Ensayos (66)
A quien no va tras el favor de los príncipes como tras cosa de la que no podría prescindir, no se duele mucho de la frialdad de su acogida o de su rostro, ni de la inconstancia de su voluntad. Quien no incuba a sus hijos ni sus honores con esclava dedicación, no deja de vivir bien tras haberlos perdido. Quien actúa bien principalmente por su propia satisfacción, apenas si se altera al ver a los hombres juzgar sus actos contra su mérito. Un cuarto de onza de paciencia basta para tales males. Me va bien con esta receta, librándome en los comienzos al precio más bajo posible, y siento que he escapado, gracias a ella, de mucho trabajo y muchas dificultades. Con muy poco esfuerzo detengo este primer movimiento de mis emociones y abandono el objeto que empieza a pesarme antes de que me arrastre. Quien no detiene la partida no intente detener la carrera. Quien no sabe cerrarles la puerta no las expulsará una vez dentro. Quien no puede terminar con el comienzo no terminará con el final. Ni impedirá la caída quien no pudo impedir la agitación. «Etenim ipsae se impellunt, ubi semel a ratione discessum est: ipsaque sibi imbecillitas indulget, in altúmque provehitur imprudens, nes reperit locum consistendi» «Si nos separamos de la razón, las pasiones avanzan por sí mismas; la debilidad se complace en sí, e insensiblemente nos adentramos en alta mar, donde ya no hay lugar para soltar el ancla.» (Cicerón, Tusculanas, IV.28). Percátome a tiempo de los vientecillos que me acarician y hormiguean por dentro, presagiando tormenta: «animus, multo antequam opprimatur, quatitur» «El alma es quebrantada mucho antes de ser vencida» (Anónimo).
A quien no va tras el favor de los príncipes como tras cosa de la que no podría prescindir, no se duele mucho de la frialdad de su acogida o de su rostro, ni de la inconstancia de su voluntad. Quien no incuba a sus hijos ni sus honores con esclava dedicación, no deja de vivir bien tras haberlos perdido. Quien actúa bien principalmente por su propia satisfacción, apenas si se altera al ver a los hombres juzgar sus actos contra su mérito. Un cuarto de onza de paciencia basta para tales males. Me va bien con esta receta, librándome en los comienzos al precio más bajo posible, y siento que he escapado, gracias a ella, de mucho trabajo y muchas dificultades. Con muy poco esfuerzo detengo este primer movimiento de mis emociones y abandono el objeto que empieza a pesarme antes de que me arrastre. Quien no detiene la partida no intente detener la carrera. Quien no sabe cerrarles la puerta no las expulsará una vez dentro. Quien no puede terminar con el comienzo no terminará con el final. Ni impedirá la caída quien no pudo impedir la agitación. «Etenim ipsae se impellunt, ubi semel a ratione discessum est: ipsaque sibi imbecillitas indulget, in altúmque provehitur imprudens, nes reperit locum consistendi» «Si nos separamos de la razón, las pasiones avanzan por sí mismas; la debilidad se complace en sí, e insensiblemente nos adentramos en alta mar, donde ya no hay lugar para soltar el ancla.» (Cicerón, Tusculanas, IV.28). Percátome a tiempo de los vientecillos que me acarician y hormiguean por dentro, presagiando tormenta: «animus, multo antequam opprimatur, quatitur» «El alma es quebrantada mucho antes de ser vencida» (Anónimo).
Nuestras mayores agitaciones tienen resortes y causas ridículas. Cuánta ruina hubo de padecer nuestro último duque de Borgoña por la querella sobre una carreta de pieles de oveja. ¿Y no fue la impresión de un sello el motivo primero y principal del más tremendo derrumbamiento que esta máquina haya sufrido jamás? Pues Pompeyo y César no son sino los retoños y la consecuencia de los otros dos. Y he visto en mi época a las cabezas más sabias del reino reunidas con gran ceremonia y público dispendio, para tratados y acuerdos cuya verdadera decisión dependía sin embargo con toda soberanía de las conversaciones de gabinete de las damas y de la inclinación de alguna mujerzuela. Bien entendieron esto los poetas que enfrentaron a sangre y fuego a Grecia y Asia por una manzana. Mirad por qué aquél va a arriesgar su honor y su vida, con su espada y su puñal; que os diga cuál es el origen de tal disputa, no podrá hacerlo sin enrojecer, de tan frívolo como es el motivo.
¡Cuánto más fácil es no entrar que salir!
El abstenerse de actuar es a menudo tan generoso como el actuar, mas es menos brillante.
«Lo falso está tan próximo de lo verdadero, que el sabio no se debe arriesgar en un lugar tan lleno de precipicios.» (Cicerón, Académicas, II. 21).
En general, no hay nada por lo que los hombres se esfuercen más que por abrir camino a sus opiniones. Cuando vienen a faltamos los medios ordinarios, añadimos la autoridad, la fuerza, el hierro y el fuego. Gran desgracia es haber llegado a una situación en la que la mejor prueba de la verdad sea la multitud de creyentes, con un gentío en el que los locos superan tanto en número a los cuerdos. «Quasi veró quidquam sit tam valde, quam nil sapere vulgare» (Como si la falta de juicio no fuera lo más común (Cicerón, De la adivinación, II. 39)). «Sanitatis patrocinium est, insanientum turba» (¡Qué apoyo para la sabiduría, una multitud de locos! San Agustín, Ciudad de Dios, VI. 10)). Es cosa difícil el afirmar el juicio contra las ideas comunes. La primera convicción, tomada del propio tema, se apodera de los simples; de ahí, extiéndese a los listos so pretexto de la autoridad del número y la antigüedad de los testimonios. Por lo que a mí respecta, en lo que no creyese a uno, no creería a ciento uno, y no juzgo las ideas por los años.
Montaigne, Michel de