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domingo, 29 de septiembre de 2019

Vilanova i la Geltrú - Ermitas - G/R


Ensayos (24)

De la austeridad de los clásicos

Atilio Régulo, general del ejército romano en África, en medio de su gloria y de sus victorias contra los cartagineses, escribió a la república diciendo que un labrador criado suyo, al que había dejado solo al cuidado de su patrimonio, el cual comprendía en total siete arpendes de tierra, habíase fugado llevándose robados los útiles de labranza, y pedía permiso para volver allí a reponer la falta por temer que su mujer y sus hijos se resintiesen de ello; el senado ocupóse de encargar a otro el gobierno de sus bienes e hizo se le devolviera lo que le había sido robado, ordenando que su mujer y sus hijos fuesen alimentados a expensas públicas.

Catón el Viejo, al volver de España como cónsul, vendió su caballo de servicio para ahorrar el dinero que le hubiera costado llevarlo a Italia por mar; y ocupándose del gobierno de Cerdeña, hacía sus visitas a pie sin más séquito que un oficial de la república, que le llevaba la toga y un vaso para hacer los sacrificios; y la mayor parte del tiempo llevaba él mismo su maleta. Jactábase de no haber tenido jamás vestido alguno que hubiese costado más de diez escudos, y de no haber enviado al mercado más de diez sueldos al día; y de no tener ninguna de sus casas de campo encalada y enjalbegada por fuera. Escipión Emiliano, tras dos triunfos y dos consulados, fue en delegación con sólo siete criados. Se sostiene que Homero jamás tuvo más de uno; Platón, tres; Zenón, el jefe de la secta estoica, ninguno.

A Tiberio Graco al ir en comisión por la república, siendo entonces el primer hombre de los romanos, no le pagaron más que cinco sueldos y medio al día.

Si está fuera de nuestro alcance, el objeto de nuestro deseo se convierte en un bien supremo; si lo conseguimos, deseamos otro con la misma avidez. (Lucrecio, III. 1.095).

Montaigne, Michel de

viernes, 27 de septiembre de 2019

Biblioteca Juan Oliva








Ensayos (23)

Hallábanse muchos reunidos por la discusión de un señor contra otro, el cual tenía realmente alguna prerrogativa de títulos y alianzas, por encima de la nobleza común. A propósito de esta prerrogativa, todos alegaban, queriendo igualarse con él, ya un origen, ya otro, ya el parecido del nombre, ya el del escudo, ya un antiguo documento de la casa; y el más ínfimo resultaba ser bisnieto de algún rey de ultramar. Cuando llegó la hora de cenar, éste, en lugar de tomar asiento, retrocedió con profundas reverencias suplicando le disculpara la asistencia por haber osado vivir hasta entonces con ellos como su igual: y dijo que al haberse enterado recientemente de sus viejas dignidades, empezaba a respetarlos según sus rangos y que no le correspondía sentarse entre tantos príncipes. Tras representar esta farsa, díjoles mil injurias: Contentáos, por Dios, con lo que nuestros padres se contentaron y con lo que somos; nos basta con lo que somos si lo sabemos llevar honrosamente; no despreciemos la fortuna y condición de nuestros ancestros y apartemos esas necias fantasías que no pueden faltar a quienquiera que tenga la impudicia de alegarlas.

¿Quién impide que se llame mi palafrenero, Pompeyo el Grande? 

Siempre se puede hablar de todo a favor y en contra.

