Carta de su padre ( y 11)
¡Ja! ¡Ya sé que no soy un intelectual, pero supe vivir!
Un momento... dame tiempo... las cosas se borran... Sí
-¿te imaginas cómo nos sentimos cuando Ottla nos dijo que tenías tuberculosis?
Oh, como pudiste recordarme que una vez dije, en un ataque de mal humor, a un
ayudante inútil que tosía por la tienda -deberías haber tenido que tratar con
esos goyim perezosos- que se debería morir, perro enfermo. ¿Sabía yo
que también tú contraerías tuberculosis? No fue culpa nuestra que se te
pudrieran los pulmones. Traté de ensanchar tu pecho cuando eras pequeño, enseñándote
a nadar. No deberías haberte ido nunca de tu propia casa, del cuidado de tus
padres, a ese agujero de ratas en el Schonborpalais. Y el cuchitril de Berlín...
A veces lo pasamos bien ¿verdad, Franz? Cuando tomábamos cerveza y salchichas
después de las lecciones de natación. Por lo menos recordaste la cerveza y
las salchichas, cuando te estabas muriendo.
Una cosa más. Me ahoga, tengo que decirla. Sé que nunca
responderás. Una vez escribiste «la palabra sólo es posible cuando uno quiere
mentir». Tú eras demasiado hipersensible para hablamos, Franz.
Guardaste silencio, con la verdad: los que jugaban una partida de cartas, daban
la vuelta en la cama al otro lado de la pared -era el sonido de la gente viva
que no te gustaba. Tu venganza, que eras demasiado cobarde para ejecutar en
vida, la has tomado aquí. No podemos yacer pacíficamente en nuestras tumbas,
desenterrados, desamortajados por la fama. Profanar la tumba de tus padres
así como su lecho, ¿no te da vergüenza? ¿No te da vergüenza, ahora? Bueno, de
qué sirve pelearse. Yacemos juntos en la misma tumba: tú, tu madre y yo. Hemos
terminado como siempre deberíamos haber estado, unidos. Descansa en paz, hijo
mío. Ojalá me hubieras dejado a mí hacerlo.
Tu padre
Hermann Kafka
Nadine Gordimer