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viernes, 6 de diciembre de 2019

Festa Major del barri de La Gavarra-Lindavista - 2019


Ensayos (58)

Dice Epicuro que el sabio no puede pasar jamás a un estado contrario. Tengo yo cierta idea de la otra cara de esta sentencia, que, quien haya estado loco del todo una vez, no volverá a estar otra vez del todo cuerdo.

«Normalmente, cuanto menos miedo se tiene, menos peligro se corre.» (Tito Livio, XXII. 5).

Marco Antonio fue el primero que se hizo conducir a Roma por unos leones enganchados a un carro, llevando con él a una mujer música. Heliogábalo hizo después otro tanto, diciéndose Cibeles, madre de los dioses, y también por tigres, imitando al dios Baco; también alguna vez enganchó a dos ciervos a su coche, y otra vez a cuatro perros, e incluso a cuatro mujeres desnudas haciendo que lo llevaran con gran pompa y todo desnudo. El emperador Firmo hizo arrastrar su coche por unas avestruces de enorme tamaño de forma que parecía volar más que rodar. La rareza de estas ocurrencias me trae a la memoria esta otra idea: que es una especie de pusilanimidad en los monarcas y una prueba de no sentir bastante lo que son, el esforzarse por hacerse valer y mostrarse con gastos excesivos. Sería perdonable en país extranjero; mas entre sus vasallos, donde todo lo puede, obtiene de su dignidad el más alto grado de honor que pueda alcanzar. Así como me parece superfluo que un gentilhombre se vista cuidadosamente en privado; su casa, sus criados, su cocina, responden bastante por él.

Y por esto el emperador Galba, habiéndose prendado de un músico durante la cena, hizo que le llevaran su bolsa y púsole en la mano un puñado de escudos que sacó, con estas palabras: No es de lo público sino de lo mío. Mas suele ocurrir que el pueblo tiene razón y que alimentan sus ojos con aquello con lo que se habría de alimentar su estómago. Ni siquiera la liberalidad es apropiada para manos soberanas; los particulares tienen más derecho a ella; pues, considerándolo bien, un rey no tiene  nada propiamente suyo; débese él mismo a los demás.
No se da la jurisdicción en favor del que la reparte sino del que la recibe. Jamás se nombra a un superior para su provecho sino para el provecho del inferior, ya un médico para el enfermo, no para sí. Toda institución, como todo arte, tiene su fin fuera de ella: «nulla ars in se versartur» («Ningún arte está encerrado en sí mismo.» (Cicerón, De los fines, V.6).)

Si se quiere obtener fruto es menester sembrar con la mano. 

«Cuanto más se ha practicado, menos capaz se es de practicarla; ¿qué hay más estúpido que volverse incapaz de hacer durante más tiempo lo que a uno le gusta hacer?» (Cicerón, De las obligaciones, II. 15).

Montaigne, Michel de