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martes, 7 de agosto de 2018

Gegants







Reflexiones de un casi humano (4)

Me di cuenta de que si quería podría quedarme con ellas y convertirme en su Varón, pero mi corazón dijo que no. Aun así nos quedamos jugando con las criaturas mientras las Hembras nos observaban. Siempre se ponen nerviosas cuando abrazamos a sus pequeños. Aunque nunca les hemos hecho daño. Estábamos allí mientras las nieves desaparecían de su valle y había hojas en los árboles y vagábamos por los bosques comiendo hojas y orugas y los huevos de los nidos. Y yo pensaba siempre en Ellos, en Ellos, pensaba todo el tiempo únicamente en Ellos y sabía que estaba enfermo, o enfermando, porque el corazón me dolía mucho. Una mañana temprano, cuando mis hermanos todavía dormían en un nido de ramas en lo alto de un árbol, me deslicé abajo sigiloso y me escapé corriendo por la montaña y corrí y corrí y descendí hasta el verde y su lugar. Estaban todos fuera de las cabañas, preparando otra porción de tierra para introducir las semillas. Cuando me vieron, gritaron. Pensé que de ira y que me harían daño, y corrí un poco, y después me di la vuelta y miré atrás y vi que estaban contentos y que me hacían gestos con las manos. Los pequeños saltaban arriba y abajo y gritaban y daban palmadas. Regresé despacio hacia ellos. Me quedé a cierta distancia, como la primera vez, y busqué a la Hembra del cabello largo y la vi. Tenía una criatura. No parecía muy distinta a las nuestras. Nuestras criaturas no tienen mucho cabello cuando nacen, pero son más rosadas y más arrugadas que las suyas. Estaba con su Varón. Se acercó y me dio un poco de comida, y me di cuenta de que eso a él no le gustó. Yo quería abrazar a su criatura, e intenté cogerla; él la apartó. Me dolió en lo más profundo, y yo hacía los ruidos que hace una criatura cuando no está contenta. Ella lo vio, y mientras él tenía su mano sobre el brazo de ella, me acercó a la criatura para que pudiera verla. Sus ojos eran negros y brillantes, y era suave y pálida y muy pequeña, y en la cabeza tenía una pelusa blanca y suave como una cría de pájaro. 
Después me mostraron lo que querían que hiciera. Estaban sacando piedras de la tierra. Algunas eran piedras grandes. Empecé llevando las piedras grandes a un lado de la tierra despejada. Las apilábamos allí. Entonces supe de dónde venían las piedras que usaban para construir esos enormes lugares seguros para sus animales de cuatro patas con el cabello largo en el pescuezo. Pero ahora no estaban en ese lugar seguro; estaban fuera, comiendo hierba fresca bajo los árboles. 
Trabajé allí con Ellos todo el día. Cuando el sol estuvo alto, me dieron comida. Me senté cerca de Ellos y comí. Cuando llegó la oscuridad intenté ir con la Hembra que me gustaba y su criatura, pero su Varón dijo que no. Me dolió en el corazón. Unos jóvenes me dejaron entrar en su cabaña, y me senté con la espalda contra la pared y miré su fuego, y pensé en lo fáciles que serían nuestros inviernos si tuviéramos este fuego fiable. 
Trabajé allí con Ellos durante algunos días y de nuevo me entristecí por mis hermanos. Esta vez les di a entender que quería llevarme el fuego y Ellos me ayudaron. Pusieron las piedras rojas encendidas en un palo largo que tenía un agujero y colocaron hojas sobre lo rojo. Cargué con esto hasta la montaña, pero cuando llegué a nuestra cueva mis hermanos se habían ido. Intenté encontrar algo de madera y hojas secas, pero entonces las piedras de fuego ya se habían vuelto negras y frías. 
Vi que si quería mantener el fuego vivo tenía que reunir mucha madera y hierba, pero allí arriba en la nieve no hay ninguna de las dos cosas. ¿Y qué dirían mis hermanos? Porque ellos no habían visto arder el fuego en el lugar seguro de las cabañas. 
Pensé durante mucho tiempo en el fuego. No podía mantenerlo vivo a no ser que mis hermanos también lo quisieran así. Abajo siempre hay alguien vigilando el fuego y con madera para este. Tendríamos que mudarnos a un punto más bajo de la montaña, en el que fuera fácil encontrar madera. Deberíamos cambiar todo para tener el fuego seguro.  
