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martes, 30 de abril de 2019

Rádio Londres



Historia de los Animales (11)

Cerca de Patavium existe otra ciudad, conocida por el nombre de Bicetia, en cuyos alrededores corre el río Ereteno, que tras recorrer amplias tierras tiene su desembocadura en el Erídano, con el que une sus aguas. En aquel río viven anguilas muy grandes y más gruesas que las de otros sitios; para pescarlas se hace así: el pescador queda apostado en una piedra que domina algún meandro donde, como si se tratara de una bahía, el río ensancha su corriente, o bien en un árbol que el viento poderoso desarraigó y echó por tierra cerca de la ribera y que, atacado por la pudrición, ya no será cortado ni usado como leña para el fuego. Así, sentado en tal sitio, el pescador de anguilas agarra el intestino de un cordero recién muerto, que tiene tres o cuatro codos de longitud y está bien gordo, lo sumerge en el agua por un lado y lo mantiene agarrado por el otro, haciendo que se mueva entre los remolinos. En el extremo que tiene entre las manos, ha metido un pedazo de caña, tan largo como la empuñadura de una espada. Las anguilas no dejan de observar la presencia de su alimento predilecto, porque el intestino del cordero les gusta mucho; la primera que se aproxima, inducida por el apetito, con la boca abierta, hunde sus dientes curvos similares a anzuelos y que no se desprenden con facilidad, y salta sin cesar mientras trata de llevarse el intestino. El pescador advierte que la anguila está prendida al cebo, por lo mucho que éste se mueve, se pone en la boca la caña que tiene en el extremo y sopla con todas sus fuerzas, para inflar el intestino lo más posible; con la presión del aire, la tripa se hincha y hace circular su contenido, con lo que el aire llega hasta la anguila, le llena la cabeza, le tapa la faringe y le impide respirar. Como no es capaz de respirar ni de soltar los dientes que tiene hincados en el cebo, muere por asfixia y es sacada del agua gracias al intestino, al aire y, por último, a la caña. Otro tanto ocurre con otras y como los pescadores que acuden son muchos, muchas son las anguilas pescadas. Estas cosas eran las que quería yo explicar en cuanto a lo que se refiere en particular a estos peces.

Un hombre nacido en Istria, pescador, conducía una yunta de bueyes por las riberas del Istro, aun cuando no era su propósito arar la tierra, porque como dice el refrán «el delfín y el buey no tienen nada en común» y, del mismo modo, ¿qué pueden tener de común las manos de un pescador y un arado?; con todo, si posee un par de caballos, los utilizará. Aquel hombre avanza con el yugo sobre sus hombros y se encamina hacia donde cree que le resultará más grato sentarse y que tendrá una buena pesca. Anuda en la parte central del yugo un pedazo de soga fuerte, adecuada para soportar un tirón brusco. Pone bastante comida a disposición de los bueyes o caballos, que comen hasta sentirse saciados. En el extremo libre de la soga ata un anzuelo grueso y con punta muy aguda, donde ensarta los pulmones de un toro y los arroja como buena comida, un verdadero manjar sin duda, para que acuda el siluro del Istro; antes, pone por arriba del anzuelo, en la cuerda, el plomo necesario para impedir el arrastre. Cuando el pez ve a su alcance aquella exquisitez bovina, corre para agarrarla; una vez que ha visto reunido en un mismo sitio todo lo que él prefiere, con la boca bien abierta, muerde con fuerza ese manjar que le han acercado; de inmediato, el  goloso, henchido de gozo, queda ensartado en el anzuelo, sin advertirlo casi, y en sus ansias terribles de liberarse de esa desdicha que le ha tocado, sacude la cuerda de aquí para allá, con todas sus energías. El pescador ve lo que ocurre y se siente feliz, deja su asiento, deja lo que estaba haciendo en el río y sus capturas acuáticas y, como el actor que se cambia la máscara en la representación, aguijonea al par de bueyes o de caballos y entonces se produce el torneo de coraje entre el monstruo de las aguas y los animales de carga. El pez que vive en el Istro tira hacia abajo con todas las energías que lo asisten, en tanto que el par de animales tira en dirección contraria y tensa la soga. En esto no existe ventaja para el pez, porque los tirones en sentidos opuestos terminan por debilitarlo y así deja la pelea y lo suben a tierra. Un conocedor de Homero compararía a las bestias con las mulas que llevan leña, como dice el poeta épico en aquella descripción tan famosa de los funerales de Patroclo.

