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domingo, 8 de diciembre de 2019

Lietuvos Mokslų Akademijos Vrublevskių Biblioteka



Ensayos (59)

Quien sólo piensa en lo que va a conseguir, no piensa en lo que ya ha conseguido. Nada tan propio de la codicia como la ingratitud. El ejemplo de Ciro no vendrá mal aquí para servir de piedra de toque a los reyes de esta época al reconocer si han sido sus dones bien o mal empleados, y para hacerles ver cuánto más felizmente que ellos los concedía aquel emperador. Por lo que se ven reducidos a tomar prestado de los súbditos desconocidos y más bien de aquéllos a los que han perjudicado que de aquellos a los que han favorecido; y reciben de ellos ayudas que no tienen de gratuito más que el nombre. Reprochábale Creso su largueza y calculaba a cuánto se elevaría su tesoro si hubiera tenido las manos más restrictivas. Sintió deseos de justificar su liberalidad; y mandando misivas por todas partes a los grandes de su estado a los que había favorecido particularmente, rogó a cada uno le socorriera con cuanto dinero pudiera para una necesidad suya, y se lo enviara por escrito. Cuando todas aquellas notas le fueron entregadas, al estimar cada uno de sus amigos que no hacía bastante ofreciéndole sólo lo mismo que había recibido de su munificencia, añadiendo mucho de lo suyo propio, resultó que aquella suma era harto más elevada que la del ahorro calculado por Creso. Por lo cual, díjole Ciro: No amo las riquezas menos que los otros príncipes, antes bien, soy más ahorrativo. Ved con cuán poco gasto he adquirido el inestimable tesoro de tantos amigos; y cuánto más fieles tesoreros me son de lo que lo serían unos hombres mercenarios sin agradecimiento ni afecto, y cuánto mejor guardada está mi fortuna de lo que estaría en unos cofres, atrayéndome el odio, la envidia y el desprecio de los demás príncipes.

[«Pecuniarum translatio a justis dominis ad alienos non debet liberalis videri».  «Transferir fortunas de sus justos detentores a otros no debe considerarse una ligereza.» (Cicerón, De las obligaciones. I. 14).] Filipo, cuando su hijo intentaba ganarse la voluntad de los macedonios con presentes, reprendiólo en una carta de esta manera: ¿Cómo? ¿Quieres que tus súbditos te tengan por su tesorero y no por su rey? ¿Quieres atraértelos? Atráetelos con los regalos de tu virtud, no con los regalos de tu cofre.

«Hubo héroes antes de Agamenón, pero no les lloramos porque la larga noche les oculta.» (Horacio, Odas, IV. IX. 25).

«Antes de la guerra troyana y del aniquilamiento de Troya, otros muchos poetas habían cantado otras hazañas.» (Lucrecio, V. 326).

Aun cuando todo cuanto ha llegado hasta nosotros en relación con el pasado fuera verdad y sabido por alguien, sería menos que nada comparado con lo ignorado. E incluso, ¡cuán insignificante y disminuido es el conocimiento que tienen los más curiosos de la imagen del mundo que transcurre mientras en él estamos! No sólo de los acontecimientos particulares que la fortuna vuelve a menudo ejemplares y trascendentes, sino del estado de las grandes civilizaciones y naciones, se nos escapa cien veces más de lo que llega a nuestro conocimiento. Nos admiramos del prodigioso invento de nuestra artillería, de nuestra imprenta; otros hombres, al otro lado del mundo, en la China, disfrutaban de él mil años antes. Si viéramos del mundo tanto como no vemos, es de creer que observaríamos una perpetua multiplicación y vicisitud de formas. Nada único o raro hay si consideramos la naturaleza; sí por el contrario, si consideramos nuestro conocimiento, el cual es un miserable fundamento de nuestras reglas y el cual suele mostrarnos una muy falsa imagen de las cosas. Así como hogaño concluimos vanamente la pendiente y decrepitud del mundo por los argumentos que sacamos de nuestra propia debilidad y decadencia.

Montaigne, Michel de