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viernes, 22 de noviembre de 2019

Ceuta


Ensayos (51)

A mi parecer, es el vivir con acierto, y no como decía Antístenes, el morir con acierto, aquello en lo que consiste la humana felicidad. No me he aplicado a atar monstruosamente la cola de un filósofo a la cabeza y al cuerpo de un hombre perdido; ni confío en que ese extremo insignificante haya de desmentir y desacreditar la parte más hermosa, entera y larga de mi vida. Quiero presentarme y mostrarme siempre uniformemente. Si hubiera de volver a vivir, viviría como lo he hecho; ni me quejo del pasado, ni temo el porvenir. Y si no me decepciono, ha ido lo de dentro más o menos como lo de fuera. Es una de las cosas principales que le debo a mi fortuna, que en el curso de mi estado corporal haya traído cada cosa a su tiempo. He visto la hierba y las flores y los frutos; y veo la sequía. Con felicidad puesto que es natural. Soporto mucho más dulcemente los males que padezco porque están en su lugar y también porque me hacen recordar más favorablemente la larga ventura de mi vida pasada.

«Favellar in punta di forchetta». («Hablar sobre la punta de un tenedor.» (Proverbio italiano que significa: hablar con rebuscamiento y afectación).).

El primer hombre de la primera escuela filosófica y superintendente de las otras, aquel gran Zenón, dice sobre la muerte: Ningún mal es honorable; la muerte lo es, por lo tanto no es un mal.

¡Oh! ¡Gran maestro de verdugos era aquel gran emperador que mandaba ligar la verga a los criminales para hacerlos morir por no orinar! Hallándome en esa situación, consideraba cuán livianas eran las causas y los objetos con los que mi imaginación alimentaba en mí la nostalgia de la vida; con qué átomos tomaba cuerpo en mi alma el peso y la dificultad de aquel desalojo; cuán frívolos eran los pensamientos a los que dábamos cabida en tan grande asunto; un perro, un caballo, un libro, un vaso, ¿y qué no?, contaban en mi pérdida. Para otros cuentan sus ambiciosas esperanzas, su bolsa, su ciencia, no menos estúpidamente, a mi parecer. Veía la muerte con indolencia cuando la veía totalmente, como final de la vida; desafíola en bloque; mas detalle por detalle, me destroza. Las lágrimas de un lacayo, el otorgar testamento, la caricia de una mano conocida, un consuelo común, me desconsuela y emociona.

Gran simpleza es alargar y anticipar, como hacen todos, los males humanos; prefiero ser viejo menos tiempo que ser viejo antes de serlo. 

A nosotros nos toca soñar y perder el tiempo, y a la juventud tener la fama y la sartén por el mango: va hacia el mundo, y hacia la gloria; nosotros venimos.

«Tetrica sunt amaenanda jocularibus». (Hay que alegrar la tristeza con bromas (Sidonio-Apolinar. Cartas, I. 9)). Gusto de una cordura alegre y sociable, y huyo de la dureza de costumbres y de la austeridad, considerando sospechoso todo rostro hosco.

Montaigne, Michel de