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jueves, 31 de octubre de 2019

Museo de la Acrópolis


Ensayos (40)

Lo mismo digo de la filosofía; tiene tantos aspectos y tanta variedad, y ha dicho tanto, que todos nuestros ensueños y fantasías se hallan en ella. Nada puede concebir la imaginación humana, ni para bien ni para mal, que en ella no se encuentre. «Nihil tam absurde dici potest quod non dicatur ab aliquo philosophorum». («No se puede decir nada tan absurdo que no haya sido dicho por algún filósofo,» (Cicerón, De la adivinación, 11, 58).). Y por ello déjome hablar en público tanto más caprichosamente cuanto que, aunque mis ideas hayan nacido en mí y sin modelo, sé que hallarán relación con alguna postura antigua y que no faltará alguno que diga: ¡He aquí de donde lo tomó!

No se ha de querer morir para vengarse, como hizo Gobrias: pues hallándose en estrecha lucha con un señor de Persia y surgiendo Darío empuñando la espada, el cual temía golpear con ella por miedo a matar a Gobrias, gritóle éste que diera sin temor, y de resultas atravesó a los dos.

He visto condenarse a muchos, al ofrecérseles armas y condiciones de combate tan desesperadas que quedaba fuera de toda posibilidad el que uno u otro pudiera salvarse. Los portugueses apresaron a catorce turcos en el mar de las Indias, los cuales sin resignarse a su cautiverio resolviéronse con éxito a reducir a cenizas a sus dueños, al navío y a ellos mismos, frotando unos contra otros unos clavos de la embarcación, hasta que una chispa cayó en los barriles de pólvora de cañón que allí había.

El cielo y las estrellas se movieron durante tres mil años; todo el mundo lo había creído así hasta que Cleanto de Samos, o, según Teofrasto, Nicetas de Siracusa se atrevió a mantener que era la tierra la que se movía por el círculo oblicuo del Zodiaco, girando sobre su eje; y en nuestra época, Copérnico ha establecido tan bien esta teoría que la utiliza muy justamente para todas las consecuencias astronómicas. ¿Qué concluiremos de esto sino que no nos ha de importar cuál de los dos? ¿Y quién sabe si una tercera opinión de aquí a mil años no echará abajo las dos anteriores?

Dionisio el Tirano ofreció a Platón un vestido a la moda de Persia, largo, damasquinado y perfumado; rechazólo Platón diciendo que habiendo nacido hombre, no se vestiría por propia voluntad con vestido de mujer; mas Aristipo aceptólo con esta respuesta: Que ningún atuendo podía corromper un corazón puro. Criticábanle sus amigos la cobardía de tomar tan poco a pecho el que Dionisio le hubiera escupido al rostro: Los pescadores, dijo él, soportan bien el que las olas los bañen de pies a cabeza para atrapar un gobio. Estaba Diógenes lavando coles y viéndole pasar le dijo: Si supieras vivir de coles no harías la corte a un tirano. A lo que Arístipo contestó: Si supieras vivir entre los hombres, no lavarías coles. He aquí cómo la razón proporciona fundamento para distintas acciones. Es un cántaro de doble asa, que se puede agarrar por la derecha y por la izquierda.

A Metrocles escapósele algo inoportunamente un pedo mientras discutía en presencia de su escuela, y permaneció en su casa ocultándose de vergüenza hasta que Crates fue a visitarlo; y añadiendo a sus consuelos y razones el ejemplo de su libertad, púsose a tirarse pedos emulándolo y liberándolo de sus escrúpulos y además lo atrajo a la secta estoica, más franca que la secta peripatética, en la cual, más cívica, había profesado hasta entonces.

Preguntaron lo que hacía a un filósofo al que sorprendieron en dicha tesitura. Respondió tranquilamente: Estoy plantando un hombre, sin ruborizarse más por haber sido encontrado así, que si lo hubieran hallado plantando ajos.

Nuestra saliva limpia y seca las heridas y sin embargo mata a la serpiente:
Tantáque in his rebus distancia differitásque est, ut quod aliis cibus est, aliis fuat acre venenum. Saepe etenim serpens, hominis contacta saliva, disperit, ac sese mandendo conficit ipsa.  («En estas cuestiones hay tantas distancias y diferencias que el alimento de uno es veneno para otro. A menudo, en efecto, tocada por la saliva humana, la serpiente enferma y se devora a sí misma.» (Ibidem, íd., IV. 663).). 

¿Qué propiedad daremos a la saliva? ¿Según nuestro punto de vista o según el de la serpiente? ¿Por cuál de los dos sentidos comprobaremos la verdadera esencia suya que buscamos? Dice Plinio que hay en las Indias ciertas liebres marinas que para nosotros son veneno y nosotros para ellas, de forma que con sólo tocarlas las matamos: ¿quién es el verdadero veneno, el hombre o el pez? ¿A quién creeremos al pez acerca del hombre o al hombre acerca del pez? Cierta propiedad del aire infecta al hombre mas no perjudica al buey en modo alguno; otra, al buey sin perjudicar al hombre: ¿cuál de las dos será verdaderamente y por naturaleza propiedad pestilente?

