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lunes, 30 de diciembre de 2019

Πολιτεία - Bajo la lluvia


Ensayos (69)

Pusieron en venta a Esopo con otros dos esclavos. El comprador preguntó al primero lo que sabía hacer; éste, para hacerse valer, respondió maravillas sin cuento, que sabía esto y lo otro; el segundo respondió sobre sí mismo otro tanto o más; cuando le tocó a Esopo y le hubieron preguntado también lo que sabía hacer, dijo: Nada, pues se han quedado éstos con todo: saben todo. Así aconteció con la escuela de filosofía: el orgullo de aquéllos que atribuían a la mente humana capacidad para todo, provocó en otros, por despecho y emulación, la idea de que no es capaz de nada. Los unos adoptan para la ignorancia la misma extremidad que los otros para la ciencia. Para que no se pueda negar que el hombre es siempre inmoderado y que no se detiene más que por la necesidad e impotencia de ir más allá.

Toda medalla tiene su reverso. (Proverbio italiano)

«Observar la justa medida, mantenerse en los límites, seguir la naturaleza.» (Lucano, Farsalia, II. 381).

¿Qué ha sido de este antiguo precepto. que los soldados han de temer más a su jefe que al enemigo? ¿Y de este maravilloso ejemplo, que habiendo quedado encerrado un manzano en el recinto del campamento del ejército romano, trasladóse éste al día siguiente dejándole al propietario la totalidad de sus manzanas, maduras y deliciosas? Mucho me complacería que nuestra juventud, en lugar del tiempo que emplea en peregrinaciones menos útiles y en aprendizajes menos honrosos, empleara la mitad en ver la guerra en el mar, a las órdenes de cierto buen capitán comendador de Rodas, y la otra mitad en conocer la disciplina de los ejércitos turcos, pues tiene muchas diferencias y ventajas sobre la nuestra. Ocurre esto, que nuestros soldados se vuelven más licenciosos en las expediciones, y los suyos, más contenidos y temerosos; pues las ofensas y los robos al pueblo llano, que en la paz se castigan con una paliza, son capitales en la guerra; por un huevo cogido sin pagar, son cincuenta palos, asignados desde antes; por cualquier otra cosa, por liviana que sea, que no se pueda comer, los empalan o decapitan sin más tardar. Asombréme con la historia de Selim, el conquistador más cruel que jamás existiera, de ver, cuando subyugó Egipto, cómo los admirables jardines que hay alrededor de la ciudad de Damasco, muy abundantes y delicados, quedaron vírgenes de las manos de sus soldados, estando abiertos y no cerrados como ahora.

La clase más extrema de injusticia, según Platón, es que aquello que es injusto sea considerado justo.

Para el gibelino era güelfo y para  el güelfo, gibelino.

«Nada más falaz que la superstición que cubre sus crímenes con el interés de los dioses.» (Tito Livio, XXXIX. 16).

Suelo contribuir a las presunciones injuriosas que la fortuna siembra contra mí por la manera de ser que tengo de evitar siempre el justificarme, disculparme o explicarme, por considerar que ello es poner a mi conciencia en el compromiso de abogar por ella. «Perspicuitas enim argumentatione elevatur» («Pues la discusión debilita la evidencia.» (Cicerón, De la naturaleza de los dioses, III. 4).). Y, como si cada cual viera en mí tan claro como yo, en lugar de echar abajo la acusación, adéntrome en ella confirmándola más bien con una confesión irónica y burlona, si no me callo sencillamente, en tanto que cosa indigna de respuesta. Más aquéllos que lo toman por confianza demasiado altiva apenas si me quieren mejor que aquéllos que lo toman por debilidad en una causa indefendible, en particular los grandes, para los cuales la falta de sumisión es la falta más extrema, y son duros en toda justicia que se sepa y se sienta no prosternada, ni humilde, ni suplicante. Topéme a menudo con este pilar. En todo caso, con lo que me acaeció entonces, habríase colgado un ambicioso; y otro tanto habría hecho un avaricioso.

Al fin, dime cuenta de que lo más seguro era confiarme a mí mismo y a mi necesidad, y, si me acaecía el que la fortuna me mirase con frialdad, encomendarme tanto más a mí mismo, ligarme y mirarme más de cerca. Para todo buscan los hombres apoyos ajenos para ahorrarse los propios, únicos ciertos y poderosos si sabe armarse con ellos. Todos corren a otro lugar y al futuro, pues nadie ha llegado a sí. Y persuadíme de que eran males útiles.

Montaigne, Michel de

sábado, 28 de diciembre de 2019

Éfeso


Ensayos (68)

¿Cuanto mas natural y mas verosímil no me parece que dos hombres mientan, que que un hombre pase en doce horas, como los vientos, de oriente a occidente? ¿Cuánto más natural que la volubilidad de nuestra mente trastornada nos saque de quicio el entendimiento, que que uno de nosotros eche a volar en una escoba por el tiro de la chimenea, en carne y hueso, por la intercesión de un espíritu extraño? No busquemos ilusiones de fuera y desconocidas, nosotros que nos vemos agitados permanentemente por ilusiones propias y caseras. Paréceme perdonable el no creer un prodigio, al menos cuando se pueda dar la vuelta y demostrado por vía no prodigiosa. Y comparto la opinión de san Agustín, que más vale inclinarse por la duda que por la seguridad en cosas difíciles de probar y peligrosas de creer.
Hace algunos años pasé por las tierras de un príncipe soberano, el cual, en mi propio bien y para acabar con mi incredulidad, hízome la merced de mostrarme en su presencia, en lugar privado, a diez o doce prisioneros de esta naturaleza, y, entre otros, a una vieja harto bruja en verdad por su fealdad y deformidad, muy famosa desde hada largo tiempo en esta profesión. Vi pruebas y libres confesiones y no sé qué marca insensible  (la del diablo) en aquella mísera vieja; y pregunté y hablé a mis anchas prestando la más sana atención que pude; y no soy hombre que se deje atar el entendimiento con prejuicios. Al fin y en conciencia, habríales ordenado más bien eléboro que cicuta: «Captisque res magos mentibus, quám consceleratis similis visa» («El asunto me pareció resultar más de la locura que del crimen.» (Tito Livio, VIII. 18).). Tiene la justicia sus propios correctivos para tales enfermedades.