En la batalla de Farsalia, entre otros reproches que se le hacen a Pompeyo, está el de haber mantenido a su ejército parado y a pie firme, a la espera del enemigo; porque esto (tomaré las propias palabras de Plutarco que valen más que las mías) «debilita la fuerza que a los primeros golpes da el correr, y al mismo tiempo priva a los combatientes del impulso de unos contra otros que acostumbra a llenarlos de ímpetu y de furor más que cualquier otra cosa cuando llegan a chocar con vigor entre ellos, aumentándoles el valor con los gritos y la carrera, y por así decirlo, enfría y paraliza el ardor de los soldados». Esto es lo que dice por ese lado; mas si César hubiera perdido, ¿quién no habría podido decir igualmente que por el contrario el asentamiento más fuerte y sólido es aquél en el que uno se mantiene firme sin moverse y que aquél que está parado ahorrando y guardando fuerzas en sí mismo para cuando las necesite, tiene gran ventaja sobre el que está ya agotado por haber consumido durante la carrera la mitad del aliento? Aparte de que siendo el ejército un cuerpo formado por tan diversas partes, es imposible que esa furia lo conmueva con tan justo movimiento que no altere ni rompa su orden y que el más dispuesto no se enfrente antes de que su compañero le socorra. En aquella fea batalla de los dos hermanos persas, el lacedemonio Clearco que mandaba a los griegos del partido de Ciro, llevólos hábilmente a la carga sin apresurarse; mas a unos cincuenta pasos, púsolos a la carrera, esperando conservar el orden y las fuerzas, por la brevedad del espacio, dándoles, sin embargo, la ventaja del ímpetu de sus cuerpos y de sus lanzas. Otros zanjaron esta duda de su ejército, de la manera siguiente: si el enemigo se os echa encima, esperadle a pie firme; si os espera a pie firme, echáosle encima.

Que el que pone la mesa es el que más gasta, que hay más alegría en atacar que en defender.

César también tenía otro (caballo) que tenía los pies de delante como un hombre, con la uña cortada en forma de dedos, al que sólo César pudo montar y domar, dedicando su estatua tras su muerte a la diosa Venus.

Los de Creta, sitiados por Metelo, llegaron a tal escasez de bebida que hubieron de usar la orina de sus caballos.

En Rusia, el ejército enviado allí por el emperador Bayaceto, fue atacado por tal aluvión de nieve que para ponerse a cubierto y salvarse del frío, muchos decidieron matar y destripar a los caballos, lanzándose dentro de ellos para aprovechar aquel calor vital.

Alejandro combatió contra una nación dahae; iban a la guerra de a dos, armados y a caballo, mas en la lucha, uno de ellos bajaba a tierra; y combatían ora a pie, ora a caballo, uno tras otro.

Y para suplicar o saludar a un grande, tocábanse las rodillas. El filósofo Pasicles, hermano de Crates, en vez de llevarse la mano a la rodilla, dejósela en los genitales. Al  rechazarle rudamente aquél al que se dirigía, dijo: ¿Cómo? ¿No es esto tan vuestro como las rodillas?

Comían la fruta como nosotros, antes de levantarse de la mesa. Limpiábanse el culo (hemos de dejar a las mujeres esa vana superstición de las palabras) con un esponja: he aquí por qué «spongia» es palabra obscena en latín; y estaba esta esponja atada al extremo de un palo, como prueba la historia de aquél al que, al llevarle ante el pueblo para ser entregado a las fieras, pidió permiso para ir a hacer sus necesidades; y sin tener otro medio para matarse, embutióse el palo y la esponja por la garganta, y se asfixió. Limpiábanse el pene con lana perfumada, cuando lo habían usado.

Todo acto nos descubre.

Y creo que el rey Arquidamo escuchó no sin asombro la respuesta de Tucídides al que había preguntado quién era más fuerte en la lucha si Pericles o él: Eso, contestó, sería difícil de comprobar; pues cuando le he tumbado en el suelo, convence a cuantos lo han visto de que no se ha caído y lo consigue. 