Montaigne, Michel de

martes, 29 de octubre de 2019

Joan Cardona


Ensayos (39)

Aun cuando los cinco sentidos de mi naturaleza estuvieran llenos de alegría y este alma arrebatada por toda la felicidad que puede desear y esperar, sabemos todo lo que puede: eso, nada sería tampoco. Si hay algo de lo mío nada divino hay. Si no es otra cosa que lo que puede pertenecer a mi condición presente, no puede ser tenido en cuenta. Toda la felicidad de los mortales es mortal. Si el reconocimiento de nuestros padres, de nuestros hijos y de nuestros amigos puede afectarnos y alegrarnos en el otro mundo, si nos interesamos aún por tal placer, estamos en los bienes terrenos y finitos. No podemos concebir dignamente la grandeza de esas altas y divinas promesas si podemos concebirlas de algún modo: para imaginarlas dignamente, hemos de imaginarlas inimaginables, indecibles e incomprensibles, y perfectamente distintas a las de nuestra miserable experiencia. Los ojos no sabrían ver, dice san Pablo, y no puede caber en corazón humano la ventura que Dios ha preparado para los suyos. Y si para hacernos capaces de ella, se reforma y cambia nuestro ser (como tú dices, Platón, por tus purificaciones), ello debe ser un cambio tan extremo y total que según la ciencia física ya no seríamos nosotros.

Además, ¿con qué base justa pueden los dioses reconocer y recompensar al hombre después de su muerte por sus buenas y virtuosas acciones, puesto que son ellos mismos quienes las han inspirado y provocado en él? ¿Y por qué se ofenden y castigan en él las viciosas puesto que ellos mismos lo han creado con esa condición pecadora y pueden con sólo un guiño de su voluntad impedirle pecar? 

Y hay formas mestizas y ambiguas entre la naturaleza humana y la animal. Hay regiones en las que los hombres nacen sin cabeza, con los ojos y la boca en el pecho; en las que todos son andróginos; en las que andan a cuatro patas, en las que no tienen más que un ojo en la frente y la cabeza más parecida a la de un perro que a la nuestra; en las que son peces de la mitad para abajo y viven en el agua; en las que las mujeres paren a los cinco años y no viven más que ocho; en las que tienen la cabeza y la piel de la frente tan dura que no puede penetrar el hierro pues rebota en ellas; en las que los hombres no tienen barba; hay naciones que no usan ni conocen el fuego; otras que producen esperma de color negro.

¿Y qué me decís de aquéllos que por naturaleza se transforman en lobos, en yeguas y luego otra vez en hombres? Y si es verdad, como dice Plutarco, que en algún lugar de las Indias hay hombres sin boca que se alimentan del aroma de ciertos olores, ¿cuántas descripciones nuestras serán falsas? No será capaz de reír, ni quizá de razonar, ni de relacionarse. La ordenación y la causa de nuestra organización interna estaría en su mayoría fuera de lugar.

Muy distinto de honrar al que nos ha creado, es honrar al que hemos creado. 

Harto insensato es el hombre. No puede crear ni un pulgón y crea dioses a docenas.

Por esto decía con humor Jenófanes que si los animales se forjan dioses, cosa verosímil, ciertamente los forjarán iguales a ellos y se glorificarán como nosotros. Pues por qué no ha de decir un ganso: Todo lo del universo me mira; la tierra me sirve para andar, el sol para alumbrarme, las estrellas para inspirarme sus influencias; recibo tal beneficio de los vientos, tal otro de las aguas; esta bóveda a nadie mira tan favorablemente como a mí; soy el favorito de la naturaleza; acaso el hombre no me cuida, me aloja y me sirve? Para mí siembra y muele; aunque es verdad que me come, lo mismo hace con su compañero el hombre, y yo a mi vez produzco los gusanos que lo matan y lo comen. Lo mismo diría una grulla, y con mayor magnificencia aún por la liberalidad de su vuelo y la posesión de esa bella y elevada región: «tan blanda conciliatrix et tam sui est lena ipsa natura».

Los de Cauno, celosos del dominio de sus propios dioses, se echan las armas a la espalda el día en que los veneran y corren por todos los alrededores dando golpes al aire aquí y allá con sus espadas, para así expulsar y alejar a los dioses extraños de su territorio. Redúcense sus poderes según nuestras necesidades: uno cura a los caballos, otro a los hombres, otro la peste, otro la tiña, otro la tos, éste una especie de sarna, aquél otra («adeo minimis etiam rebus prava religio inserit deos»), éste hace crecer la uva, aquél los ajos, éste tiene a su cargo la lujuria, aquél el comercio (para cada gremio de artesanos un dios), éste tiene sus dominios y su influencia en oriente, aquél en poniente.

