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domingo, 22 de diciembre de 2019

Biblioteca Universidad de Alicante



Ensayos (65)

«Hay que actuar de modo que nunca transgredamos las leyes de la naturaleza; pero una vez observadas, debemos seguir las propias» (Cicerón, De las obligaciones, I. 31).

No hay hombre tan justo que, si examina todos sus actos y pensamientos a la luz de las leyes, no haya de ser ahorcado diez veces en su vida, incluso aquél al que sería muy lamentable e injusto castigar y perder.

Salvo tú, oh hombre, decía aquel dios, cada cosa se estudia la primera a sí misma y se limita, según su necesidad, a sus trabajos y a sus deseos. No hay ni una sola tan vacía y menesterosa como tú que abarcas el universo; eres el escrutador sin conocimiento, el magistrado sin jurisdicción, y, después de todo, el bufón de la farsa.

«Quien es amigo de sí mismo es, sabedlo, amigo de todo el mundo.» (Séneca, Epístolas, 6).

La pobreza de bienes es fácil de curar; la pobreza de alma, imposible.

Viendo transportar con gran pompa por su ciudad gran cantidad de riquezas, joyas y objetos de valor, dijo Sócrates: Cuántas cosas hay que no deseo. Vivía Metrodoro del peso de doce onzas al día. Epicuro con menos. Metrocles dormía en invierno con las ovejas y en verano en los claustros de las iglesias. «Sufficit ad id natura, quod poscit». Cleanto vivía con el trabajo de sus manos y jactábase de que Cleanto, si quisiera, alimentaría también a otro Cleanto.
Si es demasiado poco aquello que nos pide la naturaleza estricta y originalmente para la conservación de nuestro ser (y en verdad que cuán poco es y a cuán bajo precio puede mantenerse nuestra vida, no hay nada que lo demuestre mejor que esta consideración, que es tan poco que escapa a las manos y a los golpes de la fortuna por su pequeñez), permitámonos algo más: consideremos también natural el hábito y la condición de cada uno de nosotros; limitémonos, tratémonos según esta medida, extendamos nuestras pertenencias y nuestras cuentas hasta ahí. Pues hasta ahí paréceme que tenemos alguna excusa. La costumbre es una segunda naturaleza y no menos poderosa. Lo que le falta a mi costumbre, sostengo que me falta. E importaríame casi tanto que me quitaran la vida, como que me la disminuyeran y alejaran mucho del estado en el que la he vivido tan largo tiempo.

Y así antaño burlóse alguien de Diógenes por abrazar, en pleno invierno y todo desnudo, una estatua de nieve para poner a prueba su paciencia. Al encontrarlo uno en esa tesitura, díjole: ¿Tienes mucho frío ahora? -En absoluto, dijo Diógenes. -Pues, continuó el otro, ¿qué cosa difícil y ejemplar crees hacer manteniéndote ahí? Para medir la constancia es menester conocer el sufrimiento. Mas empleen todo su arte para guardarse de hilvanar las causas y desvíense de sus caminos las almas que hayan de ver los accidentes contrarios y las injurias de la fortuna en toda su profundidad y dureza, aquéllas que hayan de pesarlas y gustarlas según su acritud natural y su carga. ¿Qué hizo el rey Cotis? Pagó generosamente la hermosa y rica vajilla que le habían ofrecido; mas como era singularmente frágil, rompióla de inmediato él mismo, para librarse en seguida de motivo tan proclive al enojo contra sus servidores. De igual modo, quise evitar el tener mis asuntos mezclados e intenté que mis bienes no estuvieran contiguos a los de mis parientes y aquéllos a los que me une una estrecha amistad, pues de ello nacen de ordinario motivos de odio y disensión. Antaño gustaba de los juegos de azar de las cartas y los dados; abandonélos hace ya tiempo, por esto solo, porque por muy buena cara que pusiera al perder, no dejaba de tener por dentro cierta comezón. Evite el hombre de honor, que ha de sentir un mentís y una ofensa en lo más hondo de su corazón y que no es capaz de aceptar una necedad como pago y consuelo a su pérdida, el avance de los asuntos dudosos y de las discusiones contenciosas. Huyo de los naturales tristes y de los hombres huraños como de los apestados, y no me meto si a ello no me obliga el deber, en los temas que no puedo tratar sin interés ni emoción. «Melius non incipient, quam desinent» «Más vale no empezar que detenerse.» (Séneca, Epístolas, 72). Lo más seguro es pues, prepararse antes de las ocasiones.

Montaigne, Michel de