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lunes, 30 de diciembre de 2019

Πολιτεία - Bajo la lluvia


Ensayos (69)

Pusieron en venta a Esopo con otros dos esclavos. El comprador preguntó al primero lo que sabía hacer; éste, para hacerse valer, respondió maravillas sin cuento, que sabía esto y lo otro; el segundo respondió sobre sí mismo otro tanto o más; cuando le tocó a Esopo y le hubieron preguntado también lo que sabía hacer, dijo: Nada, pues se han quedado éstos con todo: saben todo. Así aconteció con la escuela de filosofía: el orgullo de aquéllos que atribuían a la mente humana capacidad para todo, provocó en otros, por despecho y emulación, la idea de que no es capaz de nada. Los unos adoptan para la ignorancia la misma extremidad que los otros para la ciencia. Para que no se pueda negar que el hombre es siempre inmoderado y que no se detiene más que por la necesidad e impotencia de ir más allá.

Toda medalla tiene su reverso. (Proverbio italiano)

«Observar la justa medida, mantenerse en los límites, seguir la naturaleza.» (Lucano, Farsalia, II. 381).

¿Qué ha sido de este antiguo precepto. que los soldados han de temer más a su jefe que al enemigo? ¿Y de este maravilloso ejemplo, que habiendo quedado encerrado un manzano en el recinto del campamento del ejército romano, trasladóse éste al día siguiente dejándole al propietario la totalidad de sus manzanas, maduras y deliciosas? Mucho me complacería que nuestra juventud, en lugar del tiempo que emplea en peregrinaciones menos útiles y en aprendizajes menos honrosos, empleara la mitad en ver la guerra en el mar, a las órdenes de cierto buen capitán comendador de Rodas, y la otra mitad en conocer la disciplina de los ejércitos turcos, pues tiene muchas diferencias y ventajas sobre la nuestra. Ocurre esto, que nuestros soldados se vuelven más licenciosos en las expediciones, y los suyos, más contenidos y temerosos; pues las ofensas y los robos al pueblo llano, que en la paz se castigan con una paliza, son capitales en la guerra; por un huevo cogido sin pagar, son cincuenta palos, asignados desde antes; por cualquier otra cosa, por liviana que sea, que no se pueda comer, los empalan o decapitan sin más tardar. Asombréme con la historia de Selim, el conquistador más cruel que jamás existiera, de ver, cuando subyugó Egipto, cómo los admirables jardines que hay alrededor de la ciudad de Damasco, muy abundantes y delicados, quedaron vírgenes de las manos de sus soldados, estando abiertos y no cerrados como ahora.

La clase más extrema de injusticia, según Platón, es que aquello que es injusto sea considerado justo.

Para el gibelino era güelfo y para  el güelfo, gibelino.

«Nada más falaz que la superstición que cubre sus crímenes con el interés de los dioses.» (Tito Livio, XXXIX. 16).

Suelo contribuir a las presunciones injuriosas que la fortuna siembra contra mí por la manera de ser que tengo de evitar siempre el justificarme, disculparme o explicarme, por considerar que ello es poner a mi conciencia en el compromiso de abogar por ella. «Perspicuitas enim argumentatione elevatur» («Pues la discusión debilita la evidencia.» (Cicerón, De la naturaleza de los dioses, III. 4).). Y, como si cada cual viera en mí tan claro como yo, en lugar de echar abajo la acusación, adéntrome en ella confirmándola más bien con una confesión irónica y burlona, si no me callo sencillamente, en tanto que cosa indigna de respuesta. Más aquéllos que lo toman por confianza demasiado altiva apenas si me quieren mejor que aquéllos que lo toman por debilidad en una causa indefendible, en particular los grandes, para los cuales la falta de sumisión es la falta más extrema, y son duros en toda justicia que se sepa y se sienta no prosternada, ni humilde, ni suplicante. Topéme a menudo con este pilar. En todo caso, con lo que me acaeció entonces, habríase colgado un ambicioso; y otro tanto habría hecho un avaricioso.

Al fin, dime cuenta de que lo más seguro era confiarme a mí mismo y a mi necesidad, y, si me acaecía el que la fortuna me mirase con frialdad, encomendarme tanto más a mí mismo, ligarme y mirarme más de cerca. Para todo buscan los hombres apoyos ajenos para ahorrarse los propios, únicos ciertos y poderosos si sabe armarse con ellos. Todos corren a otro lugar y al futuro, pues nadie ha llegado a sí. Y persuadíme de que eran males útiles.

Montaigne, Michel de