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domingo, 12 de agosto de 2018

Instituto Cervantes




La mina del jardín de los pavos reales (5)

Mi trabajo en el Jardín de los Pavos Reales no tenía ninguna dificultad. Al cabo de unos días ya sabía cómo debía realizar todas mis obligaciones. Terminaba mis tareas rápido y dedicaba todo el tiempo restante a limpiar muy bien la jaula. Al poco tiempo, las minas comenzaron a reconocerme y en cuanto me veían comenzaban a posarse sobre los cuencos vacíos. Es probable que Falak Mina se diera cuenta de que a ella le prestaba más atención, ya que se habituó enseguida a mi presencia. En cuanto me veía cerca de la puerta de la jaula, se acercaba y empezaba a piar antes que los demás pájaros.
Un día, no sé qué ocurriría en los recintos palaciegos que no vino nadie a pasear por el jardín ni a ver la jaula maravillosa. Yo finalicé mi trabajo y me quedé contemplando la jaula desde cierta distancia. Dos de las barquitas del estanque se habían quedado pegadas y aquello deslucía el conjunto, de modo que volví a entrar en la jaula, separé las barcas y me quedé allí de pie.
Las minas no hacían más que trinar y revolotear por toda la jaula. Como todos los cuencos estaban llenos, no me hacían ningún caso, sin embargo, Falak Mina no hacía más que acercarse a mí, y piar muy fuerte, después se posaba en una percha lejana, y al cabo de un rato regresaba volando y se acercaba nuevamente a mí, para volver a piar y volverse a alejar. Era exactamente lo mismo que hacía Falak Ara todos los días cuando jugaba conmigo. Al pensar eso, me entristecí ya que ahora todos los días cuando llegaba, en vez de esconderse, me recibía en la puerta y me preguntaba: «Papá, ¿me has traído mi mina?», y al ver que volvía con las manos vacías, se quedaba muy desilusionada.
Empecé a recordar su cara de decepción y, de repente, se apoderó de mí un mal sentimiento y empecé a planear algo completamente insólito. En la jaula revoloteaban cuarenta minas y no era fácil contarlas todas. Es más, era imposible. Los espejos en forma de estrella convertían a cada una de ellas en diez, así que, ¿qué diferencia había entre treinta y nueve o cuarenta? Si hubiera una mina menos, nadie se daría cuenta. En ese momento se acercó a mí Falak Mina y se puso a piar, y yo alargué el brazo y la cogí sin ninguna dificultad. Mientras le acariciaba las alas, me retiré a una esquina de la jaula y desde allí empecé a contar a las minas que estaban volando. Lo intenté muchas veces, pero todas ellas fui incapaz de distinguir si había treinta y nueve o cuarenta. Me embargó una sensación de calma. Coloqué a Falak Mina en un columpio, le di un ligero impulso y salí de la jaula.
Ese día, al salir de la Lakkhi Darwaza, tomé la decisión de llevarme a Falak Mina a casa y me pareció una idea de lo más normal de la que no tenía por qué sentirme avergonzado ni sentir ningún remordimiento. Sólo me sentía avergonzado ante Falak Ara a la que hacía mucho le había prometido su mina y el único remordimiento que sentía era por no haber cogido a Falak Mina de la jaula ese mismo día.
Me detuve en el mercado de los pájaros y después de regatear un poco compré una jaula barata. El vendedor me preguntó mientras contaba el dinero:
-¿Para qué pájaro es?
-Para una mina de las montañas -le dije, y el corazón me empezó a latir más deprisa.
-Pues, señor Abisinio, si piensa tener una mina de las montañas ya le podía comprar usted una buena jaula -me dijo-. Bueno, usted verá.
