Blogs que sigo

martes, 12 de noviembre de 2019

Generalitat de Catalunya



Ensayos (46)

El orador Celio era extraordinariamente colérico por naturaleza. A uno que cenaba con él, hombre de suave y dulce trato, que para no excitarlo tomaba el partido de aprobar todo cuanto decía y de asentir a ello, él, sin poder soportar que su furia transcurriese así sin alimentarse, díjole: ¡Niégame algo, por los dioses! Para que seamos dos. Del mismo modo, ellas, sólo se enojan para que a nuestra vez nosotros nos enojemos, a imitación de las leyes del amor. Foción, con un hombre que turbaba su conversación injuriándolo rudamente, no hizo sino callarse y dejar que agotase su cólera a sus anchas; hecho esto, sin mencionar para nada aquel disturbio, comenzó de nuevo su conversación allí donde la había dejado. No hay réplica tan acerada como semejante desprecio.

Un campesino español, habiendo sido sometido a tortura como cómplice en el homicidio del pretor Lucio Pisón, gritaba en medio de los tormentos que no se movieran sus amigos y que lo presenciaran con total tranquilidad pues no era capaz el dolor de arrancarle una sola palabra de confesión; y no se sacó más de él el primer día. Al siguiente, cuando lo llevaban para volver a empezar el tormento, escapando vigorosamente de manos de sus guardianes, fue a romperse la cabeza contra una pared, matándose.

Y aquél que inventó el cuento de la mujer a la que ningún castigo de amenazas ni palizas pudo obligar a que dejara de llamar piojoso a su marido, y que, hundida en el agua, ahogándose, aún alzaba las manos y hacía por encima de su cabeza gestos de matar a los piojos, inventó un cuento cuya imagen expresa vemos en verdad todos los días en la obstinación de las mujeres. y es la obstinación, hermana de la constancia, al menos en vigor y firmeza.

Tras la batalla de Farsalia, habiendo enviado a su ejército por delante a Asia y pasando con un solo navío el estrecho del Helesponto, topóse en el mar con Lucio Casio y diez grandes navíos de guerra; tuvo no sólo el valor de esperarlo sino de ir derecho hacia él y conminarle a rendirse; y lo consiguió. Habiendo emprendido aquel furioso sitio de Alesia donde había ochenta mil hombres para defenderla, habiéndose levantado toda la Galia para abalanzarse sobre él y levantar el sitio, y organizado un ejército de ciento nueve mil caballos y doscientos cuarenta mil hombres de a pie, ¿cuán osada y maniaca no fue su confianza para no querer abandonar la empresa y afrontar juntas dos dificultades tan grandes? Las cuales a pesar de todo, venció; y tras haber ganado aquella gran batalla contra los de fuera, puso en seguida a su merced a los que tenía encerrados. Lo mismo acaecióle a Lúculo en el sitio de Tigranocerta contra el rey Tigranes, mas en circunstancias distintas, dada la molicie de los enemigos con los que Lúculo había de vérselas.

Habiendo acaecido lo peor cerca de Dirraquio, los propios soldados fueron a que los castigara y sancionara, de manera que hubo de consolarlos más que reprenderlos. Una cohorte suya repelió ella sola a cuatro legiones de Pompeyo durante más de cuatro horas, hasta que quedó prácticamente destrozada a fuerza de flechazos; y halláronse en la trinchera ciento treinta mil flechas. Un soldado llamado Sceva que mandaba en una de las entradas, mantúvose invencible con un ojo reventado, un hombro y un muslo atravesados y su escudo agujereado por doscientos treinta sitios. Acaeció con muchos de estos soldados hechos prisioneros, que aceptaron la muerte antes que prometer abrazar otro partido. Habiendo hecho prisionero Escipión a Granio Petronio en África y habiendo hecho morir a sus compañeros, mandó decirle que le daba la vida pues era hombre de alcurnia y cuestor. Respondió Petronio que los soldados de César acostumbraban a dar la vida por los demás y no a recibirla; y matóse bruscamente de propia mano.

Y Antístenes el estoico, hallándose muy enfermo por lo que exclamaba: ¿Quién me librará de los males?, al ofrecerle un cuchillo Diógenes que había ido a verle, diciéndole: Este, en seguida, si quieres, replicó: No digo de la vida sino de los males.

¡Oh! ¡Por qué no tendré la facultad de aquel soñador de Cicerón, el cual soñando que abrazaba a una mujer se liberó del cálculo entre las sábanas! ¡Apártanme los míos de las mujeres asombrosamente!

Montaigne, Michel de