Una caña de pescar para el abuelo (2)
Cargado con la caña al hombro salí a la calle, con la caña de tramos de fibra de vidrio armada en toda su largura tenía la impresión de que todo el mundo me miraba, a mí que no me gusta lucirme, quise subir al autobús para no hacer el ridículo por la calle pero no fui capaz de plegar la larga caña armada en sus diez tramos, tengo miedo de que la gente se fije en mí, desde niño padezco una timidez exagerada, sobre todo no me acostumbro a llevar ropa nueva, cuando voy arreglado me siento como un maniquí expuesto en un escaparate, incómodo de la cabeza a los pies, inútil decir cómo me sentía cargado con una larguísima caña de pescar negra brillante que se balanceaba sobre mi hombro. Aligeré el paso pero la caña se balanceaba aún más y al final no tuve más remedio que seguir andando muy despacio, como pavoneándome en plena calle con la caña al hombro, violento como si llevase el pantalón descosido por la entrepierna o como si se me hubiese abierto la bragueta.
Sé, claro es, que no son peces lo que buscan los pescadores de ciudad, los que en el parque compran un billete para pescar buscan ocio y libertad, aprovechan para escapar de casa, alejarse de la mujer y los niños, reflexionar un rato en paz y tranquilidad y también sé, claro es, que la pesca es hoy día una actividad deportiva, hay concursos, los periódicos de la tarde anuncian formalmente los resultados de las competiciones celebradas por toda clase de asociaciones de pesca, el lugar se fija de antemano pero cuando uno va allí después del concurso no ve ni la sombra de un pez, no es extraño que la gente bromee y diga que la noche anterior los organizadores se dedican a descargar redes enteras llenas de peces vivos para que los participantes tengan algo que pescar y llevar a la bolsa, los que me veían cargado con la flamante caña de pescar debían de pensar que yo también soy uno de esos maniáticos de los concursos pero yo sé lo que significa tener una caña así en mi ciudad, ya veo al abuelo cheposo levantarse recto con su cubillo herrumbroso lleno de lombrices por el que hasta se escapa la tierra, quiero aprovechar la ocasión para volver a mi ciudad a echar una mirada, para ahuyentar la nostalgia.
Pero antes debo buscar un sitio donde guardar la caña, si mi hijo pequeño la ve querrá jugar con ella y la romperá, ¿por qué has comprado eso?, ¿dónde vas a ponerlo, con lo pequeña que es nuestra casa?, oigo las voces de mi mujer, la única solución es dejarla en el váter encima de la cisterna, mi hijo no podrá alcanzarla si no se sube a un taburete, digan lo que digan he de volver a mi ciudad para echar un vistazo, para librarme de esta nostalgia de la que tan difícil es librarse una vez instalada en el recuerdo, luego oyes un golpe, creo que es el que hace mi mujer en la cocina al picar la carne, pero enseguida oyes sus gritos, ¡Y no vienes a ver!, y enseguida los lloros de mi hijo en el váter y comprendes que la caña es la próxima víctima y terminas de decidirte, sea como sea tienes que llevar la caña a tu ciudad.
Pero la ciudad ha cambiado tanto que ya no la reconoces, el camino de tierra que tanto polvo levantaba ha sido asfaltado, las casas de pisos construidas con elementos prefabricados son todas idénticas, las mujeres jóvenes o viejas que van por la calle llevan todas sostén y vestidos tan finos que parecen empeñadas en mostrar la ropa interior, en todos los tejados hay antenas reveladoras de que los inquilinos tienen su televisión y las casas que carecen de ella parecen afectadas de un defecto congénito, de hecho todo el mundo verá los mismos programas, informativo nacional de siete a siete y media, informativo internacional de siete y media a ocho, documental y anuncios de ocho y media a nueve, información del tiempo de nueve a nueve y cuarto, vida deportiva de nueve y cuarto a diez menos cuarto, anuncios y algún programa musical de diez menos cuarto a diez, alguna película pasada de moda de diez a once, claro que no todos los días pasan una película, para ser exactos los lunes, miércoles y viernes ponen una serie y los martes, jueves y sábados una película, sólo el programa de vida cultural de los fines de semana llega hasta la medianoche, el más grandioso espectáculo lo ofrecen estas antenas de televisión que crecen en los tejados de las casas como bosquecillos de árboles de tronco y ramas desnudas tras el embate del viento frío, un bosque en que te has perdido, buscas aquí y allá pero en realidad no reconoces tu antigua ciudad.
Recuerdo que para ir a la escuela todos los días debía atravesar un puente de piedra y que a la izquierda del puente estaba el lago siempre surcado de olas aun en los días en que no soplaba viento, yo creía por ello que las olas eran el lomo de los peces, nunca hubiese imaginado que todos esos peces que lo colmaban morirían algún día ni que las aguas relucientes apestarían ni que la balsa de aguas pestilentes sería cegada ni que yo no pudiese encontrar el camino de casa.
Pregunto dónde está la calle Sur del Lago pero la gente te mira extrañada como si no te comprendiera, yo aún hablo el dialecto local y basta que esté con alguien del lugar para adoptar el acento, en mi ciudad es costumbre llamar «señor» al abuelo paterno y el «mi» de «mi abuelo» se articula entre la zona interna del paladar y la garganta, igual que la palabra «ganso», de modo que los forasteros creen oír «señor ganso» cuando uno dice «mi abuelo», al preguntar el camino yo pongo buen cuidado en articular el sonido entre la zona interna del paladar y la garganta pero nada en sus miradas refleja el calor propio de un paisano, pregunto a un par de muchachas el camino para ir a casa de señor ganso pero sólo consigo que se rían, no comprendo de qué se ríen, ríen tanto que son incapaces de responderme, las caras adquieren el mismo tinte de un corte de tela roja pero debo decir que si se ruborizan no es porque lleven sostén sino porque yo he articulado la palabra «sur» de Sur del Lago entre la zona interna del paladar y la garganta, luego pregunto a un hombre entrado en años dónde estaba antes el lago, pues si encuentro el lago podré encontrar el puente de piedra y si encuentro el puente de piedra podré encontrar la calle Sur del Lago y si encuentro la calle Sur del Lago hasta a tientas seré capaz de encontrar mi casa.
¿El lago?, ¿qué lago?, el lago cegado, ah, ese lago, el lago cegado, aquí mismo está, golpea el suelo con la punta del pie, aquí había un lago, estamos justo en su lecho, ¿y no había por aquí cerca un puente de piedra?, ¿no has visto la carretera asfaltada?, el puente de piedra fue demolido y el nuevo es de hormigón armado, comprendo, comprendo todo, imposible encontrar algo en su estado original, de nada sirve que preguntes por el nombre y el número de la calle antigua, tu único recurso es la memoria.
(Sigue)