Carta de su padre (6)
Y fíjate en lo judío que eres, a pesar de tu desprecio
por nosotros, judíos, tu familia judía. Contestas a las preguntas con
preguntas. He descubierto que ése es tu estilo, tu famoso estilo literario: tu
condición de judío. ¿Escribiste o no el siguiente cuento, o piececilla, o como
quieras llamado, que tu amigo Brod guardó íntegro y tú bien sabías que no
quemaría ni una sola palabra? «Una vez en una sesión espiritista un nuevo
espíritu anunció su presencia y se desarrolló la siguiente conversación con él.
El espíritu: Perdone. El portavoz: ¿Qué quieres? El espíritu: Irme. El portavoz:
Pero si acabas de llegar. El espíritu: Es una equivocación. El portavoz: No, no
es una equivocación. Has venido y te quedarás. El espíritu: Acabo de empezar a
encontrarme enfermo. El portavoz: ¿Gravemente? El espíritu: Gravemente. El
portavoz: ¿Físicamente? El espíritu: ¿Físicamente? El portavoz: Contestas con
preguntas. Eso no vale. Tenemos formas de castigarte, así que te aconsejo que
contestes, porque entonces te despediremos enseguida. El espíritu: ¿Enseguida?
El portavoz: Enseguida. El espíritu: Dentro de un minuto. El portavoz: No
sigas de esa forma lamentable...»
Preguntas sin respuestas. Enigmas. Tú escribiste «Sólo
puedo vivir en la contradicción. Pero esto, sin duda, se puede aplicar a todo
el mundo, porque viviendo uno muere, muriendo, uno vive». ¡Habla por ti! Pues
¿quién te creías tú que eras cuando te dio ese capricho, su profeta Jesucristo?
¿Qué querías? ¿El Cielo eterno de los goyim? ¿Qué querías decir cuando
un hombre perdido, lejos de su país natal, dice a alguien con quien se
encuentra «Estoy en tus manos», y el otro dice, «No. Eres libre y por eso estás
perdido». ¿Qué sentido tiene escribir sobre una mujer «la espero tendido para
no encontrarme con ella»? Hay sólo uno de tus enigmas que creo que comprendo y
eso sólo porque durante cuarenta y dos años, bendito sea Dios, he tenido que
tratar contigo yo mismo. «Una jaula fue a la busca de un pájaro.» Eso eres tú.
La jaula, no el pájaro. No sé por qué. Quizá se me ocurra la razón. Como digo,
si una persona lo quiere, puede saberlo todo, aquí.
Toda esa cháchara sobre irte. Llamabas a tu hogar (más
enigmas) «mi prisión-mi fortaleza». Te quejabas -en letra impresa, todo
terminó en letra impresa, hijo mío- de que tu habitación era sólo un pasillo,
lugar de paso, entre el salón y el dormitorio de tus padres. Te quejabas de que
tenías que escribir con lápiz porque te quitamos la tinta para impedirte que
escribieras. Era por tu bien, por tu salud -ya eras un hombre adulto, un
abogado titulado, pero sabes que no sabías cuidar de ti mismo-. Garrapateando
la mitad de la noche, habrías estado demasiado cansado para trabajar
adecuadamente por las mañanas, habrías perdido tu trabajo en la Assicurazioni Generali
(¿o era entonces en la
Arbeiter-Unfall -Versicherungs-Anstall für das Konigreich
Bohmen?, mi memoria no mejora nada, aquí). Yo no estaba hecho de dinero. No
podía haber seguido manteniendo a todos para siempre.
Has publicado cada insignificante desacuerdo familiar.
Según tú, era una cosa terrible que no queríamos que salieras cuando hacía mal
tiempo, que tu pobre madre quería que te abrigaras. Tú con tu delicada salud,
siempre achacoso -no heredaste mi constitución-; ¡sólo pudieron conmigo al
final una vida entera de duro trabajo, el negocio, las preocupaciones familiares!
Dejaste constancia de que no podías ir a dar un paseo sin que tus padres
protestaran, pero a los veintiocho años seguías viviendo en casa. Irte. Pobrecito
mío. Apenas podías desplazarte hasta la habitación de al lado. Te encerrabas
cuando venían visitas. Siempre arrastrándote hasta la cama, durmiendo durante
el día (ah, sí, tú, no podías dormir por la noche, como el resto de la gente)
desperdiciando la vida durmiendo. Inventaste América en vez de tener las
agallas de emigrar, levantarte de la cama, hacer tu equipaje e irte,
construirte una nueva vida. Incluso esa chica a la que dejaste dos veces
plantadas lo logró. ¿Sabías que Felice sigue viva todavía, ahora, en alguna
parte de América? Es una mujer muy vieja, con biznietos. No la metieron en los
campos de exterminio que, según dice esa gente tan educada, tú ya conocías
antes de que ocurrieran... Tu tío Alfredo te iba a encontrar trabajo allá, en
Madeira, las Azores,... Dios sabe en qué otros lugares. Nieto de un carnicero
ritual, un Schochet, por eso no podías soportar comer carne, dicen,
yeso es lo que te hizo débil e indeciso. Así que eso también fue culpa mía,
porque mi pobre padre tenía que ganarse la vida. Cuando tu madre no estaba en
el piso, te habrías dejado morir de hambre de no haber sido por mí. ¿Y cuál fue
el resultado? Resentías tanto lo que yo te daba que ibas a vaciarte el
estómago. ¡Como quien ha sido envenenado! Y no te olvidaste de escribirlo,
tampoco: «Tengo el sentimiento de que las cosas repugnantes han de salir.»
Nadine Gordimer