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domingo, 10 de noviembre de 2019

Antoine Guilloppé - Plein Soleil







Ensayos (45)

Un joven señor turco, habiendo realizado personalmente un señalado hecho de armas, a punto de darse las dos batallas de Amurates y Huníades y habiéndole preguntado Amurates que quién lo había colmado de tan generoso y vigoroso valor siendo aún tan joven e inexperto (pues era la primera guerra que veía), respondió que había tenido como maestra soberana de valor a una liebre: Un día, estando de caza, dijo, descubrí a una liebre en su madriguera y aunque tenía dos excelentes lebreles a mi lado, parecióme que más valía, para no perderla, emplear también mi arco, pues obedecíame bien. Comencé a disparar mis flechas y terminé con las cuarenta que había en mi carcaj, no sólo sin darle sino sin ni siquiera despertarla. Después, solté a mis lebreles que nada pudieron tampoco. Supe así que su destino la había protegido y que las flechas y las espadas sólo aciertan con el permiso de la fatalidad, la cual no está en nosotros retrasar o adelantar. Este cuento ha de servirnos para hacernos ver de paso cuán flexible es nuestra razón a toda suerte de imágenes.

Como dicen de Epiménides, que adivinaba el pasado.

Acabo de ver a un pastor en Medoc, de unos treinta años, que no tiene atisbo alguno de órganos genitales: tiene tres agujeros por donde echa el agua incesantemente; es barbudo, tiene deseos y busca el ayuntamiento con las mujeres.

«Gracias a ti que has dado un ciudadano al país, pero hazle útil a la patria, útil a los campos, útil tanto a la labor de la guerra como a la de la paz» (Ibidem, id., XIV 70).

Como decía Eudámidas oyendo a un filósofo discurrir sobre la guerra: Son bellas estas palabras, mas no es creíble el que las dice pues no tiene los oídos acostumbrados al son de las trompetas. Y Cleómenes, al oír a un retórico que arengaba al valor, rompió a reír con fuerza; y al escandalizarse por ello el otro, díjole: Lo mismo haría si fuera una golondrina quien hablase: mas si fuera un águila, oiríale gustoso. 

Pues los éforos, en Esparta, viendo a un hombre disoluto proponer al pueblo una idea útil, mandáronle callar y rogaron a un hombre de bien que se atribuyera la invención y la propusiera.

Recuerdo a propósito de esto un extraordinario ejemplo de la antigüedad, Pisón, personaje por lo demás de notable virtud, habiéndose enojado contra un soldado suyo porque volviendo solo del forraje, no sabía decirle dónde había dejado a un compañero, tuvo por cierto que lo había matado y condenólo al punto a muerte. Cuando estaba en la horca, he aquí que llega el compañero perdido. Celebrólo todo el ejército y tras muchas caricias y abrazos entre los dos compañeros, el verdugo conduce a ambos ante Pisón, convencida toda la asistencia de que sería para él gran placer. Mas ocurrió lo contrario: pues por vergüenza y despecho redoblóse su ardor que aún estaba en toda su fuerza; y con la sutileza que su pasión le dio en aquel momento hizo tres culpables porque había hallado a uno inocente, e hízoles ejecutar a los tres: al primer soldado porque pesaba un arresto contra él; al segundo, que se había alejado, por haber provocado la muerte de su compañero; y al verdugo, por no haber obedecido la orden que le habían dado.

Montaigne, Michel de