Montaigne, Michel de

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Contrastes en la Expresión del Arte - Colegio Lourdes - Valladolid


Ensayos (22)

¿Creéis que los monaguillos gustan mucho de la música?  La hartura se la hace más bien tediosa. Los festines, los bailes, las mascaradas, los torneos, regocijan a aquéllos que no los ven a menudo y que desean verlos; mas para aquellos que los presencian de ordinario, vuélvense sosos y desagradables; como tampoco las damas producen cosquilleo en aquél que goza de ellas hasta la saciedad. Quien no se da la oportunidad de tener sed, no puede gozar bebiendo. 

Los cortesanos del emperador Juliano, elogiábanlo un día por impartir tan buena justicia: De buena gana me enorgullecería de esos elogios, dijo él, si vinieran de personas que osaran acusarme o criticarme por acciones opuestas, si éstas se produjeran.

Todas las verdaderas ventajas de que gozan los príncipes son comunes a los hombres de mediana fortuna (sólo a los dioses corresponde cabalgar sobre caballos alados y alimentarse de ambrosía); no tienen distinto sueño ni distinto apetito al nuestro; no se arman con acero de mejor temple que el nuestro; no les cubre la corona ni del sol ni de la lluvia. Diocleciano, aun llevando una tan reverenciada y afortunada, dejóla para retirarse al placer de una vida privada; y algún tiempo después, al requerir la necesidad de los asuntos públicos que volviera a hacerse cargo de ella, respondió a aquellos que se lo rogaban: No os resolveríais a convencerme de ello, si hubierais visto el orden tan bello de los árboles que yo mismo he plantado en mi casa, y los hermosos melones que allí he sembrado.

Cuando el rey Pirro resolvió entrar en Italia, su sabio consejero Cineas, queriéndole demostrar la vanidad de su ambición, preguntóle: Y bien, señor, ¿con qué fines organizáis esta empresa? -Para hacerme el amo de Italia, respondió bruscamente. -¿Y después, continuó Cineas, una vez conseguido? -Entraré, dijo el otro, en la Galia y en España. -¿Y después? -Iré a subyugar el África; y por fin, cuando haya puesto el mundo a mis pies, descansaré y viviré contento y a mis anchas. Por Dios, señor, repuso entonces Cineas, decidme de qué depende el que no estéis ya en ese estado si queréis. ¿Por qué no os situáis desde este momento, allí donde según decís aspiráis a estar, y evitáis tanto trabajo y azar como ponéis entre medias?

Nimirum quia non bene norat quae esset habendi Finis, et omnino quoad crescat vera voluptas. («Sin duda porque no conocía bien los límites que se deben poner a los deseos, ni hasta donde puede llegar el verdadero placer» (Lucrecio, V. I. 431).)

«Cada uno según su carácter se hace su destino.» (Cornelio Nepos, Vida de Atico, II).

Según Herodoto, hay naciones en las cuales los hombres duermen medio año y velan el otro medio, por medios años.

Y los que escriben la vida del sabio Epiménides, dicen que durmió cincuenta y siete años seguidos.

Montaigne, Michel de

lunes, 23 de septiembre de 2019

Rafael Dalmau - Les herbes remeieres



Ensayos (21)

Acordáos de aquél que cuando le preguntaron para qué se esforzaba tanto en un arte cuyo conocimiento podía llegar a tan poca gente, respondió: Me basta con muy pocos, me basta con uno, me basta con ninguno. Decía verdad: vos y otro compañero sois público suficiente el uno para el otro, o vos para vos mismo. Que para vos, el pueblo sea uno y uno todo el pueblo. Es vil ambición querer alcanzar la gloria con la ociosidad y el escondite. Hemos de hacer como los animales que borran su rastro a la entrada de su madriguera. No debéis pensar ya en que el mundo hable de vos sino en cómo hablaros a vos mismo. Retiráos a vuestro interior, mas preparáos primero para recibiros; locura sería fiaros de vos mismo si no os sabéis dirigir. Es posible fallar en soledad como en compañía. Hasta que no hayáis llegado a ser tal que no oséis tropezar ante vos y hasta que no sintáis temor y respeto de vos mismo «observentur species honestae animo», tened siempre presentes a Catón, a Foción y a Arístides, ante cuya presencia incluso los locos ocultarían sus faltas, y erigidlos en controladores de todas vuestras intenciones; así si éstas se desmandan, la reverencia hacia ellos las volverá al buen camino. Ellos os retendrán en esta vía de contentaros con vos mismo, de no pedir nada que no venga de vos, de detener y afirmar vuestra alma en ciertos y limitados pensamientos en los que pueda deleitarse; y de contentarse, una vez entendidos, con los verdaderos bienes de los cuales se goza a medida que se entienden, sin más deseo de prolongación de vida ni de renombre. He aquí el consejo de la verdadera y sencilla filosofía. 