Montaigne, Michel de

domingo, 27 de octubre de 2019

La pintura del mar






Ensayos (38)

A mucha sabiduría, mucho pesar; y quien gana en ciencia gana en penas y tormento.

«Si no sabes vivir rectamente, cede el lugar al experto; ¡ya has jugado, comido y bebido bastante!, ya es hora de que te vayas antes de que, habiendo bebido más de lo razonable, le des motivo a la impetuosa juventud de reírse de ti y de expulsarte» (Horacio, Epístolas, II. II. 213).

Es lo que decía un senador romano de los últimos siglos, que a sus predecesores les apestaba el aliento a ajo y tenían el corazón almizclado por su buena conciencia; y que por el contrario los de su época no olían por fuera más que a perfume mientras que por dentro apestaban por toda suerte de vicios; es decir, lo que yo pienso, que tenían mucho saber e inteligencia y gran falta de honestidad. La tosquedad, la ignorancia, la simpleza, la rudeza, a menudo van acompañadas por la inocencia; la curiosidad, la sutileza, el saber, arrastran tras de sí la maldad; la humildad, el temor, la obediencia, la bondad (que son aspectos principales para la conservación de la sociedad humana) exigen un alma vacía, dócil y que presuma poco de sí misma.

«¡El Señor sabe que los pensamientos de los hombres son vanos!» (Salmos, XCIII. 11). Esta máxima estaba asimismo grabada en la biblioteca de Montaigne.

Demócrito, habiendo comido en la mesa unos higos que sabían a miel, comenzó al punto a rebuscar en su mente de qué les vendría aquella dulzura inusitada, y, para aclararlo, iba a levantarse de la mesa para ver el lugar en el que aquellos higos habían sido recogidos; su camarera, comprendiendo la causa de aquella agitación, díjole riendo que no se tomara tanto trabajo pues era que los había puesto en un tarro en el que había habido miel. Enojóse él porque le hubiera privado de la ocasión de aquella investigación y robado materia a su curiosidad: Ea, díjole, me has disgustado; no dejaré sin embargo de buscar la causa como si fuera natural. Y no quiso dejar de hallar alguna razón verdadera a un hecho falso y supuesto. Esta historia de un famoso y gran filósofo nos muestra bien claramente esa celosa pasión que nos ocupa en perseguir cosas de cuya conquista hemos desesperado. 

Más vale aprender cosas inútiles que nada.  (Séneca. Epístolas. Cartas, 88)

Los egipcios, con impúdica prudencia, prohibían so pena de ser ahorcado, decir que Serapis e Isis, sus dioses, hubiesen sido hombres alguna vez; y nadie ignoraba que lo hubiesen sido. Y la efigie que estaba representada con un dedo en la boca, significaba, según Varrón, esa misteriosa orden que tenían los sacerdotes de callar su origen mortal, por ser cosa que necesariamente anularía toda su veneración.

Cuando Mahoma promete a los suyos un paraíso tapizado y adornado de oro y pedrería, poblado de mujeres de excelsa belleza, de vinos y manjares singulares, veo con claridad que son unos burlones que se pliegan a nuestra necedad para engatusarnos y atraernos con esas ideas y esperanzas conformes a nuestro mortal apetito. Así, algunos de los nuestros cayeron en igual error, prometiéndose tras la resurrección una vida terrenal y temporal, acompañada de toda suerte de placeres y bienes mundanos. 

Montaigne, Michel de

viernes, 25 de octubre de 2019

Biblioteca de Catalunya


Ensayos (37)

En cuanto a la fidelidad, no hay animal en el mundo, más traidor que el hombre; cuentan nuestras historias cómo ciertos perros siguieron decididamente a sus amos hasta la muerte. El rey Pirro, habiendo encontrado a un perro que velaba a un hombre muerto, y habiendo oído que llevaba tres días realizando esa tarea, ordenó que enterraran el cuerpo y llevóse consigo al perro. Un día en que asistía a las paradas generales de su ejército, el perro, divisando a los asesinos de su amo, abalanzóse sobre ellos con grandes ladridos y furioso enojo, y por este primer indicio inicióse la venganza de aquel crimen que se nevó a cabo poco después por la vía de la justicia. Otro tanto hizo el perro del sabio Hesíodo, demostrando la culpabilidad de los hijos de Ganistor de Naupacta, en el crimen cometido contra la persona de su amo. Otro perro, estando de guardia en un templo de Atenas, habiendo descubierto a un ladrón sacrílego que se llevaba las joyas más bellas, púsose a ladrar contra él con todas sus fuerzas; mas, al no despertarse con ello los vigilantes, púsose a seguirle, y, al llegar el día, mantúvose algo más alejado de él, sin perderle de vista jamás. Si le ofrecía comida, no la quería; y a otros caminantes con los que se topaba hacíales fiestas con el rabo y tomaba de sus manos lo que le daban para comer; si su ladrón se detenía para dormir, deteníase también él en el mismo lugar. Habiendo llegado noticia de aquel perro a los mayordomos de aquella parroquia, pusiéronse a seguirle el rastro, preguntando sobre el pelo de aquel perro, y por fin lo encontraron en la ciudad de Cromión y también al ladrón al que condujeron de nuevo a la ciudad de Atenas, donde fue castigado. Y los jueces, en agradecimiento por aquel buen oficio, ordenaron que la comunidad diera cierta medida de trigo para alimentar al perro y a los sacerdotes que cuidaran de él. Plutarco asegura que esta historia es muy cierta y que aconteció en su época.

