Carta de su padre (5)
A lo largo de varias páginas insistes (en esa carta
secreta) sobre mi uso de expresiones vulgares yiddish, sobre mi «insignificante
dosis de judaísmo», que era «puramente social» y por ello significaba que no podíamos
«encontrarnos en el judaísmo» aunque sólo fuera. ¡Esto dicho por ti! Cuando
eras un muchacho y tenía que arrastrarte a los servicios del Yom Kippur una vez
al año te sentabas allí inventando historias sobre animales impuros que se
acercaban al Arca, el objeto más santo de la fe judía. Cuando creciste, acudiste
exactamente una sola vez a la sinagoga Altneu. Los que escriben libros sobre ti
dicen que debió de ser por complacerme. Me sorprendería. Cuando descubriste de
repente que eras judío, después de todo, naturalmente tu judaísmo era muy
intelectual, nada que ver con las costumbres judías que me enseñaron a guardar
en el shtetl de mi padre, empujando la carretilla a la edad de siete años.
Aprendiste tu judaísmo en el Teatro Yiddish. ¡Qué gente estupenda!. Esos
actores itinerantes sinvergüenzas de los que te hiciste amigo en el Café Savoy.
Tu amigo el actor Jizckak Lowy. Nada que ver con la familia de tu madre, gracias
a Dios. No dejaría que un hombre así la saludara siquiera. Tuviste la
insolencia de traerlo a casa de tus padres y yo entendí que era mi deber
hablarle de tal forma que nunca más se atreviera a volver. (¡Ja!. Yo solía
mirar por la ventana, y observado dando vueltas a la intemperie, fuera del
edificio, esperándote.) Y la
Tschissik , esa nafke, una de sus actrices. He averiguado
que tú creías estar enamorado de ella, una mujer casada (si es que a esa forma
de vivir se la puede llamar matrimonio). Aparte de la señorita Bauer, nunca te
gustó más que un tipo vulgar de mujeres. Lo digo otra vez tal como lo dije
entonces: si te acuestas con perros, te levantas con pulgas. Te enfadaste muchísimo
(sí, tú, esa vez) te enfureciste con tu padre cuando te lo dijo. Y cuando te
recordé mi dolencia de corazón, te justificaste de nuevo, como de costumbre,
diciendo (lo recuerdo como si fuera hoy) «me esfuerzo mucho por reprimirme».
Pero ahora he leído tus diarios, los muertos no necesitan entrar furtivamente
en tu dormitorio y leerlos a tus espaldas (que es de lo que nos acusabas a tu
madre y a mí), he leído lo que escribiste después, que tú percibías, en mí, tu
padre, «como siempre en momentos de crisis, la existencia de una sabiduría
que yo sólo puedo oler». ¡Así que tú sabías, mientras me desafiabas,
sabías que yo tenía razón!.
La realidad es que tú eras antisemita, Franz. Nunca te
interesó lo que le pasaba a tu propia gente. Los actos de vandalismo contra
los judíos en las calles, en las casas y tiendas, que se produjeron mientras
crecías, no he encontrado ni una palabra sobre ellos en tus diarios, en tus
cuadernos. Tú sólo imaginabas judíos. Los imaginabas torturados en lugares
como tu Colonia Penitenciaria. Quizás. No quiero pensar qué significaba
eso.
Bien, hacia el final estudiaste hebreo, tú y tu hermana
Ottla teníais la loca fantasía de ir a Palestina. ¡Tú, que para entonces apenas
podías respirar, recogiendo patatas en un Kibbutz! El libro más reciente sobre
ti dice que te oponías a la «mentalidad de tendero» del tipo de judío que era
tu padre. Pero eran tu padre el tendero, los botones y hebillas, galones,
cintas, peinetas, gemelos, corchetes, cordones de zapatos, marcos para
fotografías, calzadores, novedades y baratijas los que suministraban el pan que
te permitía soñar. Eras antisemita, Franz, si es que es posible que un judío
se parta a sí mismo por la mitad. (Para ti, me imagino, cualquier cosa es
posible.) Dijiste a Ottla que casarse con ese goy de Josef Davis era
mejor que casarse con diez judíos. Cuando tu gran amigo Brod escribió un libro
llamado «Las judías» tú escribiste que había demasiadas en él. Las veías como
lagartijas (animales otra vez, animales rastreros).
«Por muy contentos que nos sintamos de contemplar una
sola lagartija en un sendero en Italia, nos horrorizaría ver cientos de
lagartijas reptando unas sobre otras en un bote de conservas.» ¿De dónde sacaste
esas ideas? No de tu casa, eso lo sé.
Nadine Gordimer