Cuentan varios casos y Prestancio el de su padre, que, presa del sopor y dormido harto más profundamente que con un sueño perfecto, soñó ser mula y servir de bestia de carga a ugos soldados. Y era lo que soñaba. Si sueñan los brujos así de materialmente, si pueden los sueños tomar cuerpo a veces, entonces no creo que nuestra voluntad haya de rendir cuentas a la justicia.

No hablaría con tanta osadía si me correspondiera el ser creído; y así respondí a un grande que se quejaba de la dureza y agresividad de mis exhortaciones: Sintiéndoos fuerte y preparado por un lado, os propongo el otro con todo el interés que puedo, para aclarar vuestro juicio, no para obligarlo; Dios tiene vuestros corazones y os ayudará a elegir. 

Venga a cuento o no, da igual, dícese en Italia como proverbio común que no conoce la perfecta dulzura de Venus aquél que no se ha acostado con una coja. El azar o algún incidente particular ha puesto desde hace mucho este dicho en boca del pueblo, y se dice tanto de los hombres como de las mujeres. Pues la reina de las amazonas respondió al escita que la invitaba al amor: «arista jolos oifei»; un cojo lo hace mejor. En aquella república femenina, para evitar la dominación de los varones, rompíanles desde la infancia, brazos, piernas y otros miembros que les daban ventaja sobre ellas y servíanse de ellos sólo para lo que nosotros nos servimos de ellas ahora. Habría pensado que el movimiento descompuesto de una coja podría aportar algún nuevo placer al ayuntamiento y cierta punta de dulzura a aquéllos que lo prueban, mas acabo de enterarme que incluso la filosofía antigua opinó sobre ello; dice que al no recibir las piernas ni los muslos de las cojas, a causa de su imperfección, el alimento que les es debido, ocurre que las partes genitales, que están encima, están más llenas, más nutridas y vigorosas, o bien que, al impedir este defecto el ejercicio, aquéllos que se ven afectados por él, disipan menos sus fuerzas y llegan más enteros a los juegos de Venus. Razón por la cual también los griegos acusaban a las tejedoras de ser más ardorosas que las demás mujeres: a causa del oficio sedentario que practican, sin gran ejercicio del cuerpo. ¿De qué no podremos razonar de este modo? De éstas podrías e decir también que el traquetreo que les da su trabajo al estar así sentadas, las despierta y solicita, como les ocurre a las damas con el bamboleo y temblor de los coches.

Nada hay tan moldeable y errante como nuestro entendimiento: es el zapato de Teramene, bueno para cualquier pie. Y es doble y cambiante como las materias son dobles y cambiantes. Dame un dracma de plata, decía un filósofo cínico a Antígono. -No es presente de rey, respondió éste. -Dame pues un talento. -No es presente para un cínico.

Montaigne, Michel de

jueves, 26 de diciembre de 2019

Leonardo da Vinci


Ensayos (67)

No he visto fantasma ni milagro en el mundo más evidente que yo mismo. Se acostumbra uno a toda extrañeza por el hábito y el tiempo, mas cuanto más me trato y me conozco, más me asombra mi deformidad y menos me entiendo.

«Admiramos las cosas cuyo alejamiento nos engaña.» (Séneca, Epístolas, 118)

Habíase entretenido un joven del lugar imitando la voz de un espíritu, sin pensar en más astucia que en gozar de una broma para aquel momento. Habiéndole salido mejor de lo que esperaba, para ampliar su farsa con más recursos, asocióse con una moza del pueblo, harto estúpida y necia; y al final fueron tres, de la misma edad y parecida inteligencia; y de sermones domésticos pasaron a sermones públicos, escondiéndose bajo el altar de la iglesia, hablando sólo de noche y prohibiendo que se llevase allí luz alguna. De palabras referidas a la conversión del mundo y a la amenaza del día del juicio (pues son temas tras cuya autoridad y respeto ocúltase más fácilmente la impostura), pasaron a ciertas visiones y movimientos tan necios y ridículos que apenas si hay algo tan burdo en los juegos de los niños. Sin embargo, si hubiera querido concederles cierto favor la fortuna, ¿quién sabe hasta dónde habría llegado la broma? Aquellos pobres diablos están ahora en prisión y cargarán probablemente con la pena de la estupidez común, y no sé si algún juez no vengará en ellos la suya. Vemos claro en ésta que ha sido descubierta, mas en muchas cosas del mismo orden que están fuera de nuestro conocimiento, soy de la opinión de dejar en suspenso nuestro juicio, tanto para rechazar como para aceptar.
Se da lugar a muchos engaños en el mundo, o por decirlo más osadamente, todos los engaños del mundo tienen lugar porque nos enseñan a temer el mostrar nuestra ignorancia y porque nos vemos obligados a aceptar todo cuanto no podemos refutar. Hablamos de todo con seguridad y convicción. El proceder de Roma consistía en que lo que un testigo declaraba haber visto con sus propios ojos y lo que un juez ordenaba con su más cierto saber, concebíase con este modo de hablar: paréceme. Me hacen odiar las cosas verosímiles cuando me las imponen como cosas infalibles. Gusto de esas palabras que suavizan y moderan la temeridad de nuestras afirmaciones: Quizá, En cierto modo, Algo, Dicen, Creo y otras semejantes. Y si tuviera que educar a los niños, pondríales tanto en los labios esa manera de responder inquisitiva y no resolutiva: ¿Qué quiere decir? No lo entiendo, podría ser, ¿Es verdad?, que habrían conservado las maneras de los aprendices con sesenta años antes que parecer doctores con diez, como ocurre. Quien quiera curarse de su ignorancia ha de confesarla. Iris es hija de Taumante. Es la admiración el fundamento de toda filosofía, la inquisición su progreso, la ignorancia su final. Incluso hay cierta ignorancia fuerte y generosa que nada tiene que envidiarle en honor y en valor a la ciencia, ignorancia que para concebida no es menester menos ciencia que para concebir la ciencia.
Vi en mi infancia un proceso que, Corras, consejero de Toulouse, mandó imprimir, sobre un hecho extraño de dos hombres que se hacían pasar el uno por el otro. Recuerdo (y tampoco recuerdo más) que me pareció que describía la impostura de aquél al que juzgó culpable (por mediación de la magia) como algo tan prodigioso y fuera de nuestro conocimiento y del suyo que era el juez, que consideré muy osado el veredicto que lo condenó a ser colgado. Aceptemos una forma de sentencia que diga: Nada entienden los tribunales, más libre e ingenuamente que los areopagitas, los cuales, viéndose abrumados por una causa que no podían aclarar, ordenaron que las partes volvieran a los cien años.

