La hormiga argentina (10)
El capitán ahuecó la boca del
saco dentro del cual parecía haber tierra o abono químico, pero metió el brazo
y sacó un puñado como de borra de café y lo dejó caer en la otra mano; eran
hormigas muertas, una arena suave, de un negro rojizo, formado de hormigas
mueres todas encogidas, reducidas a granitos en los que no se distinguían ya ni
la cabeza ni las patas. Despedían ese olor ácido, punzante. En la casa había
quintales, una pirámide de sacos como aquél, llenos.
-Es formidable... -dije-, así
acabará con todas.
-No -dijo tranquilamente el
capitán-, matar hormigas obreras no sirve de nada. Hay por todas partes
hormigueros con reinas que engendran millones de hormigas.
-¿Y entonces? Me puse en
cuclillas junto al saco; él se había sentado un peldaño más abajo, y para
hablarme alzaba la cara; la informe ala del sombrero blanco le cubría toda la
frente y parte de las gafas redondas.
-A las reinas hay que matarlas de
hambre. Si se reduce al mínimo el número de las obreras que aprovisionan el
hormiguero, las reinas se quedarán sin alimento. Y le digo que un día veremos
salir a las reinas del hormiguero en pleno verano y arrastrarse por sus propias
patas en busca de comida... Entonces será el fin para todas...
Cerró con furia la boca del saco
y se levantó. Yo también me puse de pie.
-En cambio hay quien cree que
soluciona algo ahuyentándolas -y lanzó una ojeada hacia la casa de los
Reginaudo descubriendo los dientes de acero en una risa sarcástica- ...y hay
quien prefiere engordarlas... Es otro sistema, ¿no?
Yo no había entendido la segunda
alusión.
-¿Quien? -pregunté-. ¿Por qué las
quieren engordar?
-¿No ha ido a verle el hombre de
la hormiga?
¿De qué hombre hablaba?
-No sé -dije-, no creo...
-Irá a verle, puede estar
tranquilo. Por lo general pasa los jueves, si no ha venido esta mañana vendrá
por la tarde. ¡A dar un reconstituyente a las hormigas, ja, ja!
Sonreía para complacerlo, pero no
tenía ganas de seguir nuevas pistas. Justamente porque había ido a verle a
propósito, dije:
-Claro que un sistema mejor que
el suyo es imposible... ¿le parece que podría probarlo en mi casa?..
-Tiene que decirme que modelo
prefiere -dijo Brauni y me llevó por el jardín para mostrarme otros inventos
que yo no conocía todavía. No conseguía acostumbrarme a la idea de que para
realizar una operación tan sencilla como aplastar una hormiga, hubiera que
desplegar tanto arte y constancia, pero comprendía que lo importante era
hacerlo con método, sin interrupción, y eso me desalentaba parque me parecía
que nadie podría igualar el terrible encarnizamiento de nuestro vecino.
-Quizás a nosotros nos vendría
mejor alguno de los modelos más sencillos -dije, y Brauni resopló por la nariz,
no sé si en señal de aprobación o de lástima por la modestia de mis ambiciones.
-Lo pensaré un poco -dijo-, le
haré algunos esbozos.
No me quedaba más que darle las
gracias y despedirme. Volví a saltar el seto; me parecía increíble no oír el
crujido del pedregullo bajo los pies; mi casa, aun infestada como estaba, la
sentía por primera vez mía de verdad, un lugar al que uno vuelve diciendo: por
fin.
En casa el niño había comido
insecticidas y mi mujer estaba desesperada.
-¡No tengas miedo, no son
venenosos! -le dije en seguida.
Italo Calvino