Claudio Eliano

domingo, 28 de abril de 2019

Jocs Florals


Historia de los Animales (12)

En el libro duodécimo de Filarco, se lee que los áspides de Egipto merecen allí un tratamiento lleno de gran respeto y que, a causa de ello, son muy mansos y dóciles. Por consiguiente, nunca atacan a los niños que, incluso, comen junto a ellos y, además, si alguien los llama, salen de sus cubiles respondiendo al llamado, que se hace con un chasquido de los dedos.
Sumado a todo eso, los egipcios les brindan ofrendas para darles a entender que son sus amigos. Al terminar las comidas, esparcen sobre las mesas granos de cebada remojados en vino y cubiertos de miel; de inmediato hacen castañetear los dedos para convocar a sus invitados, por así decir, y obedientes a esa especie de reclamo, los áspides llegan desde todas partes, reptando unos desde un sitio, otros desde otro; una vez alcanzada la mesa, mantienen una parte del cuerpo en el suelo, alzan la cabeza, se apoderan de su comida con la lengua y, sin apuros ni inquietud, se hartan de cebada y la comen toda. Si los egipcios experimentan alguna necesidad por la noche, una vez más hacen castañetear sus dedos y con ese sonido dejan saber a los animales que tienen que dar paso libre a los hombres y apartarse. Es decir, que los áspides disciernen entre los diferentes sonidos, conocen a quien los produce y, de inmediato, se alejan y se ocultan, reptando, en sus cuevas y agujeros. Así es que quien se levante de su cama no va a aplastar ni se tropezará con ningún reptil.

Digno de subrayar es que, si se atrapa una rata preñada y se le saca el feto y, ya efectuada la disección, se examina ese feto, se verá que este mismo lleva en su interior otra cría.

En su obra Memorias, Euforión refiere que, en épocas muy remotas, Sarnas quedó deshabitada a causa de la aparición de unas bestias gigantescas, fieras y dañinas para quien las llegara a ver; según este autor, su nombre era néades (neádes); con un simple rugido, esas bestias eran capaces de partir la tierra y, por lo tanto, en Sarnas se utiliza un refrán que afirma: «ruge con más fuerza que las néades». Euforión también dice que en el presente aún se pueden observar los huesos descomunales de esas fieras.

En tierras de los caspios, según me han dicho, se extiende un lago de gran superficie en el que viven peces muy grandes que reciben el nombre de oxirringjos; (oxyrrynchos). Los habitantes del lugar pescan estos peces, los salan, los guardan en conserva y los desecan, para cargarlos después en sus camellos y llevarlos a vender en Ecbatana. Con la grasa que obtienen de ese pescado fabrican harina; también utilizan como ungüento el aceite de pez, de olor nada fuerte y bastante agradable, además de sacarles las tripas y recocerlas para preparar una cola muy especial y eficaz, ya que puede pegar todo tipo de cosas con mucha seguridad y se adhiere a todo lo que se le ponga y tiene gran brillo; todo lo que se pega con esa cola queda unido con tanta firmeza que, aunque se sumerja en agua durante diez días, las partes no se separan. Los artesanos del marfil la utilizan y logran objetos muy hermosos.