En cuanto a la gratitud (pues paréceme que es menester dar valor a esta palabra), bastará este único ejemplo del que cuenta Apión haber sido él mismo espectador. Dice que un día en que ofrecían al pueblo de Roma el placer del combate contra varias bestias extrañas y principalmente leones de inusitado tamaño, había entre otros uno que por su furioso porte, por las fuerzas y el grosor de sus miembros y un altivo y espantoso rugido, atraía hacia sí la mirada de toda la asistencia. Entre los esclavos presentados al pueblo en este combate de los animales, estaba un tal Androdus de Dacia que pertenecía a un señor romano de rango consular. El león, habiéndolo percibido desde lejos, detúvose primero bruscamente como si admirado estuviera, y después acercóse muy despacio, de manera dulce y apacible, como para trabar conocimiento con él. Hecho esto, y habiéndose asegurado de lo que buscaba, comenzó a mover la cola al modo de los perros que halagan a sus amos, y a besar y lamer las manos de aquel pobre desgraciado sobrecogido de espanto y fuera de sí. Habiendo recuperado Androdus los ánimos por la bondad de aquel león, y detenida la mirada para considerarlo y reconocerlo, era singular deleite ver las caricias y las fiestas que uno y otro se hacían. Con lo que habiendo prorrumpido el pueblo en gritos de júbilo, el emperador mandó llamar a aquel esclavo para oír de sus labios la explicación a hecho tan extraño. Contóle una historia inaudita y admirable: Siendo mi amo procónsul en África, dijo, vime obligado por la crueldad y el rigor con los que me trataba, haciéndome golpear a diario, a escapar huyendo de él. Y para ocultarme de manera segura de un personaje con tan grande autoridad en la provincia, consideré lo más oportuno adentrarme en las soledades y regiones arenosas e inhabitables de aquel país, dispuesto a encontrar la manera de quitarme la vida si los medios de alimentarme llegábanme a faltar. Siendo el sol del mediodía extremadamente ardiente y los calores insoportables, habiéndome topado con una cueva escondida e inaccesible, arrojéme dentro de ella. Al poco apareció este león con una pata herida y ensangrentada, quejumbroso y gimiendo por los dolores que sufría. Cuando llegó sentí gran espanto; mas él, viéndome acurrucado en un rincón de su morada, acercó se a mí dulcemente, presentándome su pata doliente y mostrándomela como si pidiera ayuda; saqué entonces una gran astilla que en ella tenía y habiéndome aproximado un poco a él, apretando su herida, hice salir la porquería allí amasada, limpiéla y sequéla lo más profundamente que pude; él, sintiéndose liberado de su mal y aliviado en su dolor, echóse a dormir y a descansar dejando la pata entre mis manos. Desde entonces vivimos él y yo juntos en aquella cueva tres años enteros, de los mismos alimentos; pues traíame los mejores trozos de los animales que cazaba y yo, a falta de fuego, asábalos al sol y con ellos me alimentaba. A la larga, cansado de aquella vida brutal y salvaje y habiendo salido el león a su caza diaria, fuime de allí, y, al tercer día, los soldados me sorprendieron y trajeron de África a esta ciudad, ante mi amo, el cual repentinamente condenóme a muerte y a ser entregado a las bestias. Y el caso es que, por lo que veo, prendieron poco después también a este león que ha querido en esta hora recompensarme por el bien y la curación que de mí recibió.

En el modo de vida de los atunes, podemos descubrir una ciencia singular compuesta de tres partes de la matemática. En cuanto a la astrología, enséñansela al hombre; pues se detienen allí donde les sorprende el solsticio de invierno y no se mueven hasta el equinoccio siguiente; he aquí por qué hasta el mismo Aristóteles accede a atribuirles esa ciencia. En cuanto a la geometría y a la aritmética, agrúpanse siempre en bandada formando una figura cúbica, cuadrada en todos los sentidos, y organizan un cuerpo de sólido batallón, cerrado y rodeado por todas partes, de seis caras iguales; luego nadan en esta disposición cuadrada, tan ancha por delante como por detrás, de forma que quien vea y cuente una fila, puede contar toda la bandada, pues el número de la profundidad es igual al de la anchura y el de la anchura al de la longitud.

