La mina del jardín de los pavos reales (10)
Al cabo de tres o cuatro días, vi en la puerta de mi casa al Daroga Nabi Bakhsh. Me asusté un poco, pero él sin darme siquiera la oportunidad a hablar, empezó a decirme:
Al cabo de tres o cuatro días, vi en la puerta de mi casa al Daroga Nabi Bakhsh. Me asusté un poco, pero él sin darme siquiera la oportunidad a hablar, empezó a decirme:
-Kale Khan, ¡eres increíble!
Yo me asusté aún más:
-Daroga Sahab, le juro que no sé nada. ¿Qué ha ocurrido?
-¿Qué ha ocurrido? -dijo el Daroga-. Pues que tu petición llegó a manos del Badshah, y en cuanto la leyó, dictó su sentencia.
-¿Ha dictado la sentencia? -le dije muy nervioso-. Y, ¿cuál es, Daroga Sahab?
-Pero, ¿qué crees, Kale Khan, que nos comunica a nosotros sus sentencias? Está bien, escribe... Bueno, primero dime una cosa, ¿en la petición estaba escrito todo lo que pasó? Que la niña es huérfana de madre, que te insistía en que le compraras una mina, que...
-Desde el principio hasta el final -le respondí-. Bueno, yo no vi la petición, pero Munshi Amir Ahmad Sahab, me dijo que la escribiría poniendo todo su empeño en ella.
-¿Munshi Amir Ahmad Sahab? -dijo el Daroga asombrado-. ¿Lo conseguiste a él? ¡Desde luego, nunca te habría creído capaz! ¡Ahora ya comprendo cómo llegó tu petición al Badshah!
-Daroga Sahab, ¿qué estaba usted diciendo antes?
-Pues lo mismo que estoy diciendo ahora.
-No, antes dijo: «Escribe...»
-Ah, sí -recordó el Daroga, -estaba diciendo que escribas que tú has sido perdonado y que tu hija ha recibido como regalo la mina.
-¿Mi hija ha recibido la mina? -le dije con asombro-. ¿Qué me dice, Daroga Sahab?
-Tú todavía no conoces al Badshah -dijo el Daroga-. Cuando hoy por la mañana temprano su macero, Bande Ali, acudió a mí para preguntarme tu dirección, ya me lo imaginé y me alegré muchísimo.
Sin embargo, me di cuenta de que el Daroga no estaba muy contento. Estaba un poco titubeante, y parecía como si quisiera decirme algo más. Yo empecé a inquietarme y le dije:
-Daroga Sahab, usted siempre se ha preocupado mucho por mí. Si usted no está feliz ahora quién lo va a estar. Pero... Daroga Sahab... ¿hay algo más que me tenga que decir?
El Daroga se puso un poco nervioso y después me dijo:
-No sé qué decirte, Kale Khan, puede que no sea nada, o puede que sea mucho, pero será por tu bien.
-Daroga Sahab, haga el favor de decírmelo...
Ahora el Daroga Sahab parecía preocupado:
-Amigo mío -dijo-, escucha las últimas noticias. Hoy vinieron al Jardín de los Pavos Reales tres hombres del Nawab Sahab.
-¿El Nawab Sahab?
-Si, hombre, el Huzur-e-Alam, el visir, el Gran Ministro, Madar-ud-Daula, Ali Naqi Khan Bahadur, ¿entiendes?
-Sí, ya entiendo.
-O quizás fueran cuatro -dijo el Daroga intentando recordar-, bueno, pues serían cuatro. Me llamaron para que acudiera al Jardín de los Pavos Reales, y al llegar allí vi que estaban de pie frente a la jaula. En cuanto me vieron me empezaron a preguntar con bastante aspereza cuál de aquellos pájaros era Falak Ara. Yo me sentí desfallecer, y les dije que uno de los que allí había, que si acaso tenía que saber yo el nombre de todos los pájaros. Eran unas personas bastante arrogantes, y empezaron a decirme que si después de tanto tiempo de ser Daroga seguía sin reconocer a los animales. Finalmente les dije que sí que los reconocía, pero que no se lo iba a decir, que quiénes eran ellos para preguntarme a mí. Y nuestra discusión fue subiendo de tono. Entre ellos había uno que debía haber entrado al servicio del Nawab hacía poco tiempo ya que todavía no le había salido completamente el bigote. Era un joven bastante apuesto. Él comenzó a envalentonarse, así que yo le dije: «Jovenzuelo, controle sus humos que soy descendiente de patanes. Hasta que no le salga completamente el bigote y la barba, haga el favor de medir sus palabras cuando esté en mi presencia.»
