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domingo, 24 de noviembre de 2019

La Setmana del Llibre en Català


Ensayos (52)

Odio los espíritus huraños y tristes que no tienen en cuenta los placeres de su vida y se aferran a las desgracias alimentándose de ellas; como las moscas que no pueden sostenerse contra un cuerpo bien pulido y liso y se pegan a los lugares escabrosos y ásperos para descansar en ellos; y como las ventosas que sólo aspiran y absorben la mala sangre.

Sócrates dijo a aquél que le advertía de que hablaban mal de él: No, nada hay en mí de cuanto dicen. Por lo que a mí respecta, nada le agradecería a aquél que me alabara por ser buen timonel, por ser muy modesto o por ser muy casto. Y de igual modo, consideraríame muy poco ofendido por aquél que me llamare traidor, ladrón o borracho. Aquellos que se desconocen pueden alimentarse con falsas aprobaciones; no así yo, que me veo y me busco hasta las entrañas, que sé bien lo que me pertenece. Gusto de ser menos alabado con tal de ser mejor conocido. Podríanme tener por sabio en tal situación de sabiduría que tengo por necedad.

Los de Calicut hacen de los nobles una especie por encima de la humana. Les está prohibido el matrimonio y toda otra ocupación que no sea bélica. Pueden tener concubinas hasta hartarse, y las mujeres, amantes, sin celos unos de otros; mas es crimen capital e imperdonable ayuntarse con personas de distinta condición a la suya. Y considéranse mancillados con sólo ser rozados, y viéndose por ello prodigiosamente injuriada e interesada su nobleza, matan a aquéllos que se les hayan acercado en demasía; de manera que los innobles han de gritar al andar, como los gondoleros de Venecia al dar la vuelta a la esquina para no chocarse; y ordénanles los nobles echarse al lado que ellos quieran. Éstos evitan así esa ignominia que consideran perpetua; aquéllos, una muerte segura. Ni el transcurso del tiempo, ni el favor de un príncipe, ni oficio, virtud o riqueza alguna puede hacer que un plebeyo llegue a ser noble. A lo cual contribuye la costumbre de prohibir los matrimonios entre una y otra profesión; no puede una de familia zapatera casar con un carpintero; y los padres están obligados a enseñar a sus hijos el oficio del padre precisamente, y no otro, con lo que se mantiene la distinción y constancia de su destino.
Un buen matrimonio, si es que los hay, rechaza la compañía y las cualidades del amor. Intenta imitar las de la amistad. Es una dulce sociedad de vida, llena de constancia, de confianza y de un infinito número de útiles y sólidos oficios y obligaciones mutuas. Ninguna mujer que la saboree, [optato quam junxit lumine taeda. («Unida según su deseo por el matrimonio» (Catulo, LXIV. 79).)] querría tener rango de amante y amiga de su marido. Si ocupa en su afecto el lugar de esposa, ocupa lugar harto más honorable y seguro. Aun cuando se haga el apasionado y el solícito con otra, pregúntenle sin embargo entonces quién preferiría que fuese mancillada si su mujer o su amante; qué infortunio afligiríale más; para quién desea mayor grandeza; estas preguntas no admiten duda alguna en un matrimonio sano. El que se vean tan pocos buenos es señal de su precio y su valor. Formándolo y entendiéndolo bien, no hay nada más hermoso en nuestra sociedad. No podemos prescindir de él, y cada vez lo envilecemos más. Ocurre como con las jaulas: los pájaros que están fuera se desesperan por entrar; y con el mismo afán se desesperan por salir los que están dentro. Sócrates, habiéndole preguntado alguien qué era mejor si tomar mujer o no tomarla, respondió: Hágase lo que se haga, se arrepentirá uno. Es una unión que tiene mucho que ver con lo que se dice, «homo homini» o «Deus» o «lupus». Es menester que coincidan muchas cualidades para construirla. Resulta más fácil en estos tiempos, para las almas sencillas y del pueblo, pues las delicias, la curiosidad y la ociosidad no la enturbian tanto. Los naturales libertinos, como el mío, que odia toda especie de lazo y compromiso, no son apropiados, [Et mihi dulce magis resoluto vivere collo. «A mí me es más agradable vivir libre de ese yugo.» (Pseudo-Galo, I.61).].

Montaigne, Michel de