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miércoles, 8 de agosto de 2018

Arola


La mina del jardín de los pavos reales (1)

Todos los días se repetía la misma escena. Al regresar yo a casa, llamaba a la puerta y, al otro lado, oía cómo se iba aproximando el sonido de las toses y carraspeos de la madre de Jumarati, pero antes de que eso ocurriera, oía unos pasitos que se acercaban presurosamente a la puerta para detenerse justo al llegar allí. Entonces decía yo:
-Abre la puerta que viene Kale Kale Kale Khan [Negro, Negro, Negro Khan].
Por debajo de la puerta me llegaba el sonido de unas carcajadas contenidas, y a continuación, los pasitos se volvían a alejar. Al poco tiempo llegaba la madre de Jumarati y abría la puerta. Yo entraba en casa haciendo que buscaba algo por todas partes, miraba por todos los rincones, y al final decía:
-¡Pero, bueno! ¿Dónde está la hija blanquita de Kale Khan?
Otras veces decía:
-¿No vive aquí la princesa Falak Ara?
A veces agitaba las hojas del árbol kamani y decía: 
-¿Alguien ha visto a mi mina de las montañas?
Mientras tanto, de reojo, veía que la pequeña Falak Ara salía corriendo de un rincón y se escondía en otro, intentando contener la risa, pero yo hacía como si no oyera ni viera nada y la buscaba allí donde no estaba. Al final oía su risa justo detrás de mí, y pegaba un grito, como si me hubiera asustado. Después me daba la vuelta, la cogía en brazos, y ella empezaba a parlotear exactamente igual que una mina.
Ocurría todos los días desde que el Daroga Nabi Bakhsh, que estaba al cargo de los animales del sultán, me ofreciera un trabajo en el Jardín de los Pavos Reales de Qesar Bagh, el palacio imperial. Antes de que eso ocurriera me dedicaba a deambular por los jardines de fieras, a orillas del río Gomti. Al pasar junto a sus altas jaulas, me quedaba contemplando a los tigres y a los leopardos con el deseo de que algún tigre saltara la valla y me despedazara. En aquella época, ésa era mi rutina diaria, desde que murió mi mujer dejándome a Falak Ara con sólo once meses. Anteriormente, trabajaba en la fundación caritativa de Husainabad Mubarak, y estaba encargado de las luces de la Imambara. No cobraba un gran estipendio, pero era suficiente para vivir ya que mi mujer sabía administrar muy bien los ahorros. Con ese dinero llevaba nuestro hogar y también se dedicaba a su pasatiempo de criar pájaros. En casa teníamos varios loros a los que había enseñado muy bien a hablar, y también minas comunes, pero ella quería una mina de las montañas porque había oído que podían hablar igual que los hombres. Para hacerla feliz, le prometí que le compraría una mina con la siguiente paga que recibiera.
Sin embargo, cuatro días antes de cobrar mi paga comenzó a sentir un dolor en el pecho, y al día siguiente se murió. Después de aquello perdí el deseo de vivir, y dejé de ir a trabajar. Me abandoné a mí mismo, y por lo tanto, tampoco cuidaba de Falak Ara. Si no hubiera sido por la madre de Jumarati, la niña no habría sobrevivido. Ella vivía en una pequeña habitación justo fuera de casa. Seis meses antes, su hijo Jumarati, que era el que se ocupaba de llevar dinero a casa, se ahogó en un remolino del Gomti. Tras aquel suceso, mi mujer se ocupó de ella, y cuando mi mujer falleció, fue ella la que se ocupó de cuidar de Falak Ara. Mientras yo estaba fuera, se quedaba en casa y hacía la comida, y yo le daba dinero para dos comidas diarias y algo de dinero para tabaco.
Finalmente, me quedé sin trabajo. El Daroga de Husainabad, Ahmad Ali Khan, envió en varias ocasiones a un emisario a buscarme, pero yo me negué a presentarme, y al pobre no le quedó más remedio que retirarme el sueldo. Empecé a pedir dinero a los prestamistas. No volvía a casa hasta que ya era de noche, cuando Falak Ara ya se había dormido. Por la mañana temprano, cuando empezaba a oír a los loros repetir una y otra vez las frases que les había enseñado mi mujer, se me hacía muy difícil permanecer en casa. Al final, un día me levanté, cogí todos los pájaros y los vendí en el mercado de los pájaros.
Fue entonces cuando el Daroga Nabi Bakhsh me mandó llamar. Hacía días que me veía deambular por los jardines de fieras. Me empezó a preguntar por mi situación mostrando tal compasión que al final se lo conté todo. Él me estuvo consolando, pero también me reprendió por el hecho de que pidiera dinero a los prestamistas. Me describió de tal modo lo que podía ocurrir si no era capaz de devolverles el dinero, que empecé a angustiarme y me imaginé encerrado entre barrotes, o mendigando por la calles y callejuelas de Lucknow llevando a la niña de la mano.
-Mira, Kale Khan. Todavía estás a tiempo -dijo el Daroga-, busca cualquier trabajo y empieza a devolver el préstamo, Si no...