Dieciséis hombres trabajaban en la siega, bajo un sol de fuego; agobiados por la sed, mandaron a uno de ellos a buscar agua en un manantial no muy lejano. El enviado llevaba la hoz en la mano y un cántaro sobre el hombro. Al llegar al manantial, vio un águila que estaba sujeta con mucha fuerza entre los anillos del cuerpo de una sierpe. El águila se había arrojado sobre la víbora, pero su ataque no tuvo éxito y -como en Homero- se vio imposibilitada de llevar alimento a sus crías, por que quedó presa en el abrazo de la sierpe y estaba a punto de morir, sin poder matar. El labriego no ignoraba que el águila es portadora de los mensajes de Zeus y servidora del dios y que la víbora es un animal malvado, de modo que con su hoz cortó en dos el cuerpo de esta última y liberó al águila del abrazo mortal. Esto sucedió como por acaso y el hombre, tras llenar el cántaro, volvió al campo, mezcló agua y vino y dio a todos de tomar; los hombres, a la hora de comer, bebían sus copas de un trago y lo hacían varias veces. Después, el que fuera enviado por agua quiso tomar una copa, una vez que los demás ya habían aplacado la sed, porque aquel hombre era más bien un esclavo que un compañero. Cuando se llevó la copa a los labios, el águila salvada por él, que por suerte estaba sobrevolando aquel sitio, para pagar la buena acción se arrojó sobre la copa y volcó su contenido. El labriego, lleno de cólera, gritó: «Tú, el águila a la que salvé, ¿así te portas conmigo? ¿Te parece bien? ¿Qué hombre va a hacer en el futuro una buena acción para mostrar su respeto a Zeus, que recuerda y advierte las buenas acciones?» Así habló tras reconocer al ave, mientras seguía muerto de sed; sin embargo, al volver la mirada, observa que sus compañeros que ya habían bebido están respirando con dificultad y parecen a punto de morir. Y eso ocurría; al parecer, porque la serpiente había vomitado en el manantial, cuyas aguas quedaron mezcladas con el veneno del reptil. Es decir, que el águila pagó el beneficio obtenido salvando la vida de su salvador. Crates de Pérgamo afirma que el poeta Estesícoro se refiere a esa circunstancia en una obra que, según creo, no es muy conocida y en la que dice apelar a una prueba muy respetable y antiquísima.

Claudio Eliano

viernes, 26 de abril de 2019

Sant Jordi - 2018 - Mollet del Vallés


Historia de los Animales (10)

Como animales de vigilancia, los perros resultan menos eficaces que los gansos, cosa que fue descubierta por los romanos. En tiempos en que los celtas les estaban haciendo la guerra, lograron obligar a los romanos a retroceder y entraron en la ciudad misma, hasta apoderarse de todo, con excepción de la colina del Capitolio, que no lograban escalar, dado que todos los accesos que se mostraban fáciles para los sitiadores estaban protegidos por algún sistema defensivo. En tal ocasión el guardián de la colina era el cónsul Marco Manlio, encargado de vigilarla; este hombre llegó a otorgar a su propio hijo una corona de laurel por su valor, pero lo sentenció a muerte porque había abandonado su puesto.
Cuando los celtas comprobaron que la colina no les resultaba accesible por ningún punto, acordaron que esperarían hasta bien entrada la noche, para lanzarse contra los sitiados mientras éstos se hallaran descansando. Creían que podrían escalar la colina por un sitio que carecía de vigilancia y de protección, puesto que para los romanos no parecería posible que el ataque galo proviniera de ese lugar. Esto habría terminado en que Manlio y la ciudadela jupiterina fueran capturados de un modo vergonzoso, si por casualidad no hubiera habido allí unos gansos muy chillones.
Los perros se abalanzaron sobre la comida que se les ofrecía y se mantuvieron en silencio, pero los gansos -que siempre están ocupados en su garrulería cuando se les proporciona alimento- despertaron con su alharaca a Manlio y a los soldados que estaban junto a él.
Por esta razón todavía hoy cada año los perros, en Roma, son sometidos a la pena de muerte, como castigo por aquella vieja traición; por el contrario, un ganso es llevado en una litera entre pompa y boato, en ciertos días.

Un gallo llamado Centauro se prendó del copero real del soberano Nicomedes, de Bitinia, según narra Filón. Asimismo, una graja quedó prendada de un mancebo apuesto. También tengo noticia de que ciertas abejas suelen enamorarse, aunque casi todas se muestran bastante mesuradas. 

