Ensayos (57)
Mas ya comprendo que es un bien asaz difícil de recuperar; por debilidad y larga experiencia se ha hecho nuestro gusto más tierno y exquisito; pedimos más cuando menos ofrecemos; queremos elegir más cuando menos merecemos ser aceptados; sabiéndonos así, somos menos osados y más desconfiados; nada puede asegurarnos de ser amados, conociendo nuestra condición y la suya. Avergüenzome de estar entre esta verde y ardorosa juventud, [Cujus in indomito constantior inguine nervus, quam nova collibus arbor inhaeret. «Cuyo vigor indómito se alza más firme que el árbol joven plantado recto en la colina,» (Horacio, Épodos, XIII. 26).]
Mas ya comprendo que es un bien asaz difícil de recuperar; por debilidad y larga experiencia se ha hecho nuestro gusto más tierno y exquisito; pedimos más cuando menos ofrecemos; queremos elegir más cuando menos merecemos ser aceptados; sabiéndonos así, somos menos osados y más desconfiados; nada puede asegurarnos de ser amados, conociendo nuestra condición y la suya. Avergüenzome de estar entre esta verde y ardorosa juventud, [Cujus in indomito constantior inguine nervus, quam nova collibus arbor inhaeret. «Cuyo vigor indómito se alza más firme que el árbol joven plantado recto en la colina,» (Horacio, Épodos, XIII. 26).]
¿A qué ir a mostrar nuestra miseria a esa alegría? [Possint ut juvenes visere fervidi, multo non sine risu, dilapsam in cineres facem? «Para que la fogosa juventud vea, no sin reír mucho, nuestra antorcha que cae en cenizas.» (Horacio, Odas, IV. XIII. 26).]
Tienen de su lado la fuerza y la razón; dejémosles sitio, no tenemos ya que conservar.
Y ese germen de naciente belleza no se deja manejar por manos tan torpes ni tratar con medios puramente materiales. Pues, como respondió aquel filósofo antiguo a aquél que se burlaba de él por no haberse sabido ganar a un jovenzuelo al que perseguía: Amigo mío, no agarra el anzuelo en queso tan fresco.
Y es un trato que necesita de entendimiento y correspondencia; los otros placeres que recibimos pueden agradecerse con recompensas de distinta naturaleza; mas éste sólo se paga con moneda de la misma especie. En verdad que el placer que con esta ocupación produzco acaricia más dulcemente mi imaginación que el que siento, y no es nada generoso aquél que puede recibir placer sin dar ninguno: tiene un alma vil aquél que quiere deberlo todo y se complace alimentándose de las conversaciones con las personas que de él se encargan. No hay belleza, ni gracia, ni intimidad tan exquisita como para que un hombre de bien pueda desearla a ese precio. Si sólo pueden favorecernos por piedad, prefiero ciertamente no vivir a vivir de limosnas. Desearía tener derecho a pedírselo de la manera en que vi hacerlo en Italia: «Fate ben por voi» («Hacedme bien por vosotros»); o de la guisa en que Ciro exhortaba a sus soldados: Quien se ame sígame.
Aliaros, me dirán, con aquéllas de vuestra condición, pues la comunidad de su fortuna con la vuestra os las hará más fáciles. ¡Oh necia e insulsa componenda!
Nolo barbam venere mortuo leoni. «No quiero arrancarle la barba a un león muerto.» (Marcial, X. XC.10).
Alega Jenofonte como objeción y acusación contra Menón, que en su amor empleó a sujetos que ya no estaban en la flor de la vida. Hallo mayor voluptuosidad viendo simplemente la justa y dulce unión de dos jóvenes bellezas o imaginándolo simplemente con la fantasía, que haciendo yo mismo de segundo en una unión triste e informe. Dejo ese fantasioso apetito al emperador Galba, que sólo se dedicaba a las carnes duras y viejas.
Montaigne, Michel de