Ensayos (54)
Alguien decía a Platón: -Todo el mundo habla mal de vos. -Dejadlos, dijo, viviré de tal guisa que les haré cambiar de opinión. Además del temor de Dios y del premio de gloria tan rara que debe incitarlas a conservarse, la corrupción de este siglo las fuerza a ello; y, si yo estuviera en su lugar, no hay nada que no hiciese antes que poner mi reputación en manos tan peligrosas. En mis tiempos, el placer de contar (placer que nada tiene que envidiar al propio de actuar en cuanto a dulzura), sólo les estaba permitido a aquéllos que tenían algún amigo fiel y único; ahora, las conversaciones ordinarias de las reuniones y de las mesas consisten en jactarse de los favores recibidos y de la liberalidad secreta de las damas. En verdad que es demasiada abyección y bajeza de corazón el dejar perseguir así ferozmente, manosear y hurgar en esas tiernas gracias a personas ingratas, indiscretas y tan livianas.
Alguien decía a Platón: -Todo el mundo habla mal de vos. -Dejadlos, dijo, viviré de tal guisa que les haré cambiar de opinión. Además del temor de Dios y del premio de gloria tan rara que debe incitarlas a conservarse, la corrupción de este siglo las fuerza a ello; y, si yo estuviera en su lugar, no hay nada que no hiciese antes que poner mi reputación en manos tan peligrosas. En mis tiempos, el placer de contar (placer que nada tiene que envidiar al propio de actuar en cuanto a dulzura), sólo les estaba permitido a aquéllos que tenían algún amigo fiel y único; ahora, las conversaciones ordinarias de las reuniones y de las mesas consisten en jactarse de los favores recibidos y de la liberalidad secreta de las damas. En verdad que es demasiada abyección y bajeza de corazón el dejar perseguir así ferozmente, manosear y hurgar en esas tiernas gracias a personas ingratas, indiscretas y tan livianas.
¡Oh, furiosa ventaja la de la oportunidad! A quien me preguntara qué es lo primero en el amor, responderíale que es saber esperar; lo segundo, lo mismo, e incluso lo tercero: es un punto que todo lo puede. Tuve a menudo poca fortuna, mas también a veces poca iniciativa; ¡guarde Dios de todo mal al que aún puede reírse! En este siglo se peca más de temeridad, cosa que nuestros jóvenes disculpan so pretexto de ardor: mas, si ellas miran de cerca, verán que proviene más bien del desprecio. Temía yo supersticiosamente ofender y quiero respetar aquello que amo. Aparte de que quien prive a esta mercancía de la reverencia apagará su brillo. Pláceme que uno se haga e! niño, el temeroso y el servidor. Si no es del todo en esto, tengo por otra parte algunos aires de esa tonta vergüenza de la que habla Plutarco, la cual ha herido y manchado e! curso de mi vida de distintas formas; cualidad que se aviene mal a mi modo de ser general; ¿qué somos sino sedición y discordancia? Soy débil tanto para mantener una negativa como para negar algo; y tanto me pesa pesar a los demás que en las ocasiones en las que el deber me obliga a probar la voluntad de otro en alguna cosa dudosa y que le cuesta, hágolo pobremente y a contrapelo. y si es para mí particularmente (aunque diga Homero con verdad que para un indigente es la vergüenza necia virtud) encárgoselo de ordinario a un tercero que se ruborice en mi lugar. y rechazo a aquéllos que me cargan con igual dificultad, de manera que a veces me ha ocurrido el tener la voluntad de negar sin tener la fuerza para ello.
Al igual que por cortesía, aquel Galba que había dado de cenar a Mecenas, viendo que su mujer y él comenzaban a conspirar mediante miradas y señales, arrellanóse en su cojín imitando a un hombre vencido por el sueño, para dar el espaldarazo a su entendimiento. Y confesólo de bastante buen grado; pues, en aquella tesitura, habiendo tenido un criado la osadía de poner sus manos en los vasos que estaban en la mesa, gritóle: ¿No ves, bribón, que sólo duermo para Mecenas?
En las Indias orientales, donde tenían la castidad en singular estima, la costumbre permitía sin embargo que una mujer casada pudiera entregarse a quien le ofreciese un elefante; y ello con cierta gloria, por haber sido estimada a tan alto precio.
El filósofo Fedón, hombre de gran familia, tras la toma de su país, Elida, dedicóse a prostituir la belleza de su juventud mientras ésta duró, con quien la quisiera a cambio de dinero, para vivir de ello. Y en Grecia, Salón fue el primero, según dicen, que, con sus leyes, dio libertad a las mujeres para proveer a la necesidad de su vida a costa de su pudicia, costumbre que Herodoto dice haber sido aceptada anteriormente en varias sociedades.
«¡Ponla bajo llave! Pero, ¿quién vigilará a los guardias? Tu mujer es astuta y es por ellos por quienes empezará.» (Juvenal, VI. 247).
Montaigne, Michel de