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martes, 21 de enero de 2020

China








Historia Natural (3)

Filisto cuenta que Dionisio había abandonado un caballo atrapado en el cieno, que, cuando se liberó, siguió los rastros de su dueño con un enjambre de abejas pegado a su crin, y que con esta señal Dionisio ocupó la tiranía.

De hecho en los caballos nace un filtro amoroso llamado hipomanes, en la frente, del tamaño de un higo, de color negro, que la madre devora inmediatamente después de haber parido o, en caso contrario, no admite al hijo a sus ubres. Si alguien adelantándose se lo arrebata, al alerto los caballos se ponen rabiosos. Si un potrillo pierde a su madre en una manada, el resto de las yeguas recién paridas educan al huérfano. Se dice que no pueden tocar la tierra con la boca en los tres días siguientes a su nacimiento. Cuanto más fogoso, más hunde sus narices al beber. Los escitas prefieren utilizar hembras para las guerras porque orinan sin dejar de correr.

Es sabido que en Lusitania, cerca de Olisipón y del río Tajo, las yeguas colocadas de cara al Favonio conciben con un soplo fecundante y que la cría se engendra y nace extraordinariamente rápida, pero no sobrepasa los tres años de vida. 

Los antiguos llamaban a los machos nacidos de caballo y burra hinnulos y, en cambio, mulos a los que engendraban burros y yeguas. Se ha observado que de dos especies distintas nacen hijos de una tercera especie y que no se parecen a ninguno de los padres, y que los que han nacido así no procrean en ninguna especie animal; por esta razón no paren las mulas. En nuestros Anales figura a menudo que han parido, pero se considera un prodigio. Teofrasto cuenta que las mulas paren corrientemente en Capadocia, pero que allí es un animal de una especie particular.

La domesticación de los bueyes se hace a los tres años, después es tarde, antes es pronto, Lo mejor es que el novillo sea entrenado junto con uno domesticado. En efecto, tenemos como compañero en el trabajo y la agricultura a este animal, que mereció tanto cuidado entre nuestros antepasados que, entre otros ejemplos, el pueblo romano condenó, después de acusarle, a un hombre que había matado un buey porque su insolente amante decía que él no había comido nunca tripas en el campo, y fue mandado al exilio, como si hubiera matado a su colono.

Plinio