad Sahab. Mirza Sahab era muy famoso y hubo un tiempo en que la fama de su pluma llegó hasta muy lejos, así que no me atreví a decirle nada a él. Después de mucho preguntar por Munshi Zahiruddin, llegué a su casa y me enteré de que se había marchado a Balgram. El único que me quedaba era Munshi Amir Ahmad Sahab. No encontré a nadie que me pudiera dar su dirección, pero me dijeron que todos los viernes acudía al santuario de Shah Mina Sahab. '7 Dio la casualidad de que ese día era viernes, y además, de luna nueva, de modo que al atardecer pasé cerca del fuerte de Machhi Bhawan y llegué al santuario. A pesar de que había congregada una gran multitud de personas, conseguí llegar hasta la tumba, donde en ese momento estaban interpretando qawwali, cantando unos textos escritos por el propio Munshi Sahab que se encontraba allí presente. Yo ya lo había visto varias veces en Qesar Bagh. Me quedé en una esquina y me puse a escuchar el qawwali. Al final de la noche, cuando terminó la música, muchas personas se acercaron a hablar con Munshi Sahab. Finalmente, se despidió de todos, se marchó y yo salí detrás de él. Munshi Sahab, dando vueltas a su rosario, tomó una calle, luego otra, y cuando se disponía a girar por la tercera, conmigo tras él como una sombra, se volvió un poco asustado y se paró. Yo me acerqué y le saludé, y él respondió a mi saludo y se quedó mirándome con atención.
-Vengo a rogarle su misericordia.
Munshi Sahab se metió la mano en el bolsillo. Yo junté las manos y le dije:
-Señor, no soy un indigente.
-¿Entonces?
-Soy aún más miserable que un indigente, pero en sus manos está el poder de salvarme de la destrucción.
-Pero, mi buen amigo, ¿por qué hablas de forma tan enigmática? ¿No puedes hablar un poco más claro?
Empecé a contarle toda mi historia allí mismo, de pie, pero al cabo de un momento Munshi Sahab me interrumpió. Estábamos cerca de su casa así que me invitó a entrar. Yo insistí en que ya era muy tarde, y que quizás sería mejor que regresara al día siguiente, pero él escuchó toda mi historia en ese momento. A medida que se la contaba, a veces me compadecía, a veces se asombraba, a veces se reía y a veces alababa al Badshah. Después de finalizar el relato y de manifestarle mi deseo, se quedó pensativo, y al final dijo:
-Mira, Kale Khan, tu historia me ha emocionado. Escribiré la petición en tu nombre, y lo haré poniendo todo mi empeño, pero el problema es cómo conseguir que llegue al Badshah. Eso no es algo que tú puedas hacer, ¿tienes algún intercesor?
-¿Un intercesor? -le dije-. Munshi Sahab, el único intercesor que tengo es usted. Preséntese usted ante el sultán...
-Sí, es cierto que en ocasiones comparezco ante su presencia, pero se debe únicamente al honor que concede Su Majestad el Badshah a sus humildes súbditos, acordándose en ocasiones de nosotros e invitándonos.
-En ese caso, Munshi Sahab -le dije con una mezcla de alegría y temor-, si usted mismo presentara la petición...
Munshi Sahab se echó a reír.
-Pero mi querido Kale Khan..., bueno, es verdad, ¡qué puedes saber tú de los asuntos de palacio! Las cosas no funcionan así. Uno no llega y dice: «Excelencia, buenos días, tome esta carta», y le das la mano al sultán...
Yo, un poco avergonzado, le dije:
-Munshi Sahab, no pretendía decir eso, pero es que aparte de usted, no tengo a nadie más que pueda hacerle llegar la petición al Badshah.
-Antes de que le llegue a él pasará primero por mil personas. Además, tu caso fue puesto en manos del Huzur-e-Alam. No le gustaría que...
El Munshi Sahab dejó de hablar y se quedó pensando. Entre medias hablaba consigo mismo, y también nombraba a algunas personas, Mian Sahiban, Maqbul-ud-Daula, Rahat us-Sultan, Imaman, y no sé cuántos más. Finalmente, dijo:
-Bueno, Kale Khan. Si está dentro de los designios de Alá, tu petición llegará a manos de Su Majestad, lo que ocurra después dependerá de la suerte...
Yo comencé darle las gracias y a alabarlo y él, algo azorado, me dijo:
-Bueno, bueno, qué me vas a convertir en un pecador con tanta alabanza. El único Hacedor es Alá. Ahora vete a tu casa.
Él se levantó y me acompañó a la puerta, y cuando me iba a marchar le dije:
-Munshi Sahab, que Alá le recompense. Yo soy un hombre pobre, ¿cómo voy a pagarle por su trabajo?
-¡Ay! -dijo Munshi Sahab mordiéndose la lengua en señal de contrición-. Ni se te ocurra mencionar eso -y poniéndome la mano en el hombro me volvió a repetir -: La verdad es que tu historia me ha emocionado.
En el nobat khana de la Imambara de Asaf-ud Daula Bahadur estaban tocando las últimas horas de la noche. «La pobre madre de Jumarati», pensé, «se habrá dormido después de estar esperándome toda la noche.» Como no me pareció bien despertarla entonces, me quedé paseando por la ciudad hasta el amanecer.
(Sigue)