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domingo, 19 de enero de 2020

Clarisas


Historia Natural (2)

Pero en Italia también se cree que la mirada de los lobos es dañina y que arrebatan la voz momentáneamente al hombre al que ven ellos primero. África y Egipto los producen sin energía y pequeños; las zonas más frías, feroces y salvajes. Debemos decididamente considerar falso que los hombres se conviertan en lobos y recobren de nuevo su propia forma o, en caso contrario, creer en todas las fábulas que hemos descubierto como tales a lo largo de tantos siglos. Vamos a indicar de dónde procede que esa creencia se haya arraigado en el pueblo hasta el punto de que considere entre los insultos la palabra «hombre-lobo».
Según Evantes, autor griego no desdeñable, los Arcades cuentan que uno, elegido por sorteo de entre la familia de un tal Anto, es conducido a una laguna de su región y, después de dejar su ropa colgada en un roble, la atraviesa a nado y se aleja hacia lugares solitarios, se convierte en lobo y vive con los de su especie nueve años. Si durante este tiempo ha estado alejado del hombre, vuelve al mismo estanque y, cuando lo ha atravesado a nado, recobra su aspecto, nueve años más viejo; Fabius añade también que recupera su misma ropa. Es asombroso hasta dónde llega la credulidad griega. Ninguna mentira es tan desvergonzada que no cuente con un testigo. 

Es sabido que en el río Nilo beben agua a la carrera, para no dar oportunidad a la avidez de los cocodrilos. Durante el viaje a la India de Alejandro Magno, el rey de Albania le había regalado un perro de tamaño inusitado; Alejandro, complacido con su aspecto ordenó que soltaran osos, después jabalíes, y finalmente gacelas damas: aquél despectivamente seguía tumbado inmóvil. El general de noble espíritu, ofendido por esa pereza en un cuerpo tan grande, ordenó que se le matara. La noticia llegó al rey de Albania. Entonces, enviando un segundo perro, añadió la siguiente recomendación: que no pretendiera probarlo con animales pequeños sino con un león o un elefante, que él sólo había tenido dos perros semejantes y que si éste moría no le quedaría ninguno más. No se demoró Alejandro y vio al león destrozado inmediatamente. Después ordenó que se trajera un elefante, nunca se deleitó más con otro espectáculo. En efecto, erizándosele los pelos a lo largo de todo el cuerpo, el perro primero tronó con un enorme ladrido, después atacó de un salto, levantándose contra los miembros del elefante aquí y allá en una lucha inteligente, arremetiendo y esquivando por donde era más necesario, hasta que lo derribó, después de haberle hecho dar vueltas sin parar, y su caída hizo temblar la tierra.

A Alejandro le tocó en suerte un caballo de gran rareza. Bucéfalo le llamaron o por su aspecto feroz o por una marca en forma de una cabeza de toro en su lomo. Dicen que fue comprado por trece talentos procedente de la manada de Filónico de Farsalia; Alejandro, entonces todavía un niño, se había prendado de su belleza. El caballo, una vez engalanado con los arreos reales, no permitió que lo montara ningún otro más que Alejandro, mientras en otro tiempo se lo permitía a cualquiera. En los combates se cuenta de él cierta hazaña memorable: herido en el sitio de Tebas no toleró que Alejandro pasara a otro caballo; y ofreció muchos episodios similares, por lo que, cuando murió, el rey le rindió funerales y situó alrededor de su tumba una ciudad con su nombre.  Se cuenta que el caballo del dictador César tampoco permitía que ningún otro lo montara y que tenía las patas delanteras parecidas a las humanas, así lo representa una estatua colocada ante el templo de Venus Genetrix. 

Plinio