Yo cogí la jaula y seguí andando, pero al cabo de unos pasos, empecé a sentir una especie de hormigueo en las manos y en los pies, y sentía la garganta seca. Era como si alguien me estuviera diciendo al oído: «Kale Khan, ¿acaso vas a robar los pájaros del sultán?» Estuve oyendo esa voz durante todo el camino. En varias ocasiones sentí el impulso de devolver la jaula, pero después pensé que al menos con la jaula vacía podría entretener un poco más a Falak Ara. Cuando ya casi estaba llegando a casa, yo mismo me asombré de haber tomado una decisión tan temeraria, y me alegré mucho de no haber sacado a Falak Mina de la jaula.
Seguía estando convencido de que nadie se daría cuenta del robo de una mina, pero, a pesar de ello, me pareció como si hubiera escapado de las fauces de la muerte.
Cuando llegué a casa y Falak Ara vio la jaula empezó a gritar de alegría:
-¡Ha llegado mi mina!
Pero cuando se acercó corriendo y vio la jaula vacía, se volvió a quedar muy desilusionada. Se quedó mirándome con los ojos llorosos, pero yo la cogí en brazos y le dije:
-Hoy ha venido la jaula, y mañana vendrá la mina. 
-No es verdad -dijo ella-, tú no haces más que decir mentiras.
-No es mentira, hija mía, ya verás mañana -le dije-, ya tengo tu mina.
-¿De verdad? -dijo muy contenta, y su rostro empezó a resplandecer de alegría-. Entonces, ¿dónde está?
-Ahora mismo está en una jaula muy grande -le dije-. No hacía más que insistirme en que quería ver hoy mismo a su hermanita Falak Ara, pero yo le dije que hoy le compraría la jaula, y que después Falak Ara se encargaría de lavarla bien, de adornada, y de ponerle cuenquitos para el alpiste y para el agua, y que después yo la llevaría conmigo.
La alegría de Falak Ara era algo digno de verse. Rápidamente se bajó de mis brazos, cogió la jaula y empezó a darle besos, e inmediatamente empezó a lavarla muy bien y a secarla. Cubrió todo el suelo de la jaula con hojas de kamani, y después puso cuencos de barro para el agua y tarros para el alpiste. No hacía más que preguntarme cosas sobre la mina; cómo tenía el pico, de qué color tenía las alas, qué palabras sabía decir. Por la noche no pudo dormir bien. No hacía más que despertarse y hablar de la mina.
Al día siguiente cuando salí de casa, pude oír su voz hasta lejos que decía:
-¡Hoy vendrá mi mina! ¡Hoy vendrá mi mina!
Durante todo el camino no dejé de pensar en qué excusa le iba a poner ese día a Falak Ara si llegaba a casa con las manos vacías. Mientras ponía alpiste yagua a los pájaros del jardín no hacía más que idear distintas excusas. A pesar de que me resultó difícil concentrarme en el trabajo logré terminar todas mis tareas al atardecer, y después volví a entrar en la jaula. Me di cuenta de que ese día ni siquiera había mirado a Falak Mina. En ese momento estaba posada en una percha de la parte occidental, cerca de los barrotes, y me estaba mirando en silencio. Me acerqué a ella, pero volvió la cabeza y dirigió la vista hacia otro lado. Chasqueé los labios, y ella sacudió un poco las alas y me miró. Eché un vistazo a toda la jaula. Todas las minas estaban posadas en silencio. De repente la idea del robo de la mina real me dejo de producir el miedo que me producía el día anterior. Se me olvidaron las excusas que había ideado para entretener a Falak Ara, y el robo de una mina me volvió a parecer algo normal. Miré en todas las direcciones. En el Jardín de los Pavos Reales reinaba el silencio. El jardinero ya había terminado su trabajo y se había marchado, y no había nadie mirándome. Volví a llamar a Falak Mina con un chasquido de los labios. Ella volvió a agitar ligeramente las alas, me miró, y en ese momento extendí la mano y la cogí. Ella intentó liberarse, pero cuando empecé a chasquear los labios y a acariciarle las alas, entrecerró los ojos y se tranquilizó. Yo me quedé un rato completamente quieto, y después la metí en el amplio bolsillo de la kurta y salí de la jaula.
