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viernes, 24 de agosto de 2018

Oficios



El cocodrilo (4)

Yo volví a comenzar mi relato. Timotei Semionich reflexionó largamente. Luego, revolviendo su tabaquera entre los dedos, me dijo:
-¡Ejem, ejem! Me parece que no le estaría mal quedarse donde se encuentra, en vez de irse al extranjero. Donde está tiene tiempo sobrado para recapacitar. Claro que no hay que dar lugar a que se asfixie, sino que, por el contrario, se han de tomar medidas para proteger su salud; desde luego que procure no coger un catarro... En cuanto al alemán, me parece que está en su derecho y hasta que le asiste más razón que a la parte contraria; Iván Matveich es quien se ha metido sin su permiso dentro de su cocodrilo, y no él quien se ha metido en el cocodrilo de Iván Matveich, que, si no me engaño, no posee ninguno. Ahora bien, ese cocodrilo constituye una propiedad, y, por consiguiente, no se le puede abrir la barriga sin indemnizar a su dueño. 
-Pero se trata de salvar a un ser humano, Timotei Semionich! 
-Eso es cosa de la policía. A ella es a quien hay que dirigirse. 
-¡Pero podría suceder que lo necesitasen en la oficina y lo mandasen llamar! 
-¡Necesitar a Iván Matveich! ¡Ejem, ejem! En primer lugar, está considerado como con licencia. Se le supone en vísperas de visitar Europa y podemos hacer la vista gorda sobre lo que en realidad haga. Otra cosa será si, cumplido el tiempo de su licencia, no vuelve oportunamente a la oficina. En ese caso, haremos constar oficialmente su ausencia y le formaremos expediente... 
-¡A los tres meses! ¡Apiádese usted! 
-Si se encuentra en ese aprieto, él tiene la culpa. ¿Quién le metió ahí dentro? Quizá haya que destinarle un guardia a expensas del Estado, lo cual se opone a los reglamentos. Pero lo que hay que tener presente, ante todo, es que el cocodrilo es una propiedad y que, por tanto, anda por medio el principio económico. ¡El principio económico es lo primero! Anteayer lo decía Ignati Procovich en casa de Lucas Andreich. ¿Conoce usted a Ignati Procovich? Es un opulento capitalista que maneja grandes negocios y se expresa muy bien. «Necesitamos industrias -decía-. Nuestra industria no existe, por decirlo así. Hay que crearla, y con esta mira se hace necesario crear una burguesía. Y como no tenemos capitales, es menester traerlos del extranjero. Debemos, pues, ante todo, conceder facilidades a las compañías extranjeras para que adquieran nuestras tierras en parcelas, según se practica por doquiera en el extranjero. ¡Esta propiedad en común es el tósigo, la ruina de Rusia!» Hablaba con gran entusiasmo. Esa gente rica y que no está en el servicio, es muy expedita de lengua... Dijo que ni la industria ni la agricultura pueden prosperar con este sistema nuestro. Opinaba que las compañías deberían comprar todo nuestro territorio, distribuido en parcelas, para dividirlo luego en lotes más pequeños que se pondrían a la venta, de suerte que constituyesen propiedades individuales. y no puede usted figurarse el tono tan resuelto con que decía: ¡Dis-tri-buir! Caso de no venderse esos lotes, se podía, sencillamente, arrendarlos. Y añadía: "Cuando toda nuestra tierra se halle en poder de sociedades extranjeras, será cosa sencilla señalar el precio de arrendamiento que se quiera. De este modo tendrá que trabajar el labriego para ganarse la vida y se podrá echar de talo cual territorio en caso necesario. Barruntando ese peligro, se mostrará respetuoso y obediente y rendirá tres veces más trabajo del que rinde ahora que forma parte de la comunidad y puede reírse de todo el mundo. Sabe que no ha de morirse de hambre, y por eso gandulea y empina el codo. Con el nuevo método se nos vendrá el dinero a las manos; la burguesía aportará sus capitales. Además, el Times, el gran diario literario y político de Londres, declaraba en un estudio que publicaba acerca de nuestra prensa, que el no aumentar nuestros capitales se debe a que entre nosotros no hay tercer Estado, a que carecemos de grandes fortunas y de un proletariado productor...» Ignati Procovich habla muy bien; es un consumado orador. Tiene intención de presentar en las altas esferas una memoria, que publicará después en El Mensajero. Estamos muy lejos, como usted ve, de los desvaríos de Iván Matveich... 