Cerca de Epidamno, en el Mar de Jonia, junto a la comarca de los taulantios, se tiende la tierra llamada Isla de Atenea, donde viven muchos pescadores. En esa isla hay un lago en cuyas aguas habitan cardúmenes de caballas. Los pescadores les proporcionan comida, porque entre unos y otras hay un pacto de paz; los peces disfrutan de libertad y no sufren ningún ataque, así es que llegan a una edad avanzada y algunos ejemplares son muy viejos. No comen gratuitamente, ni devuelven de un modo ingrato el alimento que se les brinda, porque después de recibir su ración de manos de los pescadores, ellas mismas se lanzan a sus incursiones de caza por propia voluntad, como si desearan pagar su comida.
Así es que salen del puerto y van en busca de caballas ajenas al lugar; una vez que las encuentran, organizadas en grupos o en filas de batalla, se acercan a nado, porque son peces de igual familia y de igual índole. Las forasteras no huyen; tampoco lo hacen las del puerto, que acompañan a las visitantes. Más tarde, las caballas amaestradas cercan a las otras, cierran filas y las apresan en medio de su formación, sin dejarlas huir, porque quieren beneficiar a sus protectores: a cambio de saciar su apetito, proporcionan grandes banquetes a los hombres; los pescadores se acercan y recogen a las prisioneras entre las que se produce gran mortandad; las caballas amaestradas regresan al lago y entran en sus cuevas, a la espera de su ración de la tarde.
Los pescadores traen la comida, porque necesitan de ayuda en la pesca y de buenas amigas. Y así se repite todos los días.

Claudio Eliano

miércoles, 24 de abril de 2019

Editorial Juventud


De Natura Animalium (9)

También sostienen los egipcios que los cocodrilos tienen el don de augurar y lo prueban con este relato: Tolomeo (esos egipcios sabrán de qué Tolomeo se trata) llamó al más dócil de sus cocodrilos, que no hizo caso ni quiso comer lo que el amo le ofrecía; los sacerdotes estuvieron de acuerdo en señalar que el cocodrilo rechazó la comida porque había comprendido que el fin de Tolomeo se aproximaba.

Megástenes me ha hecho saber que, en el Mar índico, vive un pez invisible en vida, quizá porque habita en las profundidades, pero que sube a la superficie a su muerte. Quien lo toque se desmaya en un primer momento, para morir a continuación.
Si alguien pone el pie encima de una serpiente acuática, aunque no reciba ninguna mordedura, pierde la vida sin remedio, según afirma Apolodoro en su obra Acerca de animales venenosos, porque sostiene que con el mero contacto se produce la corrupción; por cierto que a quien trata de curar o de cuidar al moribundo, sea como sea, le salen llagas en las manos, tan sólo por haber tocado a quien pisó una de esas serpientes. Aristóxeno narra que, cierta vez, un hombre dio muerte a una víbora con la mano y, a pesar de no haber recibido ninguna mordedura, perdió la vida; también agrega que la túnica que ese hombre vestía al matar al reptil se pudrió al cabo de poco tiempo.

En su poema Dardánicas, Hegemón habla del tesalio Alevas y, entre otras cosas, refiere que una víbora se enamoró de él; también nos dice que Alevas tenía cabellos de oro, cosa exagerada que corrijo diciendo que era rubio su pelo. Asimismo, el poeta asegura que el joven cuidaba sus rebaños en el monte Osa, tal como lo hiciera Anquises en el Ida, y que sus bestias pastaban cerca de una fuente llamada Hemonia. Esa fuente bien podría haberse hallado en Tesalia.
Una serpiente enorme se enamoró, pues, de Alevas; se le aproximaba deslizándose, le rozaba el pelo, limpiaba la cara amada con la lengua y brindaba al joven el presente de las presas que capturaba.
Si un carnero concibió una pasión por la citarista Glauce, si en Jasa un delfín se prendó de un efebo, ¿por qué causa no se podría enamorar una víbora de un pastor hermoso, dado que es un animal de visión aguda y bien puede juzgar con propiedad acerca de una belleza sin par? Los animales suelen experimentar amor no sólo por sus congéneres, sino incluso por quienes no guardan relación con ellos, siempre que éstos posean gran hermosura.

