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sábado, 11 de agosto de 2018

Campanarios
















La mina del jardín de los pavos reales (4)

Al día siguiente salí de casa mucho antes de lo habitual.
Como siempre, al salir, Falak Ara, me recordó:
-Papá, acuérdate de mi mina de las montañas...
-Sí, hija. Te la traeré sin falta.
-Pero siempre te olvidas -dijo con voz llorosa. Yo salí por la puerta y después de alejarme un poco me volví y vi que estaba apoyada en la puerta mirándome, igual que hacía su madre cuando me iba a trabajar.
Al llegar a los jardines de fieras fui a la puerta norte de Qesar Bagh, atravesé la Lakkhi Darwaza y llegué directamente al Jardín de los Pavos Reales. Ese día había mucho ajetreo. En el exterior de los jardines había un puesto de control de soldados y el Daroga Nabi Bakhsh estaba hablando con ellos. En cuanto me vio, me dijo:
-Ven, Kale Khan. ¿Recuerdas lo que te dije ayer? Pues efectivamente, el sultán va a hacer acto de presencia. Has hecho bien en venir muy temprano, ya que pensaba enviar a alguien a buscarte.
A continuación, entramos en el Jardín de los Pavos Reales. Justo en frente, sobre la plataforma, estaba la Jaula Maravillosa. Yo pensaba que sería simplemente una jaula grande y bonita, pero al veda me quedé asombrado. Más que una jaula, aquello era un edificio entero. Consistía en una estructura cuadrangular hecha con barrotes de cuatro dedos de anchura, rojos por un lado y por el otro verdes. No sé si eran de madera o de metal, pero eran tan brillantes que parecía que fueran de rubíes y esmeraldas. El lateral de la jaula opuesto a aquel cuyos barrotes estaban pintados por fuera de rojo y por dentro de verde, tenía los barrotes pintados por fuera de verde y por dentro de rojo. Por eso, al contemplar la jaula desde un lado parecía que era toda roja, y al contemplarla desde otro, parecía que era verde. En el espacio que quedaba entre los barrotes habían hecho con alambre grueso de plata diseños de flores y de pájaros, y entre esos diseños habían hecho otras filigranas con alambre más fino de oro. A cada lado de la jaula había puertas pequeñas y ventanas. La verdadera puerta tenía una altura superior a la de un hombre y en su dintel había dos sirenas sujetando la corona real. En las cuatro esquinas de la cubierta había cuatro torres de plata, y en el centro, una gran cúpula de oro. En la punta de la cúpula se veía una gran luna y encima de las torres varias estrellas colocadas una sobre otra.
A cierta distancia de la puerta grande de la jaula estaban dispuestas cuatro filas de pequeñas jaulas redondas. En cada fila había diez jaulas, y en cada una de ellas una hembra de mina de las montañas. El Daroga dijo:
-Míralas bien Kale Khan, son auténticas minas de las montañas, bueno, más que minas, pájaros de oro. El Badshah las ha hecho traer especialmente para esta jaula, de modo que trátalas como si fueran princesas.
Frente a las jaulas había una mesa alta de muy bella factura, de madera de sándalo con motivos de flores, hojas y pájaros diversos taraceados en marfil.
-Ahora mira allí -me dijo el Daroga señalando la mesa-. Sobre esa mesa irán colocando cada una de las jaulas, y el sultán las irá examinando una a una. Tú te colocarás aquí, al lado de la puerta. Una vez que el sultán examine cada jaula, ésta irá pasando de mano en mano hasta llegar a ti. Tu cometido consistirá en sacar cada pájaro de su jaula e introducirlo en la jaula grande. Es un trabajo que requiere mucha concentración ya que al menor descuido puede salir el pájaro volando...
-No se preocupe, señor -respondí yo-, soy capaz de pasar mil pájaros de una jaula a otra y, ¡ay, del que se atreva a escaparse!
-Muy bien -dijo el Daroga-, pero ten en cuenta que estarás frente al sultán, de modo que procura no ponerte nervioso.