Montaigne, Michel de

miércoles, 23 de octubre de 2019

Galicia no tempo


Ensayos (36)

Mantened calientes los pies y la cabeza; por lo demás, vivid como los animales.

En cuanto a la amistad, es la suya incomparablemente más viva y constante que la de los hombres. Hircano, el perro del rey Lisímaco, al morir su amo, permaneció obstinadamente en su lecho sin querer beber ni comer; y el día en que quemaron su cuerpo, siguióle corriendo y lanzóse al fuego en el que se abrasó. Como hizo también el perro del llamado Pirro, pues no se movió de encima de la cama de su amo desde que aquél murió; y cuando se lo llevaron, dejóse llevar con él y finalmente arrojóse a la hoguera en la que quemaban el cuerpo de su amo. Hay ciertas inclinaciones afectivas que a veces nacen en nosotros sin el consejo de la razón, que vienen de una fortuita ligereza que otros llaman simpatía; son los animales tan capaces de ellas como nosotros. Vemos cómo los caballos llegan a tomarse tal apego unos a otros que nos cuesta hacerlos vivir o viajar por separado; los vemos dedicar su afecto a ciertas crines de sus compañeros o a cierto aspecto, y, allí donde los encuentran, acudir de inmediato con regocijo y muestras de cariño y tomar odio y despego a toda otra forma. Los animales eligen como nosotros en cuestión de amores y realizan cierta selección de sus hembras. No están exentos de nuestros celos ni de envidias extremas e irreconciliables.

Los animales son mucho más comedidos que nosotros y se mantienen con mayor moderación dentro de los límites que la naturaleza nos ha prescrito; mas no tan estrictamente como para no conservar algo de nuestra corrupción. Y así como se ha dado el caso de furiosas apetencias que empujaron a los hombres a amar a animales, arrebátanse también éstos a veces de amor por nosotros y sienten monstruosos afectos entre una especie y otra; prueba de ello, el amor del elefante Corival de Aristófanes, el gramático, por una joven florista en la ciudad de Alejandría, que en nada desmerecía de los oficios de un pretendiente harto apasionado; pues, al pasearse por el mercado donde vendían frutas, cogía algunas con su trompa y se las llevaba; perdíala de vista lo menos posible y a veces poníale la trompa en los senos por debajo del corpiño para tocarle los pezones. 

En cuanto a sutileza maliciosa, ¿hay otra más expresa que la del mulo del filósofo Tales? Este, al atravesar un río cargado de sal y tropezar por casualidad de manera que los sacos que llevaba se mojaron, percatándose de que la sal diluida por este procedimiento habíase vuelto más ligera no dejaba jamás, en cuanto se topaba con algún riachuelo, de sumergirse dentro con la carga; hasta que su amo, descubriendo su malicia, ordenó lo cargaran de lana, con lo que, viéndose engañado, dejó de emplear aquella argucia. Hay muchos que imitan espontáneamente la forma de nuestra avaricia, pues se da en ellos extremado afán por apoderarse de todo cuanto pueden y por ocultarlo con sumo cuidado, aunque no hagan de ello uso alguno.

Recientemente, al sitiar los portugueses la ciudad de Tamly en el territorio de Xátima, sus habitantes llevaron a la muralla gran cantidad de colmenas, las cuales poseen en abundancia. Y con el fuego, lanzaron a las abejas tan vivamente sobre sus enemigos, que los pusieron en fuga al no poder resistir sus ataques y picaduras. Así conservóse la victoria y la libertad de la ciudad, gracias a esa nueva ayuda, con tal fortuna que al volver del combate no echaron ninguna en falta.

Está formada en el mismo molde el alma del emperador y el alma del zapatero. Considerando la importancia de los actos de los príncipes, y su peso, creemos que están producidos por motivos igualmente importantes y de peso. Estamos en un error: sus movimientos están guiados e impulsados por los mismos resortes que los nuestros. La misma razón que nos hace discutir con el vecino, provoca una guerra entre los príncipes; la misma razón que nos hace azotar a un lacayo, a un rey le hace arruinar una provincia. Desean con la misma ligereza que nosotros, mas pueden más. Las mismas apetencias agitan a una cresa y a un elefante.

Montaigne, Michel de

lunes, 21 de octubre de 2019

Dalí


Ensayos (35)

No hemos de olvidar lo que Plutarco dice haber visto de un perro en Roma, con el emperador Vespasiano padre, en el teatro de Marcelo. Servía este perro a un cómico que representaba una ficción con varios rostros y varios personajes, y tenía en ella su papel. Entre otras cosas, había de hacerse el muerto durante un rato, por haber ingerido cierta droga; tras tragarse el pan que simulaba ser la droga, empezó en seguida a temblar y a agitarse como si estuviera aturdido; finalmente, tendiéndose y poniéndose rígido, como muerto, dejóse arrastrar y tirar de él de un lugar a otro como pedía el argumento de la obra; y luego, cuando conoció que era llegado el momento, empezó primero a moverse tan campante como si hubiera vuelto de un profundo sueño y, levantando la cabeza, miró aquí y allá de un modo que maravilló a todos los asistentes.