Claudio Eliano


lunes, 22 de abril de 2019

Πολιτεία - Gatos



Historia de los Animales (8)

Un cerdo es capaz de reconocer la voz de su porquerizo y, si lo llama éste, se aproxima, aunque esté hozando lejos de allí. La prueba de tal cosa es la siguiente: unos bandoleros anclaron su nave en la costa etrusca y, al avanzar tierra adentro, se encontraron con una pocilga bien poblada, que pertenecía a ciertos porquerizos. Los bandidos se llevaron los cerdos, los subieron a su nave y soltaron amarras para continuar su viaje. Mientras los piratas estuvieron cerca, los porquerizos permanecieron inmóviles, pero cuando el navío «estuvo tan cercano a la orilla que hasta hubieran llegado los gritos», comenzaron a llamar a los cerdos como siempre lo hacían cuando querían obligados a regresar; los animales, tan pronto como oyeron el llamado, se ubicaron todos sobre una banda de la nave y la volcaron. Los ladrones se ahogaron y los cerdos regresaron a nado junto a sus amos.

Tras la crecida que cubre los campos egipcios, durante el verano muy caluroso, el Nilo les otorga el aspecto de un mar calmo, y los habitantes de esa región pescan donde antes había tierra firme; también navegan en barcas construidas especialmente para esta época y para las crecientes del río rey. Más tarde, el río retorna al cauce que le diera la Naturaleza, pero los peces, lejos de su padre y sin el agua en que nadaban, se quedan a la zaga entre el limo espeso y así se convierten en comida para los labriegos; si bien la frase es un poco dura, eso constituye la cosecha egipcia de pescado.

Otra particularidad de los animales es el amor que profesan al hombre. Este relato es un ejemplo de ello. Un águila tenía una cría. Debo contar la historia completa, a modo de testimonio de lo que he dicho antes. Durante el reinado de Sevécoro, en Babilonia, los caldeos predijeron que el niño que naciera de la hija del soberano se apoderaría del reino de su abuelo. Sevécoro sintió miedo y -dicho sea en tono de broma- se convirtió en otro Acrisio por el comportamiento con su hija; la controlaba de un modo muy estricto, a pesar de lo cual -dado que la necesidad se mostró más astuta que el monarca babilonio- la joven quedó embarazada por obra de un hombre de bajo linaje y dio a luz en forma secreta. Los guardias, temerosos del soberano, arrojaron al niño de la acrópolis, que era donde la madre había estado prisionera.
Un águila, tras advertir con sus ojos penetrantes cómo salía el pequeño del vientre de su madre, antes que el recién nacido cayera al suelo, lo recogió sobre su dorso al vuelo, lo llevó hasta un jardín y lo dejó allí con especiales precauciones. El jardinero, al ver a ese hermoso niño, encantado con él, lo crió. El pequeño fue llamado Gílgamo y llegó a ser soberano de los babilonios.
Puedo admitir que haya quien no crea en la veracidad de esta historia, si aporta todos los testimonios posibles en contra. Me han asegurado que el persa Aquémenes, de quién tuvo origen la nobleza persa, fue criado por un águila.