Vagué por el lugar hasta que di con mis hermanos. Ahora solo había dos: uno se había ido para convertirse en el Varón de las Hembras. Estaban comiendo flores de un árbol que tenía un aroma que, si lo inspirabas demasiado, te obligaba a ponerte a cuatro patas o a sentarte o a dormir hasta que pudieras ponerte en pie de nuevo. Mis hermanos no me miraron. Se apartaron cuando me acerqué. Les di un poco de la comida que Ellos me habían dado. La olisquearon y la probaron. No les gustó. A mí tampoco me gustó la primera vez. Yo no les gustaba a mis hermanos. Me asustaba tanto perder mi lugar junto a ellos que me quedé, y ellos se acostumbraron a mí otra vez y fui con ellos a visitar a nuestras Hembras y criaturas, y mi hermano que ahora era su Varón dejó que nos apareáramos con ellas un poco. Pero yo pensaba todo el tiempo en Ellos. Podía sentido en mi interior, los añoraba a ellos, y a sus voces agudas y suaves de pájaro, ya su largo y reluciente pelo. 
Regresé con Ellos a pesar de que tenía miedo de dejar a mis hermanos. Los encontré cavando la tierra que había despejado de piedras. Trabajé con Ellos. A veces me olvidaba de mantener la distancia y estaba cerca, como si fuera uno de Ellos, pero me di cuenta de que eso no les gustaba y siempre se apartaban. Yo no sabía por qué. Nunca les había hecho daño, nunca di ninguna señal de advertencia ni de amenaza. Entonces un día hice mis excrementos no muy lejos, y vi en sus caras una mirada que entendí. Era lo mismo que a menudo sentía ahora con mis hermanos y con las Hembras cuando veía lo grandes y feos y brutos que eran. De repente entendí que Ellos siempre dejaban sus excrementos en un lugar especial. Encontré un lugar en las rocas y dejé allí mis excrementos. Me vieron y oí que hablaban mientras me señalaban y hacían sonidos como el Pájaro Ruidoso. Estaban contentos. Podía vedo. Quería complacerlos, quería ser como Ellos. Cuando fueron al río y se metieron en el agua y chapotearon me dio miedo, pero también fui con Ellos e intenté meterme yo también en el agua, e incluso me tumbé en el agua del mismo modo que Ellos. Me quedé en la parte poco profunda, cerca de la orilla, y chapoteé y me froté igual que Ellos. Me señalaron e hicieron ese ruido que significa que están asombrados y contentos. A estas alturas conozco muchos tipos de voz distintos, tanto de las nuestras como de las de Ellos, pero nunca había reparado en ello antes. Cuando salieron del agua fría se secaron con esos abrigos que se ponían sobre sus pieles suaves y relucientes, pero mi pelo estuvo frío y húmedo toda la mañana y me resfrié. Corría un viento frío aquel día. 
Me senté en un rincón de la cabaña y no podía salir, tosía y me dolía el pecho. La Hembra que me gustaba entró y me dio algo que beber de la cosa que Ellos usan para beber, como una gran hoja enrollada, que es lo que nosotros usamos, pero esta era una cosa dura y fría como una piedra. Vino varias veces, y su Varón ahora no vino, y me di cuenta de que él no ya no tenía miedo de mí, o de que pudiera hacerle daño a ella. 
Entraron todos y me frotaron la espalda y la cabeza. Aquello me gustó mucho porque extrañaba a mis hermanos y lo cerca que estamos cuando dormimos o nos sentamos y nos abrazamos los unos a los otros. A veces venía una criatura y se colgaba de mi cuello o se sentaba a mi lado y jugaba con el pelo de mis brazos, y yo estaba encantado. Una vez vi a una Hembra estirar el cuello, tomar un pedazo de piedra afilada y cortarse las puntas del cabello. Iba a tirar los mechones de pelo negro, pero yo los cogí e intenté ponerlos en mis brazos y mi cabeza, pensando que a lo mejor crecería y se convertiría en mi propio pelo. Ella hizo un ruido como el Pájaro Ruidoso y llamó a los otros. Y Ellos no estaban enfadados, sino que se acercaron para limpiarme y acariciarme. Me podía oír a mí mismo haciendo el sonido que hacen las criaturas. Sentí que mis ojos producían el agua que mana de sus ojos cuando están tristes. 
Y entonces, otra vez lo mismo. Temía por mis hermanos. Aunque no quería apartarme de Ellos, lo hice, y encontré a mis hermanos y sucedió lo mismo que la otra vez. Sabían dónde había estado y no les gustó cuando les hablé de Ellos. Pero me di cuenta de que había algo nuevo. En la parte delantera de la cueva hay un espacio amplio y lo estaban llenando de comida para el invierno. Había un panal y frutas que habían secado y ramas de nogal. Me di cuenta de que pronto llegaría el frío otra vez y los ayudé a recolectar nueces y frutas. Me pregunté si estarían contentos conmigo por haberles explicado el modo en que los Otros reunían comida para la época larga de frío, pero se habían olvidado de que se lo había contado yo y ahora pensaban que era idea suya. Cuando el lugar estuvo lleno de víveres dije que deberíamos ir a decir a nuestras Hembras que recolectaran comida para la época fría, y estuvieron de acuerdo, aunque no querían elogiar nada de lo que yo proponía. 