-Daroga Sahab, pero, ¿dónde voy a encontrar trabajo? 
-¿Dónde? No tienes más que volver a Husainabad.
-Sí, es cierto que allí podría encontrarlo, pero, ¿cómo me voy a presentar ahora ante el Daroga Ahmad Ali Khan? ¡Cuántas veces envió un hombre a buscarme y yo me negué a recibirlo! ¿Cómo voy a tener ahora la desfachatez de pedirle trabajo?
-Bueno, ¿y estarías dispuesto a trabajar en un jardín? 
-Claro, aunque tuviera que dedicarme a quitar rastrojos. 
-Pues no se hable más, ven conmigo ahora mismo -me dijo él-, hay un puesto libre.
El Daroga me llevó a las oficinas del Badshah Manzil, las oficinas del palacio del sultán. Anotaron en varios registros mi nombre y mis datos, y el Daroga dio su propio nombre como aval. Después llegamos a la puerta de entrada, la Lakkhi Darwaza, en la que había un gran número de hombres del gobierno y de soldados. El Daroga saludó a algunas personas, y después me dijo:
-Espérame aquí. Te llamarán ahora. -A continuación, alzó un poco la cortina color púrpura con brocados, y entró.
Yo me quedé maravillado al contemplar la ornamentación de la Lakkhi Darwaza. Finalmente trajeron de las oficinas todos mis documentos ya listos y me llamaron. Un khoaja sara me hizo varias preguntas, y comprobó si mis respuestas coincidían con las que había en los documentos. Después me señaló la cortina púrpura y me dijo:
-Ve al Jardín de los Pavos Reales.
Levanté la cortina y pasé al otro lado. Estaba demasiado nervioso como para admirar el esplendor que me rodeaba. Allí vi a algunos pavos reales paseando y llegué a la conclusión de que aquel era el Jardín de los Pavos Reales, pero no veía por ninguna parte al Daroga Nabi Bakhsh. No sabía dónde tenía que ir. Todo estaba vacío y en un silencio absoluto, únicamente interrumpido por el canto de los innumerables pájaros que había en los árboles y en el interior de unas grandes jaulas con forma de jardín porticada. Se oía constantemente el arrullo de las palomas y el canto del cuco, y, en ocasiones, también se oía el barritar de un elefante a lo lejos, en los jardines de fieras. Yo estaba nervioso mirando en todas las direcciones, cuando de repente vi a lo lejos unos pavos reales verdes muy grandes. Al observarlos con más atención me di cuenta de que eran árboles que habían podado con forma de pavo real.
«El Jardín de los Pavos Reales», pensé, y me acerqué allí rápidamente. El portón de aquel jardín también tenía unos pavos reales hechos con láminas de plata. Tras él pude ver al Daroga al lado de un montón de losas de mármol.
-Ven, Kale Khan -me gritó él al verme en la puerta del jardín, y me acerqué donde él estaba. Justo en medio del jardín había varios trabajadores construyendo una plataforma baja. El Daroga les dio algunas indicaciones y después me cogió de la mano y me dio una vuelta por el jardín. Yo me quedé asombrado al ver la maestría con la que estaban podados los árboles. Los pavos reales estaban tan bien hechos que parecía que hubieran fundido los árboles y los hubieran vertido en un molde. Tenían incluso la cresta triangular y el pico puntiagudo. El más asombroso era uno que tenía el cuello echado hacia atrás y se estaba rascando las alas. Cada uno había sido hecho aprovechando dos árboles cercanos de tronco fino. Los troncos hacían de extremidades del pavo real, y habían sacado algunas raíces sobre la tierra para simular las patas del pavo. El Daroga me contó que todas las mañanas al amanecer iban muchos jardineros con escaleras, colocaban unos andamios y podaban los árboles uno a uno. Yo no hacía más que elogiar su trabajo y el Daroga empezó a reírse.
-Estás emocionado y sólo has visto los árboles desnudos -me dijo-. Este mes han podado los brotes. ¡Ya verás el colorido de las plumas cuando crezcan los nuevos brotes y florezcan!
Después me llevó a otro jardín cercano en el que habían podado todos los árboles con forma de león.
-Éste es el Jardín de los Leones -me dijo-, el Badshah también le ha puesto un nombre a cada uno de los árboles.
A continuación, regresamos al Jardín de los Pavos Reales.
-Tu trabajo consistirá en mantener siempre el jardín tan limpio y reluciente como un espejo -me dijo, y señalando hacia la plataforma a medio construir, añadió-: una vez que esté lista tendrás más trabajo, pero aún así sólo trabajarás medio día. Tu turno será durante una semana desde el amanecer al mediodía y a la semana siguiente del mediodía al atardecer.
Me dio algunos detalles sobre mi trabajo y después me dijo:
-Desde hoy quedas al servicio del Su Majestad el Sultán. Loado sea Alá. Ahora vete a casa. Empezarás a venir a partir de mañana, y olvídate ya de vagabundear sin ton ni son.
Yo comencé a darle las gracias efusivamente pero él me dijo:
-Bueno, bueno, ya está bien -y continuó dando indicaciones a los trabajadores.

(Sigue)