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miércoles, 31 de julio de 2019

Centro Oceanográfico de Vigo


Ensayos (9)                                                                                                                                                                                                                    No sabemos dónde nos espera la muerte; esperémosla en cualquier lugar. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir, aprende a no servir. El saber morir nos libera de toda atadura y coacción. No existe mal alguno en la vida para aquél que ha comprendido que no es un mal la pérdida de la vida. Pablo Emilio contestó al enviado de aquel mísero rey de Macedonia, prisionero suyo, que le rogaba no le llevase con él en su triunfo: hágase el ruego a sí mismo.                                                              ***                                                          Para acabar lo que he de hacer antes de morir, todo tiempo ocioso paréceme corto, aunque sea de una hora.                                                                                ***                                                        Quiero que se actúe y que se alarguen los oficios de la vida todo lo posible; y que me halle la muerte plantando coles, mas indiferente a ella y más aún a mi imperfecto jardín.                                                                             ***                                                            Si habéis aprovechado la vida, estáis saciados idos satisfechos. Si no habéis sabido hacer uso de ella, si os era inútil, ¿qué se os va en haberla perdido? ¿Para qué la queréis todavía?
***
Todos los días van hacia la muerte, el último la alcanza.

Montaigne, Michel de




Marcapaginasporuntubo se va a coger todo el mes de Agosto de vacaciones. Reanudaremos la actividad a partir del 1 de Septiembre. Gracias a todos por vuestra comprensión.

lunes, 29 de julio de 2019

Faros del mundo

    


Ensayos (8)

Ciertamente, de igual manera que a un perezoso el estudio sírvele de tormento, a un borracho la abstinencia de vino, la frugalidad es suplicio para el lujurioso, y el ejercicio, tortura para el hombre delicado y ocioso; así ocurre con todo lo demás. Las cosas no son dolorosas o difíciles en sí mismas, sino que nuestra debilidad y cobardía hácelas tales. Para juzgar de las cosas grandes y elevadas, es menester alma igual, si no, les atribuimos el vicio que nos es propio. Un remo recto parece curvo en el agua. No importa sólo ver el objeto, sino como se ve.
                                                            ***
«El fruto de las riquezas es la abundancia; el de la abundancia la saciedad.» (Cicerón. Paradojas, Id. VI. 2).
                                                            ***
Si es malo el vivir en necesidad, al menos no hay necesidad alguna de vivir en necesidad. Nadie está mal mucho tiempo más que por propia voluntad. Quien no tiene valor para padecer ni la muerte ni la vida, quien no quiere ni resistir ni huir, ¿qué hará?
                                                           ***
Mas con respecto a la cobardía, cierto es que la forma más común de castigarla es con la vergüenza y la ignominia. Y considérese que el legislador Carondas fue el primero en poner en práctica esta regla; y que anteriormente las leyes de Grecia castigaban con la muerte a los que habían desertado de una batalla, para lo que él ordenó que solamente los sentasen en el centro de la plaza pública durante tres días, ataviados con vestidos de mujer, con la esperanza de que aún fuesen útiles al hacerles recobrar el valor por medio de esta vergüenza: «Suffundere malis hominis sanguinem quan effundere» («(Pensad) Más en sonrojar a un hombre que en derramar su sangre.» (Tertuliano, Apologética).)
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Fue Carlos IX, quien por primera vez hizo empezar el año 1564 el 1º de enero; si bien, hasta el 1º de enero de 1567, el Parlamento no accedió a dar continuidad a este cambio.

Montaigne, Michel de

sábado, 27 de julio de 2019

Adviento





Ensayos (7)

