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lunes, 13 de enero de 2020

Faros del mundo (4)



Ensayos (76)

Esta historia merece que me distraiga de lo mío: alguien, en cierta escuela griega, hablaba alto, como yo; rogóle el maestro de ceremonias que hablara más bajo: Indíqueme, dijo él, el tono en el que quiere que hable. Replicóle el otro que adoptase el tono según los oídos de aquél al que hablaba. Bien dicho estuvo si ha de entenderse así: Hablad según el auditorio con el que os las veáis. Pues si quiere decir: contentaos con que os oiga, o: regulaos según él, encuentro que no es razonable. El tono y el movimiento de la voz tiene cierta expresividad y significado en el sentido, a mí me corresponde el manejarlo para explicarme. Hay voces para instruir, voces para halagar, o para regañar. Quiero que mi voz no sólo le llegue, sino que le conmueva y le lacere quizá. Bueno estaría que mi criado, cuando le maltrato con tono agrio y agresivo, me dijera: Amo, habladme más bajo, os oigo bien.

Es la palabra mitad del que habla y mitad del que escucha. Este ha de prepararse a recibirla según el sesgo que ella tome. Así como entre aquéllos que juegan a la pelota, el que espera se desplaza y apresta según vea moverse al que lanza el tiro y según la forma del tiro.

Es lo primero que enseñan los mexicanos a sus hijos cuando, al salir del vientre de sus madres, los saludan así: Hijo, has venido al mundo para padecer; padece, sufre y calla.
Injusto es dolerse de que le haya acaecido a alguien lo que puede acaecerle a cualquiera, «indignare si quid in te inique proprie constitutum est» («Quéjate, si a ti solo se te aplica un injusto tratamiento.» (Séneca, Epístolas, 91).)

Hemos de aprender a soportar aquello que no podemos evitar. 

Mas no mueres por estar enfermo, mueres por estar vivo.

Quien teme sufrir, sufre ya por lo que teme.

Y siempre me ha gustado descansar, ya sea echado o sentado, con las piernas tanto o más altas que el asiento.

Si otros os superan en ciencia, en gracia, en fuerza, en fortuna, podéis achacarlo a causas ajenas, mas si lleváis las de perder en firmeza de ánimo, sólo os lo podéis achacar a vos. La muerte es más abyecta, más lenta y penosa en el lecho que en el combate, las fiebres y las pulmonías, tan dolorosas y mortales como un arcabuzazo. Quien fuera capaz de soportar valerosamente los accidentes de la vida común, no habría de aumentar su valor para hacerse soldado. «Vivere, mi Lucili, militare est». («Vivir, querido Lucilio, es combatir.» (Séneca, Epístolas, 96).)

«Gran parte de la libertad es un vientre bien acostumbrado.» (Séneca, Epístolas, 123).

No es culpa de mis dientes, los cuales siempre tuve excelentes, sin haberse visto amenazados hasta ahora por la edad. Aprendí desde la infancia a frotármelos con la servilleta por la mañana y antes y después de comer. 

«Todo lo que ocurre conforme a la naturaleza debe ser considerado un bien.» (Cicerón, De la vejez, XIX).

Desde que era joven, saltábame a veces alguna comida: o bien con el fin de avivar mi apetito del día siguiente, pues, así como Epicuro ayunaba y hacía comidas parcas para acostumbrarse la voluptuosidad a prescindir de la abundancia, yo, por el contrario, para habituarme la voluptuosidad a hacer mejor provecho y a servirse más alegremente de la abundancia; o bien ayunaba para conservar el vigor al servicio de alguna actividad del cuerpo o del espíritu; pues se entumecen cruelmente tanto el uno como el otro con la repleción, y odio sobre todo ese necio ayuntamiento de una diosa tan sana y alegre con ese diosecillo indigesto y flatulento, harto de vapores etílicos o bien para curarme el estómago enfermo; o por carecer de compañía apropiada, pues digo también como Epicuro, que no se ha de mirar tanto lo que se come como con quién se come, y alabo a Kilom por no haber querido prometer su asistencia al festín de Periandro sin informarse antes de quiénes eran los convidados. No hay para mí aderezo tan dulce ni salsa tan apetitosa como la que se obtiene de la sociedad.

El fruto último de la salud es la voluptuosidad: cojamos la primera presente y conocida.

Montaigne, Michel de