Carta de su padre (1)
Mi querido hijo:
Me escribiste una carta que nunca enviaste. No era para mí
-era para que la leyera el mundo entero. (Tú y tus instrucciones de que se
quemase todo. ¡Ja!) Nunca fuiste abierto y sincero conmigo- ésa es una de las
quejas que dices que yo siempre tenía de ti. Lo dices en la carta que no
quisiste que yo leyera. ¿Y a qué suena eso, eh? Pero ahora he leído la
carta, la he leído de todos modos, he leído todo, aunque tú decías que yo ponía
tus libros en la mesa de noche y nunca los tocaba. Ya sabes cómo es esto, aquí:
no es algo que se pueda explicar a quien no está aquí -la gente solía hablar de
los secretos que se llevan a la tumba, pero lo divertido es que aquí no hay
secretos en absoluto. Si había algo que deseabas saber, que deberías haber
sabido, si no te deja descansar tranquilo, desde aquí puedes alcanzar ese
conocimiento. Sí, eso al menos me lo concediste, dijiste que yo era un
verdadero Kafka en «fuerza... elocuencia, resistencia, una cierta manera de
hacer las cosas a lo grande» y no me he contentado con pudrirme. En eso, sigo
siendo el hombre que fui, el buscavidas. Infatigable. Infatigable. Capaz de
aprovechar cualquier oportunidad. Ahora no hay nada que puedas considerar
oculto para mí. Ya sea que digas que lo dejé sin leer en la mesilla de noche o
ya sea que no eras lo bastante hombre, incluso a los treinta y seis años, para
enseñarme una carta que al parecer me estaba destinada.
Te escribo cuando ya estamos los dos muertos. Por lo tanto
no te mueves. No habrá respuesta por tu parte, ya lo sé. Empezaste aquella
carta diciendo que tenías miedo de mí -y luego tenías miedo de dejármela
leer. Y ahora te has escapado definitivamente. Porque sin la fuerza de
voluntad de los Kafka no puedes comunicarte desde la nada y desde ningún lugar.
Iba a llamar a esto un desierto, pero dónde está la arena, dónde están los
camellos, dónde está el sol -ves, todavía soy lo bastante mensch como
para hacer chistes. Oh, perdona, se me había olvidado -a ti no te gustaban mis
chistes, mis juegos bobos con los niños. Pobre muchacho mío, desdichadamente tú
no tenías vida, en todos esos libros y diarios y cartas (los que enviaste, a
extraños, a mujeres) dijiste cien veces antes de poner las palabras en mi
boca, a tu manera literaria, en esa carta: tú eres «inepto para la vida». Así que
la muerte te llega, cómo lo dirías tú, de manera completamente natural. No es
lo mismo para un hombre vigoroso como era yo, esto te lo aseguro, así que aquí
estoy escribiendo, hablando... No sé si hay una palabra para lo que es esto. En
cualquier caso, es Hermann Kafka. Te he sobrevivido aquí, igual que en
Praga. ...(sigue)
Nadine Gordimer