Dios ha de ser creído, esto es en verdad muy razonable; mas no sin embargo uno de nosotros que se admira de su propio relato (y admírase necesariamente si no ha perdido el juicio), ya lo emplee para un hecho ajeno, ya lo emplee contra sí mismo.

Quien impone su idea por la fuerza y la autoridad, muestra que su razón es débil. 

Montaigne, Michel de

martes, 24 de diciembre de 2019

Bibliotecas Municipales de Burgos



Ensayos (66)

A quien no va tras el favor de los príncipes como tras cosa de la que no podría prescindir, no se duele mucho de la frialdad de su acogida o de su rostro, ni de la inconstancia de su voluntad. Quien no incuba a sus hijos ni sus honores con esclava dedicación, no deja de vivir bien tras haberlos perdido. Quien actúa bien principalmente por su propia satisfacción, apenas si se altera al ver a los hombres juzgar sus actos contra su mérito. Un cuarto de onza de paciencia basta para tales males. Me va bien con esta receta, librándome en los comienzos al precio más bajo posible, y siento que he escapado, gracias a ella, de mucho trabajo y muchas dificultades. Con muy poco esfuerzo detengo este primer movimiento de mis emociones y abandono el objeto que empieza a pesarme antes de que me arrastre. Quien no detiene la partida no intente detener la carrera. Quien no sabe cerrarles la puerta no las expulsará una vez dentro. Quien no puede terminar con el comienzo no terminará con el final. Ni impedirá la caída quien no pudo impedir la agitación. «Etenim ipsae se impellunt, ubi semel a ratione discessum est: ipsaque sibi imbecillitas indulget, in altúmque provehitur imprudens, nes reperit locum consistendi» «Si nos separamos de la razón, las pasiones avanzan por sí mismas; la debilidad se complace en sí, e insensiblemente nos adentramos en alta mar, donde ya no hay lugar para soltar el ancla.» (Cicerón, Tusculanas, IV.28). Percátome a tiempo de los vientecillos que me acarician y hormiguean por dentro, presagiando tormenta: «animus, multo antequam opprimatur, quatitur» «El alma es quebrantada mucho antes de ser vencida» (Anónimo).

Nuestras mayores agitaciones tienen resortes y causas ridículas. Cuánta ruina hubo de padecer nuestro último duque de Borgoña por la querella sobre una carreta de pieles de oveja. ¿Y no fue la impresión de un sello el motivo primero y principal del más tremendo derrumbamiento que esta máquina haya sufrido jamás? Pues Pompeyo y César no son sino los retoños y la consecuencia de los otros dos. Y he visto en mi época a las cabezas más sabias del reino reunidas con gran ceremonia y público dispendio, para tratados y acuerdos cuya verdadera decisión dependía sin embargo con toda soberanía de las conversaciones de gabinete de las damas y de la inclinación de alguna mujerzuela. Bien entendieron esto los poetas que enfrentaron a sangre y fuego a Grecia y Asia por una manzana. Mirad por qué aquél va a arriesgar su honor y su vida, con su espada y su puñal; que os diga cuál es el origen de tal disputa, no podrá hacerlo sin enrojecer, de tan frívolo como es el motivo.

¡Cuánto más fácil es no entrar que salir! 

El abstenerse de actuar es a menudo tan generoso como el actuar, mas es menos brillante.

«Lo falso está tan próximo de lo verdadero, que el sabio no se debe arriesgar en un lugar tan lleno de precipicios.» (Cicerón, Académicas, II. 21).

En general, no hay nada por lo que los hombres se esfuercen más que por abrir camino a sus opiniones. Cuando vienen a faltamos los medios ordinarios, añadimos la autoridad, la fuerza, el hierro y el fuego. Gran desgracia es haber llegado a una situación en la que la mejor prueba de la verdad sea la multitud de creyentes, con un gentío en el que los locos superan tanto en número a los cuerdos. «Quasi veró quidquam sit tam valde, quam nil sapere vulgare» (Como si la falta de juicio no fuera lo más común (Cicerón, De la adivinación, II. 39)). «Sanitatis patrocinium est, insanientum turba» (¡Qué apoyo para la sabiduría, una multitud de locos! San Agustín, Ciudad de Dios, VI. 10)). Es cosa difícil el afirmar el juicio contra las ideas comunes. La primera convicción, tomada del propio tema, se apodera de los simples; de ahí, extiéndese a los listos so pretexto de la autoridad del número y la antigüedad de los testimonios. Por lo que a mí respecta, en lo que no creyese a uno, no creería a ciento uno, y no juzgo las ideas por los años.

Montaigne, Michel de

domingo, 22 de diciembre de 2019

Biblioteca Universidad de Alicante



Ensayos (65)

«Hay que actuar de modo que nunca transgredamos las leyes de la naturaleza; pero una vez observadas, debemos seguir las propias» (Cicerón, De las obligaciones, I. 31).

No hay hombre tan justo que, si examina todos sus actos y pensamientos a la luz de las leyes, no haya de ser ahorcado diez veces en su vida, incluso aquél al que sería muy lamentable e injusto castigar y perder.

Salvo tú, oh hombre, decía aquel dios, cada cosa se estudia la primera a sí misma y se limita, según su necesidad, a sus trabajos y a sus deseos. No hay ni una sola tan vacía y menesterosa como tú que abarcas el universo; eres el escrutador sin conocimiento, el magistrado sin jurisdicción, y, después de todo, el bufón de la farsa.