Antes de llegar a la Lakkhi Darwaza me encontré en varios lugares a algunos centinelas, pero como sabían que yo tenía turno de tarde ese día en el Jardín de los Pavos Reales, no me preguntaron nada, por lo que logré salir de Qesar Bagh con la mano en el bolsillo y me dirigí a mi casa. Habría deseado echarme a correr a toda prisa, pero, con gran esfuerzo, conseguí controlar mis pasos.
Cuando llegué, Falak Ara ya se había dormido y la madre de Jumarati me estaba esperando. Le di algo de comer y le dije que se fuera a dormir. A continuación cerré la puerta de casa por dentro, saqué la mina del bolsillo y me acerqué a la jaula. Ese día Falak Ara la había decorado más aún. Había colocado flores plateadas entre los barrotes y de un palito de escobón había colgado un trozo de tela a modo de bandera, aunque ahora estaba arrugada y apoyada en la jaula. Dentro de ella, los cuencos estaban rebosantes de agua, en algún tarro también había puesto migas de pan en remojo, y con dos o tres bolitas de algodón viejo había hecho varios almohadones para la mina real. Introduje con cuidado la mina, y colgué la jaula de la cuerda de tender. Durante un rato, la mina estuvo revoloteando de un lado a otro, hasta que finalmente se posó en un lateral y se quedó tranquila.
A la mañana siguiente me despertaron las risas de Falak Ara y el gorjeo de la mina. No sé en qué momento cogería un taburete Falak Ara y bajaría la jaula, pero cuando me levanté, la jaula estaba sobre el taburete y la niña de rodillas en el suelo. No hacía más que dar besos a la jaula, y la mina no hacía más que piar. En cuanto me vio, me dijo:
-¡Papá, ha venido mi mina!
Estuvo un buen rato contándome todas las cosas que le decía la mina. Yo también me senté al lado de la jaula y le dije algunas cosas a la mina, pero me miró como si no me reconociera. Entre tanto, Falak Ara me preguntó.
-Papá, ¿cómo se llama?
-Falak Ara -dije sin pensar, y después, al darme cuenta, rectifiqué y dije-: Falak Ara, hija mía, se llama Mina. 
-¡Pero si es una mina!
-Por eso se llama Mina.
-¡Pero mina se llaman todas!
-Por eso ésta también se llama Mina.
Así que dejé a la pobre niña confundida. En realidad yo también estaba confuso.
Durante unos días cada vez que iba o volvía del Jardín de los Pavos Reales sentía muchísimo miedo. Me asustaba por cualquier cosa. Si estaba en Qesar Bagh y alguien se me quedaba mirando, me daban ganas de salir corriendo. En cambio, en casa, veía a Falak Ara delante de la jaula hablando con la mina de un montón de cosas, y en cuanto me veía me contaba todo lo que le había dicho ese día la mina. Poco a poco empezó disminuir mi temor, y un día, cuando Falak Ara me estaba contando lo que le había dicho la mina le dije:
-Tu mina a mí no me cuenta nada.
-Ella también se queja de que tú tampoco le cuentas nada.
-Ah, ¿sí? ¿Y qué te dice?
-Pues me dice: «Tú padre a ti sí te quiere, pero a mí no». 
-Pero su hermanita la quiere mucho.
-¿Qué hermanita?
-¡La princesa Falak Ara!
Al decir eso empezó a reírse tanto que todos mis temores se disiparon y al día siguiente al entrar en el jardín ya no sentía miedo. Por la tarde intenté contar las minas muchas veces, pero fui incapaz de hacerla. Con la excusa de limpiar los espejos de la jaula, los quité todos y volví a intentar contarlas, pero me volví a equivocar. Después de aquello, todos los días llamaba a uno o dos jardineros al jardín y les decía que contaran las minas. Les salían unas cantidades tan dispares que me hacían reír.
