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sábado, 28 de diciembre de 2019

Éfeso


Ensayos (68)

¿Cuanto mas natural y mas verosímil no me parece que dos hombres mientan, que que un hombre pase en doce horas, como los vientos, de oriente a occidente? ¿Cuánto más natural que la volubilidad de nuestra mente trastornada nos saque de quicio el entendimiento, que que uno de nosotros eche a volar en una escoba por el tiro de la chimenea, en carne y hueso, por la intercesión de un espíritu extraño? No busquemos ilusiones de fuera y desconocidas, nosotros que nos vemos agitados permanentemente por ilusiones propias y caseras. Paréceme perdonable el no creer un prodigio, al menos cuando se pueda dar la vuelta y demostrado por vía no prodigiosa. Y comparto la opinión de san Agustín, que más vale inclinarse por la duda que por la seguridad en cosas difíciles de probar y peligrosas de creer.
Hace algunos años pasé por las tierras de un príncipe soberano, el cual, en mi propio bien y para acabar con mi incredulidad, hízome la merced de mostrarme en su presencia, en lugar privado, a diez o doce prisioneros de esta naturaleza, y, entre otros, a una vieja harto bruja en verdad por su fealdad y deformidad, muy famosa desde hada largo tiempo en esta profesión. Vi pruebas y libres confesiones y no sé qué marca insensible  (la del diablo) en aquella mísera vieja; y pregunté y hablé a mis anchas prestando la más sana atención que pude; y no soy hombre que se deje atar el entendimiento con prejuicios. Al fin y en conciencia, habríales ordenado más bien eléboro que cicuta: «Captisque res magos mentibus, quám consceleratis similis visa» («El asunto me pareció resultar más de la locura que del crimen.» (Tito Livio, VIII. 18).). Tiene la justicia sus propios correctivos para tales enfermedades.

Cuentan varios casos y Prestancio el de su padre, que, presa del sopor y dormido harto más profundamente que con un sueño perfecto, soñó ser mula y servir de bestia de carga a ugos soldados. Y era lo que soñaba. Si sueñan los brujos así de materialmente, si pueden los sueños tomar cuerpo a veces, entonces no creo que nuestra voluntad haya de rendir cuentas a la justicia.

No hablaría con tanta osadía si me correspondiera el ser creído; y así respondí a un grande que se quejaba de la dureza y agresividad de mis exhortaciones: Sintiéndoos fuerte y preparado por un lado, os propongo el otro con todo el interés que puedo, para aclarar vuestro juicio, no para obligarlo; Dios tiene vuestros corazones y os ayudará a elegir. 

Venga a cuento o no, da igual, dícese en Italia como proverbio común que no conoce la perfecta dulzura de Venus aquél que no se ha acostado con una coja. El azar o algún incidente particular ha puesto desde hace mucho este dicho en boca del pueblo, y se dice tanto de los hombres como de las mujeres. Pues la reina de las amazonas respondió al escita que la invitaba al amor: «arista jolos oifei»; un cojo lo hace mejor. En aquella república femenina, para evitar la dominación de los varones, rompíanles desde la infancia, brazos, piernas y otros miembros que les daban ventaja sobre ellas y servíanse de ellos sólo para lo que nosotros nos servimos de ellas ahora. Habría pensado que el movimiento descompuesto de una coja podría aportar algún nuevo placer al ayuntamiento y cierta punta de dulzura a aquéllos que lo prueban, mas acabo de enterarme que incluso la filosofía antigua opinó sobre ello; dice que al no recibir las piernas ni los muslos de las cojas, a causa de su imperfección, el alimento que les es debido, ocurre que las partes genitales, que están encima, están más llenas, más nutridas y vigorosas, o bien que, al impedir este defecto el ejercicio, aquéllos que se ven afectados por él, disipan menos sus fuerzas y llegan más enteros a los juegos de Venus. Razón por la cual también los griegos acusaban a las tejedoras de ser más ardorosas que las demás mujeres: a causa del oficio sedentario que practican, sin gran ejercicio del cuerpo. ¿De qué no podremos razonar de este modo? De éstas podrías e decir también que el traquetreo que les da su trabajo al estar así sentadas, las despierta y solicita, como les ocurre a las damas con el bamboleo y temblor de los coches.

Nada hay tan moldeable y errante como nuestro entendimiento: es el zapato de Teramene, bueno para cualquier pie. Y es doble y cambiante como las materias son dobles y cambiantes. Dame un dracma de plata, decía un filósofo cínico a Antígono. -No es presente de rey, respondió éste. -Dame pues un talento. -No es presente para un cínico.

Montaigne, Michel de