A continuación se marchó y yo me quedé contemplando la jaula. Su interior semejaba un Qesar Bagh en miniatura. El suelo estaba cubierto de gravilla roja y en el centro había un estanque lleno de agua por el cual navegaban unas barquitas de oro en cuyo interior también había algo de agua. Sobre el suelo se alineaban unas macetas bajas de porcelana roja y verde que contenían pequeños árboles de ramas finas y alargadas. Por las paredes de la jaula trepaban enredaderas de diversos tipos de jazmines y plantas europeas, con más flores que ramas, y podadas de tal manera que en vez de ocultar el trabajo de artesanía de la jaula lo realzaban. Por toda ella se hallaban numerosos espejos con forma de estrella, que hacían que allá donde se mirara únicamente se vieran flores. Había también repartidos por doquier cuencos de agua, platillos para el alpiste, vasijas, pequeños columpios, perchas móviles, pequeñas plataformas y nidos, y estos elementos eran los únicos que revelaban que fuese una jaula.
Soplaba una brisa suave que hacía que toda ella vibrara con un sonido muy delicado. De pronto, sentí que el Jardín de los Pavos Reales se quedaba en absoluto silencio, y de repente vi que el Badshah estaba entrando en el jardín acompañado del visir y de los miembros más importantes de su séquito. Detrás de todos ellos caminaba el Daroga Nabi Bakhsh con las manos cruzadas sobre el pecho y la cabeza inclinada. Al llegar cerca de la mesa, el Badshah se detuvo y se quedó contemplando durante un rato la jaula.
-¡Qué maravilla! -exclamó. A continuación miró al primer ministro y le dijo- Huzur-e-Alam, ¿todo esto se ha realizado en esta ciudad?
-Mi señor, Protector del Mundo -contestó el visir con la cabeza inclinada y las manos sobre el pecho-, hasta el más pequeño alambre ha sido cimbrado por un artesano de Lucknow.
-¿Y les recompensaste con largueza?
-Gracias a la generosidad de Vuestra Majestad, la familia de cada uno de ellos tendrá cubiertos sus gastos durante las siete próximas generaciones.
-Veo que obraste con rectitud -dijo el Badshah-. Haz que les sea aumentada su recompensa un poco más de mi parte.
El visir se inclinó aún más. Yo no estaba mirando al Badshah a la cara, ni ninguno de los allí presentes. Todos estaban de pie con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada baja. Al cabo de un rato oí la voz del Badshah.
-Hazme llegar la primera jaula, Nabi Bakhsh.
Yo miré al Daroga, y él con un leve movimiento de la cabeza y de las cejas me indicó que estuviera muy atento. Uno de los sirvientes que estaba detrás de él cogió la primera jaula y la pasó. El Daroga la sujetó con las dos manos, dio dos pasos al frente y la colocó sobre la mesa con sumo cuidado, como si se tratara de un objeto muy frágil de cristal, y después se volvió a retirar. El Badshah levantó la jaula. La mina estaba dando saltitos por toda ella. El Badshah dijo riéndose:
-¡Tranquila, Señorita Locuela! -y volvió a colocarla sobre la mesa.
Un ayudante la cogió y se la pasó a otro, y ése a su vez se la dio a un tercero hasta que finalmente la jaula llegó a mí. Yo la acerqué a la puerta de la Jaula Maravillosa, que había dejado entreabierta, y con gran rapidez saqué a la Señorita Locuela y la introduje allí. Otro ayudante se encargó de recoger la jaula vacía. Entre tanto había llegado una nueva jaula a la mesa. Nuevamente, el Badshah la levantó. La mina estaba sentada en su percha con la cabeza inclinada. El Badshah chasqueó los labios y ella inclinó aún más la cabeza. Entonces el Badshah dijo:
-¡Vaya! ¡Al menos enséñame la cara! -Después pasó la jaula hacia donde yo estaba y dijo-: Ésta es la Tímida Desposada.
Cuando me llegó aquella jaula metí a la Tímida Desposada en la Jaula Maravillosa. De ese modo fueron llegando una tras otra todas las minas al Badshah y él les fue poniendo nombres. A una la llamó Paso Grácil, a otra, Ojos de Gacela, a otra, la Amante Separada. En una ocasión, una de las minas empezó a revolotear y a trinar en cuanto su jaula llegó al Badshah, y éste la llamó la Vivaracha. Durante mucho rato me siguieron llegando las jaulas y continué oyendo los nombres que recibían. Los nervios que sentía al principio ante la presencia del Badshah comenzaron a remitir, y empecé a mirar un poco a cada mina antes de meterla en la jaula. A mí todas me parecían iguales, pero el Badshah veía en cada una de ellas algo diferente a las demás, y de acuerdo con eso les ponía el nombre. De repente, después de veintidós o veintitrés jaulas, oí lo que el Badshah decía:
-Falak Ara, Adorno del Firmamento.