Más cuesta conservar el dinero que conseguirlo. 
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Dionisio el hijo, usó de largueza a este respecto. Le avisaron de que uno de sus siracusos había enterrado un tesoro. El ordenó que se lo llevara, lo que hizo el otro guardándose a escondidas una parte con la que marchó a otra ciudad donde habiendo perdido aquel apetito de atesorar, comenzó a vivir con más liberalidad. Al enterarse de esto Dionisio, hizo que le devolviesen el resto del tesoro diciendo que puesto que había aprendido a usar de él, se lo devolvía con placer.
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No ser ávido, proporciona riqueza y, no ser derrochador, ganancias. (Cicerón. Paradojas, VI. 3)
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Feraulos que había pasado por las dos situaciones y habíase percatado de que el aumento de fortuna no hacía que le aumentase el apetito de beber, comer, dormir y abrazar a su mujer, y que por otra parte sentía como yo, el peso de las molestias del ahorro sobre sus espaldas, decidió contentar a un joven pobre, fiel amigo suyo que bebía los vientos por las riquezas, e hízole presente de todas las suyas, grandes y excesivas e incluso de aquéllas que acumulaba cada día gracias a la liberalidad de Ciro, su buen señor, y a la guerra, a cambio de que se encargase de mantenerle y alimentarle dignamente como a su huésped y amigo.
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Feliz aquel que haya regulado su necesidad tan justamente que sus riquezas puedan bastar sin cuidarlas ni trabajar por ellas y sin que su atención u organización interrumpa otras ocupaciones más apropiadas, tranquilas y de su gusto.
La holgura y la indigencia dependen por lo tanto del parecer de cada uno. Y al igual que la riqueza, la gloria y la salud tienen tanta belleza y procuran tanto placer como les otorga aquel que las posee. Cada cual está bien o mal según se sienta él. No es feliz aquél del que lo creemos sino aquél que lo cree de si mismo. Y sólo así se hace la creencia verdad y realidad. El destino no nos causa ni bien ni daño alguno; sólo nos ofrece la materia y la semilla que nuestra alma, causa y dueña única de su condición feliz o desventurada y más  poderosa que él, modela y aplica como le place.

Montaigne, Michel de

jueves, 25 de julio de 2019

Volvo Ocean Race



Ensayos (6)

Tireo, el padre de Sitalces, solía decir que cuando no hacía la guerra parecíale que no había diferencia entre él y su palafrenero.
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Habiendo prohibido Catón para asegurarse de algunas ciudades en España, simplemente que los habitantes de éstas llevasen armas, gran número de ellos diose muerte: «feroz gens nullam vitam rati sine armis esse». (Pueblo salvaje, que pensaba que vivir sin armas era no vivir.» (Tito Livio. XXXIV. 17).)
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Que nuestra opinión pone precio a las cosas, se ve por aquellas muy numerosas, a las que para valorarlas no sólo las miramos a ellas sino a nosotros; y no tenemos en cuenta ni sus cualidades, ni su utilidad, sino sólo lo que nos ha costado conseguirlas: como si ello fuese parte de su substancia. Y en ellas llamamos valor no a lo que aportan ellas sino a lo que nosotros les aportamos. Por lo que se me ocurre que somos buenos gerentes de nuestros gastos; si nos pesan, sirven, por el hecho mismo de que nos pesen. Nuestro parecer, no les deja nunca correr hacia inútil despilfarro. La compra, da valor al diamante, la dificultad a la virtud, el dolor a la devoción y la acritud a la medicina.
Para conseguir la pobreza lanzó un hombre sus escudos a ese mismo mar que tantos otros revuelven por todas partes para pescar riquezas en él. Epicuro dijo que ser rico no supone alivio sino cambio de problemas. En verdad, no es el hambre sino más bien la abundancia, lo que produce la avaricia. 
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Nada hay que odie tanto como regatear. Es un puro comercio de trampas y desvergüenza: tras una hora de discusiones y regateos, uno y otro olvidan su palabra y juramento por una ganancia de cuatro perras. 
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Véome tan cerca de la miseria teniendo más de dos mil escudos de renta, como teniéndola pegada a mí. Pues además de que la suerte tiene con qué abrir cien brechas en nuestras riquezas para dejar entrar a la pobreza, sin que exista término medio entre la suprema e íntima fortuna:
Fortuna vítrea est; tunc cum splendet frangitur. (La fortuna es de cristal, brilla pero se rompe (Publio Silo, Mimos))
Y con qué tirar por tierra todas nuestras defensas y barreras, creo que por diversas causas la indigencia se aloja normalmente tanto en casa de aquéllos que poseen bienes como en casa de los que carecen de ellos; y que si acaso, es un poco menos incómoda cuando está sola que cuando se halla en compañía de las riquezas. Estas dependen más del orden que de los ingresos: «Faber est suae quisque fortunae». (Cada uno es el artesano de su propia fortuna (Salustio, De la República)). Y paréceme más miserable un rico necesitado, apurado y con problemas que aquel que simplemente es pobre. 