-Bueno, pero, ¿qué vamos a hacer por Iván Matveich? -le interrumpí. Hasta allí le dejé desbarrar cuanto quiso porque sabía que ese era uno de sus flacos y que le gustaba demostrar que no andaba tan atrasado de noticias, sino que se hallaba al corriente de todo. 
-¿Que qué hemos de hacer por Iván Matveich? ¡Pues si todo lo que acabo de decir se refiere a él! Estamos haciendo cuanto podemos por atraemos los capitales extranjeros, y apenas cuando la fortuna del dueño del cocodrilo ha aumentado el doble en razón del percance de Iván Matveitch, ¿quiere usted que le abramos la barriga a su bicho? ¿Es eso lo que dicta el sentido común? A mi juicio, Iván Matveich, a fuer de buen patriota, debe alegrarse y enorgullecerse de haber podido duplicar, con sólo su intervención, el valor de un cocodrilo extranjero. ¿Qué digo duplicar? ¡Triplicar! Visto el éxito logrado por el dueño de ese cocodrilo, no tardará en venir otro con otro cocodrilo y luego otro con dos o tres. Alrededor de ellos se agruparán los capitales, y ahí tiene usted el comienzo de una burguesía. Todo cuanto hagamos para fomentar este movimiento será poco. 
-¡Pero -exclamé-, Timotei Semionich, lo que usted exige de ese pobre Iván Matveich es una abnegación casi sobrehumana! 
-No exijo nada, y le ruego recuerde que, como ya le he advertido, no soy su jefe y no tengo, por tanto, derecho a exigir nada. Yo hablo tan sólo como patriota, no como patriota, sino simplemente como patriota. Y una vez más le pregunto: ¿Quién le mandó meterse dentro de ese cocodrilo? Un hombre serio, funcionario de cierta categoría, casado como Dios manda, ¿a qué meterse en semejante aventura? ¿Qué le parece a usted eso? 
-¡Pero ese percance fue completamente ajeno a su voluntad! 
-¿Quién sabe? Y, además, ¿.dónde está el dinero para indemnizar al dueño del cocodrilo? 
-Contamos con el sueldo de Iván Matveich... 
-¿Habrá bastante con ello? 
-¡Ah, no, Timotei Semionich! -exclamé con tristeza-. A raíz del percance, el dueño del cocodrilo temía que el bicho reventara; pero cuando se hubo cerciorado de que nada había que temer, se volvió arrogante y con una suerte de voluptuosidad duplicó el precio que al principio pidiera. 
-¡Y diga usted que podrá triplicarlo y aun cuadruplicarlo! 
El público afluirá en tropel a su exposición yesos domadores son muy listos. Tenga usted además en cuenta que estamos en carnaval y que todo el mundo quiere divertirse; lo cual es una razón para que Iván Matveich conserve el incógnito y no se dé prisa por salir de su extraño domicilio. Que todo el mundo sepa que se hospeda en un cocodrilo, pero no oficialmente. Para ello se encuentra en las más favorables condiciones, ya que todo el mundo lo supone viajando por el extranjero. Ya podrán decir que se halla en el interior de un cocodrilo; nosotros aseguraremos no saber nada. Todo puede arreglarse. Lo principal es que tenga paciencia. Después de todo, ¿a qué vienen esas prisas? 
-¿Pero y si...? 
-Pierda usted cuidado; es de temperamento bastante robusto... 
-Bueno, ¿y qué pasará si aguarda? 
-¡Ah, no le ocultaré a usted que el caso es bastante peliagudo! Es para perder el juicio, y lo peor es que no hay precedente. Si hubiera un precedente, aún sería fácil salir del aprieto. Mas no habiéndolo, ¿en qué apoyar ninguna resolución? En tanto andemos buscándola, el asunto se dilatará... 
Se me ocurrió una inspiración salvadora: 
-¿No podríamos hacer de modo que, ya que ha de permanecer en la barriga del cocodrilo y contando con que Dios ha de conservarle la vida, pudiera dirigir a quien de derecho corresponda una instancia para que le considerasen como prestando servicio...? 
-¡Ejem, ejem...! Como si estuviese de licencia sin sueldo. 
-¿Y no habría medio de que le pasasen también la paga? 
-¿Y a título de qué? 
-A título de empleado en comisión. 
-¿En comisión? ¿Y en dónde? 
-Pues en las profundidades del cocodrilo, en sus profundidades..., para recoger allí datos, para estudiar los hechos sobre el terreno. Claro que esto sería una innovación, pero también un progreso, una prueba de que el Estado se interesa por el adelanto de la Ciencia... 