A los bueyes que servían en los jardines reales de Susa, para regarlos y hacer girar unas enormes ruedas de extraer agua, en las que hay unas timas atadas (como hay muchas en el Languedoc), habíanles ordenado dar hasta cincuenta vueltas al día a cada uno. Tan acostumbrados estaban a este número que era de todo punto imposible hacerles dar una vuelta más; y, una vez cumplida su tarea, deteníanse bruscamente. Llegamos a la adolescencia antes de saber contar hasta cien y acabamos de descubrir unas naciones que no tienen conocimiento alguno de los números.

Mas, extraña es otra historia de la urraca, de la que responde el propio Plutarco. Hallábase en la botica de un barbero en Roma y reproducía maravillosamente con la voz todo cuanto oía; acaeció un día que unos trompetas detuviéronse ante la botica tocando largamente; después de aquello y durante todo el día siguiente, ved ahí a nuestra urraca pensativa, muda y melancólica, con lo que todo el mundo asombrado estaba; y pensaban que el son de las trompetas habíala aturdido y ensordecido, y que al tiempo que el oído habíase apagado su voz; mas resultó al fin que se trataba de profundo estudio y retiro en sí misma, por ejercitar su mente y preparar su voz para reproducir el sonido de las trompetas; de forma que su primer canto fue para expresar perfectamente sus arranques, sus pausas, sus matices, abandonando y despreciando por este nuevo aprendizaje todo cuanto sabía decir hasta entonces.

No quiero omitir tampoco ese otro ejemplo de un perro, que también Plutarco dice haber visto estando él en un barco (por lo que al orden respecta, sé bien que lo trastoco, mas no lo respeto más al citar estos ejemplos que en el resto de mi obra): este perro, hallando dificultades para conseguir el aceite que estaba en el fondo de un jarro al que no podía llegar con la lengua por lo angosto de la embocadura del cántaro, fue a buscar unos guijarros y metiólos en el jarro hasta que hubo subido el aceite más cerca del borde y pudo alcanzarlo. ¿Qué es esto sino el resultado de una mente bien sutil? Dicen que lo mismo hacen los cuervos de Berbería cuando está demasiado baja el agua que quieren beber.

Esto se asemeja de algún modo a lo que contaba de los elefantes un rey de su país, Juba, que, cuando por la astucia de los que cazan, uno de ellos cae atrapado en ciertos hoyos profundos que les preparan cubriéndolos con hierbajos menudos para engañarlos, sus compañeros llevan allí con diligencia muchas piedras y trozos de madera para ayudarle a salir fuera. Mas es que este animal está tan cerca, por muchas otras acciones, de la inteligencia humana, que si quisiera seguir lo que la experiencia enseña acerca de ellos, llegaría con toda facilidad a lo que siempre sostengo, que hay más diferencia entre ciertos hombres y ciertos otros que entre ciertos animales y ciertos hombres. El cuidador de un elefante, en una casa privada de Siria, hurtaba en todas las comidas la mitad de la ración que le habían ordenado dar; un día el amo quiso darle él mismo de comer y echó en el pesebre la medida justa de cebada que había prescrito para su comida; el elefante, mirando de través al cuidador, separó y apartó con la trompa la mitad, revelando así el perjuicio que se le hacía. Y otro, teniendo un cuidador que mezclaba piedras en el pesebre para aumentar la ración, acercóse a la cazuela en la que se estaba asando la carne para su comida y llenósela de ceniza. 

Como hacían los españoles con los perros en la nueva conquista de las Indias, a los que pagaban un sueldo y con los que compartían el botín; y mostraban estos animales tanta destreza y juicio para perseguir y conseguir la victoria, para atacar y retroceder según las ocasiones, para distinguir a los amigos de los enemigos, como ardor y resistencia.

Y cuando el emperador Calígula bogaba con una gran flota por la costa de la Romania, sólo su galera fue detenida de golpe por ese mismo pez, al que hizo coger pegado como estaba al casco de su navío, airado de que tan pequeño animal pudiera violentar el mar y los vientos y la fuerza de todos sus remos, estando pegado simplemente por la boca a la galera (pues es un pez de caparazón); y asombróse aún más y no sin razón, de que una vez se lo hubieron traído al barco, ya no tuviera aquella fuerza que tenía fuera.

Aseguran los cazadores que para elegir entre varios cachorros el que se debe conservar por ser el mejor, no hay más que poner a la madre en la tesitura de elegir ella misma; y así, si los sacamos fuera del cubil, el primero al que vuelva a llevar allí será el mejor; o bien si simulamos rodear de fuego la perrera por todas partes, el cachorro al que socorra primero. De donde se deduce que tienen unas facultades de pronóstico que nosotros no poseemos, o que tienen una capacidad para juzgar a sus pequeños, distinta y más aguda que la nuestra.

