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sábado, 31 de enero de 2015

El Quijote de Francisco






Díjole don Quijote que contase algún cuento para entre­tenerle, como se lo había prometido, a lo que Sancho dijo que sí hiciera, si le dejara el temor de lo que oía.
-Pero, con todo eso, yo me esforzaré a decir una historia, que, si la acierto a contar y no me van a la mano, es la mejor de las historias; y estéme vuestra merced atento, que ya co­mienzo. «Érase que se era, el bien que viniere para todos sea, y el mal, para quien lo fuere a buscar...» Y advierta vuestra merced, señor mío, que el principio que los antiguos dieron a sus consejas no fue así comoquiera, que fue una sentencia de Catón Zonzorino, romano, que dice: «Y el mal, para quien le fuere a buscar», que viene aquí como anillo al dedo, para que vuestra merced se esté quedo y no vaya a buscar el mal a ninguna parte, sino que nos volvamos por otro cami­no, pues nadie nos fuerza a que sigamos éste, donde tantos miedos nos sobresaltan.
-Sigue tu cuento, Sancho -dijo don Quijote-, y del cami­no que hemos de seguir déjame a mí el cuidado.
-«Digo, pues -prosiguió Sancho-, que en un lugar de Es­tremadura había un pastor cabrerizo, quiero decir que guar­daba cabras; el cual pastor o cabrerizo, como digo, de mi cuento, se llamaba Lope Ruiz; y este Lope Ruiz andaba ena­morado de una pastora que se llamaba Torralba; la cual pas­tora llamada Torralba era hija de un ganadero rico, y este ga­nadero rico...»
-Si desa manera cuentas tu cuento, Sancho -dijo don Quijote-, repitiendo dos veces lo que vas diciendo, no aca­barás en dos días; dilo seguidamente, y cuéntalo como hom­bre de entendimiento, y si no, no digas nada.
-De la misma manera que yo lo cuento -respondió San­cho- se cuentan en mi tierra todas las consejas, y yo no sé contado de otra, ni es bien que vuestra merced me pida que haga usos nuevos.
-Di como quisieres -respondió don Quijote-; que, pues la suerte quiere que no pueda dejar de escucharte, prosigue.
-«Así que, señor mío de mi ánima -prosiguió Sancho-, que, como ya tengo dicho, este pastor andaba enamorado de Torralba, la pastora, que era una moza rolliza, zahareña y tiraba algo a hombruna, porque tenía unos pocos de bigotes, que parece que ahora la veo.»
-Luego ¿conocístela tú? -dijo don Quijote.
-No la conocí yo -respondió Sancho-; pero quien me contó este cuento me dijo que era tan cierto y verdadero, que po­día bien, cuando lo contase a otro, afirmar y jurar que lo ha­bía visto todo. «Así que, yendo días y viniendo días, el diablo, que no duerme y que todo lo añasca, hizo de manera que el amor que el pastor tenía a la pastora se volviese en omecillo y mala voluntad; y la causa fue, según malas lenguas, una cierta cantidad de celillos que ella le dio, tales, que pasaban de la raya y llegaban a lo vedado; y fue tanto lo que el pastor la aborreció de allí adelante, que, por no verla, se quiso ausentar de aquella tierra e irse donde sus ojos no la viesen jamás. La Torralba, que se vio desdeñada del Lope, luego le quiso bien, más que nunca le había querido.»
-Ésa es natural condición de mujeres -dijo don Quijote-: desdeñar a quien las quiere y amar a quien las aborrece. Pasa adelante, Sancho.