Estábamos fuera de la cueva, en el claro, cuando... Pero no sé explicar lo que sucedió. Hubo un ruido espantoso. Nunca habíamos oído un sonido así, peor que el de las tormentas terribles que hacen un ruido como de rocas que se desprenden de un acantilado, peor que los vientos que aúllan alrededor de la cueva en la época fría. El ruido era como el batir de las alas de un pájaro más grande que cualquier pájaro de los que conocíamos, y entonces, de entre los árboles, llegaron pájaros negros, pero no eran pájaros, porque no hay pájaros que puedan ser tan grandes. Era como si el sonido nos agitara por dentro y estallara en nuestras cabezas. Mis hermanos querían huir hacia los árboles, pero los pájaros enormes los habrían descubierto allí, y yo les obligué a meterse en la cueva, al fondo, porque sabía que esos pájaros nos buscaban a nosotros, y se quedaron planeando, como las águilas sobre las liebres o las ratas. Los enormes pájaros negros estuvieron acechándonos mucho tiempo, y mis hermanos chillaban y lloraban a pesar de que intentaba calmados, y entonces uno se quedó tranquilo. Y cuando los pájaros se hubieron ido, un hermano estaba muerto. Murió de miedo. Ahora quedábamos dos, y el que estaba muerto pesaba mucho. No sabíamos qué hacer. No podíamos cogerlo y lanzado por el acantilado, porque los Pájaros Enormes podrían vedo y sabrían que había otros cerca. Esperamos hasta que todo se calmó, y entonces los pájaros comunes volvieron a hablar pausadamente, como suelen hacer, y sacamos a rastras al hermano muerto y lo bajamos por la montaña hasta otra cueva y lo dejamos allí. Sabíamos que vendría un tigre, o esos perros que siempre van en manada. 
Mi hermano lloraba y temblaba y se agitaba, y cuando pudo hablar dijo que todo era por mi culpa, porque yo había ido con los Otros y ahora nos querían dar caza. Respondí que no creía que quisieran cazamos, porque eran nuestros amigos. Pero me gritó y echó a correr hacia abajo, donde estaban nuestras Hembras con mi otro hermano, y dijo que haría que se fueran lejos de allí, de vuelta a las montañas de donde los Antiguos nos trajeron mucho tiempo atrás. Yo dije que los Antiguos vinieron de esas montañas porque tenían miedo de que los cazaran allí, pero mi hermano contestó que de todas formas allí estarían más a salvo. Dije que iría con él hasta nuestras Hembras, pero me gritó y me arrojó piedras, y se fue dando gritos y arrojando piedras, y chillando que diría a nuestras Hembras y al Varón que me mataran si aparecía. 
Ya no tenía ningún lugar entre mis hermanos. Y temía ir con los Otros. Pero descendí despacio hacia allí. Buscaba en todo momento, por todas partes, a los Enormes Pájaros. No los vi. Todo estaba en silencio. Cuando llegué a su lugar, vinieron a recibirme. Podía darme cuenta de que estaban contentos. Agitaban los brazos y me llamaban con sus suaves voces. Pero entonces me di cuenta de que había algo nuevo, algo que antes no estaba allí, que al principio no entendí, y luego vi que entre Ellos estaban Aquellos que eran diferentes. Eran pálidos como las larvas o las lombrices y llevaban ropa distinta de la que había visto hasta entonces. Estaban contándoles a Ellos, a los que yo conocía, lo que tenían que hacer. Seguían mirándome y extendiendo los brazos, y no me gustó y eché a correr. No había llegado muy lejos cuando sentí un escozor en las nalgas y me caí. Entonces me di cuenta de que me llevaban y pensé que, al fin y al cabo, Ellos, mis amigos, me habían tendido una trampa. A pesar de que no me podía mover, sabía que los Nuevos, no mis amigos, me habían atado con los mechones que habían cortado de mi pelo con piedras afiladas, y también con algo apretado alrededor del cuello. Luego apretaron sobre mi cara algo húmedo y pensé que me estaban matando. No podía respirar. A pesar de que no podía rebelarme, algo me mantuvo fuerte y tranquilo. Me despabilé. Los Nuevos, a los que no había visto antes, se alejaban entre los árboles. Entonces vi que donde estaban los árboles había uno de esos enormes pájaros negros y que estaban metiéndose en él. Empecé a gritar, como una criatura, de miedo. El miedo me despertó del todo. Todavía estaba agarrotado y dolorido. En mi mano había una herida que sangraba. El enorme pájaro negro se alzó en el aire y su sonido volvió a golpearme por dentro y me agité y sentí que iba a morirme como mi hermano. Los Otros, los que yo conocía, aparecieron y se quedaron a mi alrededor. La Hembra acariciaba mi cabeza. Salía agua de mis ojos. Algunos niños me frotaron la espalda. Me sentía muy mal. Me sentía muy triste. En ese momento supe que Ellos no eran mis amigos, no como yo creía que lo eran. Y mis hermanos ya no eran mis hermanos: me matarían si me acercaba a ellos. Además, ya debían de haber partido con nuestras Hembras a algún lugar lejano, y no sabía dónde estaban. 