Montaigne, Michel de

sábado, 19 de octubre de 2019

Fly to you... You are so special to me. My heart flutters with love.






Ensayos (34)

¿Por qué no, al igual que nuestros mudos discuten, disputan y cuentan historias por gestos? He visto a algunos tan hábiles y hechos a ello que en verdad que nada les faltaba para hacerse entender a la perfección; enójanse, reconcílianse, suplícanse, agradécense, cítanse y en resumen, dícense todo con los ojos los enamorados: El silentio ancor suole haver prieghi e parole. («Incluso el silencio sabe hacerse entender.» (Tasso, Aminta, II. 34).).

¿Y qué me decís de las manos? Con ellas pedimos, prometemos, llamamos, despedimos, amenazamos, suplicamos, negamos, rechazamos, preguntamos, admiramos, enumeramos, confesamos, nos arrepentimos, tememos, nos avergonzamos, dudamos, informamos, ordenamos, incitamos, animamos, juramos, atestiguamos, acusamos, condenamos, absolvemos, injuriamos, despreciamos, desafiamos, nos enojamos, halagamos, aplaudimos, bendecimos, humillamos, nos burlamos, nos reconciliamos, aconsejamos, exaltamos, celebramos, nos regocijamos, compadecemos, nos entristecemos, nos desanimamos, nos desesperamos, nos asombramos, nos escandalizamos, callamos; ¿y con qué no? Todo emula a la lengua por su variación y multiplicación. Con la cabeza: invitamos, expulsamos, autorizamos, desautorizamos, desmentimos, asentimos, honramos, veneramos, desdeñamos, pedimos, despedimos, nos alegramos, lamentamos, acariciamos, disputamos, sometemos, provocamos, exhortamos, amenazamos, aseguramos, preguntamos. ¿Y qué hay de las cejas? ¿Y de los hombros? No hay movimiento que no hable un lenguaje inteligible sin aprendizaje y un lenguaje público: lo que hace que, dada la variedad y el uso particular de los otros, éste debe ser considerado como propio de la naturaleza humana. Dejo aparte aquello que individualmente de pronto enseña la necesidad a cuantos lo necesitan, los alfabetos de los dedos y las gramáticas de gestos, y las ciencias que sólo se ejercen y expresan mediante éstos y las naciones de las que Plinio cuenta no tener otra lengua.

Un embajador de la ciudad de Abdera, tras hablar largo y tendido con el rey Agis de Esparta, preguntóle: ¿Y bien, señor, qué respuesta quieres que lleve a nuestros ciudadanos? Que te he dejado decir todo cuanto has querido y mientras has querido, sin decir palabra. ¿No es éste un callar expresivo y bien inteligible?

Por ello, ¿no haríamos bien considerando que al zorro del que se sirven los habitantes de Tracia cuando quieren intentar pasar algún río helado por encima del hielo, soltándolo ante ellos a ese efecto, cuando le vemos al borde del agua acercar la oreja muy cerca del hielo por ver si oye sonar el agua que corre por debajo, a mucha o a poca distancia, y retroceder o avanzar, se le pasa por la cabeza el mismo razonamiento que pasaría por la nuestra, y que se trata de una deducción y consecuencia sacada del sentido común: lo que hace ruido, se mueve; lo que se mueve, no está helado; lo que no está helado, está líquido y lo que está líquido no resiste el peso? Pues es una quimera y no nos puede caber en la imaginación el atribuido únicamente a la agudeza del sentido del oído sin más razonamiento ni deducción. Lo mismo hemos de considerar sobre tantas astucias y ocurrencias con las que se protegen los animales de los ataques que contra ellos llevamos a cabo.

Diógenes, viendo cómo se esforzaban sus padres por comprar su libertad, decía: Están locos; el que me mantiene y alimenta es quien me sirve a mí; y se ha de decir de aquellos que mantienen a los animales, que están a su servicio más que éstos al suyo.

¿Por qué decimos que es ciencia del hombre y conocimiento forjado mediante la habilidad y la razón, el discernir las cosas útiles para su vida y para la curación de sus enfermedades, de las que no lo son; y el conocer el poder del ruibarbo y del polipodio? Y cuando vemos cómo las cabras de Candía, si han recibido un flechazo, van a elegir entre un millón de hierbas el díctamo, para curarse; y cómo la tortuga cuando se ha comido una víbora busca de inmediato el orégano para purgarse; cómo el dragón se moja y aclara los ojos con hinojo; cómo las cigüeñas se ponen ellas mismas lavativas de agua marina; cómo los elefantes se arrancan no sólo de sus propios cuerpos y de los de sus compañeros, sino de los de sus amos (prueba de ello, el del rey Poro al que Alejandro mató), las lanzas y los dardos que les han lanzado en el combate, y lo hacen tan hábilmente que no sabríamos nosotros hacerlo con tan poco dolor: ¿por qué no decimos igualmente que es ciencia y sentido común? pues alegar, para rebajados, que sólo lo saben por enseñanza e influencia de la naturaleza, no es quitarles el título de ciencia y de prudencia, sino atribuírselo con mayor razón que a nosotros, por el honor de tan sabia maestra de escuela.
Montaigne, Michel de

jueves, 17 de octubre de 2019

Festa del Joguet - Figueres



Ensayos (33)