-«Sucedió -dijo Sancho- que el pastor puso por obra su determinación, y, antecogiendo sus cabras, se encaminó por los campos de Estremadura, para pasarse a los reinos de Portugal. La Torralba, que lo supo, se fue tras él, y seguíale a pie y descalza desde lejos, con un bordón en la mano y con unas alforjas al cuello, donde llevaba, según es fama, un pedazo de espejo y otro de un peine, y no sé qué botecillo de mudas para la cara; mas, llevase lo que llevase, que yo no me quiero meter ahora en averiguallo, sólo diré que dicen que el pastor llegó con su ganado a pasar el río Guadiana, y en aquella sa­zón iba crecido y casi fuera de madre, y por la parte que llegó no había barca ni barco, ni quien le pasase a él ni a su ganado de la otra parte, de lo que se congojó mucho, porque veía que la Torralba venía ya muy cerca y le había de dar mucha pesa­dumbre con sus ruegos y lágrimas; mas, tanto anduvo mi­rando, que vio un pescador, que tenía junto a sí un barco, tan pequeño, que solamente podían caber en él una persona y una cabra; y, con todo esto, le habló, y concertó con él que le pasase a él y a trecientas cabras que llevaba. Entró el pescador en el barco, y pasó una cabra; volvió, y pasó otra; tornó a vol­ver, y tornó a pasar otra.» Tenga vuestra merced cuenta en las cabras que el pescador va pasando, porque si se pierde una de la memoria, se acabará el cuento, y no será posible contar más palabra dél. «Sigo, pues, y digo que el desembarcadero de la otra parte estaba lleno de cieno y resbaloso, y tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver. Con todo esto, volvió por otra cabra, y otra, y otra...»
-Haz cuenta que las pasó todas -dijo don Quijote-: no andes yendo y viniendo desa manera, que no acabarás de pasarlas en un año.
-¿Cuántas han pasado hasta agora? -dijo Sancho.
-Yo ¿qué diablos sé? -respondió don Quijote.
-He ahí lo que yo dije: que tuviese buena cuenta. Pues, por Dios, que se ha acabado el cuento, que no hay pasar adelante.
-¿Cómo puede ser eso? -respondió don Quijote-. ¿Tan de esencia de la historia es saber las cabras que han pasado, por estenso, que si se yerra una del número no puedes se­guir adelante con la historia?
-No, señor, en ninguna manera -respondió Sancho-: por­que así como yo pregunté a vuestra merced que me dijese cuántas cabras habían pasado, y me respondió que no sabía, en aquel mesmo instante se me fue a mí de la memoria cuanto me quedaba por decir, y a fe que era de mucha virtud y contento.
-¿De modo -dijo don Quijote- que ya la historia es acabada?
-Tan acabada es como mi madre -dijo Sancho.
-Dígote de verdad -respondió don Quijote- que tú has contado una de las más nuevas consejas, cuento o historia, que nadie pudo pensar en el mundo, y que tal modo de contada ni dejada, jamás se podrá ver ni habrá visto en toda la vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; mas no me maravillo, pues quizá estos golpes, que no cesan, te deben de tener turbado el entendimiento.
-Todo puede ser -respondió Sancho-; mas yo sé que en lo de mi cuento no hay más que decir, que allí se acaba do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras.
-Acabe norabuena donde quisiere -dijo don Quijote-, y veamos si se puede mover Rocinante.