«Recojamos los placeres; nuestro es el tiempo que vivimos; no serás más ceniza, sombra y fábula.» (Persio, V. 151).

Un rey ha de poder responder como hizo Ifícrates al orador que le atacaba con sus invectivas de esta forma: Y bien, ¿quién eres tú para hacerte tanto el valiente? ¿Eres hombre de armas? ¿Eres arquero? ¿Eres piquero? -Nada de eso soy, mas soy aquél que sabe mandar a todos esos.

Caculo Lutacio, en la guerra contra los cimbros, habiendo hecho todos los esfuerzos posibles para detener a sus soldados que huían ante los enemigos, púsose él mismo a la cabeza de los fugitivos, haciéndose el cobarde, para que pareciesen seguir a su capitán antes que huir del enemigo: era entregar su reputación para encubrir la vergüenza de otros.

En Tracia distinguíase el rey de su pueblo, de una manera. curiosa y muy altanera. Tenía una religión aparte, un dios para él, al que no correspondía a sus vasallos adorar: era Mercurio; y él desdeñaba a los de ellos: Mane, Baco, Diana.

Los aduladores del gran Alejandro hacíanle creer que era hijo de Júpiter. Un día, estando herido, mientras miraba la sangre de su herida, dijo: Y bien, ¿qué decís? ¿No es sangre bermeja y puramente humana? No es del tipo de la que Homero hace brotar de la herida de los dioses. Hermodoro, el poeta, había hecho unos versos en honor de Antígono, en los que le llamaba hijo del sol; y dijo él por el contrario: El que me vacía el retrete sabe que no es así. Es un hombre, como todo hijo de vecino.

«Las cosas son lo que de ellas hace su posesión: buenas, para quien sabe usarlas, malas, para quien las usa mal.» (Terencio, Heautontimorumenos, I. III. 21).

Montaigne, Michel de

sábado, 21 de septiembre de 2019

Thyssen - Víctor Vasarely


Ensayos (20)

¿Y acaso no superó al pintor Protógenes en la ciencia de su arte? Este, habiendo terminado el dibujo de un perro cansado y molido, a su entera satisfacción en lo que respecta a todas las partes menos a la espuma y la baba que no conseguía representar según sus deseos, airado contra su obra, cogió la esponja y lanzóla contra ella, impregnada como estaba con distintas pinturas, para borrarlo todo; el destino dirigió el golpe muy certeramente al lugar de la boca del perro, acabando lo que el arte no había podido conseguir.

Para terminar. ¿No revela este hecho una aplicación expresa de su favor, bondad y singular piedad? Ignacio padre e Ignacio hijo, condenados por los triunviros de Roma, resolvieron valerosamente poner sus vidas en manos el uno del otro, frustrando así la crueldad de los tiranos; persiguiéronse empuñando la espada; el destino alzó los filos produciendo dos golpes igualmente mortales y honró tan hermoso amor haciendo que aún tuviesen justamente la fuerza de retirar de las heridas sus brazos ensangrentados y armados, para estrecharse en aquella situación con tan fuerte abrazo que los verdugos cortaron las dos cabezas a la vez, dejando los cuerpos presos en aquel noble lazo, las heridas unidas, bebiendo la una, la sangre y los restos de vida de la otra.

