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jueves, 10 de agosto de 2017

Thyssen - Raoul Dufy




La hormiga argentina      (10)

El capitán ahuecó la boca del saco dentro del cual parecía haber tierra o abono químico, pero metió el brazo y sacó un puñado como de borra de café y lo dejó caer en la otra mano; eran hormigas muertas, una arena suave, de un negro rojizo, formado de hormigas mueres todas encogidas, reducidas a granitos en los que no se distinguían ya ni la cabeza ni las patas. Despedían ese olor ácido, punzante. En la casa había quintales, una pirámide de sacos como aquél, llenos.
-Es formidable... -dije-, así acabará con todas.
-No -dijo tranquilamente el capitán-, matar hormigas obreras no sirve de nada. Hay por todas partes hormigueros con reinas que engendran millones de hormigas.
-¿Y entonces? Me puse en cuclillas junto al saco; él se había sentado un peldaño más abajo, y para hablarme alzaba la cara; la informe ala del sombrero blanco le cubría toda la frente y parte de las gafas redondas.
-A las reinas hay que matarlas de hambre. Si se reduce al mínimo el número de las obreras que aprovisionan el hormiguero, las reinas se quedarán sin alimento. Y le digo que un día veremos salir a las reinas del hormiguero en pleno verano y arrastrarse por sus propias patas en busca de comida... Entonces será el fin para todas...
Cerró con furia la boca del saco y se levantó. Yo también me puse de pie.
-En cambio hay quien cree que soluciona algo ahuyentándolas -y lanzó una ojeada hacia la casa de los Reginaudo descubriendo los dientes de acero en una risa sarcástica- ...y hay quien prefiere engordarlas... Es otro sistema, ¿no?
Yo no había entendido la segunda alusión.
-¿Quien? -pregunté-. ¿Por qué las quieren engordar?
-¿No ha ido a verle el hombre de la hormiga?
¿De qué hombre hablaba?
-No sé -dije-, no creo...
-Irá a verle, puede estar tranquilo. Por lo general pasa los jueves, si no ha venido esta mañana vendrá por la tarde. ¡A dar un reconstituyente a las hormigas, ja, ja!
Sonreía para complacerlo, pero no tenía ganas de seguir nuevas pistas. Justamente porque había ido a verle a propósito, dije:
-Claro que un sistema mejor que el suyo es imposible... ¿le parece que podría probarlo en mi casa?..
-Tiene que decirme que modelo prefiere -dijo Brauni y me llevó por el jardín para mostrarme otros inventos que yo no conocía todavía. No conseguía acostumbrarme a la idea de que para realizar una operación tan sencilla como aplastar una hormiga, hubiera que desplegar tanto arte y constancia, pero comprendía que lo importante era hacerlo con método, sin interrupción, y eso me desalentaba parque me parecía que nadie podría igualar el terrible encarnizamiento de nuestro vecino.
-Quizás a nosotros nos vendría mejor alguno de los modelos más sencillos -dije, y Brauni resopló por la nariz, no sé si en señal de aprobación o de lástima por la modestia de mis ambiciones. 
-Lo pensaré un poco -dijo-, le haré algunos esbozos.
No me quedaba más que darle las gracias y despedirme. Volví a saltar el seto; me parecía increíble no oír el crujido del pedregullo bajo los pies; mi casa, aun infestada como estaba, la sentía por primera vez mía de verdad, un lugar al que uno vuelve diciendo: por fin.
En casa el niño había comido insecticidas y mi mujer estaba desesperada.
-¡No tengas miedo, no son venenosos! -le dije en seguida. 

Italo Calvino