jueves, 29 de enero de 2015

Museo Sorolla II





















Moby Dick (Fragmento)

Hace unos cincuenta años se produjo en Inglaterra un curioso litigio en torno a una ballena. Los demandantes de­clararon que después de una ardua caza en los mares nórdicos y cuando ya habían logrado arponear el pez, el peligro que corrían sus vidas los había obligado a abandonar no sólo las líneas, sino también el bote. A continuación, los deman­dados (la tripulación de otra nave) se habían precipitado hacia la ballena para herida, matarla, atraparla y al fin apro­piársela ante las mismas narices de los demandantes. Y al recibir estos demandados las correspondientes reclamaciones, el capitán había hecho una castañeta en la cara de los deman­dantes, declarando que para celebrar su hazaña se quedaría también con la línea, los arpones y el bote, todavía unidos a la ballena en el momento de su captura. Por eso los deman­dantes exigían indemnización por el valor de la ballena, la línea, los arpones y el bote.
El señor Erskine era el abogado de los demandados; Lord Ellenborough era el juez. En el transcurso de la defensa, el in­genioso Erskine ilustró su posición citando un reciente caso de adulterio en que un caballero, después de procurar en vano refrenar la depravación de su mujer, la había abandonado en los mares de la vida; pero con los años, arrepentido, había entablado una acción para reclamar la posesión de esa mujer. Erskine representaba a la otra parte, y se había defendido ale­gando que aunque el caballero había sido el primero en arpo­near a la dama y en amarrarla, y si bien la había abandonado sólo a causa de su excesiva depravación, con todo la había abandonado. Por consiguiente, cuando un caballero ulterior la había arponeado nuevamente, la dama había pasado a ser propiedad de ese caballero ulterior, juntamente con cualquier arpón que se le hubiese podido encontrar en el cuerpo.
Ahora bien, en el presente caso Erskine sostenía que los ejemplos de la ballena y de la dama se ilustraban recíproca­mente.
Oídas estas razones y las opuestas, el docto juez decla­ró en términos precisos lo siguiente: En cuanto al bote, lo asignaba a los demandantes, porque lo habían abandonado para salvar sus vidas; pero en cuanto a la ballena, los arpo­nes y la línea en controversia pertenecían a los demandados. La ballena, porque era un pez suelto en el momento de la captura final; los arpones y la línea, porque cuando el pez había huido con ellos había adquirido posesión de esos ele­mentos y, por lo tanto, cualquiera que después atrapara al pez tenía derecho a ellos. Ahora bien: los demandados ha­bían atrapado al pez; ergo, los mencionados artículos les pertenecían.
Un hombre corriente quizá podría objetar esta decisión del muy docto juez. Pero si cavamos hasta las rocas fundamen­tales de este asunto, los dos grandes principios expuestos en las dos leyes balleneras antes citadas y explicadas por lord Ellen­borough en el susodicho caso, esas dos leyes acerca del Pez Amarrado y el Pez Suelto, descubriremos que son las bases de toda la humana jurisprudencia; pues a pesar de la complica­ción de sus esculturas, el Templo de la Ley, como el Templo de los Filisteos, sólo tiene dos puntales como sostén.
¿Acaso no está en boca de todos esa frase según la cual «la posesión es la mitad de la ley» (es decir, sin considerar cómo ha llegado a ser poseído el objeto)? Pero con frecuencia la posesión es la ley entera. ¿Qué son los músculos y las almas de los siervos rusos y los esclavos republicanos si no Pez Amarrado, cuya posesión es la ley entera? ¿Qué el último céntimo de la viuda para el rapaz propietario, sino Pez Ama­rrado? ¿Qué es la casa de mármol de ese granuja aún no desenmascarado, con una chapa en la puerta a guisa de ban­derola, sino Pez Amarrado? ¿Qué es el ruinoso interés que Mordecai, el prestamista, cobra al pobre Infeliz, que está en bancarrota, sobre un préstamo que salvó a la familia del In­feliz del hambre; qué es ese ruinoso descuento, sino Pez Amarrado? ¿Qué es la renta de 100.000 libras que el arzobis­po de Salvánima sustrae del magro pan y queso de cientos de miles de obreros con el espinazo roto (todos seguros de ob­tener el cielo sin necesidad de Salvánima), qué es esa cifra de 100.000 libras, sino Pez Amarrado? ¿Qué son las ciudades y aldeas heredadas por el duque de Badulaque, sino Pez Ama­rrado? ¿Qué es la pobre Irlanda para John Bull, ese temible arponero, sino Pez Amarrado? En todos estos casos, ¿la po­sesión no es la ley entera?
Pero si la doctrina del Pez Amarrado es casi siempre aplicable, lo es más la doctrina gemela del Pez Suelto: se la aplica internacional y universalmente.
¿Qué era América en 1492, sino un Pez Suelto en el cual Colón plantó la bandera española como marca de sus reales amos? ¿Qué era Polonia para el zar? ¿Y Grecia para los tur­cos? ¿O India para los ingleses? ¿Qué será un día México para Estados Unidos? Todos son Peces Sueltos.
¿Qué son los Derechos del Hombre y las Libertades del Mundo, sino Pez Suelto? ¿Qué son las mentes y las opinio­nes humanas sino Pez Suelto? ¿Qué es el principio de la fe religiosa, sino Pez Suelto? ¿Qué son los pensamientos de los filósofos para los pomposos plagiarios, sino Pez Suelto? ¿Qué es este enorme globo, sino Pez Suelto? ¿Y qué eres tú, lector, sino un Pez Suelto y también un Pez Amarrado?