«Quien es amigo de sí mismo es, sabedlo, amigo de todo el mundo.» (Séneca, Epístolas, 6).

La pobreza de bienes es fácil de curar; la pobreza de alma, imposible.

Viendo transportar con gran pompa por su ciudad gran cantidad de riquezas, joyas y objetos de valor, dijo Sócrates: Cuántas cosas hay que no deseo. Vivía Metrodoro del peso de doce onzas al día. Epicuro con menos. Metrocles dormía en invierno con las ovejas y en verano en los claustros de las iglesias. «Sufficit ad id natura, quod poscit». Cleanto vivía con el trabajo de sus manos y jactábase de que Cleanto, si quisiera, alimentaría también a otro Cleanto.
Si es demasiado poco aquello que nos pide la naturaleza estricta y originalmente para la conservación de nuestro ser (y en verdad que cuán poco es y a cuán bajo precio puede mantenerse nuestra vida, no hay nada que lo demuestre mejor que esta consideración, que es tan poco que escapa a las manos y a los golpes de la fortuna por su pequeñez), permitámonos algo más: consideremos también natural el hábito y la condición de cada uno de nosotros; limitémonos, tratémonos según esta medida, extendamos nuestras pertenencias y nuestras cuentas hasta ahí. Pues hasta ahí paréceme que tenemos alguna excusa. La costumbre es una segunda naturaleza y no menos poderosa. Lo que le falta a mi costumbre, sostengo que me falta. E importaríame casi tanto que me quitaran la vida, como que me la disminuyeran y alejaran mucho del estado en el que la he vivido tan largo tiempo.

Y así antaño burlóse alguien de Diógenes por abrazar, en pleno invierno y todo desnudo, una estatua de nieve para poner a prueba su paciencia. Al encontrarlo uno en esa tesitura, díjole: ¿Tienes mucho frío ahora? -En absoluto, dijo Diógenes. -Pues, continuó el otro, ¿qué cosa difícil y ejemplar crees hacer manteniéndote ahí? Para medir la constancia es menester conocer el sufrimiento. Mas empleen todo su arte para guardarse de hilvanar las causas y desvíense de sus caminos las almas que hayan de ver los accidentes contrarios y las injurias de la fortuna en toda su profundidad y dureza, aquéllas que hayan de pesarlas y gustarlas según su acritud natural y su carga. ¿Qué hizo el rey Cotis? Pagó generosamente la hermosa y rica vajilla que le habían ofrecido; mas como era singularmente frágil, rompióla de inmediato él mismo, para librarse en seguida de motivo tan proclive al enojo contra sus servidores. De igual modo, quise evitar el tener mis asuntos mezclados e intenté que mis bienes no estuvieran contiguos a los de mis parientes y aquéllos a los que me une una estrecha amistad, pues de ello nacen de ordinario motivos de odio y disensión. Antaño gustaba de los juegos de azar de las cartas y los dados; abandonélos hace ya tiempo, por esto solo, porque por muy buena cara que pusiera al perder, no dejaba de tener por dentro cierta comezón. Evite el hombre de honor, que ha de sentir un mentís y una ofensa en lo más hondo de su corazón y que no es capaz de aceptar una necedad como pago y consuelo a su pérdida, el avance de los asuntos dudosos y de las discusiones contenciosas. Huyo de los naturales tristes y de los hombres huraños como de los apestados, y no me meto si a ello no me obliga el deber, en los temas que no puedo tratar sin interés ni emoción. «Melius non incipient, quam desinent» «Más vale no empezar que detenerse.» (Séneca, Epístolas, 72). Lo más seguro es pues, prepararse antes de las ocasiones.

Montaigne, Michel de

viernes, 20 de diciembre de 2019

Portugal - Braga - Palacio do Raio


Ensayos (65)

No encuentro nada tan caro como aquello que se me da y aquello por lo que mi voluntad queda hipotecada so pretexto de gratitud, y prefiero recibir los favores que están en venta. Desde luego: por éstos sólo doy dinero, por los otros, me doy a mí mismo. El lazo que me sujeta por ley de honestidad, paréceme harto más apretado y pesado que el de la obligación civil. Un notario me ata más suavemente que yo mismo. ¿No es lógico que mi conciencia se sienta harto más comprometida por el hecho de que se hayan fiado simplemente de ella? De otro modo, mi palabra nada debe pues nada han prestado; ¡ayúdense con la garantía y seguridad que han conseguido fuera de mí! Preferiría con mucho romper la prisión de una muralla y de las leyes, que la de mi palabra. Soy riguroso hasta la superstición para observar mis promesas y de buena gana las hago para todo inciertas y condicionadas. A aquéllas cuyo peso es nulo, les doy peso por el celo de mis principios; me atormentan y me cargan con su propio interés. Sí, en las empresas sólo mías y libres, si digo su meta, paréceme que me la impongo y que ponerla en conocimiento de otros es ordenármela a mí mismo; paréceme que lo prometo al decirlo. Por ello, aireo poco mis proyectos.

La naturaleza nos ha puesto en el mundo libres y desligados; nosotros nos aprisionamos en ciertos estrechos; así como los reyes de Persia, los cuales obligábanse a no beber jamás de otra agua que de la del río Coaspes, renunciaban por necedad al derecho de usar de cualquier otra y secaban con su mirada el resto del mundo.

-¿Qué se me da? No lo emprendo para volver, ni para terminarlo; empréndolo sólo para moverme ahora que me place moverme. Y paséome por pasearme. Aquéllos que corren tras un beneficio o una liebre, no corren; corren aquéllos que corren vallas y para ejercitarse en la carrera.

