Ensayos (56)
Prodúceme horror el imaginarme con un cuerpo privado de deseo, y paréceme que se asemeja esta locura a aquélla de aquel joven que ensució por amor la bella estatua de Venus que había hecho Praxíteles; o de aquel furioso egipcio que se apasionó por el cadáver de una muerta a la que estaba embalsamando y poniendo el sudario: el cual dio lugar a la ley que después se decretó en Egipto, de que los cuerpos de las mujeres jóvenes y bellas y de las de buena familia se conservaran tres días antes de ponerlas en manos de los encargados de ocuparse de su entierro. Actuó más monstruosamente Periandro, el cual, llevó tan lejos el deseo conyugal (más ordenado y legítimo) que gozó de Melisa, su mujer, una vez fallecida.
Juana, reina de Nápoles, hizo estrangular a Andreas, su primer marido, en la reja de su ventana con un lazo de oro y seda tejido con sus propias manos, por no haberle hallado en las tareas matrimoniales ni las partes ni las fuerzas conformes con la esperanza que le había hecho concebir por su estatura, su belleza, su juventud y su prestancia, las cuales habíanla atraído y engañado.
Mas, ¿no es acaso gran impudicia llevar nuestras imperfecciones y debilidades allí donde queremos gustar y dejar buena estima y buena fama de nosotros?
Debería haberse contentado la naturaleza con haber hecho miserable esta edad, sin hacerla también ridícula. Odio ver cómo se afana y se arma por un dedo de insignificante vigor que le entra tres veces por semana, con la misma avidez que si tuviera grande y legítimo combate en el vientre: no hace sino echar leña al fuego. Y asómbrame cómo su ardor tan vivo y bullicioso se congela y apaga totalmente en un momento. Este apetito debería pertenecer sólo a la flor de una hermosa juventud. Fiaos, ya veréis, y secundad este ardor infatigable, pleno, constante y magnífico que está dentro de vosotros, ¡os dejará plantado a mitad de camino! Atrevéos a enviarlo más bien hacia alguna tierna infancia asombrada e ignorante que tiemble aún ante la verga y se ruborice [Indum sanguineo veluti violaverit ostro si quis ebur vel mista rubent ubi illia multa Alba rosa. «Como un marfil indio coloreado de púrpura, o una azucena blanca enrojecida por las rosas que la rodean» (Virgilio, Eneida, XII. 67).].
Montaigne, Michel de