Y puesto que del frío hablamos y somos franceses, acostumbrados por tanto a vestiduras recargadas (no yo, pues sólo visto de negro y blanco como hacía mi padre) añadamos por otra parte que el capitán Martín du Bellay dijo haber visto en su viaje al Luxemburgo, unas heladas tan crudas que se cortaba el vino de munición a golpes y hachazos, se les daba a los soldados al peso y lo transportaban en cestos. Y lo propio dice Ovidio casi con las mismas palabras: Nudaque consistunt formam servantia testae Vina, nec hausta meri, sed data frusta bibunt. (Y el vino, desnudo, conserva la forma del vaso, ya no es bebida, sino trozos que se beben. (Ovidio, Tristes, III. X. 23).)

Eran tan crudas las heladas en la desembocadura de Palus Meotis, que en el mismo lugar en el que el lugarteniente de Mitrídates había librado batalla contra los enemigos en tierra firme y habíalos vencido, llegado el verano, ganó de nuevo contra ellos una batalla naval.

Alejandro vio un país donde entierran los árboles frutales en invierno para protegerlos de las heladas.

No basta con cambiar de lugar, es menester apartarse de las condiciones populares que están dentro de nosotros; es menester secuestrarse y recuperarse de uno mismo. Rupi jam vincula dicas: Nam luctata canis nodum arripit; atramen illi, cum fugit, a collo trahitur pars loga catenae.  (Por fin he roto mis ataduras, me dirás: pero, el perro que con un gran esfuerzo ha roto las suyas, en su huida, arrastra en el cuello gran parte de su cadena. (Persio, Sátiras, V. 158).)

¿Por qué buscamos tierras iluminadas por otro sol? El que deja su patria, ¿no huye acaso de sí mismo? (Horacio, Odas, II. XVI. 18).

Sé tú mismo, multitud en soledad (Título, IV, XIII, 12)

Lo más grande del mundo es saber pertenecerse.

Se ha de conservar con uñas y dientes la práctica de los placeres de la vida que unos tras otros los años nos arrancan de las manos.

Han retrocedido únicamente para saltar mejor y para, con mayor impulso abrir brecha más profunda en la tropa. 

Montaigne, Michel de

jueves, 19 de septiembre de 2019

Quaternio Verlag Luzern


Ensayos (19)

San Hilario, obispo de Poitiers, aquel famoso enemigo de la herejía arriana, estando en Siria, enteróse de que Abra, su única hija a la que había dejado aquí con su madre, era requerida en matrimonio por los señores más preclaros del país, como hija bien instruida y hermosa, rica, y en la flor de la edad. Escribióle (como podemos comprobar) que apartase sus deseos de todos aquellos placeres y ventajas que se le presentaban; que le había encontrado durante su viaje, partido mucho más grande y digno, marido de poder y magnificencia muy distintos que la obsequiaría con vestidos y joyas de inestimable precio. Era su designio hacer que perdiera el apetito y la costumbre de los mundanos placeres para unirla por completo a Dios; mas pareciéndole que el medio más corto y seguro para ello, era la muerte de su hija, no dejó con sus votos, ruegos y oraciones, de pedir a Dios se la llevase con Él, como así acaeció; ya que al poco tiempo de su regreso, muriósele, por lo que mostró singular alegría. Este parece superar a los otros por el hecho de recurrir a ese medio, de entrada, mientras que aquéllos no recurren a él más que en segundo lugar, y porque tratábase de su única hija. Mas no quiero omitir el final de esta historia aunque no venga al caso. A la mujer de san Hilario, habiéndole oído a él cómo la muerte de su hija habíase producido por su voluntad y cómo representaba para ella mayor ventura el haber dejado este mundo que el permanecer en él, acometióle tal atracción por la beatitud eterna y celestial que solicitó de su marido con extrema insistencia que lo mismo hiciera por ella y habiéndosela llevado Dios con Él poco después, atendiendo a sus comunes plegarias, fue una muerte abrazada con singular contento por parte de los dos.