Damos a nuestras desgracias más importancia de la que tienen, para provocar sus lágrimas, y la entereza que elogiamos en cada cual para soportar su mala fortuna, criticámosla reprochándosela a nuestros íntimos, cuando se trata de la nuestra. No nos contentamos con que se enteren de nuestros males si no se afligen. Hemos de hacer extensiva la alegría, mas restringir la tristeza todo cuanto podamos. Quien se haga compadecer sin razón es hombre al que no se ha de compadecer cuando haya razón para ello. El quejarse siempre es cosa para no ser nunca compadecido, al querer inspirar lástima tan a menudo que no se sea lastimoso para nadie. Quien se hace el muerto estando vivo corre el riesgo de que lo crean vivo estando moribundo. He visto a algunos enojarse porque les hallaran el rostro fresco y el pulso pausado, y aguantar la risa por revelar ésta su curación, y odiar la salud por no ser digna de conmiseración. Y lo más grande es que no eran mujeres.

Seguiría francamente el ejemplo del filósofo Bión, Quería picarlos Antígono con el tema de sus orígenes; cortóle drásticamente: Soy, dijo, hijo de un siervo, carnicero, estigmatizado, y de una puta con la que casó mi padre por bajeza de su fortuna. A ambos los castigaron por algún delito. Compróme un orador siendo niño, por hallarme agradable, al morir dejóme todos sus bienes y, tras traer éstos a esta ciudad de Atenas, dediquéme a la filosofía. No se molesten los historiadores buscando noticias sobre mí; diréles cuanto hay. La confesión generosa y libre debilita el reproche y desarma la injuria.

Apenas si he perdido de vista el campanario de mi pueblo.

«Cada uno sufre sus propios castigos.» (Virgilio, Eneida, VI. 743).

Montaigne, Michel de

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Francia - Editions J. et L. Denière - Coeur de roses



Ensayos (64)

Es triste estar en un lugar en el que todo cuanto veis os atarea y concierne. Y paréceme que gozo más alegremente de los placeres de una casa ajena y que los saboreo más sencillamente. Diógenes respondió a mi modo a aquél que le preguntó qué clase de vino encontraba mejor: El ajeno, dijo.

El rey Filipo agrupó a los hombres más crueles e incorregibles que pudo hallar y albergólos a todos en una ciudad que les hizo construir y que llevaba su nombre. Estimo que erigieron de los propios vicios, una contextura política entre ellos y una cómoda y justa sociedad.

Pacuvio Calavio corrigió el vicio de este proceder con un ejemplo insigne. Habíanse rebelado sus conciudadanos contra las instituciones. Él, personaje de gran autoridad en la ciudad de Capua, halló el medio un día de encerrar al Senado en palacio, y, tras convocar al pueblo en la plaza, díjoles que había llegado el día en el que podían vengarse con plena libertad de los tiranos que durante tanto tiempo le habían oprimido, a los cuales tenía a su merced solos y desarmados. Opinó que los sacaran a uno tras otro echándolo a suertes y que sobre cada uno ordenasen particularmente haciendo ejecutar de inmediato lo que fuere decretado, con tal de que también al mismo tiempo nombrasen a algún hombre de bien para ocupar el lugar del condenado, a fin de que no quedase vacío el cargo. En cuanto hubieron oído el nombre de un senador, elevóse un grito de descontento general contra él. Bien veo, dijo Pacuvio, que es menester deponer a éste: es un malvado; busquemos a uno bueno a cambio. Hízose un repentino silencio por verse todo el mundo incapaz de elegir; al más descarado que primero propuso el suyo, he aquí que le contesta un vocerío aún más de acuerdo para rechazar a éste con cien imperfecciones y justas causas para no aceptarle. Habiéndose encendido aquellas preferencias contradictorias, aconteció aún peor con el segundo senador y con el tercero; tanta discordia para la elección como acuerdo para la dimisión. Tras cansarse inútilmente con aquel disturbio, comienzan unos aquí, otros allá, a abandonar poco a poco la asamblea, todos con esta conclusión en el alma, que más vale malo conocido que bueno por conocer.

En todas nuestras situaciones nos comparamos con aquellos que está por encima de nosotros y miramos a aquéllos que están mejor. Midámonos con lo que está por debajo: no hay nadie tan contrahecho que no halle mil ejemplos con los que consolarse. Tenemos el vicio de preferir ver lo que está detrás de nosotros a lo que está delante. Y así decía Solón que, si se amontonaran todos los males juntos, no habría nadie que no escogiera el quedarse con los males que tiene antes que llegar a la división legítima con los demás hombres de aquel montón de males, y tomar su parte correspondiente. ¿Que está mal nuestra sociedad? Otras estuvieron sin embargo más enfermas y no murieron. Los dioses juegan a la pelota con nosotros y nos agitan sin cesar: Enimvero Dii nos homines quasi pilas habent. («Los dioses nos tienen a los hombres casi como si fuéramos pelotas.» (Plauto, Captivi, Prólogo, 22).)

Lincestis, acusado de conjuración contra Alejandro, el día en que fue llevado ante el ejército, según la costumbre, para ser oídas sus defensas, tenía en la cabeza un discurso estudiado del cual pronunció algunas palabras, con tono vacilante y tartamudeando. Como se turbaba cada vez más, mientras lucha con su memoria y la tantea, he aquí que lo matan a golpes de pica los soldados que más cerca están de él, teniéndolo por convicto. Su estupor y su silencio sirvióles de confesión: habiendo tenido en la prisión tanto tiempo para prepararse, no es, en su opinión, que le falle la memoria, sino que la conciencia le brida la lengua y le quita la fuerza. ¡Muy bien pensado en verdad! Impresiona el lugar, la asistencia, la expectación, incluso cuando sólo está en juego la ambición de hablar bien. ¿Qué no ocurrirá cuando la consecuencia del discurso es la propia vida?

«Nihil est his qui placere volunt tam adversarium quam expectatio» Nada les es más adverso a los que quieren gustar que dejar esperar mucho de ellos.» (Cicerón, Académicas, II. 4).

Montaigne, Michel de

lunes, 16 de diciembre de 2019

Francia - Editions J. et L. Denière


Ensayos (63)

«Ciertamente transcribo más cosas de las que creo, pues no sabría ni dar por seguras aquellas de las que dudo, ni suprimir las que son transmitidas por la tradición» (Quinto Curcio, IX. 1).