Me divertía tanto ver a los jardineros contar las minas como ver a Falak Ara hablar con su mina, y así pasaban mis días, hasta que llegó un día en que el Badshah volvió a visitar el jardín.
Se detuvo al lado de la Jaula Maravillosa y comenzó a hablar con los demás cortesanos y con el Daroga Nabi Bakhsh. A pesar de que no tenía por qué temer, el corazón me latía muy deprisa. El Badshah le estaba contando al Daroga Nitbi Bakhsh algo sobre los elefantes de las jaulas de fieras, y mientras hablaba, echó un vistazo a la jaula, contempló cómo revoloteaban los pájaros de un lado a otro, y le preguntó a Nabi Bakhsh:
-¿Ya ha comenzado su adiestramiento?
-Mi señor, Protector del Mundo -dijo el Daroga cruzando las manos sobre el pecho-, todos los días al amanecer viene Mir Daud a adiestrarlas.
A continuación, el sultán comenzó a hablar con sus ayudantes sobre la jaula, y sobre la maestría que habían mostrado los artesanos al construirla. Nombró incluso a algunos artesanos, entre los cuales había algunos orfebres famosos de Lucknow. Yo olvidé mi temor y empecé a pensar en el gran respeto con el que trataba nuestro Badshah a sus trabajadores y en lo dulce que era su voz. Justo en ese momento oí cómo el sultán decía con voz suave:
-Nabi Bakhsh, hoy no veo a Falak Ara.
En ese mismo instante sentí como si me hubieran sacado toda la sangre del cuerpo. El Daroga dijo:
-Mi Señor, Protector del Mundo, estará escondida en alguna rama. Hace tan sólo un momento estaba revoloteando por la jaula.
El Badshah sonrió y dijo:
-No será que tiene vergüenza de mí, ¿no? ¡Y mira la Tímida Desposada cómo trina hoy! ¡Tímida Desposada, si sigues comportándote así, te cambiaré el nombre y te llamaré la Presumida!
Todos los allí presentes inclinaron la cabeza, se taparon la boca con un pañuelo y se rieron disimuladamente. En cualquier otra ocasión yo también me habría reído al oír hablar así al Badshah, y posteriormente habría repetido todas sus bromas a mis amigos, pero en ese momento sólo oía resonar en mi cabeza el eco de estas palabras: «Nabi Bakhsh, hoy no veo a Falak Ara.»
El Badshah había comenzado a hablar otra vez de los elefantes, y yo estaba de pie a cierta distancia de la jaula. Cuando oí aquellas palabras del Badshah, lo primero que sentí fue que había encogido de repente y no medía más que un palmo, pero en ese momento me parecía que mi cuerpo se había expandido y era tan grande que no me podía ocultar de la mirada de nadie. Estaba apretando los puños para intentar seguir encogiéndome, y en esa pugna no me di cuenta de cuándo se marchó el Badshah. Cuando abandoné mis pensamientos, el jardín estaba en completo silencio y únicamente se oía el batir de alas de las minas dentro de la jaula.
Dado que carecía de los poderes necesarios para acudir a mi casa volando, coger la mina real y volver a introducirla en la jaula, no me quedó más remedio que continuar trabajando lo mejor que pude hasta el atardecer, y luego regresé a casa. Durante todo el camino estuve pensando cómo podría devolver la mina a la jaula, pero cuando llegué a casa y, como todos los días, Falak Ara comenzó a parlotear y a contarme todo lo que había hecho ese día la mina, pensé que, aún en el caso de que consiguiera devolverla, no iba a saber qué decirle a Falak Ara. Pasé prácticamente toda la noche en vela, dando vueltas en la cama hasta muy tarde.
Cuando me desperté al amanecer recordé que a partir del día siguiente comenzaba mi turno de mañana en el jardín, así que no me resultaría fácil devolver el pájaro hasta después de una semana. Lo que tuviera que hacer, lo tenía que hacer ese mismo día. En ese momento Falak Ara también estaba jugando con la mina. La idea de tener que separarlas me resultaba muy dolorosa, pero justo en ese instante se me ocurrió una idea. Me senté al lado de la jaula y empecé a mirar con atención a la mina, y le dije a Falak Ara:
-Hija, ¿qué le pasa en los ojos a tu mina?