El duque de Valentino, habiendo decidido envenenar a Adriano, cardenal de Comete, en cuya casa del Vaticano iban a cenar él y su padre, el papa Alejandro VI envió por delante una botella de vino envenenado ordenando al bodeguero que la conservase cuidadosamente. Habiendo llegado el papa antes que su hijo y habiendo pedido algo de beber, dicho bodeguero creyendo que sólo le habían recomendado aquel vino por su bondad, sirvió de él al papa; y el propio duque, llegando a punto para la colación y fiándose de que no habrían tocado su botella, tomólo a su vez: de forma que el padre murió repentinamente; y al hijo, tras pasar largo tiempo atormentado por la enfermedad, fuele reservado destino aún más adverso.

Montaigne, Michel de

martes, 17 de septiembre de 2019

Georgian Publishers


Ensayos (18)

«No hay más victoria que la que fuerza al enemigo a confesarse vencido.» (Claudio, Del sexto Consulado, 248).

Hay además derrotas triunfantes que emulan a las victorias. Ni siquiera esas cuatro victorias hermanas, las más bellas que con sus ojos haya visto jamás el sol, la de Salamina, la de Platea, la de Micala, la de Sicilia, osaron nunca oponer toda su gloria a la gloria del aplastamiento del rey Leónidas y de los suyos en el paso de las Termópilas.

El verdadero vencer tiene como misión el combate, no la salvación; y el honor del valor consiste en combatir.

Sé de una canción inventada por un prisionero en la que se halla esta bravata: que todos unidos osen ir a comer su cuerpo y comerán con él a sus padres y abuelos que le sirvieron de alimento y sustento. Estos músculos, decía, esta carne y estas venas, son las vuestras, pobres locos; no os percatáis de que la substancia de los miembros de vuestros antepasados permanece aún en ellos: saboreadlos bien, notaréis el sabor de vuestra propia carne. Idea que en modo alguno se parece a la barbarie. Quienes describen su agonía y reproducen el momento de su muerte, pintan al prisionero escupiendo a la cara de aquéllos que le matan y haciéndoles muecas. Ciertamente, hasta el último suspiro no dejan de provocarles y desafiarles con sus palabras y actitud. Sin mentir, comparados con nosotros, he aquí a unos hombres bien salvajes; pues verdaderamente, o bien lo son ellos o bien lo somos nosotros; extraordinaria es la distancia que hay entre su comportamiento y el nuestro.

Eso es sacar dos moliendas de un mismo saco y soplar frío y caliente por la misma boca. 

Y el que quisiera justificar el que Arrio y su papa León, principales jefes de esta herejía, muriesen en momentos distintos, de muertes tan iguales y extrañas (pues habiéndose retirado de la disputa al excusado por un dolor de vientre, ambos entregaron su espíritu repentinamente), exagerando esta venganza divina con la circunstancia del lugar, podría también añadir a ello, la muerte de Heliogábalo que murió igualmente en el retrete. Mas ¿qué digo? Ireneo tuvo el mismo destino. Dios, queriendo mostrarnos que los buenos han de esperar y los malos temer algo más que las venturas o desventuras de este mundo, las maneja y aplica según su oculta disposición, privándonos de los medios para aprovecharnos de ellas neciamente. No tienen en cuenta esto los que quieren hacer uso según la razón humana. Jamás dan un ejemplo sin recibir dos. San Agustín lo demuestra claramente con sus adversarios. Es una conflicto que se decide con las armas de la memoria más que con las de la razón. Es menester contentarse con la luz que el sol tiene a bien comunicarnos por  sus rayos; y aquél que eleve sus ojos para captar una mayor en su cuerpo, no ha de extrañarse si, por el pecado de su excesiva avidez pierde la vista. 