Y así he visto a un gentilhombre que sólo comunicaba su vida por las operaciones de su vientre; podíais ver en su casa, expuestos en orden, los orinales de siete u ocho días; constituían su estudio, su conversación; asqueábale cualquier otro tema. Son éstos, algo más civiles, los excrementos de un viejo magín, ora duro, ora débil y siempre indigesto. ¿Y cuándo terminaré de representar la continua agitación y mutación de mis pensamientos, sea cual sea la materia en la que caigan, dado que Diomedes llenó seis mil libros únicamente sobre el tema de la gramática? ¿Qué no ha de producir la cháchara puesto que el tartamudeo y el desencadenamiento de la lengua asfixió al mundo con tan horrible carga de volúmenes? ¡Tantas palabras sólo por las palabras!

Y el médico Filótimo díjole a uno que le tendía el dedo para que se lo vendara y en el cual reconoció por el rostro y el aliento una úlcera pulmonar: Amigo mío, no es ahora momento para entretenerte con las uñas.
Sin embargo, a propósito de esto, vi hace algunos años cómo un personaje, cuya memoria recuerdo singularmente,  en medio de nuestros grandes males cuando no había ni ley ni justicia ni institución que cumpliese con su deber, como tampoco ahora, fue a publicar no sé qué insignificantes reformas sobre los vestidos, la cocina y el comer. Son diversiones con las que alimentan a un pueblo mal dirigido, para decir que no lo han olvidado del todo. Lo mismo hacen estos otros que se detienen a prohibir con insistencia ciertas maneras de hablar, las danzas y los juegos, a un pueblo perdido por toda suerte de vicios execrables. No es tiempo ya de lavarse y limpiarse cuando uno es ya víctima de una buena calentura. Sólo corresponde a los espartanos el ponerse a peinarse y a acicalarse cuando están a punto de lanzar su vida a un riesgo extremo.

Participo yo de ello. Los que están en el otro extremo y se gozan de ellos mismos y estiman lo que tienen por encima de lo demás y no reconocen forma alguna más bella que la que ven, si no son más avispados que nosotros, sí son más felices ciertamente. No envidio su juicio más sí su buena fortuna.

Aparte del zapato nuevo y bien formado de aquel hombre de antaño, que sin embargo os hace daño en el pie; y de que el extranjero no sabe cuánto os cuesta la apariencia de ese orden que se ve en vuestra familia, que tanto os esforzáis por mantener y que quizás compráis demasiado caro. 

Y cada cual provee suficientemente a sus hijos, si les provee de moda que tengan lo que él. En modo alguno estoy de acuerdo con el gesto de Crates. Dejó su dinero en un banco con esta condición: si sus hijos eran unos necios, que se lo dieran; si eran hábiles que lo distribuyeran entre los más simples del pueblo. Como si los necios por ser menos capaces de pasarse sin él, fueran más capaces de hacer uso de las riquezas.

Montaigne, Michel de

sábado, 14 de diciembre de 2019

Francia - Création Denière - Faros



Ensayos (62)

Lo que yo mismo adoro de los reyes, es la masa de adoradores. Esle debida toda inclinación y sumisión, excepto la del entendimiento. No está acostumbrada mi razón a doblarse ni a arrodillarse, lo hacen sólo mis rodillas.
Habiéndosele preguntado a Melanto qué le había parecido la tragedia de Dionisio, respondió: No la he visto de tan oscuro como es su lenguaje. Así, la mayoría de los que juzgan los discursos de los grandes, habrían de decir: Nada he entendido de lo que ha dicho, tan ofuscado estaba de seriedad, grandeza y majestad.
Convencía un día Antístenes a los atenienses de que ordenasen se empleara a los asnos para labrar las tierras, al igual que a los caballos; a lo cual respondiéronle que tal animal no había nacido para aquel servicio: Es lo mismo, replicó él, sólo depende de vuestras órdenes, pues los hombres más ignorantes e incapaces que empleáis para la dirección de vuestras guerras vuélvense de inmediato muy dignos, por el solo hecho de emplearlos para ellas.
Con lo cual está en relación la costumbre de tantos pueblos que canonizan al rey que han hecho de uno de ellos y no se contentan con honrarlo sino que lo adoran. Los de México, tras las ceremonias de su coronación, no osan ya mirarle al rostro: y, como si lo hubieran divinizado con su realeza, entre los juramentos que le hacen prestar de mantener su religión, sus leyes, sus libertades, de ser valiente, justo y bueno, jura también hacer que brille el sol con su luz acostumbrada, que goteen las nubes en el tiempo oportuno, que sigan los ríos su curso y que dé la tierra todo lo necesario para su pueblo.

«No sólo hay que considerar lo que dice cada uno, sino también lo que piensa cada uno, y por qué motivo lo piensa.» (Cicerón, De las obligaciones, I. 41).

No es mejor quien siempre gana.

«Los favores son motivo de alegría mientras pensamos poderlos devolver; si se exceden, en lugar de gratitud, los pagamos con odio.» (Tácito, Anales, IV. 18).
«El que encuentra vergonzoso no devolver (un favor), querría no tener a nadie a quien devolverle.» (Séneca, Epístolas, 81).
«Quien no piensa devolver (un favor) no puede de ninguna manera ser un amigo.» (Quinto Cicerón, De la candidatura al consulado, 9).

Montaigne, Michel de


jueves, 12 de diciembre de 2019

El Cavall de Barcelona




El Cavall de Barcelona, es un caballo intemporal, testimonio directo de la evolución de la ciudad, transcendente en el tiempo, recuerda todas las experiencias que ha vivido, desde antes de que los romanos fundaran Barcino.
Con estos marcapáginas, autores barceloneses, rinden homenaje al Cavall de Barcelona.  
Los marcapáginas (en catalán, castellano  e inglés) se pueden descargar clicando en El Cavall de Barcelona.