Herman Melville

martes, 27 de enero de 2015

Ediciones Carena







Ediciones Carena, con raíces sureñas y basamento catalán, fue fundada en el año 1992 por José Membrive y Araceli Palma-Gris con la pretensión de acercar la literatura y el pensamiento a la sociedad y servir de puente entre distintas maneras de entender la vida y la cultura.
En la actualidad, en su equipo conviven personas de distintas generaciones, diversa procedencia y maneras variadas de entender la vida, pero unidas por algo que les marca: la entrega, la pasión, que también caracteriza a sus autores.
La poesía, el ensayo contemporáneo, social y filológico, la narrativa, la música, los libros de viajes… constituyen las colecciones claves de esta editorial.

Con Mujeres para la historia Ediciones Carena inicia una nueva colección centrada en el papel de la mujer en el ámbito de la vida, la historia y la literatura. Quieren con ello plasmar literariamente lo que la mujer ya ha conquistado y abrir un canal en donde la libertad de expresión sea algo más que una hermosa promesa.


Dos respuestas a la misma pregunta

Había una vez un anciano que pasaba los días sentado junto a un pozo a la entrada de un pueblo. Un día un joven se le acercó y le preguntó: 
"Yo nunca he venido por estos lugares... ¿Cómo son los habitantes de esta ciudad? El anciano le respondió con otra pregunta: ¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de la que vienes? Egoístas y malvados, por eso me he sentido contento de haber salido de allá, respondió el viajero. "Así son los habitantes de esta ciudad, dijo el anciano".
Un poco después otro joven se acercó al anciano y le hizo la misma pregunta: "Voy llegando a este lugar. ¿Cómo son los habitantes de esta ciudad?" El anciano de nuevo le contestó con la misma pregunta:
"¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de la que vienes? "Eran buenos, generosos, hospitalarios, honestos y trabajadores. Tenía tantos amigos que me ha costado mucho separarme de ellos".
"También los habitantes de esta ciudad son así", respondió el anciano.
Un hombre que había llevado a sus animales a tomar agua al pozo y que había escuchado la conversación, en cuanto el joven se alejó le dijo al anciano:
"¿Cómo puedes dar dos respuestas diferentes a la misma pregunta hecha por dos personas?"
"Mira, le respondió, cada uno lleva el universo en su corazón. Quien no ha encontrado nada bueno en su pasado, tampoco lo encontrará aquí. En cambio, aquel que tenía amigos en su ciudad, encontrará también aquí amigos fieles y leales. Porque las personas son lo que encuentran en sí mismas; encuentran siempre lo que esperan encontrar. Todo lo bueno y lo bello de la vida lo llevas dentro de tí. Simplemente, déjalo salir".

domingo, 25 de enero de 2015

Museo Sorolla I




La perla perforada

Un comerciante que tenía una valiosa perla contrató en cien dirhemes  a un hombre que se la perforara en la jornada y en su propio domicilio. Ahora, en un lugar de la casa había un címbalo y el comerciante dijo al artesano: -¿Sabes tocarlo? Y este respondió: -Sí.
Pues era diestro en ello. Entonces el comerciante le invitó:
-Ahí tienes el címbalo. Vamos a ver cómo lo tocas.
El artesano cogió el címbalo y sin más preámbulo el comerciante oyó la vibración exacta y el agudo tono. Embelesado seguía la música con la mano y la cabeza; y así atardeció.
Al ocaso el artesano pidió al comerciante:
-A ver, el jornal.
Y el comerciante le preguntó:
-¿Pues qué has hecho para ganarte el jornal?
Contestó:
-Lo que tú me has mandado. Yo me puse a jornal contigo y lo que decidiste que hiciera hice.
Y no cejó hasta cobrar los cien dirhemes; y la perla quedó sin perforar. 

Abdalá Benalmocaffa - Calila y Dimna