Poco a poco recuperé las fuerzas y me senté, y entonces vi que alrededor de mi tobillo había algo colocado junto a la carne. Dentro había quedado un poco de pelo y escocía. Era una cosa lisa y dura como las cuerdas que sacamos de la corteza de un árbol, pero más dura. Yo intentaba sacármela y Ellos me hablaban y sacudían la cabeza. Hacían ruidos como los que hacen los niños pequeños, y yo hacía los mismos ruidos. 
El agua caía de sus ojos y de los míos. Siempre había uno u otro que me acariciaba o me daba palmaditas. La Hembra apoyó su rostro sobre mi pelo, y cuando lo apartó mi pelo estaba húmedo. 
Poco a poco fui poniéndome en pie. Estaba débil y temblaba. Lentamente me alejé de ellos, caminando, a pesar de que mi corazón lloraba por Ellos. Volví aquí arriba, a la cueva. Ahora estoy solo. El cielo está cada vez más bajo y cuajado de nieve. Pronto será una capa tupida. Me oigo a mí mismo hacer los sonidos de las criaturas. Sigo esperando a ver si mis hermanos regresan, a pesar de que sé que no volverán. No dejo de repetirme que cuando vuelvan no debo actuar como cuando estoy con Ellos, hacer mis excrementos en un lugar apartado, o ir al río cuando no está congelado y echarme agua encima. Debo ser como mis hermanos. Pero ellos no vendrán. ¿Y qué puedo hacer con esa cosa ajustada y tirante que hay alrededor de mi tobillo? Si mis hermanos la vieran me matarían, lo sé. Me da miedo. A veces me parece que está viva. Intento sacármela. Lo he probado con una piedra afilada y con los dientes. Me da la sensación de que escucha, como si supiera lo que estoy haciendo. Sabe lo que estoy pensando. 
Y pienso siempre en Ellos y en cómo están allá abajo, en su lugar, sentados en sus cabañas porque hace frío, con el fuego protector ardiendo, y hablándose los unos a los otros con sus agudas voces de pájaro, y a veces hablando uno solo y escuchando los demás. 
¿Por qué no soy como Ellos, por qué no puedo unirme a Ellos, por qué me persiguen y me ponen trampas? ¿Por qué no puedo ser como Ellos y no una enorme bestia patosa y peluda como mis hermanos? 
A veces pienso en ir al acantilado que está cerca de la cima y saltar desde ahí. Entonces estaré muerto y el intenso dolor de mi interior ya no me hará sufrir. Este pensamiento me asusta. Jamás había pensado algo así. Estoy seguro de que si se lo contara a mis hermanos, no me entenderían. No entienden lo que digo ahora. No puedo decides lo que estoy pensando. Pero esta cosa suave y dura que está en mi tobillo parece hablarme a veces, y no me gusta lo que dice. Ahora soy un prisionero. 
Hay algo que puedo hacer, puedo usar mis dientes y roer mi pie, y entonces la cosa dura y lisa se soltará. Pero ¿cómo podría vivir sin el pie? No. Creo que cuando desaparezca la nieve iré al acantilado y saltaré desde allí. No quiero seguir viviendo con este aplastante dolor en el pecho. Quiero ir donde están Ellos y contarles lo que siento, pero ahora ya no son mis amigos y les tengo miedo. Pero pienso siempre en Ellos, y cuando voy a dormir pienso en Ellos, imágenes de Ellos aparecen en mis sueños, y me parece oír sus agudas voces de pájaro, y siento sus manos suaves acariciándome, y siento la cara de la Hembra sobre mi pelo y la humedad de sus ojos. Pienso en Ellos todo el tiempo. Quiero estar con Ellos. Quiero ser uno de Ellos. ¿Por qué no puedo ser uno de Ellos? ¿Por qué somos tan distintos que no puedo ser uno de Ellos?

Doris Lessing