Ensayos (61)

Amo y honro el saber tanto como aquéllos que lo poseen; y, usándolo bien, es la más noble y poderosa adquisición de los hombres. Mas en aquéllos (y son número infinito) que basan en él su mérito y valor fundamental, que confunden el entendimiento con la memoria, «sub aliena umbra latentes» (Que se ocultan en la sombra de otro (Séneca, Cartas, 33), ya nada pueden si no es con un libro, ódiolo, por así decirlo, más que la necedad. En mi país y en estos tiempos, la ciencia enmienda bastante la bolsa, rara vez el alma. Si se topa con una roma, la agobia y ahoga, como masa cruda e indigesta; si es con una preclara, suele purificarla, agudizarla y sutilizarla hasta su anulación. Es cosa de calidad más o menos indiferente, muy útil accesorio para un alma bien nacida y pernicioso y nocivo para otra alma; o más bien cosa de uso muy precioso que no se deja poseer a bajo precio; en ciertas manos es un cetro, en otras, el atributo de la locura.

Tan necio puede parecer el que habla con verdad como el que habla falsamente, pues nos ocupamos de la manera, no de la materia del decir. Yo tiendo a considerar tanto la forma como la sustancia, tanto al abogado como a la causa, así como ordenaba Alcibíades.
Y cada día me entretengo leyendo a autores, sin cuidarme de su ciencia, buscando en ellos el estilo no el tema. Al igual que trato de comunicarme con alguna inteligencia famosa no para que me enseñe sino para conocerla.

Habiéndosele preguntado a Misón, uno de los siete sabios, de tendencias timonianas y democristianas, por qué se reía solo, contestó: Por eso mismo, porque me río solo.
¡Cuántas tonterías digo y respondo cada día, según yo mismo! Y seguro por lo tanto que muchas más según los demás! Si yo me muerdo los labios, ¿qué no harán los demás? En suma, que hemos de vivir entre los vivos y dejar correr el río bajo el puente sin cuidarnos de ello, o al menos, sin alterarnos. Mas, es más, ¿por qué nos topamos sin indignarnos con alguien que tiene el cuerpo jorobado y contrahecho, y no podemos sufrir el encuentro con una inteligencia mal organizada, sin montar en cólera? Esta viciosa severidad proviene más del juez que de la falta. Tengamos siempre en los labios esta frase de Platón: Lo que hallo malsano, ¿no es porque yo mismo soy malsano? ¿No tengo yo mismo culpa? ¿No puede mi acusación volverse contra mí? Sabia y divina sentencia que azota el error más común y general de los hombres. No sólo los reproches que nos hacemos unos a otros, sino nuestras razones también y nuestros argumentos en las materias de controversia, pueden volverse de ordinario contra nosotros, y nos herimos con nuestras propias armas. De todo ello me ha dejado la antigüedad graves ejemplos. Dijo harto ingeniosamente y harto a propósito aquél que inventó esto: Stercus cuique suum bene olet.  («A cada uno le gusta el olor de su estiércol» (Erasmo, Adagios, III. IV.2).

Igualmente, no basta con que aquéllos que nos dirigen y gobiernan, aquéllos que tienen el mundo en sus manos, tengan un entendimiento común, con que puedan lo que nosotros podemos; están muy por debajo de nosotros si no están muy por encima. Como prometen más, también deben más. Y por ello, el silencio no sólo es en ellos actitud respetable y seria, sino también a menudo provechosa y ahorrativa: pues Megabises, habiendo ido a ver a Apeles a su taller, estuvo largo tiempo sin decir palabra y luego comenzó a discurrir sobre sus obras, por lo que recibió esta dura reprimenda: Mientras guardaste silencio parecías alguien importante a causa de tus cadenas y de tu pompa, mas ahora que te hemos oído hablar, hasta los mancebos de mi estudio te desprecian. Aquellos magníficos atuendos, aquel gran aparato, no le permitían tener la ignorancia popular ni hablar con desacierto de la pintura: había de mantener, callado, aquella externa y presunta inteligencia. ¡A cuántas almas necias sirvió en mis tiempos un rostro frío y taciturno como título de prudencia y capacidad!

Montaigne, Michel de

martes, 10 de diciembre de 2019

Faros del mundo (3)




Ensayos (60)

Creían que la existencia del mundo se dividía en cinco épocas y en la vida de cinco soles consecutivos, de los cuales los cuatro primeros habían cumplido ya su tiempo y que el que los alumbraba era el quinto. El primero feneció con todas las demás criaturas por inundación general de las aguas; el segundo, por la caída del cielo sobre nosotros, que aplastó a todo ser vivo, época a la que atribuían los gigantes, y mostraron a los españoles unas osamentas en proporción a las cuales la estatura de los hombres venía a ser de veinte palmos de altura; el tercero, por un fuego que todo lo abrasó y consumió; el cuarto, por una ráfaga de viento que derribó incluso muchas montañas; los hombres no murieron, mas convirtiéronse en monos (¡qué impresiones no sufre la cobardía de la credulidad humana!); tras la muerte de aquel cuarto sol, el mundo estuvo veinticinco años en continuas tinieblas, al décimoquinto de los cuales fueron creados un hombre y una mujer que volvieron a hacer la raza humana; diez años después, cierto día, apareció el sol de nuevo creado; y desde entonces, comienza la cuenta de sus años por ese día. Al tercer día de su creación murieron los antiguos dioses; los nuevos nacieron después, de la noche a la mañana. Nada ha sabido mi autor de lo que piensan acerca de cómo morirá este último sol. Mas el año de ese cuarto cambio coincide con esa gran conjunción de los astros que produjo, hace unos ochocientos y pico años, según estiman los astrólogos, muchas grandes alteraciones y novedades en el mundo.

Por esto, decía Carnéades que los hijos de los príncipes sólo aprenden a derechas a manejar el caballo pues en cualquier otro ejercicio ceden todos ante ellos dándoles la victoria; mas un caballo, que no es ni adulador ni cortesano, lanza al suelo al hijo de un rey como lo haría con el de un zapatero. Viose obligado Homero a consentir que Venus, diosa tan dulce y tan delicada, fuera herida en el combate de Troya, para darle valor y osadía, cualidades que en modo alguno residen en aquéllos que están libres de peligro. Hacen enfadar, temer, huir, sentir celos, dolerse y apasionarse a los dioses, para honrarlos con las virtudes que se construyen entre nosotros con esas imperfecciones.