Halléme un día en Roma en el momento en el que ejecutaban a Catena, ladrón insigne. Lo estrangularon sin ninguna emoción por parte de la asistencia; mas cuando comenzaron a despedazarlo, no daba un golpe el verdugo sin que el pueblo no lo hiciese seguir de un grito plañidero y de una exclamación, como si cada cual hubiera prestado su sensibilidad a aquella carroña.

Se han de ejercer esos inhumanos excesos contra la corteza, no contra lo vivo. Así suavizó Artajerjes la dureza de las antiguas leyes de Persia, sin que se haya dado otro caso semejante, ordenando que los señores que hubieren fallado en sus funciones, en lugar de ser azotados como solía hacerse, fuesen despojados y sus vestidos azotados por ellos; y en lugar de arrancarles los cabellos, como solía hacerse, les quitaran el sombrero solamente.

E incluso la interpretación que hace Plutarco de este error, interpretación muy juiciosa, sigue siendo honrosa para ellos. Pues dice que no adoraban los egipcios ni al gato, ni al buey (por ejemplo) sino que adoraban en aquellos animales cierto reflejo de las facultades divinas; en éste, la paciencia y la utilidad; en aquél, la vivacidad; o, al igual que nuestros vecinos los borgoñones y toda la Alemania, por el desasosiego de verse encerrados, veían en ellos la libertad que amaban y adoraban por encima de cualquier otra facultad divina; y así para los demás. Mas cuando me topo, entre las opiniones más moderadas, con los argumentos que intentan demostrar nuestro cercano parecido con los animales y cuánta parte tienen en nuestros mayores privilegios y con cuánta razón nos emparentan con ellos, en verdad que rebajo mucho nuestra presunción y me despojo decididamente de esa imaginaria superioridad que nos prestan sobre las demás criaturas.

Los atenienses ordenaron que las mulas y los asnos que habían servido para construir el templo llamado Hecatómpedon quedaran libres y se les dejara pacer por todas partes sin impedimento.

Antístenes el filósofo, cuando le iniciaban en los misterios de Orfeo, al decirle el sacerdote que los que se consagraban a aquella religión recibían después de la muerte los bienes eternos y perfectos, preguntó: ¿Y por qué no mueres tú mismo entonces?

Y aunque no venga a cuento, Diógenes, con mayor brusquedad según su modo de ser, dijo al sacerdote que le aconsejaba hacerse de su orden para alcanzar los bienes del otro mundo: ¿Quieres que me crea que Agesilao y Epaminondas, hombres tan grandes, serán miserables, y que tú, que no eres más que un asno, serás bienaventurado porque eres sacerdote?

Cuando juego con mi gata, ¿quién sabe si no me utiliza ella para pasar el rato más que yo a ella? Platón, en su descripción de la edad de oro bajo influencia de Saturno, cita entre los principales privilegios del hombre de entonces, la comunicación que tenía con los animales de cuyas verdaderas cualidades y diferencias entre ellos se enteraba preguntando e informándose; con lo que llegaba a una muy perfecta comprensión y prudencia gracias a la cual dirigía su vida mucho más felizmente que nosotros. ¿Necesitamos otra prueba mejor para juzgar la impudicia humana con respecto a los animales? Este gran autor opinó que en la mayor parte de las formas corporales que les ha dado la naturaleza, tuvo en cuenta únicamente la costumbre de los pronósticos que con ellos se hacían en su época.

Ese defecto que impide la comunicación entre ellos y nosotros, ¿por qué no ha de ser nuestro tanto como suyo? No se sabe de quién es la culpa de no comprendernos; pues no les entendemos más que ellos a nosotros. Por este mismo motivo, pueden considerarnos ellos bestias, como hacemos nosotros con ellos. No es muy extraordinario que no les entendamos (tampoco lo hacemos ni con los vascos ni con los trogloditas). Sin embargo, algunos jactáronse de entenderlos, como Apolonio de Tiana, Melampo, Tiresias, Tales y otros. Y puesto que se da el caso como dicen los cosmógrafos, de naciones que erigen por rey a un perro, por fuerza han de dar alguna interpretación a su voz y a sus movimientos. Hemos de reconocer la paridad que hay entre nosotros. Poseemos cierta inteligencia de su sentido: del mismo modo la tienen los animales del nuestro, más o menos en igual medida. Nos halagan, nos amenazan y nos buscan; también nosotros a ellos.

Montaigne, Michel de