Montaigne, Michel de

martes, 23 de julio de 2019

Charlie Rivel de la mà de Joan Soler-Juvé - Biblioteca Joan Oliva - Sant Jordi 1996


Ensayos (5)

Diré sólo lo siguiente: el filósofo Pirrón estando un día de terrible tempestad en un barco, enseñaba a los que veía más aterrados a su alrededor y animábales con el ejemplo de un cochinillo que allí estaba del todo ajeno a aquella tormenta. ¿Osaremos entonces decir que este privilegio de la razón del que tanto nos vanagloriamos y por cuyo respeto nos consideramos dueños y señores del resto de las criaturas, nos ha sido concedido para tormento nuestro? ¿Para qué conocer las cosas, si así perdemos el reposo y la tranquilidad de la que gozaríamos si no y si de esta forma nos volvemos de peor condición que el cochinillo de Pirrón? ¿Usaremos para nuestra propia ruina, la inteligencia que se nos ha dado para mayor bien nuestro, combatiendo el designio de la naturaleza y el orden universal de las cosas que quiere que cada cual se sirva de sus útiles y medios en beneficio propio?
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La muerte se siente sólo por el razonamiento porque es movimiento de un instante: Aut fuit, aut veniet, nihil est praesentis in illa. («Fue o será, nada es presente en ella..» (La Boétie, Sátira dirigida a Montaigne).) Morsque minus poenae quam mora monis habet. (La muerte es menos dura que la espera de la muerte. (Ovidio. Carta de Ariadna a Teseo. 89))
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Miles de animales, miles de hombres soportan mejor la muerte que la amenaza. Y en verdad, lo que principalmente decimos temer de la muerte, es el dolor, portavoz habitual suyo.
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Todos conocemos la historia de Escévola, el cual, habiéndose internado en el campo enemigo para matar al jefe y. habiendo fallado el golpe, por recuperar la eficacia perdida con idea aún más asombrosa, y librar a su patria, no sólo confesó su intención a Porsena que era el rey al que quería matar, sino que añadió que había en su campo gran número de romanos cómplices de su empresa, iguales a él. Y para demostrar como era, hizo que trajeran un brasero y soportó mirándolo, que le tostaran y asaran el brazo, hasta que el propio enemigo, horrorizado, ordenó retirar el brasero. ¡Mas cómo! ¿Y aquel que no se dignó interrumpir la lectura de su libro mientras lo rajaban? ¿Y aquel que obstinóse en reír y burlarse a pesar del daño que le hacían, de forma que la crueldad irritada de los verdugos en cuyo poder estaba y todos los inventos de tormentos repetidos unos tras otros diéronle la victoria? Mas era un filósofo. ¡Cómo! Un gladiador de César soportó sin dejar de reír que lo sondasen y que rajasen sus llagas: «Quis mediocris gladiator ingemuit; quis vultum mutavit unquam? Quis non modo stetit, verum etiam decubuit turpiter? Quis cum decubuisset, ferrum recipere jussus, collum contraxit?». Metamos aquí a las mujeres. ¿Quién no ha oído hablar en París de aquella que se hizo despellejar simplemente por recuperar la tez más fresca de una piel nueva? Hay otras que se sacaron los dientes vivos y sanos para tener así la voz más suave y sugestiva o para colocárselos mejor. ¿Cuántos ejemplos de este tipo tenemos de desprecio hacia el dolor? ¿De qué no son capaces? ¿Qué temen si esperan una mínima ventaja para su belleza?
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Mas, ¿no vemos acaso todavía hoy, en muchos lugares, a gran número de hombres y mujeres que el Viernes Santo se flagelan hasta desgarrarse la piel y descarnarse hasta el hueso?. 

Montaigne, Michel de

domingo, 21 de julio de 2019

Japón



Ensayos (4)

