El cocodrilo (7)
Aunque me esperaba algo por ese estilo, la inexactitud de tal información me hizo muy mal efecto. No sabiendo a quién confiar mis impresiones, fijé la vista en Projor Savich, que estaba sentado enfrentito de mí. Entonces fue cuando advertí que hacía ya rato que me estaba observando, teniendo en la mano un número de La Greña, como si pensase dármelo a leer.
Aunque me esperaba algo por ese estilo, la inexactitud de tal información me hizo muy mal efecto. No sabiendo a quién confiar mis impresiones, fijé la vista en Projor Savich, que estaba sentado enfrentito de mí. Entonces fue cuando advertí que hacía ya rato que me estaba observando, teniendo en la mano un número de La Greña, como si pensase dármelo a leer.
Sin decir palabra, tomo La Hoja que yo le brindaba y me ofreció La Greña, señalando con la uña el artículo sobre el cual deseaba llamarme la atención. Aquel Projor Savich era un tipo bastante raro. Viejo solterón, apenas tenía amistad con ninguno de nosotros y no hablaba casi con nadie en la oficina. Siempre, y a propósito de todo, tenía algo que decir, mas no se avenía a decírselo a nadie. Vivía solo, y casi ninguno de nosotros había puesto ni una vez los pies en su casa.
He aquí lo que decía el artículo de La Greña que él subrayara con la uña:
«Todo el mundo sabe que somos progresistas y humanitarios, y que en este terreno pretendemos estar a la altura de Europa. Pero, cualesquiera que sean los desvelos de nuestro pueblo y de nuestro diario, fuerza es confesar que aún están verdes, a juzgar por un repugnante suceso que acaeció ayer en el Pasaje, y que nosotros estamos hartos de pronosticar.
»Un extranjero, dueño de un cocodrilo, llega a nuestro país y exhibe su animalucho en el Pasaje. Al punto nos apresuramos a saludar a esa nueva rama de una útil industria, rama de que aún carecía el tronco de nuestra poderosa y tan diversa patria.
»Pues bien; he aquí que, de pronto, ayer, a las cuatro y media, penetra en el local del extranjero un hombre muy gordo y en completo estado de embriaguez que, después de pagar la entrada, y sin avisar a nadie, va a meterse derechito en las fauces del cocodrilo, el cual no tuvo más remedio que tragárselo aunque sólo fuera por instinto de conservación y para evitar la asfixia. No bien hubo caído en el interior del cocodrilo, se quedó profundamente dormido el desconocido visitante.
»Los gritos del domador resultaron tan inútiles como los lloros de su familia aterrada; en balde se le amenazó con llamar a los guardias; nada hizo la menor mella en el borracho que desde el fondo del cocodrilo reía de un modo insolente, jurando y perjurando que el cocodrilo habría de ser castigado a palos (sic), mientras el pobre mamífero, obligado a engullirse un bocado semejante, se deshacía en inútiles lágrimas. El intruso no quería salir de allí.
»No acertamos a explicar hechos tan bárbaros, que demuestran hasta qué punto estamos lejos de la madurez, rebajándonos a los ojos de los extranjeros. Esa propensión a la locura que constituye el fondo del carácter ruso, encuentra aquí digna aplicación.
»Es natural que nos preguntemos cuál pudo ser la intención de ese inoportuno. ¿Sería que buscaba un local abrigado y cómodo? Pero, ¿no abundan en la capital las casas hermosas, con pisos holgados y económicos, con agua, gas y hasta portería? Y además llamamos la atención de nuestros lectores sobre la crueldad de semejante trato infligido a un animal doméstico.
»Ya comprenderán nuestros lectores lo difícil que habrá de serie a este cocodrilo digerir tamaña mole. Ahí está el cuitado, sin alientos, tumefacto, esperando la muerte en medio de intolerables sufrimientos. Hace ya mucho tiempo que en Europa son emplazados ante los tribunales quienes maltratan los animales domésticos. En nuestro país, pese al alumbrado a la europea, a las aceras, construidas a la europea, y a las casas, edificadas a la europea, aún ha de pasar mucho tiempo antes de que hagamos justicia a los culpables de esos malos tratos.»
«LAS CASAS SON NUEVAS, PERO LOS PREJUICIOS
CONTINÚAN SIENDO VIEJOS»
«¿Pero son nuevas ni siquiera las casas? Por lo menos, no siempre podría decirse eso de sus escaleras. ¿cuántas veces no hemos denunciado en estas columnas el estado de suciedad lamentable en que desde hace meses se encuentran las gradas de la escalera de madera de la casa del mercader Lukianov, en la Petersburgskaia, que, por su estado ruinoso, presentaban un serio peligro para la criada Afimia Skapidirovna, obligada por las necesidades de su cargo a subir y bajar constantemente para acarrear agua o leña? Lo que pronosticábamos ocurrió ayer, a las ocho y media de la noche: Afimia Skapidirovna, que iba cargada con una sopera, resbaló y se rompió la pierna.
»Sin embargo, todavía nos preguntamos si este accidente acabará de persuadir a Lukianov de la necesidad de mandar arreglar la escalera, porque los rusos tienen la cabeza dura. Entretanto, la víctima del descuido ruso ha sido conducida al hospital.
»Tampoco nos cansaremos de repetir que los porteros, al barrer la nieve de las aceras de Vyborgskaia, deberían adoptar algunas precauciones a fin de no deslucirles el calzado a los transeúntes. ¿Por qué no la recogen en montoncitos, como se hace en Europa», etc., etc.
-Pero, ¿ qué quiere decir esto? -pregunté, mirando a Projor Savich con cierto asombro.
-¿El qué?
-¡Pues qué ha de ser! ¡Que en lugar de compadecer al pobre de Iván Matveich compadecen al cocodrilo!
-¿Qué más da que la piedad recaiga en un «mamífero» o en otro? ¿No es eso lo europeo? ¡ ¡También compadecen en Europa a los cocodrilos! ¡Ji, ji, ji...!
Y dicho esto, aquel tipo raro de projor Savich volvió a abismarse entre sus papelotes y ya no volvió a despegar los labios.
Yo me metí en el bolsillo La Greña e hice acopio de diarios para mi pobre Iván Matveich. Luego, aunque todavía faltase mucho para la hora de salida, dejé la oficina y me encaminé al Pasaje con objeto de hacerme cargo, aunque fuese de lejos, de lo que allí pasaba y recoger la variedad de opiniones del vulgo.
Figurándome que habría apreturas, me levanté el cuello del gabán, pues sentía algo de vergüenza, no sé por qué, quizá por lo poco acostumbrado que a la publicidad estaba.
Mas comprendo que no tengo derecho a relatar mis personales y prosaicas sensaciones ante un acontecimiento tan notable y singular.
Dostoievski