Ensayos (55)
Gran cosa es ver arrancar de la oscuridad de la duda nuestras desventuras privadas, para pregonarlas en trágicos escenarios; y desventuras que sólo duelen con el relato. Pues dícese que una mujer y un matrimonio son buenos, no cuando lo son, sino cuando no se habla de ellos. Ha de ser uno ingenioso para evitar ese inútil y molesto conocimiento, y los romanos tenían la costumbre, cuando volvían de algún viaje, de enviar por delante a alguien que informase a sus mujeres de su llegada, para no sorprenderlas. Y por ello ha inventado alguna nación que el sacerdote abra el paso a la esposa el día de la boda, para quitarle al marido la duda y la curiosidad de buscar en ese primer intento si llega a él virgen o herida por otro amor.
A mi entender, sabía de ello aquél que dijo que un buen matrimonio era el que se componía de una mujer ciega y de un marido sordo.
Miremos también si no producirá dos efectos contrarios a nuestro bien esta grande, violenta y dura obligación que les imponemos: a saber, que aguijonee a los perseguidores y haga más propensas a rendirse a las mujeres; pues, en cuanto al primer punto, al subir el valor de la plaza, subimos el premio y el deseo de conquistarla. ¿No habrá sido la propia Venus quien ha elevado así, astutamente, el precio de su mercancía, mediante las artimañas de las leyes, sabiendo cuán soso sería el placer si no lo hiciera valer gracias a la fantasía y a su carestía? Al fin y al cabo, todo es carne de cerdo con distintas salsas, como decía el invitado de Flaminio. Cupido es un dios felón; hace su juego luchando contra la devoción y la justicia; su gloria es que su poder choque contra todo otro poder y que todas las reglas cedan ante las suyas.
Dicen que Zenón sólo tuvo relación con una mujer una vez en su vida; y que fue por cortesía, porque no pareciera que desdeñaba demasiado obstinadamente el sexo. Todos huyen de verlo nacer, todos le siguen para verlo morir. Para destruirlo, se busca un campo espacioso, a plena luz; para construirlo, se mete uno en un agujero tenebroso y estrecho. Es un deber esconderse y avergonzarse para hacerlo; y es glorioso y produce muchas virtudes, saber deshacerlo. Lo uno es injuria, lo otro es gracia; pues dice Aristóteles que beneficiar a alguien es matarlo, según dicho de su país.
Hay naciones que se ocultan para comer. Sé de una dama, y de las más grandes, que es de esta misma opinión, que es actitud desagradable la de masticar, que rebaja mucho su gracia y su belleza; y no gusta de presentarse en público con apetito. Y sé de un hombre que no puede sufrir ver comer ni que le vean, y rehúye toda asistencia más cuando se llena que cuando se vacía.
En el imperio turco, hay gran número de hombres que, para despuntar sobre los otros, jamás se dejan ver al hacer sus comidas; que sólo hacen una a la semana; que se cortan y despedazan el rostro y los miembros; que jamás hablan con nadie; todos ellos gentes fanáticas que creen honrar su naturaleza desnaturalizándose, que se precian despreciándose y se enmiendan empeorando.
¡Cuán monstruoso es este animal que se produce horror a sí mismo, a quien pesan sus propios placeres; que se juzga malhadado!
Y el joven griego Trasónides enamoróse tanto de su amor que, habiendo conseguido el corazón de la amada, negóse a gozar de ella, para no calmar, hartar o disminuir mediante el goce aquel inquieto ardor del que se gloriaba y alimentaba.
La carestía da sabor a las viandas.
Montaigne, Michel de