Montaigne, Michel de

domingo, 15 de septiembre de 2019

Chameleon Cards


Ensayos (17)

Contaré un relato más. Algunos de estos pueblos, habiendo sido vencidos por él, enviaron mensajeros para reconocerle y conseguir su amistad; éstos, presentáronle tres clases de presentes, de la forma siguiente: Señor aquí tienes cinco esclavos; si eres un dios fiero que te alimentas de carne y de sangre, cómelos y te amaremos aún más; si eres un dios bondadoso, he aquí incienso y plumas; si eres hombre, toma estos pájaros y estos frutos.

Abarcamos todo mas sólo cogemos viento. 

Parece que se producen movimientos ya naturales, ya febriles, en esos grandes cuerpos, así como en los nuestros. Cuando pienso en la erosión que deja el río Dordoña actualmente, por la orilla derecha al bajar, y en el terreno que ha ganado en veinte años destruyendo la base de varios edificios, me doy cuenta de que es un movimiento extraordinario; pues si hubiese llevado siempre ese ritmo o lo fuese a llevar en el futuro, trastocaría el aspecto del mundo. Mas están a la merced de muchos cambios: tan pronto se ensanchan por un lado como por otro; como se contienen. No hablo de las repentinas inundaciones cuyas causas conocemos. En Medoc, al borde del mar, mi hermano, señor de Arsac, ha visto como quedaba sepultada una de sus tierras bajo las arenas que el mar vomita ante ella; la cima de algunos edificios aún sobresale; sus rentas y tierras hanse trocado en pobres pastizales. Dicen los habitantes que desde hace algún tiempo, el mar empuja con tal fuerza hacia ellos que han perdido cuatro leguas de tierra. Esas arenas son sus preliminares; y vemos grandes montones de arena en movimiento que se adelantan media legua, comiéndose el país.

El otro testimonio de los tiempos antiguos con el que se quiere relacionar este descubrimiento, es de Aristóteles, al menos sí es suyo ese libreto de «las maravillas inauditas». Cuenta en él que algunos cartagineses, habiéndose lanzado a través del mar Atlántico fuera del estrecho de Gibraltar y habiendo navegado durante largo tiempo, descubrieron por fin una isla grande y fértil, cubierta de bosques y regada por anchos y profundos ríos, muy alejada de cualquier tierra firme; y que ellos y después otros, atraídos por la riqueza y fertilidad de la región, fuéronse allí con sus mujeres e hijos, empezando a acostumbrarse a ella. Los señores de Cartago, viendo que su país se despoblaba poco a poco, prohibieron expresamente, bajo pena de muerte, que nadie fuese más allí y expulsaron a los nuevos habitantes, por temor, según dicen, a que con el paso del tiempo llegaran a multiplicarse de tal forma que los suplantasen a ellos y arruinasen su estado. Este relato de Aristóteles tampoco concuerda con nuestras nuevas tierras.

Estimo que hay mayor barbarie en el hecho de comer un hombre vivo que en comerlo muerto, en desgarrar con torturas y tormentos un cuerpo sensible aún, asarlo poco a poco, dárselo a los perros y a los cerdos para que lo muerdan y despedacen (cosa que no sólo hemos leído sino también visto recientemente, no entre viejos enemigos sino entre vecinos y conciudadanos y lo que es peor, so pretexto de piedad y religión), que asarlo y comerlo después de muerto.

Crisipo y Zenón, jefes de la secta estoica, pensaron justamente que no había mal alguno en servirse de nuestra carroña siempre que lo necesitáramos, obteniendo así alimento; al igual que nuestros antepasados sitiados por César en la ciudad de Alesia, resolvieron saciar el hambre de aquel cerco con los cuerpos de los ancianos, de las mujeres y de otras personas inútiles para el combate.

Montaigne, Michel de