Claudio Eliano

sábado, 20 de abril de 2019

Capgrossos de Terrassa





Historia de los Animales (7)

Entre los animales también existe la facultad de la memoria, que es en ellos un don congénito, no adquirido ni por los ejercicios ni por las enseñanzas de algunos impostores que, llenos de vanidad, se dicen inventores de tales métodos. El siguiente relato es testimonio de esta afirmación.
Cierto Androcles, que para su desdicha era esclavo, huyó de la casa de su amo, un senador de Roma; la fuga se debió a una falta cometida por el esclavo, ignoro si grave o no. Androcles llegó hasta Libia, donde trataba de mantenerse lejos de las ciudades, cuyo lugar de asiento sólo señalaba gracias a las estrellas, como se suele decir; a continuación se encaminó hacia el desierto. Abrumado por el fuego ardiente del sol, se refugió con gusto bajo una roca hueca, para descansar. Pero aquélla era la cueva de un león.
El león regresó por fin de su expedición de caza con una herida que le había producido una fuerte espina; al hallar al joven en su cueva, lo miró con ojos de esperanza, movió la cola y le presentó la pata: con todos los medios a su alcance le pedía que le quitase la espina. En un primer momento, Androcles se apartó, aterrado; pero al comprobar que la fiera se mostraba mansa y al ver la herida, le quitó la espina, motivo del dolor, y así también liberó al león de sus males.
Feliz de haber sido curado, el animal devolvió los cuidados al esclavo: le brindó un trato hospitalario y compartió con él su caza. Según su costumbre, la fiera comía su comida cruda y el hombre la cocinaba. Así ambos tenían una mesa común, si bien cada uno la disfrutaba de acuerdo con las preferencias de su naturaleza.
A lo largo de tres años Androcles convivió con la fiera. Mas, dado que le había crecido demasiado el pelo, se vio afectado por una picazón cruel, cosa que lo decidió a dejar al león y entregarse a su destino. Tiempo después, fue prendido cuando andaba sin rumbo; sus captores, al saber quién era su amo, lo entregaron maniatado a aquel senador romano. Éste decidió castigar al esclavo por la falta antigua entregándolo a las fieras, para que fuese devorado. Pero, entre tanto, el león libio fue capturado por un grupo de cazadores libios, quienes lo llevaron al circo, cuando el esclavo condenado a muerte, aquel mismo hombre que había compartido el albergue y la comida del animal, iba a cumplir la pena.
Androcles no reconoció al león, pero éste supo de inmediato de quién se trataba y, meneando la cola, le dio muestras de cariño y se echó a sus pies. Por último, Androcles reconoció a la fiera y se abrazó a ella como quien ve a un gran amigo tras una ausencia prolongada, mostrándole su afecto.
Semejante escena parecía ser obra de un mago, de modo que fue echado a la arena un leopardo; cuando este animal se arrojó contra Androcles, el león se lanzó a defender a su benefactor, aquel hombre con el que había compartido su comida, y no tardó en hacer pedazos al leopardo.
El público del circo estaba atónito y el ciudadano que había organizado el espectáculo hizo que Androcles se acercara para explicarse. Al oír la historia, que se difundió de inmediato entre la muchedumbre, todos los concurrentes pidieron a gritos que se diera libertad al esclavo y a la fiera. 
Es decir, que la memoria es una facultad congénita entre los animales. 

Esos perros que se ufanan de ser hijos de un tigre desprecian dar caza a los ciervos o perseguir a los jabalíes, aunque se arrojan contra los leones, con lo cual queda demostrada su estirpe. En presencia de Alejandro, los cazadores indios pusieron a prueba el arrojo de sus perros y para ello dejaron en libertad un ciervo, ante el cual el perro permaneció indiferente, después soltaron un jabalí y el perro no se movió; a continuación hicieron lo mismo con un oso, bestia que no produjo efecto en el perro; pero cuando fue soltado un león, tan pronto como lo hubo visto, «sintió que se le recrudecía la cólera» y, al comprobar que estaba frente a un adversario de cuidado, no dudó ni permaneció quieto, sino que se arrojó contra la fiera, la apresó con una garra vigorosa y se ensañó hasta ahogarla. A continuación, el indio que había preparado esta prueba para el soberano y que sabía hasta qué punto podía soportar el dolor aquel perro, ordenó que le cortaran la cola; así se hizo y el animal no se alteró para nada. Luego, el indio dio orden de que le cercenaran una pata; se ejecutó la orden y el perro se mantuvo firme como antes y no se movió, como si la pata cortada fuese de otro perro y no de él. Le cortaron otra pata y el perro no abandonaba su presa; también fue cercenada la tercera pata y el animal continuaba aguantando; le cortaron la cuarta y el perro todavía pensaba en atacar. Por último lo degollaron, pero los dientes del perro siguieron hincados en su presa, en tanto que la cabeza quedó apoyada sobre el cuerpo del león, a pesar de que el perro había muerto ya.
Alejandro se mostró dolido y emocionado por la muerte de aquel perro que demostrara su entereza, probando que no era un cobarde, y que pereciera por motivo de su valor. Al ver la aflicción del soberano, el indio le ofreció como presente otros cuatro animales de la misma condición que el muerto. Alejandro los aceptó con gusto y, a su vez, obsequió al indio con largueza; con aquellos cuatro perros, el hijo de Filipo atenuó el dolor que le ocasionara la muerte del primero.