Yo me eché a reír.
-Daroga Sahab, ¡hay que ver qué bien habla usted!
-Claro, de lo contrario -dijo el Daroga con aire enfadado-, habría empezado a amenazarme. Yo le dije: «Mi querido príncipe: ¿sabe lo que damos de comer aquí a los tigres? Carne humana, así que cierre el pico ya porque si no le arrojaré a la jaula de Mohini, antes de preguntarte siquiera el nombre.» Al oír todo aquel vocerío acudieron muchas personas del palacio y lograron que todo se solucionara.
Los dos nos quedamos un rato pensativos, y después yo dije:
-Vaya incidente, Daroga Sahab
-¿Incidente? -dijo el Daroga-. Todavía no has oído lo mejor. Escucha. Entre las personas que acudieron del palacio también había muchos amigos y conocidos del Nawab que se marcharon con aquellos hombres. Gracias a ellos nos enteramos de que a uno de los ingleses de La Residencia que fueron aquel día al Jardín de los Pavos Reales, le encantó el desparpajo con el que habló tu mina, y se lo comunicó al Nawab. Inmediatamente, el Nawab le prometió que le llevaría la mina a La Residencia. No sólo eso, sino que también le dijo que mandaría construir para él una copia en pequeño de la jaula maravillosa.
Yo, que ya me había hecho a la idea de que Falak Mina me pertenecía, le dije:
-¡Pero si Su Majestad le regaló la mina a mi hija!
-Efectivamente, pero el Nawab también se la prometió al Gran Oficial Blanco.
-¿Y acaso el Nawab va a desobedecer la voluntad del Badshah y...?
-Ya está bien, ya está bien, no digas nada más, Kale Khan. Tú no tienes ni idea de las cosas que están sucediendo en esta ciudad. Pero, bueno, no, el Nawab no va a imponer su voluntad ante la voluntad del Badshah, aunque no me cabe ninguna duda de que te comprará la mina a ti, pidas lo que pidas por ella. Bueno ¡no pasa nada! Para eso hace regalos el Badshah, para que sus súbditos los puedan vender y ganar dinero con ellos. N o obstante, piensa que si la mina llega a La Residencia, el Badshah se llevará un disgusto.
-¡Pues que el disgusto se lo lleven sus enemigos! -le dije-. Cuando el Nawab intente comprar la mina le diré que mi hija no quiere venderla, y que para ella es como una hermana.
-Y, ¿crees que el Nawab se quedará callado y cruzado de brazos? -respondió inmediatamente el Daroga-. ¿En qué mundo vives, amigo mío? Presta un poco de atención a lo que te voy a decir. ¿Te acuerdas de Chote Mian?
-¿Qué Chote Mian?
-Ay, Alá, ése que tiene una caja inglesa que hace fotos. ¿Cómo se llamaba? Yo sólo recuerdo el apodo.
-Ah, ¿ése es Chote Mian? Sí, ya sé, Daroga Ahmad Ali Khan -le dije-. ¿Cómo me voy a olvidar de él? Si hace poco que yo también trabajaba en Husainabad.
-Pues bueno, en cuanto te entreguen la mina, él se presentará en tu casa. Haz lo que él te diga. No se te ocurra oponerte en nada. Y, no te preocupes, sea lo que sea, redundará en tu propio beneficio. Bueno, ahora me tengo que marchar. El resto, te lo dirá Chote Mian.
-Daroga Sahab, dígame usted también algo -le dije-, estoy muy asustado.
-Escucha, Kale Khan, yo no quiero que un pájaro real termine en La Residencia. ¿Acaso quieres tú eso?
-Por nada del mundo.
-Entonces, ya está todo dicho. Tranquilízate.
El Daroga se fue y yo entré en casa. Era la primera vez que contemplaba con atención a Falak Ara después de aquel suceso del Jardín de los Pavos Reales. Estaba muy triste. Me di cuenta de que echaba mucho de menos a su mina, pero no se atrevía siquiera a nombrarla. Yo estaba deseando decirle que muy pronto volvería a estar con ella, pero ahora ni yo mismo estaba seguro de eso, así que cómo se lo iba a decir. Lo único que pude hacer fue cogerla en brazos y pasear un rato con ella.
(Sigue)