Balaám, o el problema de la culpa objetiva
Balaám, hijo de Beor, emprendió por encargo de Dios un viaje misional para atender trascendentales asuntos de Estado, e iba caballero sobre una burra. No le gustó sin embargo a Dios el camino escogido por aquél y envió a un ángel para que Balaám se detuviera. Obró pues de manera que el ángel con la espada desnuda sólo resultaba visible para la burra —cosa que por lo demás suele suceder con frecuencia—. Así que vio el impedimento actuó la burra muy razonablemente y abandonó el camino; Balaám, que no había visto al ángel, actuó también muy razonablemente y le dio un golpe con el palo para obligarla a retornar al camino. La operación se repitió tres veces, hasta que por último Dios le concedió lenguaje humano a la burra, y ésta dijo a voz en grito:
— ¿Qué te he hecho para que me hayas castigado por tercera vez? Balaám, no especialmente maravillado por su lenguaje, ya que por aquellos tiempos sucedían también muchas otras cosas, replicó lleno de cólera:
— ¡Te estás burlando de mí! Lástima grande que no tenga aquí una espada, de otro modo ya te enseñaba yo a marchar... Dios, que había hablado por la boca de aquella sencilla y sumisa bestia de carga, vaciló mucho tiempo antes de comunicar al caballero de qué asunto se trataba. Antes por el contrario se puso a discutir allí con Balaám que ya estaba pálido de furor. Hasta que finalmente sintió conmiseración de ambos e hizo que el ángel también fuese visible para Balaám. Y éste de inmediato comprendió toda la situación. El ángel sin embargo comenzó a increparlo:
— ¿Por qué maltratabas a este desdichado animal? Esta burra —siguió diciendo a voz en cuello— te ha salvado la vida. Si ella hubiera seguido avanzando yo te hubiese aniquilado con este hierro, y a ella la habría dejado con vida.
—Oh, mi señor —se disculpó Balaám—. ¿Cómo habría podido verte cuando no apareciste ante mis ojos?
—Yo no pregunto si me viste —dijo gritando el ángel—; te pregunto por qué castigabas a este desdichado animal.
—Pero mi bienhechor... —tartamudeó Balaám— le pegaba porque no me obedecía; cualquier otro hubiera hecho lo mismo en mi lugar.
—No le cargues la culpa a los "otros" —continuó vociferando el ángel—, aquí estamos hablando de ti y no de los "otros". Ella se te oponía porque así se lo había ordenado yo. Mientras la castigabas te oponías a mí, que soy tu Superior, y también a Dios, que me había enviado y que es un Superior de mayor elevación.
—Pero venerado, amado, adorado señor —gimió Balaám—, pero yo no te había visto, ¿cómo podía entonces?...
—Nuevamente estás hablando de otro tema —lo interrumpió el ángel—, siempre sois iguales. Cada uno peca y dice después que nada vio. Habría que cerrar el infierno si se fuera a dar fe a todos esos pretextos. Tú has pecado objetivamente, ¿comprendes? Tú te has opuesto a Dios objetivamente.
—Comprendo —dijo Balaám, triste y deprimido. Estaba allí de pie, en medio del camino, menudo, regordete, desdichado y limpiándose el sudor del cráneo completamente calvo—. Comprendo, soy un pecador objetivo, o sea un pecador en general. Primero pequé por no haberte visto. En segundo término pequé a causa de haber castigado al inocente animal. En tercer término pequé porque quise seguir camino adelante contra la prohibición de Dios. En cuarto lugar he pecado por haber discutido contigo. Soy una bolsa de pecados, un sucio desperdicio para el cual el mismo infierno sería un acto de piedad. He pecado mucho, ¡oh, señor! Ten piedad, señor. Todo proviene de esta maldita violencia.
— Bueno; basta ya de tus justificaciones —murmuró el ángel, algo más tranquilo— ahora sigue tu viaje.
— ¿Hacia qué dirección, señor? —preguntó Balaám.
—En la misma que tomaste al principio —contestó el ángel.
Balaám emitió un profundo suspiro y rompió a llorar:
—Pero tú me detuviste, señor.
—Cierto que lo hice, pero ahora puedes seguir a lomo de tu burra —dijo el ángel.
—¿Para qué me detuviste entonces, oh, señor?
—Deja ya de filosofar, pecador; Dios así lo quiso. Resignado volvió a montar Balaám en su burra, la que al punto se puso a trotar y dijo:
—En resumidas cuentas resulto yo la más perjudicada; mi amo sólo ha sufrido una contrariedad, pero a mí me sigue doliendo el lomo.
Y ambos fueron alejándose por el camino.
Esta historia permite una serie de conclusiones morales, pero no vamos a citarlas a todas. Sólo haremos mención de lo siguiente: Si el ángel hubiera sido también visible para Balaám, éste habría dirigido a la burra la que obedientemente hubiese dejado el camino que llevaban. Pero en ese caso no habría podido llevar a cabo acción meritoria alguna, dado que... ¿qué mérito tiene evitar un obstáculo visible? El mérito existe cuando se evita uno invisible. Pero esto él no quiso hacerlo.
Primera moraleja: No subestimemos la voz de un animal... pues eventualmente suele saber algo mejor que nosotros.
Segunda moraleja: La ignorancia es un pecado, y en la medida en que nos justifiquemos con la ignorancia al viejo pecado agregamos uno nuevo.
Tercera moraleja: Habla contra la sana inteligencia humana utilizar la sana inteligencia humana en una discusión con la inteligencia absoluta.
Cuarta moraleja: Del pecado objetivo ni siquiera Dios puede librarnos.
Quinta moraleja: Así son las consecuencias cuando dos personas se conducen razonablemente, pero partiendo cada una de ellas de supuestos diferentes.
Leszek Kolakowski