Quien vive en todas partes, Máximo, no vive en ningún sitio. (Marcial, Epigramas, VII. 73. Ver también, Séneca, Cartas a Lucilio, XXVIII).
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Jamás todas las gracias fueron a todos concedidas. (La Boetie. Sonetos XIV)
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«Es por prudencia por lo que un Dios nos oculta el futuro en la sombra y se ríe del que se preocupa por el más allá de su destino mortal. Es feliz, dueño de sí mismo, el que cada día puede decir: he vivido. Qué me importa que mañana el cielo se oscurezca o brille el sol.» (Horacio, Odas, III. XXIX. 29 a 32 y 40 a 44).
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«El alma que vive feliz en presente no tendrá ninguna inquietud por el futuro.» (Ibídem, Id, 11. XVI. 25).
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Uno al que llevaban a la horca decía que no lo hiciesen por tal calle pues corría el peligro de que  un tendero le echase el guante a causa de una antigua deuda. Otro decíale al verdugo que no le tocase la garganta porque no le hiciese retorcerse de risa de tan cosquilloso como era. Otro respondió al confesor que le prometía que cenaría esa noche con el Señor: Id vos, id vos, que yo por mi parte, ayuno. Otro habiendo pedido algo de beber, al haber bebido el verdugo primero, dijo que no quería beber después de él por miedo a coger las viruelas. Todos hemos oído contar la historia del picardo aquel, al que estando en el cadalso presentáronle a una prostituta para (como nuestra justicia permite a veces) salvarle la vida si quería casarse con ella; él, habiéndola contemplado un poco y viendo que cojeaba, dijo: Quita, quita, que cojea. Y cuentan también que en Dinamarca, un hombre condenado a que le cortasen la cabeza, estando en el patíbulo, cuando le presentaron igual opción, rechazóla porque la moza que le ofrecieron tenía las mejillas hundidas y la nariz demasiado en punta. Un criado en Toulouse, acusado de herejía, por toda justificación a sus creencias alegaba las de su señor, joven estudiante preso con él, y prefirió morir a dejarse convencer de que su señor pudiera equivocarse. Leemos que entre los habitantes de la ciudad de Arras, cuando la tomó el rey Luis XI, hubo muchos del pueblo que se dejaron ahorcar antes que decir: ¡Viva el rey! 
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Cualquier idea es lo bastante fuerte como para entregarse a ella hasta dar la vida. 
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Habiendo expulsado de sus tierras los reyes de Castilla a los judíos, el rey Juan de Portugal vendióles asilo en las suyas, a ocho escudos por cabeza, con la condición de que algún día tendría que dejarlas; y él prometía proporcionarles navíos que les llevarían a África. Llegado el día pasado el cual habíase convenido que los que no hubieran obedecido quedarían como esclavos, les fueron proporcionados los barcos con mezquindad y a los que en ellos embarcaron, los de la tripulación tratáronles ruda y villanamente y entre otras muchas indignidades, en alta mar ocupáronles en trabajos de acá para allá, hasta que consumieron sus víveres y viéronse obligados a comprarles a ellos tantos y tan caros que los dejaron en tierra habiéndoles quitado hasta la camisa. Al tener noticia los que estaban en tierra de esta falta de humanidad, la mayor parte decidióse por la servidumbre; algunos aparentaron cambiar de religión. llegado Manuel al trono, púsolos primero en libertad, mas cambiando luego de parecer, dioles tiempo para dejar el país asignando tres puertos para su partida. Según el obispo Osorio, el mejor historiador latino de nuestros tiempos, esperaba que al no haber servido la merced de devolverles la libertad para que se convirtiesen al Cristianismo, la desventura de entregarse como sus compañeros a la rapiña de los marineros y la de abandonar un país en el que estaban acostumbrados a las grandes riquezas pata lanzarse a una región desconocida y extranjera, temblando haríales volver. Mas al ver frustradas sus esperanzas y ellos libres al partir, eliminó dos puertos de los que les había prometido, para que la larga duración e incomodidad del trayecto hiciese cambiar de opinión a algunos, o para concentrarlos a todos en un mismo lugar con el fin de una mayor facilidad para el plan que tenía trazado. Y fue que ordenó arrancar de los brazos de sus padres y madres a todos los niños menores de catorce años para llevarlos, fuera de su vista y de su trato, a un lugar donde se les instruyese en nuestra religión. Cuentan que este hecho produjo un horrible espectáculo; el natural cariño entre padres e hijos junto al apego a su antigua fe en lucha contra esta violenta orden, hizo que numerosos padres y madres se matasen ellos mismos y, lo que es más duro aún, arrojasen a sus hijos, a los pozos, por amor y compasión, para escapar a la ley. El resto, habiendo expirado el plazo fijado, por falta de medios entregáronse de nuevo a la servidumbre. Algunos hiciéronse cristianos; y de su fe, o de la de su raza, aún hoy, cien años más tarde, pocos portugueses están seguros, a pesar de que la costumbre y el paso del tiempo sean mejores consejeros que cualquier otra coacción. «Quoties non modo ductores nostri, dice Cicerón, sed universi etiam exercitus ad non dubiam mortem concurrerunt. («Cuantas veces no habremos visto no sólo a nuestros generales sino nuestros ejércitos enteros. correr a una muerte segura.» (Cicerón. Tusculanas. I. 37).)

