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martes, 29 de agosto de 2017

Orquídeas


Carta de su padre     (9)

En cuanto a la siguiente con la que trataste de ca­sarte, sobre la que pusiste el grito en el cielo debido a mi comentario sobre las judías de Praga y la blusa, etc. -por una vez recuperaste el juicio y deshiciste la boda sólo dos días antes de que fuese a tener lugar. No es que yo hubiera podido influir sobre ti. ¿Desde cuando tenías en cuenta lo que tus padres pensaran? Cuando me dijiste que querías casarte con la hija del zapatero, naturalmente me preocupé. Por lo menos la chica Bauer procedía de una buena familia. Pero fui franco contigo, de hombre a hombre. Ya no eras un jovencito, un hombre no tiene que casarse con cual­quiera que iría con quien fuese.
Me di cuenta de lo que significaba esa boda, pobre hijo mío. Querías una mujer. Nadie comprendía eso mejor que yo, créeme, pues era un hombre sobrada­mente normal. Había lugares en Praga donde se po­día conseguir una mujer. (Me imagino que haya ocu­rrido lo que haya ocurrido, sigue y seguirá habiéndo­los.) Traté de ayudarte, me ofrecí a acompañarte yo mismo. Lo dije delante de tu madre la cual -sí, como tú escribes que tanto te chocó ver- estaba de acuer­do conmigo. Deseábamos tanto ayudarte que hasta tu propia madre era capaz de llegar a esos extremos.
Pero en esa carta tú no pensaste que yo podría com­prender nunca, me acusas de humillarte y de no sé qué otras cosas. ¿Querías casarte con una puta pero te resultaba insultante la idea de pagar a una?
En esa carta que escribiste unos pocos días después de que tú mismo abandonaras tu segundo intento de matrimonio, a los treinta y seis años, dices que tu pa­dre, como hombre de mundo, no sólo mostró «des­precio» por ti en esa ocasión, sino que cuando te ha­bía hablado como un padre de mente abierta cuando eras un jovencito, te había dado una información que había provocado todo el ridículo asunto de que nunca fueras capaz de casarte, nunca. Es decir, que veinte años antes de la pelea acerca de Julie Wohryzek, con «unas pocas palabras francas» (como tú dices) tu pa­dre te incapacitó para tomar esposa y te empujó «a la basura como si ése fuera mi destino». Recuerdas un paseo con tu madre y conmigo en la Josefsplatz cuando mostraste curiosidad sobre, bueno, los senti­mientos de los hombres hacia las mujeres y yo fui franco y sincero contigo y te dije que te podía acon­sejar sobre dónde ir para hacer esas cosas sin riesgo, sin traer a casa alguna enfermedad. Tenías dieciséis años, físicamente eras un hombre, no un niño ¿no? ¿No era hora de hablar de esas cosas?
¿Te digo lo que yo recuerdo? Un día te enfadaste con tu madre y conmigo porque no te habíamos edu­cado sexualmente (así dijiste). Ahora te quejas por­que yo traté de orientarte en esos asuntos. Lo hice, no lo hice. Decídete. Salte con la tuya. Sea lo que sea, tú creías que no te decidías a casarte a causa de lo que yo hice. Cuando creías que querías a la chica Bauer, ¿no cedí yo, para complacerte? A pesar de que no es­tabas en situación económica para casarte, aunque yo tenía de sobra preocupaciones, enfermo como estaba, ¿no me causaste bastantes problemas persuadiéndo­me de invertir en una fábrica de amianto mechulah? ¿No accedí? Y cuando la muchacha vino a Praga para conocer a tus padres y hermanos, tú escribiste «a mi familia le gusta casi más de lo que me gustaría que les gustase». Hasta esos extremos llegabas: no te po­día gustar nada que nos gustara a nosotros. ¿Por eso no pudiste casarte con ella?
Hace mucho tiempo, un largo camino... ah, todo des­aparece, se va desvaneciendo... Pero no he terminado. Espera.

Nadine Gordimer