-No le pasa nada -me respondió Falak Ara mirándole los ojos.
-Pues a mí me parece que no está bien. Tiene los ojos como empañados y, mira, en las comisuras los tiene amarillos. ¡Ay! ¡También tiene ictericia!
-¿Qué es eso de «intericia»? -dijo Falak Ara con voz de preocupación.
-Es una enfermedad muy grave. ¡En el jardín del Badshah se han muerto muchas minas por esa enfermedad!
Falak Ara me dijo aún más preocupada:
-Entonces, ve a un hakim y pídele una medicina.
-El hakim no tiene medicinas para pájaros -le respondí-. Habrá que ingresarla en el hospital inglés Nasruddin Jedar Badshah. Quizás así logre salvarse. Está muy mal, pero a lo mejor..., espero que no se muera por el camino.
Tanto asusté a la pobre niña que me empezó a decir: 
-¡Pues entonces llévala allí, rápido!
-Ahora el hospital estará cerrado -le dije-, cuando vaya a trabajar la llevaré.
Cuando llegó la hora de marcharme saqué a la mina de la jaula y Falak Ara me dijo:
-Papá, llévala en la jaula.
-Allí no tienen a los pájaros en jaulas. Tienen un edificio muy grande sólo para ellos. Limpia la jaula y guárdala, y cuando se ponga buena y vuelva del hospital, se pondrá muy contenta de volver a su jaula.
Falak Ara me cogió la mina y estuvo acariciándola durante un rato, y después me dijo:
-Papá, reza alguna oración.
-Claro que sí, hija. Lo haré en el camino -le dije-. Bueno, dámela, se hace tarde y van a cerrar el hospital.
Le cogí la mina y la metí en el bolsillo de la kurta, y me apresuré a salir por la puerta. Estaba seguro de que Falak Ara, como todos los días, estaría de pie apoyada en la puerta viéndome marchar, pero yo no me volví.
La suerte estuvo de mi lado y pude entrar en el Jardín de los Pavos Reales sin que ningún jardinero se fijara en mí. Entré en la jaula, mientras todos los jardineros estaban concentrados en su trabajo. Tosí y carraspeé con fuerza, pero siguió sin mirarme nadie, así que me dirigí a una esquina de la jaula, saqué la mina del bolsillo y la solté. Revoloteó un poco hasta que su vuelo se estabilizó y se posó en el columpio, luego salió volando y se posó en una plataforma alta. Desde allí descendió volando hasta posarse cerca del estanque. A continuación llegaron otras minas, se posaron donde ella estaba y empezaron a piar como si le estuvieran preguntado: «¿Dónde te has metido todos estos días?»
Era el primer día, desde que llegaron las minas al jardín, en el que no sentía ningún peso en mi interior. En el camino de vuelta se me ocurrieron muchas cosas para distraer a Falak Ara, y estaba convencido de que al menos durante unos días estaría contenta de que su mina estuviera recuperándose en el hospital, y después, poco a poco, la olvidaría. Ese día miré con atención a todas las minas de la jaula y también empecé a ver algunas diferencias entre ellas, y me di cuenta de que sería capaz de distinguir a Falak Mina entre mil minas. En ese momento estaba alejada de las demás, sentada sobre una rama que se mecía suavemente. Me acerqué, la llamé, y ella me miró en silencio.
-¿Echas de menos a Falak Ara? -le pregunté.
Ella siguió mirándome del mismo modo. Yo le dije: 
-¿No estarás enfadada conmigo?
De repente me di cuenta de que estaba hablando exactamente igual que el Badshah, lo cual me alarmó un poco, de modo que terminé rápidamente el trabajo en la jaula y salí fuera.

(Sigue)