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sábado, 26 de agosto de 2017

America's Got Talent








Carta de su padre      (6)

Y fíjate en lo judío que eres, a pesar de tu despre­cio por nosotros, judíos, tu familia judía. Contestas a las preguntas con preguntas. He descubierto que ése es tu estilo, tu famoso estilo literario: tu condición de judío. ¿Escribiste o no el siguiente cuento, o piececi­lla, o como quieras llamado, que tu amigo Brod guar­dó íntegro y tú bien sabías que no quemaría ni una sola palabra? «Una vez en una sesión espiritista un nuevo espíritu anunció su presencia y se desarrolló la siguiente conversación con él. El espíritu: Perdone. El portavoz: ¿Qué quieres? El espíritu: Irme. El porta­voz: Pero si acabas de llegar. El espíritu: Es una equivocación. El portavoz: No, no es una equivocación. Has venido y te quedarás. El espíritu: Acabo de empezar a encontrarme enfermo. El portavoz: ¿Gra­vemente? El espíritu: Gravemente. El portavoz: ¿Fí­sicamente? El espíritu: ¿Físicamente? El portavoz: Contestas con preguntas. Eso no vale. Tenemos formas de castigarte, así que te aconsejo que contes­tes, porque entonces te despediremos enseguida. El espíritu: ¿Enseguida? El portavoz: Enseguida. El es­píritu: Dentro de un minuto. El portavoz: No sigas de esa forma lamentable...»
Preguntas sin respuestas. Enigmas. Tú escribiste «Sólo puedo vivir en la contradicción. Pero esto, sin duda, se puede aplicar a todo el mundo, porque vi­viendo uno muere, muriendo, uno vive». ¡Habla por ti! Pues ¿quién te creías tú que eras cuando te dio ese capricho, su profeta Jesucristo? ¿Qué querías? ¿El Cie­lo eterno de los goyim? ¿Qué querías decir cuando un hombre perdido, lejos de su país natal, dice a alguien con quien se encuentra «Estoy en tus manos», y el otro dice, «No. Eres libre y por eso estás perdido». ¿Qué sentido tiene escribir sobre una mujer «la espe­ro tendido para no encontrarme con ella»? Hay sólo uno de tus enigmas que creo que comprendo y eso sólo porque durante cuarenta y dos años, bendito sea Dios, he tenido que tratar contigo yo mismo. «Una jaula fue a la busca de un pájaro.» Eso eres tú. La jau­la, no el pájaro. No sé por qué. Quizá se me ocurra la razón. Como digo, si una persona lo quiere, puede saberlo todo, aquí.
Toda esa cháchara sobre irte. Llamabas a tu hogar (más enigmas) «mi prisión-mi fortaleza». Te queja­bas -en letra impresa, todo terminó en letra impre­sa, hijo mío- de que tu habitación era sólo un pasi­llo, lugar de paso, entre el salón y el dormitorio de tus padres. Te quejabas de que tenías que escribir con lápiz porque te quitamos la tinta para impedirte que escribieras. Era por tu bien, por tu salud -ya eras un hombre adulto, un abogado titulado, pero sabes que no sabías cuidar de ti mismo-. Garrapateando la mi­tad de la noche, habrías estado demasiado cansado para trabajar adecuadamente por las mañanas, habrías perdido tu trabajo en la Assicurazioni Generali (¿o era entonces en la Arbeiter-Unfall-Versicherungs-­Anstall für das Konigreich Bohmen?, mi memoria no mejora nada, aquí). Yo no estaba hecho de dinero. No podía haber seguido manteniendo a todos para siem­pre.
Has publicado cada insignificante desacuerdo fami­liar. Según tú, era una cosa terrible que no queríamos que salieras cuando hacía mal tiempo, que tu pobre madre quería que te abrigaras. Tú con tu delicada sa­lud, siempre achacoso -no heredaste mi constitu­ción-; ¡sólo pudieron conmigo al final una vida en­tera de duro trabajo, el negocio, las preocupaciones fa­miliares! Dejaste constancia de que no podías ir a dar un paseo sin que tus padres protestaran, pero a los veintiocho años seguías viviendo en casa. Irte. Pobre­cito mío. Apenas podías desplazarte hasta la habita­ción de al lado. Te encerrabas cuando venían visitas. Siempre arrastrándote hasta la cama, durmiendo durante el día (ah, sí, tú, no podías dormir por la no­che, como el resto de la gente) desperdiciando la vida durmiendo. Inventaste América en vez de tener las agallas de emigrar, levantarte de la cama, hacer tu equipaje e irte, construirte una nueva vida. Incluso esa chica a la que dejaste dos veces plantadas lo logró. ¿Sa­bías que Felice sigue viva todavía, ahora, en alguna parte de América? Es una mujer muy vieja, con biznietos. No la metieron en los campos de exterminio que, según dice esa gente tan educada, tú ya conocías antes de que ocurrieran... Tu tío Alfredo te iba a en­contrar trabajo allá, en Madeira, las Azores,... Dios sabe en qué otros lugares. Nieto de un carnicero ri­tual, un Schochet, por eso no podías soportar comer carne, dicen, yeso es lo que te hizo débil e indeciso. Así que eso también fue culpa mía, porque mi pobre padre tenía que ganarse la vida. Cuando tu madre no estaba en el piso, te habrías dejado morir de hambre de no haber sido por mí. ¿Y cuál fue el resultado? Re­sentías tanto lo que yo te daba que ibas a vaciarte el estómago. ¡Como quien ha sido envenenado! Y no te olvidaste de escribirlo, tampoco: «Tengo el sentimiento de que las cosas repugnantes han de salir.»

Nadine Gordimer