Todos los seguidores de Alejandro llevaban la cabeza inclinada hacia un lado; y los aduladores de Dionisio chocaban entre ellos en presencia suya, empujaban y tiraban todo cuanto se hallaba a sus pies, para decir que eran tan cortos de vista como él. Las hernias también alcanzaron a veces celebridad y favor. He visto fingir sordera; y porque su señor odiaba a su mujer, vio Plutarco cómo algunos cortesanos repudiaban a las suyas, a las que amaban. Y lo que es más, la lujuria y el libertinaje se han visto acreditados; al igual que la deslealtad, las blasfemias, la crueldad; como la herejía; como la superstición, la irreligiosidad, la molicie; y aún peor, si es que hay algo peor: siguiendo, con mayor peligro aún, el ejemplo de los aduladores de Mitrídates, los cuales, porque su señor envidiaba el honor de buen médico, ofreciánle sus miembros para que los sajara y cauterizara; pues estos otros sufren cauterizarse el alma, parte más delicada y más noble.
Mas, para terminar por donde empecé, estando Adriano, el emperador, discutiendo con el filósofo Favorino, entrególe éste en seguida la victoria. Al reprochárselo sus amigos, dijo: os burláis de mí; ¿acaso queréis que no sea más sabio que yo, el que manda sobre treinta legiones? Augusto escribió unos versos contra Asinio Polión: y yo, dijo Folión, me callo; no es sensato escribir contra aquél que puede proscribir. Y tenían razón. Pues Dionisio, por no poder igualarse con Filoxeno en poesía y con Platón en juicio, condenó al uno a las canteras y envió al otro a la isla de Egina para que lo vendieran como esclavo.

Busco más, en verdad, el trato con aquéllos que me atacan que el de aquéllos que me temen. Es un placer soso y perjudicial el de habérselas con gentes que nos admiran y dejan paso. Antístenes ordenó a sus hijos que jamás agradecieran ni favorecieran a un hombre que los alabase. Yo me siento tan orgulloso de la victoria que obtengo sobre mí mismo cuando, en medio del ardor del combate, me inclino ante la fuerza de la razón de mi adversario, que no me alegro de la victoria que obtengo sobre él por su debilidad.

Montaigne, Michel de

domingo, 8 de diciembre de 2019

Lietuvos Mokslų Akademijos Vrublevskių Biblioteka



Ensayos (59)

Quien sólo piensa en lo que va a conseguir, no piensa en lo que ya ha conseguido. Nada tan propio de la codicia como la ingratitud. El ejemplo de Ciro no vendrá mal aquí para servir de piedra de toque a los reyes de esta época al reconocer si han sido sus dones bien o mal empleados, y para hacerles ver cuánto más felizmente que ellos los concedía aquel emperador. Por lo que se ven reducidos a tomar prestado de los súbditos desconocidos y más bien de aquéllos a los que han perjudicado que de aquellos a los que han favorecido; y reciben de ellos ayudas que no tienen de gratuito más que el nombre. Reprochábale Creso su largueza y calculaba a cuánto se elevaría su tesoro si hubiera tenido las manos más restrictivas. Sintió deseos de justificar su liberalidad; y mandando misivas por todas partes a los grandes de su estado a los que había favorecido particularmente, rogó a cada uno le socorriera con cuanto dinero pudiera para una necesidad suya, y se lo enviara por escrito. Cuando todas aquellas notas le fueron entregadas, al estimar cada uno de sus amigos que no hacía bastante ofreciéndole sólo lo mismo que había recibido de su munificencia, añadiendo mucho de lo suyo propio, resultó que aquella suma era harto más elevada que la del ahorro calculado por Creso. Por lo cual, díjole Ciro: No amo las riquezas menos que los otros príncipes, antes bien, soy más ahorrativo. Ved con cuán poco gasto he adquirido el inestimable tesoro de tantos amigos; y cuánto más fieles tesoreros me son de lo que lo serían unos hombres mercenarios sin agradecimiento ni afecto, y cuánto mejor guardada está mi fortuna de lo que estaría en unos cofres, atrayéndome el odio, la envidia y el desprecio de los demás príncipes.

[«Pecuniarum translatio a justis dominis ad alienos non debet liberalis videri».  «Transferir fortunas de sus justos detentores a otros no debe considerarse una ligereza.» (Cicerón, De las obligaciones. I. 14).] Filipo, cuando su hijo intentaba ganarse la voluntad de los macedonios con presentes, reprendiólo en una carta de esta manera: ¿Cómo? ¿Quieres que tus súbditos te tengan por su tesorero y no por su rey? ¿Quieres atraértelos? Atráetelos con los regalos de tu virtud, no con los regalos de tu cofre.

«Hubo héroes antes de Agamenón, pero no les lloramos porque la larga noche les oculta.» (Horacio, Odas, IV. IX. 25).

«Antes de la guerra troyana y del aniquilamiento de Troya, otros muchos poetas habían cantado otras hazañas.» (Lucrecio, V. 326).

Aun cuando todo cuanto ha llegado hasta nosotros en relación con el pasado fuera verdad y sabido por alguien, sería menos que nada comparado con lo ignorado. E incluso, ¡cuán insignificante y disminuido es el conocimiento que tienen los más curiosos de la imagen del mundo que transcurre mientras en él estamos! No sólo de los acontecimientos particulares que la fortuna vuelve a menudo ejemplares y trascendentes, sino del estado de las grandes civilizaciones y naciones, se nos escapa cien veces más de lo que llega a nuestro conocimiento. Nos admiramos del prodigioso invento de nuestra artillería, de nuestra imprenta; otros hombres, al otro lado del mundo, en la China, disfrutaban de él mil años antes. Si viéramos del mundo tanto como no vemos, es de creer que observaríamos una perpetua multiplicación y vicisitud de formas. Nada único o raro hay si consideramos la naturaleza; sí por el contrario, si consideramos nuestro conocimiento, el cual es un miserable fundamento de nuestras reglas y el cual suele mostrarnos una muy falsa imagen de las cosas. Así como hogaño concluimos vanamente la pendiente y decrepitud del mundo por los argumentos que sacamos de nuestra propia debilidad y decadencia.

Montaigne, Michel de