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lunes, 27 de enero de 2020

China 3
























Historia Natural (6)

Una gran cantidad de perros de mar acechan con grave peligro a los buceadores que buscan esponjas. Ellos mismos cuentan que sobre su cabeza se solidifica una nube, semejante a un animal, que los oprime y les impide ascender, y que por eso llevan puñales muy agudos atados con una cuerda, porque no se retira a no ser que la perforen; esto lo provoca, según creo, la oscuridad y el miedo. Pues nadie ha encontrado ningún animal parecido a esa «nube» o «niebla», que es como llaman a esa calamidad.  Con los perros de mar, la lucha es terrible. Atacan las ingles, los talones y las partes blancas del cuerpo. La única salvación está en hacerles frente y asustarlos, pues tienen miedo del hombre lo mismo que lo aterrorizan a él, y en las profundidades la lucha está igualada. Cuando el buceador llega a la superficie del agua el peligro es doble, porque no puede utilizar la táctica de plantarles cara; mientras trata de emerger, su salvación está en manos de sus compañeros; ellos tiran de la cuerda que lleva atada por los hombros. Mientras lucha, el buceador tira de la cuerda con la izquierda para indicar que hay peligro, y con la derecha sigue luchando con el puñal.  Tiran de él poco a poco; cuando ya está junto al barco, si no se dan mucha prisa en izarlo, ven cómo lo devoran. Y muchas veces se lo arrebatan de las manos cuando ya lo han sacado, a no ser que él mismo contribuya al esfuerzo de los que tiran haciendo un ovillo con el cuerpo. Entonces otros hombres blanden los tridentes, pero la habilidad del monstruo consiste en esconderse debajo del barco y de esa forma combatir seguro. Así pues, los buceadores toman todo tipo de precauciones para vigilar esta plaga.
La mayor tranquilidad es haber visto peces planos, porque nunca están donde esas bestias malvadas; por eso los buceadores los llaman sagrados.

El comportamiento instintivo de estas aves (águilas) es el de hacer pedazos incluso las tortugas capturadas lanzándolas desde lo alto; tal vez una de ellas acabó con el poeta Esquilo cuando, creyéndose seguro a cielo abierto, se protegía de un derrumbamiento pronosticado para la fecha.

Pero más sabios fueron nuestros antepasados que las apreciaron por su exquisito hígado. En los ejemplares cebados alcanza gran tamaño e, incluso después de extraído, crece también en una mezcla de leche y miel. No sin motivo se discute quién fue el descubridor de un bien tan grande, Escipión Metelo, consular, o Marco Sejo, caballero romano, contemporáneo suyo. Pero, de lo que hay constancia es de que Mesalino Cota, hijo del orador Mesala, tuvo la idea de tostar las palmas de los pies de estas aves y aderezarlas en una fuente con crestas de gallo; sin duda con absoluta honestidad podría atribuir la palma culinaria a cualquiera de ellos.

Plinio