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sábado, 16 de noviembre de 2019

Librería Sementeira - Noia




Ensayos (48)

Jactábase un médico ante Nicocles de que era su arte de gran autoridad: En verdad que ha de serlo, dijo Nicocles, para poder matar impunemente a tantas gentes.

Incluso la elección de la mayoría de sus drogas es de algún modo misteriosa y divina: la pata izquierda de una tortuga, la orina de un lagarto, el excremento de un elefante, el hígado de un topo, la sangre extraída del ala derecha de una paloma blanca; y para nosotros, los aquejados de cólico (de tanto como abusan desdeñosamente de nuestras miserias), heces de rata pulverizadas y otras necedades semejantes que más parecen encantamiento mágico que ciencia sólida. Dejo a un lado el número impar de sus píldoras, la predestinación de ciertos días y fiestas del año, la distinción de ciertas horas para recoger las hierbas de sus ingredientes, y esa mueca huraña y seria de su porte y actitud de la cual el propio Plinio se burla. Mas fallaron, quiero decir, en no añadir a este buen comienzo el hacer sus asambleas y consultas más religiosas y secretas: ningún profano habría debido tener acceso a ellas, como no lo tenía a las secretas ceremonias de Esculapio. Pues ocurre con este fallo que al ser descubiertas por todos su irresolución, la debilidad de sus argumentos, adivinaciones y fundamentos, la acritud de sus contestaciones llenas de odio, envidia y vanidad, hemos de estar extraordinariamente ciegos para no sentirnos en peligro estando en sus manos. ¿Quién vio alguna vez a un médico que se sirviera de la receta de un colega suyo sin quitar o añadir algo? Bastante traicionan así su arte y nos hacen ver que les importa más su reputación y, por lo tanto, su propio provecho que el interés de sus pacientes. Aquél que ordenó antaño que sólo un médico tratase al enfermo fue el más sabio de los doctores: pues si no hace nada que valga, el reproche contra el arte de la medicina no será muy grande por la falta de un solo hombre; y por el contrario, la gloria será grande si llega a resultar algo; mientras que cuando son muchos, desprestigian de todas todas el oficio, pues ocurre que hacen el mal con más frecuencia que el bien. Deberían contentarse con el eterno desacuerdo que hay entre las opiniones de los principales maestros y autores antiguos de esta ciencia, el cual sólo es conocido por los hombres versados en los libros, sin dar a conocer también al pueblo las controversias e inconstancias de juicio que alimentan y mantienen entre ellos.

Hasta los tiempos de Plinio, ningún romano se había dignado ejercer la medicina; practicábanla extranjeros y griegos, así como entre nosotros los franceses, practícanla los latinizantes: pues, como dice un gran médico, no aceptamos fácilmente la medicina que entendemos como tampoco la droga que recogemos. Si las naciones de las que obtenemos el guayaco, la zarzaparrilla y la madera de esquinanto tienen médicos, ¿cuánto no celebrarán por este mismo prestigio de lo escaso, de lo exótico, de lo raro y de lo caro, nuestras coles y nuestro perejil? Pues, ¿quién osaría despreciar cosas venidas a buscar desde tan lejos, con el riesgo de tan larga y peligrosa peregrinación? Desde aquellas antiguas mutaciones de la medicina ha habido infinidad de ellas hasta nosotros, y casi siempre mutaciones enteras y totales como las que provocan en nuestra época Paracelso, Fioravanti y Argenterio, pues no sólo cambian una receta, sino, por lo que me han dicho, toda la contextura y organización del cuerpo de la medicina, acusando de ignorancia y engaño a aquéllos que la han profesado antes que ellos. ¡Dejo que imaginéis cuál es la situación del pobre paciente!

Esto cuenta Esopo, que uno que había comprado un esclavo moro, estimando que aquel color le había venido accidentalmente y por los malos tratos de su primer amo, puso gran cuidado en tratarlo a base de muchos baños y brebajes; aconteció que el moro no cambió en absoluto su color moreno, mas perdió por completo la salud.

Igual seguridad tienen en los consejos que nos dan sobre nuestro régimen de vida: Es bueno orinar a menudo pues sabemos por experiencia que si dejamos estancarse la orina permitímosla descargarse de sus excrementos y de sus posos que servirán de materia para formar el cálculo en la vejiga; es bueno no orinar a menudo, pues no acarreará los pesados excrementos que arrastra consigo si no hay violencia, así como sabemos por experiencia que un torrente que corre con fuerza barre muy limpiamente el lugar por el que pasa, cosa que no hace el curso de un riachuelo suave y flojo. De igual modo, es bueno tener relación frecuente con las mujeres pues ello abre los conductos y expulsa el cálculo y la arenilla; es también muy malo pues calienta los riñones, fatigándolos y debilitándolos. Es bueno bañarse en agua caliente pues ello relaja y ablanda los lugares donde se estanca la arenilla y la piedra; malo es también porque esta aplicación de calor externo ayuda a los riñones a cocer, endurecer y petrificar la materia allí depositada. Para los que toman los baños es más saludable comer poco por la noche para que el brebaje de aguas que han de tomar al día siguiente haga más efecto por encontrar el estómago vacío y libre; por el contrario, es mejor comer poco en el almuerzo para no turbar la acción de las aguas que aún no ha terminado, y no cargar el estómago tan bruscamente tras ese otro trabajo, y para dejar la tarea de digerir para la noche que sabe hacerlo mejor que el día cuando el cuerpo y la mente están en continuo movimiento y acción.

Montaigne, Michel de