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jueves, 14 de noviembre de 2019

Éfeso

   

Ensayos (47)

No tenemos por qué ir a buscar prodigios y dificultades extrañas; paréceme que entre las cosas que vemos de ordinario hay rarezas tan incomprensibles que superan cualquier prodigiosa dificultad. ¿Qué milagro es éste de que esta gota de simiente de la que procedemos lleve en sí impresas, no sólo la forma corporal, sino las ideas e inclinaciones de nuestros padres? ¿Dónde alberga esta gota de agua ese número infinito de formas?

No me angustio por estar sin médico, sin boticario o sin socorro; los cuales veo que afligen a la mayor parte más que el propio mal. ¡Pues qué! ¿Es que acaso ellos nos hacen ver con la ventura y longevidad de sus vidas algo que pueda dar testimonio de la eficacia evidente de su ciencia?
No hay nación que no haya estado varios siglos sin medicina, y los primeros siglos, es decir, los mejores y más felices; y la décima parte del mundo aún no hace uso de ella ahora; infinitas naciones en las que se vive más sana y largamente que aquí, la desconocen; y entre nosotros, el pueblo llano prescinde de ella con felicidad. Los romanos estuvieron seiscientos años sin aceptarla, mas, tras haberla probado, expulsáronla de su ciudad por la intervención de Catón el Censor, que demostró cuán fácilmente podía pasarse de ella, habiendo vivido ochenta y cinco años y habiendo hecho vivir a su mujer hasta la extrema vejez, no ya sin medicina, sino sin médico: pues todo cuanto sea salubre para nuestra vida puede llamarse medicina. Según Plutarco, mantenía a su familia con salud mediante el consumo de la liebre; como los arcadios, dice Plinio, curan todas sus enfermedades con leche de vaca, y los libios, dice Herodoto, gozan popularmente de una rara salud por la costumbre que tienen, una vez que sus hijos han cumplido cuatro años, de cauterizarles y quemarles las venas de la cabeza y de las sienes, con lo que cierran el paso para toda la vida a toda defluxión catarral. Y las gentes del pueblo de aquel país, para cualquier accidente, no utilizan más que el vino más fuerte que pueden, mezclado con mucho azafrán y muchas especias, todo ello con igual fortuna.

Hízose médico un mal luchador: Valor, díjole Diógenes, haces bien; tumbarás tú ahora a aquéllos que te tumbaron a ti antaño.

Pues cuenta que un enfermo, al preguntarle su médico qué efectos sentía con los medicamentos que le había dado, respondió: He sudado mucho. Eso es bueno, dijo el médico. Otra vez, volvióle a preguntar cómo se había encontrado desde entonces: He tenido un frío extremo y he tiritado mucho. Eso es bueno, prosiguió el médico. Por tercera vez preguntóle de entrada cómo se hallaba: Siéntome hinchado y abotargado como de hidropesía. Eso está bien, añadió el médico. Entrando luego uno de sus criados para enterarse de su estado, dijo él: Pues, amigo mío, a fuerza de estar bien, me muero.
Había en Egipto una ley más justa por la cual hacíase cargo del paciente el médico los tres primeros días por cuenta y riesgo del paciente; mas transcurridos los tres días, por los suyos propios; pues, ¿qué razón hay para que Esculapio, su patrono, haya sido alcanzado por el rayo por haber vuelto a Elena de la muerte a la vida,

Montaigne, Michel de