Montaigne, Michel de

viernes, 19 de julio de 2019

Galería de Personajes Cervantinos












Ensayos (3)

Desgraciado es el espíritu inquieto por el futuro. (Séneca, Epístolas. 98.)
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Igual que la locura, aún cuando ha obtenido lo que desea, no está satisfecha; así la sabiduría, siempre contenta de lo presente, no se halla nunca a disgusto consigo misma. (Cicerón, Tusculanas, V. 18.)
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En modo alguno hemos de enfadarnos con las cosas; nada les importan nuestras iras. (Heródoto. IV. 94) 
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Astucia o violencia en el enemigo, ¿qué importa? (Virgilio, Eneida II, 390)
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En el reino de Ternate, entre esas naciones que no dudamos en llamar bárbaras, la costumbre obliga a no emprender una guerra sin haberla anunciado previamente, añadiendo a la declaración amplio informe de los medios de que se dispone, cuáles y cuántos hombres, qué municiones, qué armas ofensivas y defensivas. Mas hecho esto, si los enemigos no ceden ni se avienen a acuerdo, arróganse el derecho a las peores acciones y no piensan que se les pueda reprochar ni la traición, ni la astucia, ni cualquier otro medio que sirva para vencer.
Los antiguos florentinos tan alejados estaban de querer obtener ventaja sobre sus enemigos mediante la sorpresa que les avisaban un mes antes de poner a sus ejércitos en pie de guerra con el toque continuo de la campana que llamaban Martinela. (De San Martín, cuyo nombre parece derivar de Marte, dios de la guerra.)
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«El hombre virtuoso y sabio sabrá que la única auténtica victoria es aquélla que se consigue con buena fe.» (Floro, I. 12).
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Cleómenes decía que fuere cual fuere el mal que se hiciere a sus enemigos en la guerra, quedaba por encima de la justicia y no sujeto a ella, tanto respecto a los dioses como respecto a los hombres; y habiendo pactado una tregua de siete días con los habitantes de Argia, a la tercera noche cargó contra ellos cuando estaban dormidos y derrotólos, alegando que en la tregua no se había hablado para nada de las noches
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«Prefiero quejarme de mi fortuna que avergonzarme de mi victoria.» (Quinto-Curcio, IV. 13).
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Piérdese el alma que no tiene meta establecida; pues como dicen, estar en todo es no estar en nada.

Montaigne, Michel de


miércoles, 17 de julio de 2019

Lina Bo Bardi - Fundación Juan March





 


Ensayos (2)

En la guerra que hizo el rey Fernando contra la viuda de Juan, rey de Hungría, en los alrededores de Buda, Raisciac, capitán alemán, viendo traer el cuerpo de un hombre de la caballería al que todos habían visto combatir muy bien en la contienda, llorábale con el sentir común; más curioso como los demás por saber quién era, una vez lo hubieron desarmado vio que era su hijo. Y entre las lágrimas generales, sólo él se mantuvo sin derramar llantos ni proferir gritos, firme y en pie, con los ojos inmóviles, mirándolo fijamente hasta que por la violencia de la tristeza que había helado sus impulsos vitales, desplomóse cayendo rígido y muerto al suelo.
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«Chi puo dir com'egli arde, e in picciol fuoco.»  («El que puede decir como arde sólo vive una pequeña pasión.» Petrarca, Sonetos, 137 )
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Toda pasión que se pueda gustar y digerir es sólo mediocre.
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«Leves las penas se expresan, grandes se callan.»  (Séneca, Hipólito, II-III. 607)
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Además de la mujer romana que murió sorprendida por el contento de ver volver a su hijo de la derrota de Cannas, de Sófocles y Dionisio el Tirano que fallecieron de alegría, y de Talva que murió en Córcega al leer las noticias de los honores que el senado de Roma habíale otorgado, tenemos en nuestro siglo al papa León X quien cuando le avisaron de la toma de Milán que había deseado profundamente, sintió alegría tan excesiva que sufrió un ataque de fiebre y murió. Y para mayor prueba de la imbecilidad humana, cuentan los antiguos que Diodoro el dialéctico murió repentinamente presa de un extremo sentimiento de vergüenza al no poder, en su escuela y en público, rebatir un argumento que le habían hecho.
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No estamos nunca en nuestra época, estamos siempre más allá. El temor, el deseo, la esperanza, nos lanzan al porvenir y nos sustraen el sentimiento y la consideración de lo que es, para ocuparnos con lo que será, incluso cuando ya no estemos. 
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Y quien se conoce a sí mismo no adopta los actos ajenos como propios, se ama y se cultiva más que a nada, rechaza las ocupaciones superfluas y los pensamientos y propósitos inútiles. 

Montaigne, Michel de