Timotei Semionich se sumió en meditación profunda. Luego respondió: 
-Me parece que el hecho de enviar a un empleado en comisión a la barriga de un cocodrilo constituiría un absurdo. No habría medio de compaginarlo con el cuadro de servicio. ¿Qué misión podría desempeñar allí dentro? 
-Pues una misión de estudios naturales, si me es lícito expresarme así; se trataría de sorprender la naturaleza al desnudo. Hoy están muy de moda las ciencias naturales. La botánica... Iván Matveich residiría dentro del cocodrilo y desde allí nos enviaría comunicados... sobre la digestión en los saurios, sobre las costumbres internas de estos animales... Y de este modo podría reunir montones de datos... 
-¡Sí, estudios estadísticos, sin duda! No estoy muy fuerte en estos asuntos... Y además no soy filósofo. Usted habla de datos. Pero estamos ya de ellos hasta la coronilla... no sabemos qué hacer con tantos. Además, esa estadística me parece peligrosa... 
-¿Por qué? 
-Es peligrosa. Y además, reconózcalo usted, tendrá que redactar esos comunicados tendido de costadillo. ¿Y quiere usted decirme si en esa postura se puede prestar servicio? Sería una innovación y bastante peligrosa: ¡no hay precedentes! Si tuviéramos un precedente siquiera, ya sería otra cosa. 
-Pero ¿cómo quiere usted que haya precedente cuando éste es el primer cocodrilo vivo que traen a Petersburgo. Timotei Semionich? 
-¡Ejem, ejem...! Es verdad -reflexionó de nuevo largo rato. La observación de usted es justa en cierto sentido, y podría servir de base para la tramitación del asunto. Pero considere, de otra parte, que si la aparición de estos cocodrilos vivos ha de despertar en los empleados la propensión a albergarse en ellos, y so pretexto de que allí se está bien, pedir comisiones para pasarse el tiempo tumbados de costadillo, constituiría un ejemplo detestable, reconózcalo usted. Todos correrían a meterse dentro de los cocodrilos para ganar el sueldo sin hacer nada. 
-¡Haga usted cuanto esté de su parte, Timotei Semionich! y a propósito: Iván Matveich me encargó le abonase a usted los siete rublos que le debe por la última partida que perdió. 
-¡Ah, sí; los perdió el otro día en casa de Nikifor Nikiforich. Me acuerdo de ello. ¡Qué buen humor tenía aquella noche y cuánto nos hizo reír! Y ahora... 
El vejete daba muestras de sincera emoción. 
-Prométame interesarse por él, Timotei Semionich. 
-Me interesaré. Hablaré en mi nombre, me las arreglaré a mi modo; haré como si pidiese informes... Y a propósito de esto: entérese del precio que pide por el bicho el dueño del cocodrilo. 
Era evidente que Timotei Semionich se ablandaba. 
-No dejaré de hacerlo -respondí-, y al punto vendré a comunicárselo. 
-Y su mujer ¿qué hace ahora que se ha quedado sola?.. ¿Se aburre? 
-No estaría de más que le hiciera usted una visita, Timotei Semionich. 
-¿Y por qué no? Ya lo había yo pensado y la ocasión me parece de perlas... Pero ¡qué idea! ¡Ir a ver a un cocodrilo! Aunque, después de todo, yo también tengo intención de ir a verlo. 
-Pues vaya usted, Timotei Semionich. 
-No faltaré. Pero no quisiera que Iván Matveich cifrase ninguna esperanza en este caso. Yo lo daré tan sólo como particular. Hasta la vista, pues; voy a casa de Nikifor Nikiforich. ¿Va usted allí también? 
-No; tengo que visitar a nuestro cautivo. 
-Eso, cautivo. ¡Ah, adónde conduce el atolondramiento! 
Me despedí del viejo. Mil pensamientos me bullían en la cabeza. Timotei Semionich es un hombre muy bueno; pero esto no impide que al separarme de él no me alegrase de que hubiese ya celebrado su quincuagésimo cumpleaños Y de que no hubiese entre nosotros muchos Timotei Semionich. 
No hay que decir que me encaminé a toda prisa al Pasaje para darle aquellas noticias al pobre Iván Matveich. Sentía también mucha curiosidad por saber cómo le iba dentro del cocodrilo y si la vida allí resultaba tolerable. ¡Vivir dentro de un cocodrilo! ¡A veces me parecía que era juguete de una pesadilla monstruosa! ¡Ay, verdaderamente, se trataba de un monstruo! 

(Sigue)