Ensayos (49)
Los babilonios llevaban a la plaza a sus enfermos; el médico era el pueblo; pues todo el que pasaba preguntábales por humanidad y civismo sobre su estado, y, según su experiencia, dábales algún consejo salutífero. No hacemos nosotros otra cosa.
Lo que Homero y Platón decían de los egipcios, que todos eran médicos, se ha de decir de todos los pueblos, no hay nadie que no se jacte de alguna receta y que no se arriesgue a probarla en el vecino, si quiere creerle.
Estaba el otro día en cierta compañía, cuando no sé quien de mi cofradía trajo la nueva de una especie de píldoras formadas por ciento y pico de ingredientes contados; prodújose una alegría y un consuelo singulares: pues, ¿qué roca soportaría la fuerza de tan numerosa batería? Sé sin embargo, por aquéllos que las probaron, que ni el más mínimo granito de arena dignóse conmoverse con ellas.
Nadie está libre de decir necedades.
¿Para quién no será detestable la perfidia puesto que Tiberio la rechazó a costa de tan grande interés? Enviáronle a decir de Alemania que, si le parecía bien, libraríanle de Arminio envenenándole (era el enemigo más poderoso de los romanos, habíalos tratado villanamente bajo Varo y era el único que impedía la expansión de su dominación en aquellas regiones). Respondió que el pueblo romano acostumbraba a vengarse de sus enemigos abiertamente, empuñando las armas, no mediante el engaño y a escondidas. Renunció a lo útil por lo honrado. Era un cínico, me diréis. Lo creo; no era raro en gentes de su profesión. Mas no pesa menos la confesión de la virtud en boca de aquél que la odia. Pues arráncasela la verdad a la fuerza y si no quiere albergarla dentro de sí, cúbrese al menos con ella para adornarse.
«No es tomar una vía intermedia, es no coger ninguna: es esperar el acontecimiento con objeto de pasar cerca de la fortuna.» (Tito Livio, XXXII. 21).
Nada impide poder comportarse correcta y lealmente entre hombres que son enemigos; actuad, si no siempre con afecto igual (pues esto es susceptible de distintas medidas) sí al menos equilibrado y sin que os comprometa tanto con uno de ellos que pueda exigir todo de vos; y contentaos también con una medida mediana de su favor y con nadar en agua turbia sin querer pescar en ella.
Lo otro, el ofrecerse con todas las fuerzas a éstos y a aquéllos, revela aún menos prudencia que conciencia. Aquél por el cual traicionáis al otro para el que sois igualmente bienvenido, ¿acaso no sabe que con él hacéis otro tanto a su vez? Os considera un malvado; sin embargo os escucha y saca provecho de vos y hace su agosto con vuestra deslealtad; pues los hombres dobles son útiles por lo que aportan, mas se ha de velar para que sólo se lleven lo menos posible.
Nada digo al uno que no pueda decir al otro en su momento únicamente con el acento algo cambiado; y sólo cuento las cosas indiferentes o conocidas, o que a ambos sirven. No hay utilidad por la cual me permita mentirles. Lo que ha sido confiado a mi silencio, cállolo religiosamente, mas tomo lo menos posible para callar; es importuno guardar el secreto de los príncipes para aquél que para nada lo quiere. De buen grado hago el trato de que me confíen poco, mas se fíen sin miedo de lo que les traigo. Siempre he sabido más de lo que he querido.
Un hablar abierto abre otro hablar y lo saca fuera como hace el vino con el amor.
Filípides respondió sensatamente al rey Lisímaco que le decía: ¿Cuál de mis bienes quieres que te entregue? El que quieras con tal que no sea uno de tus secretos.
Montaigne, Michel de