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miércoles, 15 de enero de 2020

Xavier Dols









Punto de Vista - Escritores comentan las esculturas

Cada obra de arte sugiere comentarios absolutamente diferentes a cada uno de los escritores.
Como es sabido, uno de los misterios del arte es que el espectador colabora con el autor en la creación de la obra que interpreta. Y todas las interpretaciones posibles son diferentes, como son diferentes los seres humanos.
Esto solo sucede con el arte, pero puede no suceder con otras creaciones visuales que también aspiran a la comunicación entre seres humanos. El arte es polisémico, su riqueza esta en la posibilidad de múltiples interpretaciones.
Las esculturas son también signos, pero signos ambiguos, polisémicos. Cada uno se vuelve creador al interpretarlas.

Ensayos (77)

Casi siempre mezclo el vino con la mitad de agua y a veces con un tercio. y cuando estoy en casa, siguiendo una antigua costumbre recetada por el médico a mi padre y a sí mismo, se mezcla el que necesito ya en la bodega, dos o tres horas antes de servirlo. Dicen que fue Cranao, rey de los atenienses, el inventor de esta costumbre de mezclar el vino con agua; con o sin utilidad, he visto discutir sobre ello. Considero más conveniente y más sano que no lo tomen los niños hasta los dieciséis o los dieciocho. La forma de vida más usual y común es la más bella: paréceme que se ha de evitar toda originalidad y me desagradaría tanto un alemán que echase agua al vino como un francés que lo bebiera puro. El uso público autoriza tales cosas.

Así como la camarera del filósofo Crisipo decía de su señor que no estaba ebrio más que con las piernas (pues tenía la costumbre de moverlas en cualquier asiento en el que se hallase, y decía que mientras que el vino excitaba a los demás, él no sentía alteración alguna), así podría decirse desde mi infancia que tenía demencia en los pies, o mercurio, de tanto como se mueven y de tan inconstantes como son cualquiera que sea el lugar en el que los ponga.

Yo que me jacto de abrazar con tanto entusiasmo los bienes de la vida, y tan particularmente, no hallo en ellos, cuando los miro así de atentamente, nada más que viento. Mas qué, no somos sino viento en todo. Y aún, el viento, más sabiamente que nosotros, gusta de moverse, de agitarse, y se contenta con sus propias funciones, sin desear la estabilidad ni la solidez, cualidades que no son suyas.

Quien ponía en un platillo de la balanza los bienes temporales y en el otro los bienes espirituales, afirmando que éstos pesaban más que todas las tierras y los mares juntos.

Somos grandes locos: Se ha pasado la vida ocioso, decimos; no he hecho nada hoy. -¿Cómo? ¿Es que no habéis vivido? Es ésa no sólo la fundamental, sino la más ilustre de vuestras ocupaciones. -Si me hubieran colocado en medio de las grandes empresas, habría mostrado lo que sabía hacer. -¿Habéis sabido meditar y dirigir vuestra vida? Habéis hecho el trabajo mayor de todos.

Mas este hombre, obligado como se vio por deber de civismo, a beber la cicuta, era también aquél del ejército que conservó la victoria; y no se negaba ni a jugar a la taba con los niños, ni a correr con ellos sobre un caballo de madera; y hacíalo de buen grado; pues todas las actividades, dice la filosofía, convienen y honran por igual al sabio. 

El ver sanamente los bienes implica ver sanamente los males. Y tiene el dolor algo inevitable en su tierno principio, y la voluptuosidad algo evitable en su final excesivo. Emparéjalos Platón y quiere que sea misión de la fortaleza tanto el luchar contra el dolor como contra las inmoderadas y encantadoras molicies de la voluptuosidad. Son dos fuentes de las cuales quien saca agua en el lugar, en el momento y en la cantidad convenientes, ya sea ciudad, ya sea hombre, ya sea animal, es harto bienaventurado. Se ha de tomar el primero como medicina y por necesidad, más escasamente, la otra por sed mas no hasta embriagarse. El dolor, la voluptuosidad, el amor, el odio, son las primeras cosas que siente un niño; si al aparecer la razón se someten a ella, eso es virtud.

Acepto de buen grado y agradecido, lo que ha hecho por mí la naturaleza, y me complazco y alegro. 

Y no hallo nada tan humilde y mortal en la vida de Alejandro como sus fantasías en torno a su inmortalidad. Mordióle Filotas agudamente con su respuesta; habíase congratulado en una carta a él dirigida, del oráculo de Júpiter que lo había colocado entre los dioses: Alégrome mucho por ti, mas siéntolo por los hombres que habrán de vivir y obedecer a un hombre que supera la talla de un hombre y no se contenta con ella. Diis te minorem quod geris, imperas («Es sometiéndote a los dioses como reinas.» (Horacio, Odas, III. VI. 5).).
Estoy de acuerdo con la noble inscripción con la que honraron los atenienses la llegada de Pompeyo a su ciudad: Tanto más dios eres cuanto más hombre te reconoces.
Es absoluta perfección y como divina, el saber gozar lealmente del propio ser. Buscamos otras cualidades por no saber usar de las nuestras, y nos salimos fuera de nosotros por no saber estar dentro. En vano nos encaramamos sobre unos zancos, pues aun con zancos hemos de andar con nuestras propias piernas. Y en el trono más elevado del mundo seguimos estando sentados sobre nuestras posaderas.
Las vidas más hermosas son, a mi parecer, aquéllas que siguen el modelo común y humano, con orden, mas sin prodigio ni extravagancia. Y es el caso que la vejez necesita que la traten más suavemente. Recomendémosela a ese dios, protector de la salud y de la sabiduría, mas alegre y sociable: Frui paratis et valido mihi, Latoe, dones, et, precor, integra cum mente, nec turpem senectam degere, nec cythara carentem [«Permíteme, ¡oh, Apolo!, gozar de lo que tengo, conservar, te lo ruego, mi salud y mi cabeza, y que pueda en una digna vejez tocar aún la lira.» (Horacio, Odas, IXI. 17).].. XX

Montaigne, Michel de