Claudio Eliano

jueves, 18 de abril de 2019

Editions Gypoète









Historia de los Animales (6)

Después de atrapar a una tortuga de tierra, las águilas se ciernen en lo alto para arrojarla contra las rocas; así, roto el caparazón, pueden sacar las carnes y comerlas. Según me han referido, de esta manera perdió la vida Esquilo el eleusino, poeta trágico. Fue así: Esquilo se hallaba sentado en una roca, presumo que reflexionando y escribiendo, tal como tenía por costumbre; su cabeza era completamente calva, sin un solo pelo. Un águila, creyendo que esa calva era una roca, dejó caer sobre ella la tortuga que había apresado. El animal cayó sobre la cabeza del poeta y lo mató.

Ahora he de referirme al carácter maligno de la hiena libia, de la que también me han llegado noticias. Se esconde en lo hondo del bosque, para oír a los leñadores, que se llaman unos a otros y que conversan entre sí. Más tarde, imita las voces oídas y hasta llega a hablar -por más que esto parezca un cuento fantasioso- con un tono semejante al de los hombres, repitiendo los nombres que haya oído; el hombre así llamado se aproxima; la bestia se aparta un poco y vuelve a llamar; el hombre sigue en busca de la voz y cuando la hiena libia lo ha apartado de sus compañeros de trabajo y lo ha aislado, se arroja sobre él y lo mata, con lo que se convierte en su comida quien fuera atrapado por su voz.

Aseguran los mauritanos que sus rebaños engordan gracias a la música y no por lo que pastan; se complacen con las comidas saladas, porque la sal impulsa a las bestias a beber agua. También saben las ovejas que los vientos septentrionales y meridionales, tanto como los carneros que se aparean con ellas, tienen que ver con su preñez. Conocen, asimismo, el carácter favorecedor del viento norte en las pariciones de machos, y saben que un viento sur trae hembras. Así es que una oveja, tras ser cubierta, si quiere tener prole de uno u otro sexo, se ubica en la dirección del viento correspondiente.

Tales de Mileto impuso un castigo a la perversidad de una mula, una perversidad que puso en descubierto con mucha astucia. La mula llevaba una carga de sal y cierta vez, al cruzar un río, resbaló y cayó en el agua, patas arriba. Después de mojarse, la sal se disolvió y la mula se sintió muy feliz al comprobar que la carga era menos pesada. La mula, comprobada ya la diferencia que existe entre la faena dura y la vida fácil, tomó nota de las enseñanzas de la fortuna y comenzó a hacer deliberadamente lo que una vez fuera un hecho involuntario. El mulero no podía utilizar otro camino que no cruzara el río; cuando Tales escuchó la historia de su esclavo, consideró que debía imponer un castigo singular a la perversidad de la milla y ordenó que la cargaran con esponjas y lana. El animal, ajeno a la trampa, se dejó caer como siempre y, mojada la mercadería que llevaba encima de la sal, vio que su ardid la perjudicaba; desde esa ocasión cumplió con su trayecto sin accidentes y, manteniendo firmes sus patas, conservó la sal íntegra.

Claudio Eliano