En cuanto a la siguiente con la que trataste de casarte,
sobre la que pusiste el grito en el cielo debido a mi comentario sobre las
judías de Praga y la blusa, etc. -por una vez recuperaste el juicio y
deshiciste la boda sólo dos días antes de que fuese a tener lugar. No es que yo
hubiera podido influir sobre ti. ¿Desde cuando tenías en cuenta lo que tus
padres pensaran? Cuando me dijiste que querías casarte con la hija del
zapatero, naturalmente me preocupé. Por lo menos la chica Bauer procedía de una
buena familia. Pero fui franco contigo, de hombre a hombre. Ya no eras un jovencito,
un hombre no tiene que casarse con cualquiera que iría con quien fuese.
Me di cuenta de lo que significaba esa boda, pobre hijo
mío. Querías una mujer. Nadie comprendía eso mejor que yo, créeme, pues era un
hombre sobradamente normal. Había lugares en Praga donde se podía conseguir
una mujer. (Me imagino que haya ocurrido lo que haya ocurrido, sigue y seguirá
habiéndolos.) Traté de ayudarte, me ofrecí a acompañarte yo mismo. Lo dije
delante de tu madre la cual -sí, como tú escribes que tanto te chocó ver-
estaba de acuerdo conmigo. Deseábamos tanto ayudarte que hasta tu propia madre
era capaz de llegar a esos extremos.
Pero en esa carta tú no pensaste que yo podría comprender
nunca, me acusas de humillarte y de no sé qué otras cosas. ¿Querías casarte con
una puta pero te resultaba insultante la idea de pagar a una?
En esa carta que escribiste unos pocos días después de que
tú mismo abandonaras tu segundo intento de matrimonio, a los treinta y seis
años, dices que tu padre, como hombre de mundo, no sólo mostró «desprecio»
por ti en esa ocasión, sino que cuando te había hablado como un padre de mente
abierta cuando eras un jovencito, te había dado una información que había
provocado todo el ridículo asunto de que nunca fueras capaz de casarte, nunca.
Es decir, que veinte años antes de la pelea acerca de Julie Wohryzek, con «unas
pocas palabras francas» (como tú dices) tu padre te incapacitó para tomar
esposa y te empujó «a la basura como si ése fuera mi destino». Recuerdas un
paseo con tu madre y conmigo en la Josefsplatz cuando mostraste curiosidad sobre,
bueno, los sentimientos de los hombres hacia las mujeres y yo fui franco y
sincero contigo y te dije que te podía aconsejar sobre dónde ir para hacer
esas cosas sin riesgo, sin traer a casa alguna enfermedad. Tenías dieciséis
años, físicamente eras un hombre, no un niño ¿no? ¿No era hora de hablar de
esas cosas?
¿Te digo lo que yo recuerdo? Un día te enfadaste
con tu madre y conmigo porque no te habíamos educado sexualmente (así
dijiste). Ahora te quejas porque yo traté de orientarte en esos asuntos. Lo
hice, no lo hice. Decídete. Salte con la tuya. Sea lo que sea, tú creías que no
te decidías a casarte a causa de lo que yo hice. Cuando creías que
querías a la chica Bauer, ¿no cedí yo, para complacerte? A pesar de que no estabas
en situación económica para casarte, aunque yo tenía de sobra preocupaciones,
enfermo como estaba, ¿no me causaste bastantes problemas persuadiéndome de
invertir en una fábrica de amianto mechulah? ¿No accedí? Y cuando la
muchacha vino a Praga para conocer a tus padres y hermanos, tú escribiste «a mi
familia le gusta casi más de lo que me gustaría que les gustase». Hasta esos
extremos llegabas: no te podía gustar nada que nos gustara a nosotros. ¿Por
eso no pudiste casarte con ella?
Hace mucho tiempo, un largo camino... ah, todo desaparece,
se va desvaneciendo... Pero no he terminado. Espera.
Nadine Gordimer