Entonces me llegó una nueva jaula. Yo repetí mentalmente «Falak Ara», y miré con atención a esa mina. Era igual que las demás. No entendía por qué a ésa en concreto la había llamado Falak Ara, y tampoco había oído lo que había dicho al ver a la mina. La volví a mirar con atención. Estaba sentada en la jaula con la cabeza alta. Ella también me miró, y me pareció como si estuviera viendo a mi Falak Ara. Al cabo de un rato, cuando yo todavía seguía con la jaula en la mano con el pájaro dentro, me di cuenta de que estaba a punto de llegarme la siguiente jaula. Me puse nervioso y metí a Falak Ara en la jaula grande con cierta premura y casi se me escapa de la mano. Afortunadamente, nadie se dio cuenta, y Falak Ara entró en la jaula y se posó en un columpio.
Después de eso hubo unas dieciséis o diecisiete jaulas más. Antes de soltar a cada mina en la jaula siempre miraba a Falak Ara. Seguía sentada en ese columpio, y me estaba mirando. En ese momento me asombré al darme cuenta de que a pesar de que no veía ninguna diferencia entre esa mina y las otras, era capaz de distinguirla de todas las demás.
Ya estaban las cuarenta minas en la jaula y no hacían más que revolotear de un lado a otro. Al cabo de un rato Falak Ara también salió volando de su columpio y se posó en una rama, en la parte oriental de la jaula. El Badshah le estaba explicando algo en voz baja al Daroga, y en ese momento se oyó un rugido de tigre proveniente de los jardines de fieras. El Badshah dejó de hablar y preguntó:
-¿Se ha enfadado Mohini con alguien, Nabi Bakhs?
El Daroga se rió con disimulo, inclino la cabeza, bajó la mirada y dijo.
-Si promete perdonar la vida a este esclavo, le responderé.
-Dime, dime.
-Está enfadada con Su Majestad.
-¡Vaya! Y, ¿yo qué he hecho? -preguntó el Badshah, y de repente su rostro volvió a brillar de alegría y dijo-: ¡Ah! Ya entiendo. Hoy vine aquí directamente sin visitarla a ella primero. Es eso, ¿no?
El Daroga, con las dos manos cruzadas sobre el pecho y con la cabeza inclinada dijo:
-¿Quién puede conocer sus mohines mejor que Su Majestad? Así es como manifiesta ella sus antojos. Además, acaba de estar enferma y ahora se lamenta más, y no obedece a este humilde esclavo.
-Tienes razón -dijo el Badshah. A continuación miró a sus cortesanos, al visir, y después a Nabi Bakhsh y dijo-: 
-En ese caso, vamos a tranquilizarla.
Todos abandonaron el Jardín de los Pavos Reales, incluido el propio Daroga que cerraba el cortejo. Entretanto, los criados habían traído bandejas con alpiste y grandes jarras de agua y las habían colocado en la puerta de la jaula. Yo abrí la puerta con cuidado y entré en la jaula. Saqué la mano por una puerta pequeña y fui cogiendo las bandejas y las jarras y llené todos los cuencas de alpiste y de agua. Las minas no hacían más que revolotear de una rama a otra. A pesar de que todas parecían exactamente iguales, volví a reconocer a Falak Ara y me quedé un rato a su lado chasqueando los labios para llamar su atención.
-Te llamaré Falak Mina -le dije en voz baja.
Al salir de la jaula llegué a los jardines que rodeaban el Jardín de los Pavos Reales. Estaban cercados y cubiertos por un enrejado y en ellos había miles de pájaros distintos piando. Allí también llené los cuencos de alpiste y de agua, y limpié la tierra. Pulvericé agua sobre los arbustos y después regresé al Jardín de los Pavos Reales.
El Daroga había regresado de los jardines de fieras y estaba de pie al lado de la jaula, quizás esperándome a mí.
-Vámonos. Nuestra tarea ha terminado -me dijo, y empezó a dar la vuelta a la jaula y a contemplarla.
-¡Hay que ver qué artesanos hay en esta ciudad, Daroga Sahab! -le dije, pero él estaba absorto en la contemplación de la jaula.
-Sólo te digo -dijo finalmente- que el Huzur-e-Alam la hizo construir con todo su cariño.

(Sigue)